TÍTULO: Una íntima convicción. TÍTULO ORIGINAL: Une intime conviction. AÑO: 2018.
NACIONALIDAD: Francia. DIRECCIÓN: Antoine Raimbault. GUION: Karim
Dridi, Isabelle Lazard, Antoine Raimbault. MONTAJE: Jean-Baptiste Beaudoin. DIRECCIÓN
DE FOTOGRAFÍA: Pierre Cottereau. MÚSICA ORIGINAL: Gregoire Auger. INTÉRPRETES
PRINCIPALES: Marina Foïs, Olivier Gourmet, Laurent Lucas, Philippe Uchan, Jean
Benguigui, François Fehner, François Caron, Philippe Dormoy, Jean-Claude
Leguay, Armande Boulanger, Steve Tientcheu, Léo Labertrandie. DURACIÓN: 110 minutos. PÁGINA WEB OFICIAL: http://laaventuraaudiovisual.com/una-intima-conviccion/.
El thriller judicial ha acabado por convertirse en un género que se ha
creado su propio hueco en la historia del séptimo arte. Posiblemente, porque un
juicio tiene mucho de relato cinematográfico, con un problemático punto de
partida, un preciso reparto de papeles, una evolución imprevisible y un
incierto desenlace. De hecho, ya en Intolerancia
(1916) de D. W. Griffith, la historia que se desarrollaba en la época
contemporánea culminaba con un proceso por asesinato y una injusta condena a
muerte que nos llevaba a una “salvación en el último minuto” que se ha repetido,
posteriormente, hasta la saciedad. En los años siguientes, títulos como Furia (1936) de Fritz Lang, El proceso Paradine (1947) de Alfred
Hitchcock, Llamad a cualquier puerta (1949)
de Nicholas Ray, Testigo de cargo (1957)
de Billy Wilder, Doce hombres sin piedad (1957)
de Sidney Lumet o El sargento negro (1960)
de John Ford aprovecharon las posibilidades que brindaba cualquier tipo de
proceso judicial complejo e intrincado. Sin embargo, desde, posiblemente, Anatomía de un asesinato (1959) de Otto
Preminger, el cine ha buscado reflejar las contradicciones a las que se
enfrenta el sistema judicial, siempre presionado para proporcionar sentencias
rápidas y contundentes a casos en muchas ocasiones enrevesados, para los que
existen escasas pruebas relevantes y en los que los rumores infundados y las
noticias sin base suficiente divulgadas por los medios de comunicación pueden
provocar que la opinión pública reciba verdades torcidas y distorsionadas.
Añadamos a ello los vicios sin corrección que dicho sistema va arrastrando para
crear un cóctel en el que la justicia puede acabar no impartiendo justicia sino
arbitrariedad. Largometrajes de ficción (aunque basados muchas veces en hechos
reales) como El verdadero y el falso (1972)
de Eriprando Visconti, El veredicto (1974)
de André Cayatte, Justicia para todos (1979)
de Norman Jewison, Veredicto final (1982)
de Sidney Lumet, Un grito en la oscuridad
(1988) de Fred Schepisi, El misterio
Von Bulow (1990) de Barbet Schroeder, Tiempo
de matar (1996) de Joel Schumacher, Acción
civil (1998) de Steven Zailian, Doble
traición (1999) de Bruce Beresford, La
vida de David Gale (2003) de Alan Parker, El jurado (2003) de Gary Fleder o Condenados (2013) de Atom Egoyan, documentales como la trilogía Paradise Lost (1996, 2000 y 2011) de Joe Berlinger y Bruce Sinofsky, Capturing the Friedmans (2003) de Andrew
Jarecki, De nens (2003) de Joaquim
Jordá y series que hemos comentado recientemente como El caso Alcàsser y Así nos ven constituyen reflexiones agudas y desasosegantes sobre la confianza que podemos
tener en un sistema judicial cuyas grietas afloran con cada vez más inquietante
frecuencia. A todos estos títulos, se añade ahora el film francés Una íntima convicción que, con enorme
brillantez, expresa todos los problemas en los que la justicia está sumida y
que constituyen serios obstáculos para que pueda emitir resoluciones rigurosas
y bien fundamentadas.
Jacques Viguier (interpretado por
Laurent Lucas) ha sido acusado del asesinato de su mujer, que lleva nueve años
desaparecida y que, desde entonces, no ha dado señales de vida. Tras salir absuelto
en primera instancia, la fiscalía ha apelado la sentencia y va a volver a ser
juzgado. Nora (Marina Foïs), una ciudadana particular (aunque, a mitad de
película, descubriremos un hecho que oculta), cree firmemente en la inocencia
del acusado y está cada vez más obsesionada en encontrar pruebas que lo
demuestren. En su empeño, logra que el prestigioso abogado Eric Dupond-Moretti
(Olivier Gourmet) acceda a la defensa del procesado. A partir de dicha
situación, Una íntima convicción se
convierte en una implacable disección de las limitaciones del sistema de
justicia, de los vicios que arrastra, de la facilidad de manipulación de la
misma, de las malas prácticas desarrolladas en las investigaciones policiales,
del papel tóxico jugado por los medios de comunicación y, a un nivel diferente,
de la conducta obsesiva desarrollada por la protagonista que, estando cada vez
más inmersa en la escucha de las llamadas telefónicas intervenidas por la
policía, va desligándose de su pareja, su familia y su trabajo. Antoine
Raimbault lleva a cabo un magnífico trabajo de dirección, trazando un magistral
crescendo narrativo que va
introduciendo al espectador en el complejo proceso judicial hasta casi hacernos
creer que estamos en la sala del tribunal escuchando a los testigos y
presenciando el duelo dialéctico entre defensor, fiscales y jueces. Mención
aparte merece la dirección de actores, con un reparto que, sin excepción,
brilla a un altísimo nivel, aunque debiendo destacar las interpretaciones de
Laurent Lucas (que sabe reflejar la angustia de su personaje a través de una
absoluta contención), Marina Foïs (crecientemente inmersa en su proceso
obsesivo) y Olivier Gourmet (que debe debatirse entre el pragmatismo y la firme
postura que sostiene Nora y que, en el momento del alegato final, alcanza una perfección
y expresividad sencillamente sublimes) que se convierten en el terceto que
sostiene el film a una altura auténticamente notable. En definitiva, Una íntima convicción es, por méritos
propios, una de las grandes sorpresas de la temporada y un film que ofrece las
suficientes virtudes para mantener enganchado a cualquier espectador hasta el
último minuto de su metraje.
IMÁGENES DE LA PELÍCULA:
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