HISTORIA DE UN MATRIMONIO DE NOAH BAUMBACH. DISECCIÓN CON MIEDO ESCÉNICO AL MUNDO DE LA PAREJA



TÍTULO: Historia de un matrimonio. TÍTULO ORIGINAL: Marriage Story. AÑO: 2019. NACIONALIDAD: Estados Unidos-Reino Unido. DIRECCIÓN Y GUION: Noah Baumbach. MONTAJE: Jennifer Lame. DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA: Robbie Ryan. MÚSICA ORIGINAL: Randy Newman. INTÉRPRETES PRINCIPALES: Scarlett Johansson, Adam Driver, Merritt Wever, Laura Dern, Ray Liotta, Julie Hagerty, Mark O’Brien, Wallace Shawn, Alan Alda, Robert Smigel, Martha Kelly. DURACIÓN: 136 minutos. PÁGINA WEB OFICIAL: https://www.netflix.com/es/title/80223779.

CALIFICACIÓN: 

Hasta dirigir Historia de un matrimonio, Noah Baumbach se había movido en el terreno de la comedia, posiblemente agridulce, pero comedia sin dejar demasiado lugar para la duda o el debate, que resolvía los conflictos y soluciones problemáticas con una leve sonrisa, sutil, sin llegar a la carcajada, pero sonrisa a fin de cuentas, que permitía al espectador despedirse de la película sintiendo que no había experimentado ningún mal rollo y que había contemplado una serie de coyunturas vitales decisivas que podían ser solventadas sin recurrir ni al drama ni al dolor ni a las lágrimas. Así sucedía tanto en Frances Ha (2012), como en Mientras seamos jóvenes (2014) y Mistress America (2015). Ahora, en Historia de un matrimonio, todo es diferente. Cuando conocí cuál iba a ser el título de esta película, se me vino inmediatamente a la cabeza (supongo que no habré sido el único) Secretos de un matrimonio (1983), un brutal, implacable y desolador recorrido por el proceso de entrada en crisis de una pareja, su consiguiente divorcio y la situación posterior de ambos miembros del matrimonio deshecho. Liv Ullmann y Erland Josephson destilaban hasta sus últimas consecuencias la alta y corrosiva toxicidad que su relación había acumulado y volcaban todo su esfuerzo en hacer un retrato creíble del despellejamiento mutuo a los que ambos se sometían en su insensata carrera por conseguir el triunfo en una competición cuyo premio principal era la más absoluta y vacía nada. Historia de un matrimonio de Noah Baumbach también hablará de un divorcio y, en esta ocasión, serán Scarlett Johansson y Adam Driver quienes tendrán que soportar todo el sufrimiento de una ruptura que, más allá de los sentimientos, encuentra su origen en proyectos vitales inexorablemente divergentes. Con toda seguridad, las interpretaciones de ambos son el gran punto fuerte de la película porque la dirección y el guion presentan algunas pérdidas de pulso que hacen que el conjunto no tenga el acabado redondo que podría llegar a tener.




Aunque el comienzo de Historia de un matrimonio es brillante y, durante los primeros veinte minutos, la película encuentra perfectamente su ritmo y su tono, pronto el director parece tener vértigo al sentirse tan alejado del hábitat en el que se ha movido hasta este film y empieza a introducir rasgos de humor y escenas propias del formato de comedia (la entrega del sobre, la visita de la evaluadora, la canción interpretada por Adam Driver) que, además de alargar innecesariamente el metraje, rompen el clima que la película debería tener y que alcanza, sin duda, en sus mejores secuencias. Estas últimas tienen lugar cuando se va desarrollando la creciente mala relación entre los protagonistas y cuando contemplamos cómo influye la intervención de los distintos abogados (interpretados por Laura Dern, Ray Liotta y Alan Alda) en la evolución de un conflicto que, pudiendo resolverse probablemente de modo pacífico, se enquista y se agrava cuando se inician las contiendas judiciales. Aunque no es el primer caso, la producción de Netflix en el film, la cual, como en otros muchos casos, permite levantar proyectos que, si no fuera por la plataforma de pago, podrían tener difícil salida en las productoras tradicionales, actúa también como, digamos, elemento suavizador que impide a muchas películas llevar su apuesta hasta sus últimas consecuencias y propicia que estas limen aristas y rebajen acidez con el fin de que el espectro de público al que pueda llegar sea mayor. Al final, no es algo diferente a lo que sucede con las películas que se distribuyen preferentemente a través de salas comerciales pero, tal vez, si Netflix (o cualquier otra plataforma) quiere consolidarse en el panorama cinematográfico actual, sí que debería tener menos temor al atrevimiento y auspiciar fórmulas más audaces que tengan personalidad propia y que constituyan un contundente e indubitado signo de diferenciación. Sería la mejor forma de garantizar su futuro, en la medida en que el espectador sabría que podría encontrar en ella algo diferente a lo que puede encontrar, con relativa facilidad, por otras vías y otros medios.



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