En este artículo, comentamos la tercera temporada de Vergüenza, serie de la que se pueden ver todos sus episodios en Movistar +.
Hace algunos años que se creó la
etiqueta de “posthumor” para definir los trabajos de una serie de creadores que
se salían de los estándares habituales del humor y que se movían en terrenos
sorprendentes, desconocidos e invadidos por la perplejidad y la estupefacción.
Según un artículo de la revista Jot Down,
la creación del término se debe al crítico Jordi Costa y la misma fue utilizada
en el libro Una risa nueva. Posthumor,
parodias y otras mutaciones de la comedia (Editorial Nausicaa, 2010) y,
según las palabras del propio crítico, podía definirse como “la comedia donde
la obtención de la risa ya no es la primera prioridad. Es un humor que puede
primar la incomodidad, el malestar por encima de otras cosas. Puede servir para
hacer comentarios sociales, políticos o puramente filosóficos”. Aunque podía haber dudas o dificultades a la
hora de establecer la definición, sí que estaba bastante claro a qué obras y
autores se podían incluir en las mismas y, así, podemos citar las series La hora chanante, Muchachada nui y Museo
Coconut en las que aparecieron, entre otros, Joaquín Reyes, Ernesto Sevilla,
Raul Cimas, Julián López y Carlos Areces, al cineasta Juan Cavestany, con sus
películas Gente de mala calidad (2008)
y Dispongo de barcos (2010), y al
colectivo “Canódromo Abandonado” (formado por Julián Génisson, Lorena Iglesias
y Aaron Rux), que, en el año 2013, realizaron el film La tumba de Bruce Lee. Hasta aquí, la teoría. Lo que sucede es que,
a partir de un determinado momento, creo que el “posthumor” dejó atrás su
condición inicial para acabar siendo otra cosa, algo más importante y destacado.
Ya en 2013, la película Gente en sitios (2013) de Juan Cavestany se resistía a cualquier esquema clasificatorio rígido y se
convertía en un retrato preciso y alucinante del estado de ánimo de una época y
un lugar: la España postcrisis. En 2015, Berserker
(2015) de Pablo Hernando (aunque en una entrevista que hice al director en el año 2017 afirmó que su relación con el concepto de “posthumor” era
colateral o indirecta), protagonizada por Julián Génisson, se adentraba en
territorios narrativos tan originales y sugerentes que invitaban a pensar que
la etiqueta original había quedado ampliamente superada. Lo mismo nos hizo
pensar Esa sensación (2016) de Juan Cavestany, Julián Génisson y Pablo Hernando y Ayudar al ojo humano (2017) de Velasco Broca, Julián Génisson y Lorena Iglesias. Viene todo este preámbulo
a cuenta del estreno en Movistar + de la tercera temporada de Vergüenza, serie creada por Juan
Cavestany y Álvaro Fernández Armero y que constituye una de las más agradables
sorpresas en el panorama audiovisual español de los últimos años por su
atrevimiento en intentar conseguir un amplio espectro de público para un estilo
y un espíritu narrativo que se aleja por completo de cualquier esquema
convencional o adocenado. Cuando la comedia española de éxito se aferra cada
vez más a marcos estrechos y repetitivos, Vergüenza
supone una apuesta que se aparta completamente de dicha actitud.
Protagonizada por Javier
Gutiérrez y Malena Alterio (que conforman una pareja que funciona de forma
deliciosamente perfectamente ante la cámara), Vergüenza supone el cruce del humor excéntrico, heterodoxo y
desconcertante de Cavestany con los modos y maneras del humor más
contemporizador con los gustos mayoritarios del público que Fernández Armero ha
practicado en algunas de sus películas – recordemos, entre otras, las películas
Las ovejas no pierden el tren (2014)
y Si yo fuera rico (2019) y su
participación en las series El síndrome
de Ulises, Doctor Mateo, Con el culo al aire, Algo que celebrar y Allí abajo) –, de modo que el resultado
final se mueve, de modo más que atractivo (por las posibilidades que abre a la
comedia de este país), en un terreno que es en parte mainstream y en parte extravagancia. Posiblemente, la eficacia de Vergüenza reside en un mecanismo que es
sencillo pero que ha demostrado, a lo largo de las tres temporadas de la serie,
tener un potencial extraordinariamente versátil: la capacidad de la pareja
formada por los dos protagonistas en caer en situaciones ridículas va en
paralelo con su facilidad para avergonzarse de las mismas. Hay un matiz en la
serie que es fundamental para comprender de dónde nace su humor: la ridiculez
del matrimonio que interpreta los dos papeles principales no es, en realidad,
menor que al resto de personajes pero, frente a los demás, ellos sí que
manifiestan bochorno y sonrojo frente las situaciones que crean. En este punto,
Vergüenza acaba convirtiéndose, yo
pienso que deliberadamente, en retrato de muchas realidades de nuestro país en
el momento actual.
Si, en la primera temporada de la
serie, el mecanismo descrito funcionaba de modo puro y sencillo, consiguiendo,
por ello, plena eficacia, en la segunda temporada, para mi gusto, la serie se
dejó llevar en demasía por algunos de los elementos, tópicos y, hasta cabría
decir, vicios adquiridos de la comedia mainstream
nacional. Así, por ejemplo, y puede parecer un detalle menor pero pienso
que no lo es, el cambio de vivienda de los protagonistas de un bloque de pisos
a una urbanización de adosados, es una concesión a esa costumbre inexplicable
de nuestro cine y de nuestra televisión de fijar la residencia de sus
protagonistas en domicilios propios de clase media-alta prescindiendo de la
condición socioeconómica que se desprende de su situación. O, también, el
elemento escatológico que constituía el clímax del último episodio de la
segunda temporada, otra concesión al humor de brocha gorda que resulta
innecesaria en función del espíritu de Vergüenza.
Sin embargo, para satisfacción de los que nos consideramos seguidores de la serie,
su tercera temporada ha roto todas las expectativas y ha sido capaz de ofrecer
un producto con una tan cuidada elaboración y una perfección formal tan
sorprendente que, por méritos propios, es ya uno de los grandes hitos de la historia
de nuestra televisión.
Desde casi el arranque, la
referencia cinematográfica de la tercera temporada de Vergüenza es Falso culpable (1956)
de Alfred Hitchcock. Junto a ella (íntimamente ligado a ella, habría que
decir), se va articulando una trama de misterio que sirve para enganchar al
espectador desde el primer momento y que, visto cómo se inicia en el primer
episodio, resulta completamente imprevisible cómo se va a desarrollar en las
entregas posteriores. Junto a esos dos estupendos detalles del guion, es
necesario, por supuesto, mencionar la espléndida galería de secundarios que
constituyen el coro (¿de estulticia?) que rodea a la pareja protagonista. Está
Miguel Rellán, en el papel de padre de Malena Alterio, que traza con gran
maestría un personaje ambiguo, que es tan irónico como, a veces, cómicamente siniestro;
está esa pareja, que viene y va, cuya relación resulta tan curiosa como extraña
y que se pelea y, sobre todo, se reconcilia con escasas explicaciones por parte
del guion, formada por Vito Sanz e Itsaso Arana; está la genial incorporación
de esa extraordinaria actriz que es María Hervás, que sirve para que la serie
entre en el terreno de lo políticamente incorrecto; está ese Pol López que encarna
magistralmente a un personaje desinhibidamente hortera y descarado y que acaba
siendo clave en el desarrollo final de la trama…
En definitiva, un conjunto de
virtudes que abarcan los aspectos narrativos e interpretativos de la serie y que
hacen de ella una perla rara en un panorama audiovisual poco dado al riesgo y
la audacia. Vergüenza se atreve a
romper con tópicos y convenciones y se convierte, sin perder un ápice de su humor,
en un espejo que devuelve una imagen incómoda y poco agraciada de una realidad
que ofrece todo tipo de fricciones, disfunciones y aspectos grotescos, los
cuales son mostrados con nulo reparo, peculiar inteligencia y descomunal
agudeza.
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