En este artículo, comentamos la
serie norteamericana Hollywood,
disponible en Netflix desde el pasado 1 de mayo.
Probablemente, no hubiera
comentado la serie Hollywood si la
plataforma HBO no hubiera retirado de su catálogo Lo que el viento se llevó (1939) de
Victor Fleming (junto a George Cukor y Sam Wood, aunque, probablemente, la
autoría global del film haya que atribuirla a su productor, David O. Selznick)
pero, tras este hecho, hablar de esta producción de Netflix resulta
absolutamente conveniente y pertinente. Porque esta serie muestra, más que
cualquier otro discurso o declaración, cómo la industria del cine estadounidense
se ve a sí misma, cómo contempla su pasado y cuál es la base ideológica y cultural
sobre la que se asienta la controvertida decisión de HBO que, si sirviera de
criterio para determinar comportamientos futuros, podría conllevar efectos
potencialmente asombrosos y perniciosos.
¿Por qué he dicho “asombrosos” y
“perniciosos”? Pues porque, cuando surgen polémicas similares sobre obras y
creaciones del pasado, la mayoría de las veces no somos conscientes de la
magnitud de la tarea que supone ser coherentes con un patrón ético que nos
obliga a juzgar el arte y la literatura de ayer con las exigencias morales de
hoy. Si se nos pasa por la cabeza prohibir o, como mínimo, entorpecer la
posibilidad de acceder a Lo que el viento
se llevó, ¿qué nos impide hacer lo mismo con La Ilíada y La Odisea de
Homero? A fin de cuentas, La Ilíada es
la glorificación de un genocidio (el de la ciudad de Troya) y La Odisea un relato de las hazañas de
quien, elevado a la categoría de héroe, fue quien ideó la estratagema para
llevar a Troya y a sus habitantes a la destrucción. Se puede argumentar que, ya
que han pasado tres mil años desde los hechos que ambas obras relatan, ha
pasado el tiempo suficiente para que podamos leerlas libres de implicaciones
sociológicas en la época actual. Según ese argumento, Lo que el viento se llevó podría ser vista allá por el año 4000,
por poner una fecha, y, hasta entonces, tendría que ser conservada en el
ostracismo. ¿Y qué hacemos con Shakespeare y obras machistas como La fierecilla domada, misóginas como Macbeth – porque, ¿quién es quien, a fin
de cuentas, lleva al protagonista de la obra a su perdición–, racistas como Otelo y El mercader de Venecia (fíjense en el retrato que se nos muestra
del judío Shylock), violentas como El Rey
Lear o Coriolano?¿Y con El Cantar de mio Cid?¿Y con Cervantes,
Lope de Vega, Quevedo y Calderón de la Barca? Y, sin tener que irnos tan lejos,
¿debemos empezar a pensar en retirar de la circulación Bienvenido, Míster Marshall (1953) de Luis García Berlanga por
hacer gala de una serie de tópicos tan simplistas sobre los andaluces?
Holland Taylor y David Corenswet, la asistente de uno de los grandes estudios del Hollywood de los 40 y un joven aspirante a actor, respectivamente
Pero, por centrarnos en la
película que ha sido el detonante de la controversia: ¿es Lo que el viento se llevó una película racista? Esta pregunta
admite una respuesta simple y una respuesta algo más detallada. La respuesta (excesivamente) simple es: sí, efectivamente lo es (y si comparamos la versión original con el
doblaje en español, en concreto el realizado a las actrices Hattie McDaniel y
Butterfly McQueen, observaremos que el racismo en nuestro país podía ser
incluso superior al que existía en Estados Unidos). La respuesta más detallada
(que es donde reside el meollo de la cuestión) sería: Lo que el viento se llevó tiene el mismo grado de racismo, machismo
y clasismo (“ismo” que curiosamente parece haber dejado de existir para quienes
actúan de implacables inquisidores morales, cuestión que no es baladí) que presentaba la sociedad
estadounidense de 1939. Y esto se puede decir de Lo que el viento se llevó y de la mayor parte de las películas que
se hicieron en esa época. Y, por supuesto, de las películas que se hicieron en
cualquier otro momento. Y en cualquier otro país. Y no cabe hablar solo de las
películas sino de cualquier otra obra o creación. Cuando dentro de 100 años
juzguen lo que hacemos ahora desde el punto de vista moral, probablemente no
quedaríamos bien parados y, si tuviésemos la oportunidad de escuchar los
juicios emitidos, seguramente nos quedaríamos perplejos ante las graves
censuras que serían proclamadas contra las obras actuales. ¿Qué hacemos
entonces?¿Prohibimos el pasado?¿Ejercemos la censura sobre el mismo?¿Nos limitamos
a ver o leer obras contemporáneas que, claro está, hayan pasado por un filtro moral
que garantice su limpieza y ausencia de pecado?¿Resucitamos el nihil obstat? Pero toda esa discusión sería
estéril si no nos detenemos a reflexionar sobre lo que puede haber detrás de esta
polémica que, en el fondo, encierra menos buenas intenciones que lo que sus
pretendidos fines parecen mostrar. Pero, antes de entrar en ello, es hora de
empezar a hablar de Hollywood porque
su trama nos da pistas sobre de qué puede ir realmente, al final, todo esto.
El personaje interpretado por David Corenswet no lo tendrá fácil en su camino hacia el éxito
Hollywood es lo que se denomina en narrativa una ucronía: una visión alternativa de cómo pudo haber sido el pasado, en ningún caso una recreación del mismo. En la serie de Netflix, vemos cómo se mezclan elementos reales e imaginarios, siendo el hilo conductor de todos ellos las vidas de una serie de personas que han acudido a la meca del cine con la voluntad de hacer realidad sus sueños y de triunfar en un entorno tan difícil y competitivo. Nos encontramos con un antiguo soldado que ha participado en la II Guerra Mundial y que quiere ser actor, Jack Castello (interpretado por David Corenswet), quien se halla presionado por el hecho de que su mujer está embarazada de gemelos y él carece de unos ingresos estables; el primer jefe que le da un empleo que nada (bueno, algo sí) tiene que ver con el séptimo arte, Ernie West (Dylan McDermott), un antiguo actor que trabajó en el cine mudo y que ahora se gana la vida con otros menesteres; Raymond Ainsley (Darren Criss), un director de madre filipina que quiere abrirse paso a pesar del rechazo que provoca sus raíces asiáticas; la mujer de este, Camille Washington (Laura Harrier) una actriz afroamericana a la que, a pesar de su talento, solo le dan papeles de criada; Archie Coleman (Jeremy Pope), un guionista afroamericano y gay que quiere demostrar que puede escribir historias que no se dirijan solo a los espectadores de raza negra; Claire Wood (Samara Weaving), que también quiere ser actriz y que, aunque hija del propietario de los estudios Ace, tiene que enfrentarse con el rechazo de sus padres a su vocación. Y dos personajes reales: Rock Hudson (Jake Picking), que tendrá que ir superando sus limitaciones interpretativas para conseguir triunfar como actor; y Anna May Wong (Michelle Krusiec) que, a pesar de su origen asiático y que, por tanto, se ajustaba perfectamente al papel, fue rechazada como protagonista de La buena tierra (1937) de Sidney Franklin a favor de Luise Rainer.
Los personajes interpretados por Laura Harrier y Samara Weaving iniciarán su carrera dramática desde puntos de partida muy diferentes
Frente a quienes intentan abrirse
camino y escalar a la cumbre (tal como muestran los títulos de crédito de la
serie), quienes ya están establecido y tienen el poder de dictar las reglas de
la industria: Ace Amberg (interpretado por el célebre director Rob Reiner),
propietario de unos estudios cuya entrada remite directamente a los de los
antiguos estudios Paramount, por lo que su figura podría remitir (muy
remotamente) a la del productor Adolph Zukor); su esposa, Avis Amberg (Patti
LuPone), para mi gusto el personaje mejor trazado de la serie y que se verá
enfrentada a una complicada tesitura; Dick Samuels (Joe Mantello), responsable
del día a día del estudio, un gran profesional pero que tiene que ocultar sus
propios secretos; su asistente, Ellen Kincaid (Holland Taylor), que está
secretamente enamorada de su jefe; Henry Willson (Jim Parsons, a quien
recordaremos de la serie The Big Bang
Theory) un representante con pocos escrúpulos que prometerá a Rock Hudson
llevarlo al estrellato; y Jeanne Crandall (la por fin recuperada, tras la caída
de Harvey Weinstein, Mira Sorvino), una de las actrices más cotizadas de los
estudios de Ace Amberg. Y personajes reales como Vivien Leigh (Katie McGuinness), George Cukor (Daniel London), Hattie McDaniel (Queen Latifah) o Tallulah Bankhead (Paget Brewster). Unos y otros personajes, los consagrados y los recién
llegados, acabarán reuniéndose con motivo de una película sobre Peg Entwistle,
la actriz británica que se suicidó en 1932 arrojándose desde el cartel de
HOLLYWOOD (en aquel entonces, de HOLLYWOODLAND) que preside las colinas (en
concreto, subió y se precipitó desde la letra H) tras descubrir que habían cortado
muchas de las escenas en las que ella aparecía en Trece mujeres (1932) de George Archainbaud (las cuales fueron
añadidas en el reestreno del film en el año 1935, cuando el caso de la actriz había adquirido notoriedad).
Michelle Krusiec (a la izqda.) y Laura Harrier (a la dcha.) darán vida a un personaje real y a uno ficticio, respectivamente
Hollywood avanza en sus primeros episodios como si fuera la
reconstrucción vintage de una época
(la de los años 1947-1948, según se deduce de una de las películas reales a las
que se hace referencia, La barrera
invisible de Elia Kazan), con todas sus hipocresías y contradicciones pero,
de repente, da un giro que la convierte en una visión alternativa de lo que,
tal vez, pudo haber pasado pero, en realidad, no ocurrió. Y ello sucede cuando
la película sobre Peg Entwistle se convierte en una película sobre un personaje
ficticio, Meg, cuya vida reproduce la biografía de la actriz real pero
tratándose, en este caso, de una chica afroamericana que quiere triunfar en el
mundo del cine y no lo consigue. Lo que Hollywood
plantea, de este modo, es que, a finales de los 40, una película producida
por uno de los grandes estudios hubiera podido ser protagonizada por una actriz
de raza negra y pudiera ser destinada al gran público (había películas con
reparto íntegramente por actores afroamericano pero enfocadas comercialmente de
modo exclusivo a dicho segmento de público). Además, en el film, la protagonista
tendría como pareja a un chico de raza blanca lo cual constituía en dicho
momento un tema de gran controversia por la opinión negativa mayoritaria existente
en Estados Unidos sobre las relaciones sentimentales interraciales (basta
recordar la película Loving – 2016–
de Jeff Nichols, basada en hechos reales, para confirmarlo).
Laura Harrier y Dan Criss en un momento de Hollywood
Antes, he dicho que lo que se
muestra en Hollywood es relevante
para explicar lo que está sucediendo actualmente. Y lo es porque la serie lleva
implícita no solo un juicio moral sino una elección narrativa y una afirmación
teórica que son, ambas, discutibles y hasta capciosas. El juicio moral que se
hace y la afirmación teórica que se deduce de ella es que quienes tenían
responsabilidades de la industria a finales de los 40 optaron por un cine que
no afrontaba los problemas sociales de la época y no hicieron películas que
trataran de cambiar la realidad tal como era cuando sí tenían la capacidad para
poder realizarlas, algo respecto a lo cual se puede decir que pueden llevar
parte de razón pero que también es muy fácil hablar a toro pasado. Pero lo que
resulta increíble es la elección narrativa escogida: en vez de retratar lo que
sucedía verdaderamente en esos años (como hacía, por ejemplo, Frances – 1982– de Graeme Clifford en
relación a la trágica biografía de la actriz Frances Farmer), se opta por crear
una historia ficticia. ¿Por qué se hace esto cuando había suficientes hechos
reales que podían mostrar las injusticias dentro de la gran industria del
cine?¿Por qué no se cuenta lo sucedido durante “la caza de brujas de McCarthy”
y el triste destino que tuvieron que vivr cineastas como Abraham Polonski,
Herbert Biberman o Dalton Trumbo?¿Por qué no se retrata el esfuerzo de
productores independientes en los 60 y 70 para hacer un cine diferente y
socialmente más atrevido y punzante? Porque lo que tanto Hollywood como la decisión de HBO en relación a Lo que el viento se llevó nos quieren
hacer creer es que podemos confiar en la capacidad de la gran industria del
cine y sus actores principales (entre los que, ahora, están las grandes
plataformas de pago) para presentarnos unas obras capaces de desafiar los
prejuicios mayoritarios. Yo digo lo contrario: la gran industria del cine y sus
actores principales nunca van a ser quienes den el primer paso en hacer un cine
que desafíe dichos prejuicios sino que se acomodará siempre a las opiniones
mayoritarias, sean estas mejores, peores o regulares.
Maude Apatow y David Corenswate, un matrimonio en Hollywood que se verá sacudido por la ambición del marido en convertirse en actor
Si revisamos la historia del
cine, no es fácil comprobar que las películas que han desafiado las
convenciones sociales y han generado grandes polémicas y controversias nunca
han procedido del núcleo central de la gran industria sino que esta se ha unido
a la tendencia y a la ola favorables cuando otros, en los aledaños o en la
periferia de ese núcleo central, han abierto previamente el camino. En un
momento como el actual en el que existe una crisis de múltiples dimensiones y en
el que los espectadores pueden estar abiertos a cines y películas diferentes a
los convencionales y en los que la competencia en la oferta audiovisual se ha
intensificado hasta extremos insospechados (¿cuándo se ha podido pensar que una
película coreana como Parásitos ganara el Oscar a la Mejor Película?), ¿no es todo esto un intento de la
(nueva) gran industria para que confiemos en sus buenas intenciones cuando, en
realidad, esas buenas intenciones están abocadas a ser algo secundario dentro
de sus complejos y costosos mecanismos económicos y comerciales? Cuando se
necesitan grandes recaudaciones y millonarias cifras de espectadores para hacer
rentables grandes estructuras industriales, no nos engañemos, la tentación de
provocar queda muy lejos y la misma solo es patrimonio de las producciones
independientes y minoritarias. Que a la gran industria le moleste tener
competencia es lógico pero que nos tengamos que creer sus trucos de marketing para que nos olvidemos de que
esa competencia existe y tiene su importancia es otra cosa muy diferente.
Mira Sorvino, una actriz recuperada tras la caída del productor Harvey Weinstein
Pero es que hay un segundo
elemento en Hollywood que, frente a
las pretensiones progresistas de la serie, hacen de ella una obra esencialmente
conservadora. Porque uno de sus mensajes implícitos (quizás, el esencial) es
que no tenemos que poner en cuestión el sistema porque el mismo es
perfectamente reformable y a sus elementos fundamentales no hay que ponerles
ninguna objeción ni salvedad. Los Oscar, por ejemplo, su mecánica de concesión y la cultura y formas de
pensamiento, organización y jerarquía que hay detrás de estos premios no
representarían ningún objeto a discutir sino la presencia en el palmarés de los
mismos de representantes de diversos grupos raciales, étnicos y sexuales. El
problema no sería, por tanto, los mecanismos de unas estructuras en los que las
posibilidades de mejora y progreso son cada vez más reducidas sino cómo se
utilizan y se hacen funcionar dichos mecanismos. Ver que en la élite hay
diversidad de razas y tendencias sexuales puede crear el espejismo y hacernos
pensar que cualquiera tiene la oportunidad de triunfar y prosperar cuando, lo
que nos dice la realidad, es que el llamado ascensor social ha desaparecido
hace bastante tiempo y las diferencias de renta, estatus y posición no hacen
más que agravarse año tras año. ¿Recuerdan lo que dijimos con anterioridad
respecto a la desaparición del término “clasismo” en los rígidos criterios morales
que se están aplicando a las obras y creaciones del pasado? Pues, a pesar de
dicha rigidez, a ninguna obra se le critica o se pide su retirada de ningún
catálogo o plataforma por su carácter clasista aunque este es un defecto tan
atribuible a muchas películas como el de ser racista, machista u homófoba. ¿Qué
queremos decir con todo esto? Que tengamos cuidado y no valoremos
precipitadamente ciertas decisiones y ciertos relatos que, más allá de sus aparentes
y superficiales buenas intenciones, tienen un mensaje ideológico subliminal que
pretende ocultar la gran factura social que es, sin duda alguna, el gran
problema de nuestro tiempo y que los poderes establecidos no tienen ninguna intención de resolver.
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