Uno de los hechos más insólitos de la cinematografía española es la presencia de un nutrido grupo de cineastas que, lejos de dejarse llevar por convencionalismos y patrones narrativos clásicos, optaron por la vanguardia, la audacia y la experimentación. Aunque podríamos remontarnos al período anterior a la Guerra Civil (con nombres tan señeros como el de Segundo de Chomón y, aunque desarrolló casi toda su carrera fuera de España, Luis Buñuel), quizás haya que empezar haciendo referencia a la figura del realizador barcelonés Lorenzo Llobet Gràcia (1911-1976), con una larga trayectoria como cortometrajista a sus espaldas antes de dirigir su imprescindible Vida en sombras (1949), canto sobre el amor apasionado (y hasta casi obsesivo) por el cine que todavía sorprende por sus formas visuales y narrativas y su fresca modernidad. Durante las décadas siguientes, figuras como las de Pere Portabella, Jacinto Esteva, Javier Aguirre y su anticine, Joaquim Jordà, Antoni Padrós, Paulino Viota, Iván Zulueta, Juan Sebastián Bollaín, Gonzalo García-Pelayo o Manuel Huerga hasta llegar a nombres actuales como Luis López Carrasco, Mauro Herce, Miguel Llansó, Armand Rovira o Lois Patiño (y nos quedamos decenas de nombres en el tintero). Pero, dentro de todos estos nombres, hay uno que destaca especialmente y es la del granadino José Val del Omar (1904-1982), no solo un excepcional director de vanguardia sino uno de los cineastas más importantes de toda la historia de nuestro país.
Fotograma de Fuego en Castilla de José Val del Omar
Calificar a José Val del Omar simplemente como "cineasta experimental", sin ser erróneo, es excesivamente simplista. Porque, aunque a lo largo de su trayectoria, es cierto que experimentó con toda una serie de técnicas arriesgadas e innovadoras, no es menos verdad que los tres títulos que integran el "Tríptico elemental de España" (Aguaespejo granadino, Fuego en Castilla (Tactilvisión del páramo del espanto) y Acariño galaico (De barro)), obra cumbre de su filmografía, están lejos de ser pruebas, ensayos o tentativas en la medida en que son películas rotundas, redondas y contundentes, con una factura visual irreprochable y un discurso de inusitadas profundidad y hondura. No solo eso: si comparamos estos tres films con buena parte del cine de vanguardia posterior a nivel internacional, es inevitable que no nos domine cierta sensación de que el mismo está intentando recorrer un camino que Val del Omar ya había recorrido antes a esa "velocidad de la luz" a la que el director granadino hace referencia al final de Fuego en Castilla. Parecería que Val del Omar, lógicamente con medios exclusivamente analógicos, se adelanta en al menos medio siglo en toda una serie de efectos expresivos e ideas subyacentes y dejó una obra, casi un legado, que solo pudiera ser interpretado y valorado varias décadas después de su realización.
Fotograma de Fuego en Castilla de José Val del Omar
En "Tríptico elemental de España", hay dos niveles de lectura que no chocan entre sí sino que se realimentan entre ellos a la vez que quedan engarzados entre sí por la propia armonía que late en el interior de cada uno de ellos, una armonía que nace del "hambre de absoluto", la búsqueda de una mirada totalizadora que abarque todo el tiempo y todos los elementos de la realidad coexistiendo entre sí no de manera estática sino plenamente dinámica y en continua tensión (cuando, en nuestro anterior artículo sobre el certamen, hablamos del cine de Deborah S. Phillips, ya dijimos algo parecido en relación al cine de esta realizadora alemana). Si nos detenemos en los pocos y breves rótulos que aparecen en Fuego en Castilla, ya podemos detectar un signo de ese afán totalizador. Por un lado, al principio, vemos una cita de Federico García Lorca: "En España, todas las primaveras viene la muerte y levanta las cortinas". Por otro, casi a continuación, se indica que el film gira "sobre la clave española de Antonio Almagro, los ritmos castellanos de Vicente Escudero y las imágenes de Alonso Berruguete y Juan de Juni". No sorprende, en primera instancia, la referencia a los autores de las esculturas que veremos a lo largo de la obra; tampoco termina sorprendiendo que se aluda al bailarín y coreógrafo Vicente Escudero, ya que Fuego en Castilla (y, por extensión, los otros dos títulos del tríptico) son auténticas danzas de sonidos, palabras e imágenes; pero sí que puede llamar la atención que se mencione a Antonio Almagro, autor falangista aunque (en virtud a su adhesión a la pureza del pensamiento joseantoniano) crítico con la evolución del régimen franquista. Que Val del Omar haga convivir a García Lorca y a Almagro en su película no es solo llamativo sino ilustrativo de una mirada con afán totalizador.
Fotograma de Fuego en Castilla de José Val del Omar
Si intentamos profundizar en el pensamiento de Antonio Almagro (el cual, aparte de sus libros, es accesible gracias a un documental titulado Nueva visión de la Historia, realizado con fines de adoctrinamiento para los miembros del Frente de Juventudes y del que solo se conservan fragmentos de su arranque), percibimos una serie de elementos (visión estrictamente católica de la Historia de España y creencia tanto en el carácter inmutable de lo español sostenido por los rasgos del pueblo íbero aportados antes de la invasión romana como en la existencia de una misión sagrada de España dentro del contexto de lo universal) que, en su sentido literal, no aparecen de forma evidente en los trabajos de Val del Omar. No obstante, ese tipo de visión, en la que se contempla la Historia como un "continuo" desde los tiempos prerromanos hasta el presente sí que está presente en todo el tríptico, aunque en un sentido creo que bastante diferente al que Almagro postuló y defendió. Val del Omar introduce en sus imágenes elementos que forman parte de la cultura hispánica, que ni para Almagro son relevantes ni formaban parte de la ortodoxia cultural de la época defendida por el régimen de Franco. Así, la presencia de lo pagano en Acariño galaico (De barro) y de lo gitano y lo musulmán en Aguaespejo granadino (que, por momentos, podemos contemplar como un trasunto en imágenes del Romancero gitano de Lorca), presencia no meramente testimonial sino absolutamente protagonista y estructural, nos hace pensar que Val del Omar pone un pie sobre determinadas visiones de su tiempo (que, a su vez, están enraizadas en visiones de tiempos anteriores) para situarse en un plano superior a ellas e integrar toda una serie de dimensiones culturales españolas (que, muchas veces, parecen incompatibles entre sí) en un conjunto deslumbrante, fascinante y que casi parece fruto de una hechicería esotérica e inexplicable.
Fotograma de Fuego en Castilla de José Val del Omar
Pero en absoluto cabe pensar que los trabajos de Val del Omar solo pueden ser contemplados como representaciones de la cultura hispánica que solo seremos capaces de comprenderlas cabalmente en nuestro país. El tratamiento estético y visual que lleva a cabo el cineasta granadino puede ser explicado como el tomar elementos de la cultura propia para elevarlos a la categoría de lo universal y, en este caso, podemos afirmar que la visión prácticamente panteísta del cine de Val del Omar se asienta sobre las figuras de místicos como Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz para alcanzar, a través del cine, si no una experiencia religiosa sí una experiencia visual inefable desconectada de un sustrato racional y tangible inmediato. Las imágenes del "Tríptico elemental de España" terminan separándose de su referencial real y estrictamente local (en realidad, se separan de cualquier tipo de referencia previa que podamos considerar o tener en cuenta) para convertirse en expresión de sentimientos, sensaciones, percepciones y conexiones que llegan directamente al subconsciente para generar en el espectador una experiencia visual única, abrumadora e irrepetible.
Fotograma de Aguaespejo granadino de José Val del Omar
Val del Omar logra aunar música, palabras y sonidos para crear una imponente coreografía total en la que los motivos visuales danzan al ritmo de una banda sonora imposible e hipnótica y se acaban transfigurando para mostrar facetas y dimensiones desconocidas que nos conducen a la más absoluta perplejidad. Podríamos calificar, en una definición apresurada, a la estética de Val del Omar como expresionista pero, aunque en algunos momentos ello se ajusta a la factura visual de sus fotogramas, late en el interior del discurso de su obra una búsqueda afanosa tanto de lo hermoso como de lo excelso que está muy lejos de lo que el ideario del expresionismo suele encerrar. Y es que si antes decíamos que el cineasta granadino trascendió el pensamiento que le sirvió de punto de partida, lo mismo cabe decir de la estética que pudo servirle de fuente de inspiración. De este modo, el "Tríptico elemental de España" puede ser visto como un proceso de ascenso a partir de bases discursivas y estéticas muy concretas para llegar a alcanzar niveles visuales y conceptuales raramente alcanzados en toda la historia del cine. El afán totalizador (y, por ende, de elevación para alcanzar una perspectiva global) de Val del Omar se revela ya en la propia estructura de su trilogía ya que cada uno de los tres títulos giran en torno a un elemento diferente de la naturaleza.
Fotograma de Aguaespejo granadino de José Val del Omar
Efectivamente, Fuego en Castilla, tal como su título anuncia, tiene como núcleo central la idea de "fuego", Aguaespejo granadino, evidentemente, gira en torno a la idea de "agua" y, finalmente, Acariño galaico (De barro) se articula en torno a la idea de "tierra". Para estructurar esta visión, que podríamos denominar cósmica, Val del Omar recurre, a su vez, a tres ámbitos territoriales diferentes de nuestro país: Castilla, Granada y Galicia, respectivamente (observemos, para subrayar una idea que ya hemos expresado con anterioridad que, lejos de centrar el alma y esencia de España en la identidad de Castilla -algo que resultaba muy grato al pensamiento nacido de la generación del 98 y al ideario oficial del régimen político imperante en España a partir de 1939-, el "Tríptico elemental de España-, aporta una interpretación del alma hispana basada en la diversidad). De este modo, la obra de Val del Omar anhela alcanzar esa visión de plena lucidez (a la que, como hemos dicho, ya hicimos referencia en los trabajos de la cineasta alemana Deborah S. Phillips, que también hemos podido ver en la presente edición de esta Mostra) en la que el todo y las partes las percibimos simultáneamente y claramente diferenciados y en armonía mutua, es decir, la materialización a nivel artístico de lo que, a nivel científico, no ha podido tener lugar aún.
Fotograma de Acariño galaico (De barro) de José Val del Omar
Esto ultimo que hemos dicho es lo que explica las palabras de Gonzalo Sáenz de Buruaga, figura clave en la recuperación y conocimiento de la obra del cineasta granadino, que explica los trabajos de Val del Omar en los siguientes términos: "Val del Omar nos sumerge en una grandiosa sinfonía en la que el orden del mundo salta en pedazos bombardeados, como en un reactor de partículas, por la energía y profundidad de su visión. Como en el cosmos subatómico, todo es ritmo, desnivel y cambio incesante. Los elementos de ese universo son, más que dinámicos, caóticos, etapas transitorias en el flujo incesante de la transfiguración". Hay, en el fondo del cine de Val del Omar, un poso profundamente optimista. Las frases con las que concluyen Fuego en Castilla nos reafirman en esa opinión, que supondría contemplar el "Tríptico elemental de España" como ceremonia de gozo y celebración: "El que ama, arde, y el que arde vuela a la velocidad de la luz. Porque amar es ser lo que se ama".
Fotograma de Acariño galaico (De barro) de José Val del Omar
Por todo lo que hemos dicho, ha sido completamente oportuno el que la obra cumbre de Val del Omar haya podido ser revisada en la XII Mostra de Cinema Periférico de A Coruña y ampliamente clarificador que se hayan proyectado trabajos posteriores de otros autores en los que se pueden encontrar paralelismos y ecos de la pirotecnia visual del cineasta granadino, como Eaux d'artifice (1953) de Kenneth Anger, Hurry, Hurry! (1957) de Marie Menken, The Adventure Parade (2000) de Kerry Laitala, Cyclops Observes the Celestial Bodies (2015) de Ken Jacobs o Levantamiento de una isla (2017) de Valentina Alvarado. Tanto el conocimiento del "Tríptico elemental de España" como su adecuada contextualización dentro del cine de vanguardia y dentro de la historia del cine en general es absolutamente necesario para situar la figura de Val del Omar y lograr que sea reconocida como lo que realmente es: uno de los cineastas más importantes de la historia de nuestro cine y de toda la historia del séptimo arte. Dicha reconocimiento supondría todo un acto de justicia para un genio que, posiblemente, aún no sea lo suficiente conocido por el público a pesar de su importancia, trascendencia y relevancia.
Fotograma de Acariño galaico (De barro) de José Val del Omar
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