Comentamos la película Atardecer,
dirigida por László Nemes, aprovechando que ya está disponible en Filmin.
TÍTULO: Atardecer. TÍTULO ORIGINAL: Napszállta. AÑO: 2018. NACIONALIDAD:
Hungría-Francia. DIRECCIÓN: László Nemes. GUION: László Nemes, Clara Royer y Matthieu
Taponier. MONTAJE: Matthieu
Taponier. DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA: Mátyás Erdély. MÚSICA ORIGINAL: László Melis. INTÉRPRETES PRINCIPALES: Juli Jakab, Vlad Ivanov,
Judit Bárdos, Susanna Wuest, Tom Pilath, Levente Molnár, Urs Rechn, Christian
Harting, Sándor Zsótér. DURACIÓN: 142 minutos. PÁGINA WEB OFICIAL: http://www.avalon.me/distribucion/catalogo/atardecer.
ENLACE EN FILMIN: https://www.filmin.es/pelicula/atardecer.
A partir de la década de los 60 el cine húngaro
tuvo una especie de edad de oro con nombres como Zoltan Fabri (Professor Hannibal – 1956–, The Last Goal – 1962–, Twenty Hours – 1965–, The Boys of Paul Street – 1969–, El quinto sello – 1976–, Húngaros – 1978–, Réquiem – 1982–), Miklós Jancsó (La ronda de reconocimiento – 1965–, Los rojos y los blancos – 1967–, La confrontación – 1969–, Salmo
rojo – 1971–, Elektreia – 1974–, Vicios privados, virtudes públicas –
1975–, Rapsodia húngara – 1978–, Allegro bárbaro – 1978–, El corazón del tirano – 1981–, Estación de monstruos – 1986–, Dios camina hacia atrás – 1990–, Vals del Danubio Azul – 1991–) o István
Szabó (Padre – 1966–, Un film de amor – 1970–, Confianza – 1980–, Mephisto – 1981–, Cita con
Venus – 1991–, Dulce Emma, querida
Böbe – 1992–, Sunshine – 1999–, Taking Sides – 2001–, Conociendo a Julia – 2004–, The Door – 2012–). Posteriormente,
después de unos años relativamente grises, en los que no surgieron nombres
nuevos que supieron renovar modos, estilos y maneras, el cine de este país
centroeuropeo ha sabido resurgir con directores como Béla Tarr (Sátántangó – 1994–, El hombre de Londres – 2007–, The Turin Horse – 2011–), Lajos Koltai (Sin destino – 2005–), János Szász
(El gran cuaderno – 2013–), Kornél Mundruczó (White
God – 2014–, Jupiter’s Moon –
2017–) o László Nemes (El hijo de
Saúl – 2015–). Hasta aquí, hemos hablado del cine realizado en Hungría pero
hay un aspecto del séptimo arte de este país en el que habría que detenerse.
Quizás sea un dato poco conocido pero hay un
número apreciable de directores nacidos en Hungría que han triunfado y se han
hecho célebres fuera de su país. Probablemente, el primer nombre a destacar sea
el de Michael Curtiz, director de Casablanca,
pero no deberíamos dejar de destacar a Charles Vidor (director de la mítica Gilda), a Emeric Pressburger (habitual
colaborador de Michael Powell, en los papeles de coguionista y codirector, en
películas como Narciso negro – 1947–,
Las zapatillas rojas – 1948–, Los cuentos de Hoffman – 1951– o Corazón salvaje – 1952–), a Alexander
Korda (fundador de la mítica compañía London Films que realizó grandes
producciones en el Reino Unido en la década de los 30 y 40, a menudo dirigidas
por su hermano Zoltan, como La vida privada
de Enrique VIII, Rembrandt, El hombre que podía hacer milagros, Las cuatro plumas o El ladrón de Bagdad), a André de Toth (realizador de estupendos
títulos como el noir Aguas turbias, con Merle Oberon, La mujer de fuego, western protagonizado por su mujer, la actriz Veronica Lake, El honor de capitán Lex, con Gary Cooper
o la legendaria película de terror Los
crímenes del museo de cera), a Ladislao Vajda (que desarrolló buena parte
de su carrera profesional en España, dirigiendo películas tan conocidas como Marcelino pan y vino, Tarde de toros, Mi tío Jacinto, Un ángel pasó por Brooklyn o
El cebo), a George Pal (director de La máquina del tiempo – 1960–,
adaptación de la novela de H. G. Wells) o a Peter Medak (realizador de Al final de la escalera – 1980– y de
numerosos episodios de las series televisivas The Wire, House y Breaking
Bad). Podrían pensar que, con todo lo que hemos dicho hasta ahora, no hemos
dicho nada en relación a la película que vamos a reseñar, Atardecer de László Nemes, y que solo hemos realizado una
panorámica histórica del cine húngaro. Pero ello no es exactamente así. Porque
una parte de la diáspora que hemos descrito tiene que ver con los
acontecimientos históricos que se desarrollan en Atardecer o, más concretamente, en la consecuencia de los mismos:
la desintegración del imperio austro-húngaro. La última película de László
Nemes tiene lugar en los años inmediatamente anteriores y es un retrato
minucioso del ambiente social y moral que dio lugar a dicha desintegración.
Lo que ocurre con Atardecer es que es un retrato realizado
de forma muy peculiar y muy personal por su director. Y ello ha ocasionado que
esta película haya recibido críticas muy negativas por su carácter críptico y
enigmático: durante buena parte del metraje, de modo paralelo a la situación
que vive la protagonista (una magnífica Juli Jakab), el espectador se mueve en
el más absoluto desconcierto y en la más absoluta falta de referencias, de
forma que los hechos se suceden sin que sepamos muy bien en qué consisten ni cuál
es la conexión lógica entre ellos. Por debajo de su apariencia de suntuoso y
elegante melodrama de época, Atardecer es
una película que nos sume en una extrañeza muda y silenciosa que no da
explicación ni justificación de sí misma.
Escena de Atardecer de László Nemes
Lo curioso de este tipo de
críticas realizadas a Atardecer es
que Nemes emplea exactamente la misma estrategia narrativa (al 100%) que la que
empleó en su anterior film, El hijo de
Saúl. La única y exclusiva diferencia es que en esa película el espectador
conocía las referencias, el contexto en el que los personajes se movían (un
campo de concentración nazi), mientras que aquí dichas referencias son más
esquivas. Precisamente por ello, he traído a colación a todos los directores
húngaros que abandonaron su país, para que, como espectadores, se puedan situar
en el escenario en el que dicha diáspora y el extraño clima que envuelve Atardecer se encuentran. Porque la
fragmentación del imperio austro-húngaro no fue solo el fin de esta entidad
política sino que los países que surgieron de su desaparición también cambiaron
radicalmente su naturaleza y condición.
Escena de Atardecer de László Nemes
Atardecer muestra el origen de esa transformación, el momento en que, por debajo de una apariencia de armonía y sofisticación, latían, por un lado, la corrupción de un sistema que se estaba derrumbando a pesar de aparentar firmeza y solidez y, por otro, fuerzas aún por definir y por perfilarse que estaban socavando el orden existente y estaban dando lugar a un mundo nuevo y completamente diferente, menos elegante y estructurado y mucho más oscuro y violento, un mundo en el que muchos perdieron los referentes por los cuales guiaban sus vidas y acabaron optando por abandonar el nuevo país que surgió del caos, que fue lo que sucedió con los directores que se marcharon de Hungría para hacer carrera en otros países. Aunque pudiéramos citar otros títulos que han nacido con el mismo espíritu
(como Adiós a la reina – 2012– de Benoit Jacquot),
yo invitaría al espectador a que relacionara lo que ve en Atardecer con los tiempos actuales, unos tiempos en los que parece
que todo lo que conocemos puede desaparecer de un momento a otro para dejar
paso a un orden más cerrado y tenebroso. Ahí es donde radica la clave de arco
del argumento y del estilo de Atardecer:
el convertir el pasado en una especie de espejo que refleja con más nitidez de
la que cabía prever el espíritu y la esencia del actual momento histórico, un
momento en el que la confusión y el desconcierto son los elementos que
predominan por encima de cualquier tipo de claridad o lucidez.
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