Tal como hicimos el año pasado, este año volvemos a comentar el My French Film Festival, la muestra online que nos ha traído, desde el 16 de enero al 16 de febrero, títulos recientes del cine en lengua francesa que no forman parte de las películas que han tenido mayor repercusión de sus respectivas cinematografías. 11 largometrajes y 15 cortometrajes forman parte de la selección del certamen y todas ellas pueden despertar, en principio, el interés de cualquier espectador por sus temas, sus planteamientos y sus repartos. Tras verlas, el conjunto es inevitablemente desigual pero indudablemente atractivo. A lo largo de tres artículos, comentaremos, en primer lugar, seis de los largometrajes presentados; en el segundo artículo, presentaremos la reseña de los cinco largometrajes restantes y, finalmente, en el tercer artículo, hablaremos de los cortometrajes seleccionados para el festival.
Empezamos comentando la que es, en nuestra opinión, la mejor película del certamen. Protagonizada por Gaspard Ulliel (a quien hemos visto en Solo el fin del mundo de Xavier Dolan y en Un pueblo y su rey de Pierre Schoeller, aparte de en el anuncio de Bleu de Chanel dirigido por Martin Scorsese, claro está), Gérard Depardieu y Lang Khê Tran, Los confines del mundo tiene ecos de Apocalypse Now de Francis Ford Coppola, de Platoon de Oliver Stone y de El amante de Jean Jacques Annaud. Un soldado del ejército francés destinado en Indochina tras finalizar la II Guerra Mundial se obsesiona con vengarse de un teniente de Hô Chí Minh después de que este haya asesinado a su hermano y a su cuñada. Esa obsesión se acaba transformando en una espiral de delirio que se agravará tras iniciar una relación con una chica vietnamita. Película de gran contención interpretativa (sorprendente en el caso de un Gérard Depardieu a la altura de sus mejores papeles) y notable brillantez estética, Los confines del mundo se acaba convirtiendo en una reflexión sobre cómo los mecanismos de la guerra y la violencia acaban dominando al individuo y llevando a este a un callejón sin salida en la que solo el uso agresivo de la fuerza parece proporcionar un motivo que justifique seguir viviendo.
El escape, por debajo de su apariencia de thriller, esconde un retrato de la situación en Siria en el contexto de su guerra civil y del que, en su día, era preocupante avance del ISIS. Basada en hechos reales, a través de la marcha de una ciudadana francesa con su hijo (sin consentimiento del padre) a Raqqa (ciudad que era capital del Ejército Islámico) para ingresar en las filas de este último, El escape muestra los mecanismos de captación y funcionamiento de dicha organización y las limitaciones de la autoridades diplomáticas y de las ONGs que operan en la zona para poder desarrollar una actuación eficaz. Aunque es una película que sabe administrar hábilmente la tensión a lo largo de toda la trama y combina con eficacia el desarrollo argumental con pinceladas precisas y eficaces sobre la situación del país, la resolución final peca de cierta precipitación y simplicidad desluciendo el conjunto. En definitiva, El escape es una película que se deja ver sin desagrado pero que hubiera podido llegar a tener un resultado mejor que el que finalmente nos ofrece.
Para hacerse una idea de cómo es Perdrix, podríamos hablar del cine de Wes Anderson con sus familias endogámicas y disfuncionales y sus situaciones cándidamente provocativas e ingenuamente absurdas, aunque, eso sí, sin su peculiar cromatismo estético y visual. La muerte prematura de un padre parece dejar a su esposa y a sus hijos congelados en un momento temporal del pasado e incapaces de progresar y avanzar en sus vidas. Sin embargo, como suele suceder siempre en estos casos, un elemento externo, una viajera que llega al peculiar pueblo donde vive la familia protagonista, pondrá patas arriba el mundo de los protagonistas y les hará salir del artificial cascarón en el que han decidido refugiarse de sus miedos y temores. Con un brillante reparto liderado por la veterana Fanny Ardant, Swann Arlaud y Maud Wyler, la película se beneficia de los deliciosos momentos en los que se refleja la indolencia del cuerpo de policía del lugar (algo típico y tradicional en las películas francesas, véase, si no, las películas de Chabrol) y el curioso comportamiento de ese grupo de nudistas revolucionarios que acabarán teniendo un peso decisivo en el desenlace. Como resumen, podemos decir que Perdrix encierra la virtud de llegar a ser entrañable sin dejar de ser contundentemente sarcástica.
Comienza de manera impactante la película codirigida por Jonathan Vinel y Caroline Poggi, comienzo que nos lleva a un futuro distópico en el que abundan los huérfanos, ejércitos de drones persiguen a los marginados y una mujer se convierte en líder de un grupo de muchachos sin norte ni expectativas que la convierten en una especie de nueva mesías. Sin embargo, desgraciadamente, poco a poco la película se va desinflando y las expectativas iniciales van quedando frustradas, en la medida en que, conforme avanza el argumento, la película deja ver la escasez de medios con la que está realizada y, sobre todo, la ausencia de ideas con la que enriquecer y desarrollar la premisa inicial. Al final, queda como una obra interesante pero muy por debajo de lo que su gran arranque prometía.
Los meteoritos es un film que nos trae de inmediato a nuestra memoria películas como Joven y bonita de François Ozon o la reciente La inocencia de Lucía Alemany. Porque, efectivamente, tanto la opera prima de Romain Laguna como los dos films que acabamos de mencionar giran en torno a una chica joven que, lejos de tener miedo frente a la vida y las nuevas experiencias, las afronta con decisión, audacia y sin que ningún tipo de temor o cautela parezca intimidarle. Protagonizada por la debutante Zéa Duprez, ese meteorito que cae desde el cielo, que es visto únicamente por ella y que se lanza a buscarlo tras su primera decepción sentimental, viene a ser una metáfora de la irrupción en la biografía del personaje de nuevas emociones, nuevas expectativas y nuevas posibilidades vitales y de su voluntad de afrontarlas y absorberlas con plena convicción y consciencia. En consonancia con la edad y coyuntura vital de la protagonista, la película está narrada con gran agilidad y desenvoltura y la historia logra fluir con ligereza y plena eficacia. Por todo lo dicho, Los meteoritos acaba siendo una película agradable que cumple su propósito de forma más que satisfactoria.
El Tour de Francia es una colosal competición deportiva que, más allá de sus etapas y de los rivales en liza, posee un magnetismo que viene marcado por los ascensos a cumbres míticas (Tourmalet, Glandon, Galibier, Alpe d'Huez, Mont Ventoux, La Croix de Fer, Puy de Dôme, Val Louron...) que se convierten en los momentos culminantes de la prueba que logran atraer a millones de espectadores ante las cámaras de televisión y a centenares de aficionados en los márgenes de las carreteras que conducen a los puertos de montaña que sellan destinos victoriosos y momentos de gloria y derrota. La caravana recoge lo que sucede días antes de la subida a uno de esos puertos, el Izoard, cuando los fanáticos de la carrera empiezan a ocupar las lindes de la subida para estar en primera línea el día de la llegada de la etapa. Aunque el primer tramo del film se centra en la pasión de los aficionados y el modo en que están enganchados a las vicisitudes de la carrera, cuando la etapa efectivamente llega, la película se convierte en otra cosa: en el retrato de la distancia que siempre media entre las expectativas de lo que está por venir y lo que realmente sucede cuando llega lo que se espera con tanta ansia. Posiblemente, esa realidad pilló de improviso a los realizadores del film de modo que el resultado final es algo deslavazado y precario, aunque no es menos cierto que el documental tiene determinados momentos que dejan buen sabor de boca tanto a los aficionados al ciclismo como a los espectadores amantes del género.
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