STAR WARS: EL ASCENSO DE SKYWALKER DE J. J. ABRAMS. LA ENORME MASA GRAVITATORIA DE UNA SAGA MÍTICA


TÍTULO: Star Wars: El ascenso de Skywalker. TÍTULO ORIGINAL: Star Wars: Episode IX – The Rise of Skywalker. AÑO: 2019. NACIONALIDAD: Estados Unidos. DIRECCIÓN: J. J. Abrams. GUION: J. J. Abrams, Derek Connolly, Chris Terrio y Colin Trevorrow. MONTAJE: Maryann Brandon y Stefan Grube. DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA: Dan Mindel. MÚSICA ORIGINAL: John Williams. INTÉRPRETES PRINCIPALES: Carrie Fisher, Mark Hamill, Adam Driver, Daisy Ridley, John Boyega, Oscar Isaac, Anthony Daniels, Naomi Ackie, Domhnall Gleeson, Richard E. Grant, Lupita Nyong’o, Keri Russell, Joonas Suotamo, Kelly Marie Tran, Ian McDiarmid, Billy Dee, Williams, Greg Grunberg, Shirley Henderson, Billie Lourd, Dominic Monaghan, Harrison Ford. DURACIÓN: 142 minutos. PÁGINA WEB OFICIAL: https://disney.es/peliculas/star-wars-el-ascenso-de-skywalker.

CALIFICACIÓN: 

¿Ha terminado, realmente, la saga de La guerra de las galaxias con el episodio IX, El asecenso de Skywalker? Probablemente, la respuesta no resida en factores artísticos o creativos sino, por desgracia, puramente empresariales. Mientras que el seguir utilizando la marca Star Wars dé beneficios, surgirán nuevos productos y nuevos formatos que despertarán críticas y división de opiniones que, a su vez, provocarán que los mismos sigan teniendo protagonismo en medios de comunicación y redes sociales, de forma que ello alimentará que sigan apareciendo nuevos sucedáneos de la obra original. Ahí tienen, por ejemplo, todo lo que ha dado de sí la saga Star Trek, la cual, tras 53 años de existencia (once años más que la de Star Wars), aún sigue prologándose con nuevas películas y series, la última Star Trek: Picard, que se va a poder ver próximamente en Amazon Prime Video. El gran problema que se deriva de ello es qué grado de calidad y de consistencia se puede lograr con las nuevas obras. Y lo que ha sucedido con la tercera trilogía de La guerra de las galaxias es que no ha logrado alcanzar el nivel que llegaron a tener las dos primeras. Algo que ha ocurrido también con las películas independientes relacionadas con la saga (Rogue One: Una historia de Star Wars – 2016– de Gareth Edwards y Han Solo: Una historia de Star Wars – 2018– de Ron Howard) que no han logrado dejar la misma huella que sus predecesoras. Y todo ello tiene un motivo poderoso y principal.




Echemos la vista atrás. La primera trilogía se rodó entre 1977 y 1983 (La guerra de las galaxias – 1977– de George Lucas, El imperio contraataca – 1980– de Irvin Kershner y El retorno del Jedi – 1983– de Richard Marquand) y la segunda entre 1999 y 2005 (La amenaza fantasma – 1999–, El ataque los clones – 2002– y La venganza de los Sith – 2005– de George Lucas), la cual relataba los acontecimientos que conducían hasta lo visto en las tres primeras películas. Cuando en 2015 se estrenó El despertar de la fuerza de J. J. Abrams, habían pasado 32 años desde que la primera trilogía había concluido. Y ello daba lugar a un problema que se ha demostrado irresoluble. Esa primera trilogía había tenido la gran virtud de crear toda una serie de personajes carismáticos, todos ellos reconocibles y fácilmente identificables para cualquier espectador (Luke Skywalker, la princesa Leia, Han Solo, Darth Vader, Obi-Wan Kenobi, Chewbacca, C3-PO, R2-D2, Lando Calrissian, el emperador Palpatine), un logro que era muy difícil repetir en una nueva trilogía. Pero, como habían pasado los 32 años mencionados entre El retorno del Jedi y El despertar de la fuerza, todos esos personajes (lógicamente, los que seguían vivos en la historia) carecieron de desarrollo y plasmación cinematográficos durante tres décadas, de modo que, cuando llegó la trilogía final, hubo que inventar un desenlace para ellos sin poder cubrir satisfactoriamente un arco de evolución completo. Todos los nuevos personajes incorporados a la historia tuvieron que irse ganando su carisma en presencia de otros que tenían mucho más carisma que ellos. Y, evidentemente, no lo han logrado porque el terceto formado por El despertar de la fuerza, El último Jedi (2017) de Rian Johnson y El ascenso de Skywalker ha dudado sistemáticamente entre repetir los esquemas de la trilogía original o probar con esquemas nuevos y renovados. Y, aunque estas tres películas han tenido sus grandes momentos y, posiblemente, no sean tan nefastas como sus detractores han afirmado, el resultado final sufre el lastre de esa indecisión que, como toda indecisión, suele ser letal a efectos artísticos y creativos.




Si El despertar de la fuerza siguió, casi al pie de letra, el esquema narrativo de la película original de 1977, lo cual la convirtió en una obra gris y sin alma, creo que El último Jedi logró, a pesar de las críticas que recibió y la rebelión que provocó en los seguidores, reinventar plenamente la saga y acomodar en la misma esquemas narrativos y de guion propios del siglo XXI, algo que no cabía interpretar (como se hizo en parte) como una traición al espíritu de la saga sino como una revitalización del mismo con nuevas formas y maneras. Ahora, con abandono previo de Colin Trevorrow (quien iba a ser el director original del film) mediante, El ascenso de Skywalker ha optado por lo que cabríamos definir como camino intermedio: la película tiende a seguir el esquema y estructura de El retorno del Jedi (con el personaje de Daisy Ridley tentada por el mal mientras que, en paralelo, las fuerzas de la Resistencia luchan contra las poderosas naves de La Primera Orden) pero introduce algunos elementos nuevos que han vuelto a desconcertar a los seguidores más incondicionales de la saga. En especial, en vez de un clímax eminentemente físico y de acción, la película apuesta por un clímax en el que la elipsis y la contención (el espectador tiene que intuir en gran medida lo que pasa por las cabezas de Daisy Ridley y Adam Driver, porque el film no lo hace explícito en absoluto), por un lado, y los elementos psicológicos, por otro, tienen un mayor protagonismo y acaban plasmando una heroína que duda, que teme y que tiene que moverse en una permanente incertidumbre y un villano que, en realidad, ansía escapar del lado oscuro y encontrar su propio camino de redención.



Con ello, estamos diciendo que nada es blanco o negro en esta película y se mueve, sobre todo en el último tercio, en un perturbador territorio de indefinición que culmina en un desenlace coherente con la opción elegida: nuestra identidad no viene dada de una vez por todas y podemos recrearla y reinventarla hasta ser alguien distinto a quien creíamos que estábamos condenados a ser. Lástima que, posiblemente por motivos comerciales, esta moraleja no se haya aplicado a la trilogía misma y no se haya atrevido a un replanteamiento radical del desarrollo de la saga. Si hubiera optado por este camino, seguro que hubiera podido obtener un resultado cinematográficamente mucho más estimulante, lo cual, añadido a muchos momentos de gran belleza visual que la película logra (como todas las secuencias que se desarrollan en torno a esa nave naufragada en medio de un oleaje descomunal), nos hubiera permitido acabar teniendo un mejor recuerdo de El ascenso de Skywalker del que, finalmente, vamos a tener.


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