ROMA DE ALFONSO CUARÓN. EL PASADO RE-CREADO.




TÍTULO: Roma. TÍTULO ORIGINAL: Roma. AÑO: 2018. NACIONALIDAD: México-Estados Unidos. DIRECCIÓN, GUION Y DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA: Alfonso Cuarón. MONTAJE: Alfonso Cuarón y Adam Gough. INTÉRPRETES PRINCIPALES: Yalitza Aparicio, Marina de Tavira, Diego Cortina Autrey, Carlos Peralta, Marco Graf, Daniela Demesa, Nancy García García, Verónica García, Andy Cortés, Fernando Grediaga, Jorge Antonio Guerrero, José Manuel Guerrero Mendoza, Latin Lover. DURACIÓN: 135 minutos. PÁGINA WEB OFICIAL: https://www.netflix.com/es/title/80240715.

CALIFICACIÓN:



La filmografía del director mexicano Alfonso Cuarón es tan diversa como desconcertante. Realizador de películas provocadoras como Y tu mamá también (2001), de superproducciones estadounidenses dirigidas a todo el público como La princesita (1995), Grandes esperanzas (1998) o Harry Potter y el prisionero de Azkaban o de películas de ciencia-ficción articuladas a través de grandes alardes formales como Hijos de los hombres (2006) y Gravity (2013), ahora ha afrontado un nuevo reto con Roma, una película producida por Netflix que arrastra con la carga del absurdo debate de si un film financiado por la plataforma online debe ser considerado cine o no. Absurdo porque ya con anterioridad muchas películas de Ingmar Bergman (como El rito – 1969 –, Secretos de un matrimonio – 1973 –, La flauta mágica – 1975 –, De la vida de las marionetas – 1980 –, Fanny y Alexander – 1982 –, Creadores de imágenes – 2000 – o Saraband – 2003 –), El diablo sobre ruedas (1971) de Steven Spielberg, El día después (1983) de Nicholas Meyer y muchas adaptaciones literarias realizadas en España en las décadas de los 80 y 90 (La plaza del diamante – 1982 – de Francesc Betriu, Valentina – 1982 – y 1919, Crónica del alba – 1983 – de Antonio José Betancor o El abuelo – 1998 – de José Luis Garci) fueron en su origen obras televisivas y fueron proyectadas en pantalla grande sin que hubiera ningún tipo de escándalo o polémica. Que, ahora, la triunfadora del último Festival de Venecia se haya encontrado con reticencias por parte de muchos distribuidores en exhibirla en cines se debe a la competencia que les supone Netflix y a su idea de que aceptar Roma serviría a la plataforma (al ser una obra de calidad y prestigio) para hacer publicidad de sus productos y, por tanto, han concluido que lo que deben hacer es no seguirle el juego. Puede ser más o menos discutible pero esto es un tema de pugnas empresariales que no tiene nada que ver con cuestiones artísticas. Roma es tan cine como puede serlo una película producida por Sony, la Fox o El Deseo. Y, a partir de esa premisa, es como creo que se debe hacer su valoración.








Roma se desarrolla en el México de finales del año 1970 y principios de 1971. Cleo es la criada de una familia de clase media-alta, en la que el padre es médico. La película relata unos meses la vida cotidiana de este grupo humano, con sus pequeños y grandes dramas. Varios temas se desarrollan a lo largo de la narración. Posiblemente, el principal sea la condición subordinada de la mujer en una sociedad profundamente machista y autoritaria a pesar de los presuntos rasgos de modernidad que parecen ir aflorando en ella. Ese machismo, simbólicamente expresado a través del enorme coche del marido que apenas cabe en la entrada de la casa, narrativa y dramáticamente se plasma en que, a pesar de las abismales diferencias de clase social existentes entre la señora de la casa y la criada, ambas mujeres acaban sufriendo los perjuicios derivados de la mentalidad y cultura dominantes. Además de esta potente línea argumental, la película muestra (como un hecho paralelo de una estructura rígida y fuertemente jerarquizada) la represión ejercida por el poder contra los grupos y colectivos críticos, represión que no tiene escrúpulos en aplicar la violencia más extrema. Y, como un tercer vector en la trama sociológica del film, está la diferencia étnica (y hasta idiomática) entre la familia y las criadas (que hablan entre ellas no en español sino en mixteco), como una dimensión más de las relaciones de poder y dominio existentes.

No obstante, el relato de Roma no se circunscribe a la reconstrucción de la realidad social mexicana de principios de los años 70. Mediante apuntes sorpresivos, la película se abre a lo espiritual y a lo sobrenatural, con esas apariciones del profesor Zovek, con esos encuadres hacia cielos surcados por aviones lejanos que se dirigen a un destino cierto y señalado y con ese soberbio y sorprendente plano-secuencia que representa el climax del film y que es, a la vez, acto de redención, de superación y de reivindicación individual (aunque, eso sí, debo decir que se parece demasiado, no desde el punto de vista formal pero sí del de funcionalidad dramática, a una escena similar que vimos recientemente en Maria (y los demás) – 2016 – de Nely Reguera).




¿Qué es lo que me acaba chocando de Roma? Decía Jean-Luc Godard a propósito de Kapò (1960) de Gillo Pontecorvo que era inmoral realizar un travelling en una película que se desarrollaba en un campo de concentración, esto es, que era inapropiado buscar la belleza o el alarde formal cuando se retrataba una realidad tan cruel e inhumana como la que se había vivido en los centros de internamiento nazis. Yo, sin llegar a un comentario tan extremo, sí que creo que parece existir una cierta contradicción entre el preciosismo formal y el deslumbrante blanco y negro de las imágenes de Roma con la dura y áspera realidad que el film nos muestra. ¿Cómo salvamos este abismo entre forma y fondo? Quizás, con esa idea que se deja deslizar en la primera escena, mientras aparecen los títulos de crédito, en la que vemos cómo las criadas limpian el suelo de la entrada de la casa de los excrementos que ha dejado el perro de la familia: que Roma no busca ser el retrato exacto de la realidad que muestra sino un retrato depurado y re-creado, limpiado de angustias, dolor y tensiones. En este sentido, el principal defecto de Roma provendría, posiblemente, del espíritu de época de nuestro tiempo, en el que, de manera creciente, domina lo aséptico y lo políticamente correcto, y donde apenas caben ya los discursos y los estilos viscerales de un Pasolini, de un Bertolucci o, hablando de películas concretas, del Buñuel de Los olvidados (1950) o del González Iñárritu de Amores perros (2000).



TRÁILER DE LA PELÍCULA:



Comentarios