RIFKIN’S FESTIVAL DE WOODY ALLEN. JUGUETEOS DE LA EDAD MADURA

 


TÍTULO: Rifkin’s Festival. TÍTULO ORIGINAL: Rifkin’s Festival. AÑO: 2020. NACIONALIDAD: España-Estados Unidos-Italia. DIRECCIÓN y GUION: Woody Allen. MONTAJE: Alisa Lepselter. DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA: Vittorio Storaro. MÚSICA ORIGINAL: Stephane Wrembel. INTÉRPRETES PRINCIPALES: Wallace Shawn, Gina Gershon, Louis Garrel, Elena Anaya, Enrique Arce, Douglas McGrath, Ben Temple, Nathalie Poza, Steve Guttenberg, Tammy Blanchard. DURACIÓN: 88 minutos. PÁGINA WEB OFICIAL: https://tripictures.com/peliculas/rifkins-festival/. ENLACE EN RAKUTEN: https://www.rakuten.tv/es/movies/rifkin-s-festival.

CALIFICACIÓN: 

Conforme pasa el tiempo, Woody Allen sigue con su ritmo de casi una película anual y, aunque sus obsesiones temáticas están siempre persistentemente presentes, no es menos verdad que el tono de sus films ha ido variando sustancialmente. En Cine Arte Magazine, hemos comentado anteriormente cuatro de sus películas – Midnight in Paris (2011), A Roma con amor (2012), Blue Jasmine (2013) y Día de lluvia en Nueva York (2019) – y resulta fácil percibir que cada vez más el director neoyorquino tiende a evitar la seriedad y la gravedad y se va inclinando por unas crecientes ligereza y sutileza ayudadas por el hecho de que su gran dominio de los recursos técnicos le permite conseguir mucho con muy poco (lo cual ayuda, no podemos negarlo, a alimentar una cierta pereza o desidia a la hora de alcanzar cotas mayores a partir del material de origen). A pesar de su apariencia casi de ingravidez, las películas recientes de Allen encierran siempre numerosas capas temáticas, destilan gotas cada vez más venenosas de malicia y, sobre todo, saben guardar una peculiar coherencia entre los distintos elementos que la integran. En el caso de Rifkin’s Festival, teniendo como telón de fondo el festival de cine de San Sebastián, Allen realiza un contundente crítica al mundo del cine actual (al que viene a considerar, según se desprende del film, como un autentico ejemplo de falsedad e impostura), defiende su personal visión de lo que es la creación (a la cual se ha mantenido fiel desde el principio de su carrera como director) y da una nueva vuelta de tuerca al mundo de las relaciones sentimentales, con una visión cada vez más escéptica y desencantada.



Rifkin’s Festival está protagonizada por Wallace Shawn –un mítico actor con más de 200 títulos en su haber y que ha participado en películas como All That Jazz (1979) de Bob Fosse, Mi cena con André (1981) y Vania en la calle 42 (1994) de Louis Malle, Las bostonianas (1984) de James Ivory, Ábrete de orejas (1987) de Stephen Frears, La princesa prometida (1987) de Rob Reiner, Los modernos (1988) y La Sra. Parker y el círculo vicioso (1994) de Alan Rudolph e Historia de un matrimonio (2019) de Noah Baumbach y que, con anterioridad, había trabajado con Woody Allen en Manhattan (1979), Sombras y niebla (1991), La maldición del escorpión de Jade (2001) y Melinda y Melinda (2004)– y que da vida a un profesor universitario con vocación de escritor, quien acompaña a su mujer (Gina Gershon), que es agente de prensa de un afamado director de cine francés (Louis Garrel). En la figura de este director es donde Allen se ceba especialmente, ejemplo de pedantería y presuntuosidad (según dice el propio personaje, su siguiente película va a servir para resolver el conflicto entre israelíes y palestinos), el cual le sirve para, a su vez, retratar a un mundo del cine falso y acartonado (no crean que el cartel, con los intérpretes retratados como si fueran personajes de dibujos animados, es casual), repleto de tópicos y lugares comunes. Ya que este es uno los principales ejes de la película, Allen no se recata, por medio de una peculiar y punzante autoironía, en hacer uso de temas y clichés que ya han aparecido en otras películas anteriores suyas con el fin de reforzar esa impresión de acartonamiento (el triángulo entre Shawn-Gershon-Garrel guarda gran similitud con el de Allen-Farrow-Alda en Delitos y faltas –incluida la pedantería del tercer vértice–, el carácter hipocondríaco del protagonista comparte muchos rasgos con el personaje que Allen interpretaba en Hannah y sus hermanas, la relación entre los personajes de Elena Anaya y Sergi López nos recordará inevitablemente a la de Penélope Cruz y Javier Bardem en Vicky Cristina Barcelona). Frente a ello, como un running gag que sirve de claro contraste, los sueños del protagonista toman forma de obras maestras del séptimo arte como Fresas salvajes, 8 y ½, Jules et Jim, El ángel exterminador o El séptimo sello las cuales serían muestra de una actitud claramente diferenciada en relación al cine actual. Sin embargo, nuestro protagonista no es más que un antihéroe que parece quedar absorbido por esa presuntuosidad que detesta en su intento de hacer una obra maestra que nunca llega porque, en su empeño en crear la novela perfecta, no es capaz de llegar a hacer nada. Esa idea que sobrevuela toda la película viene a ser una justificación de Allen para explicar su propia carrera cinematográfica, basada en la creación continua y estajanovista antes que en la búsqueda de una perfección en la que no parece creer o que, como mínimo, puede llegar a ser paralizante si se convierte en un pensamiento obsesivo.

 


La última dimensión de la que hay que hablar a la hora de analizar Rifkin’s Festival es la mirada de Woody Allen sobre las relaciones humanas, siempre caracterizadas por un afán de búsqueda incesante e infructuosa de una pareja ideal que nunca llega a alcanzarse. En este caso, Wallace Shawn cifra sus esperanzas en el personaje de Elena Anaya, aunque, desde el principio, el espectador intuye que es un empeño que no llegará a ninguna parte, idea que Allen se encargará de reforzar visualmente. Así, aparte de un plano más que expresivo en la consulta de la médico interpretado por la actriz española en la que ambos personajes son mostrados como separados por una barrera clara y evidente, la estrategia de cámara que utiliza en las conversaciones entre Wallace Shawn y Elena Anaya es completamente diferente a la que utiliza para el resto de personajes: si en las conversaciones que el protagonista tiene con el resto de personajes se suele utilizar el plano-secuencia, en las que mantiene con Elena Anaya se emplea sistemáticamente el plano-contraplano, sugiriendo que ambos personajes se hallan en niveles distintos e incompatibles. Tanto esta relación como la que empiezan a mantener los personajes de Gina Gershon y Louis Garrel están contempladas desde una perspectiva distante del romanticismo y que se inclina, más bien, por creencia en la fugacidad de las emociones y los sentimientos amorosos.



Consciente Woody Allen de que, tras 52 años de carrera como director, y con un buen puñado de obras maestras a sus espaldas (Annie Hall, Interiores, Manhattan, Recuerdos, Zelig, La rosa púrpura de El Cairo, Hannah y sus hermanas, Delitos y faltas, Sombras y niebla, Poderosa Afrodita, Match Point, Cassandra’s Dream, Midnight in Paris), ya no le hace falta ni esté en la obligación ni, tal vez, pueda hacer una obra a la altura de sus mejores títulos, se inclina por el jugueteo de la madurez aprovechando su capacidad para ir hallando variaciones a sus preocupaciones temáticas y para integrar varias capas en una misma historia continuando con sus reflexiones, en última instancia, sobre la sencillez, la humildad, la modestia y la tenacidad. Si, de paso, eso le sirve para ir realizando paseos turísticos por el mundo, ello quiere decir que tenemos Woody Allen para rato.


TRÁILER DE LA PELÍCULA:






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