Posiblemente, todo empezó con Moulin Rouge (2001) de Baz Luhrmann, la
película protagonizada por Nicole Kidman y Ewan McGregor que reinventaba el
París de los impresionistas para convertirlo casi en un cabaret de Las Vegas
con música de fondo de Elton John, Marc Bolan, David Bowie y Madonna. Toda una
apología de la inventiva visual y narrativa por encima y a costa del rigor
histórico, reducido a la categoría de grillete innecesario y prescindible que
podía ser sacrificado a cambio del esplendor barroco y la imaginería desbocada.
Luhrmann ya había hecho algo parecido previamente con Romeo y Julieta de William Shakespeare (1996), adaptación del
clásico teatral británico con protagonismo de bandas de gangsters en vez del de las archisabidas familias nobiliarias
enfrentadas de los Capuleto y los Montesco, y lo volvería a hacer con El gran Gatsby (2013),
adaptación de la famosa novela de F. Scott Fitzgerald, títulos en los que la
escenografía, el lujo y un ritmo frenético y acelerado eliminaban los rasgos
típicos que se consideraban asociados al concepto de “película de época”.
En los tiempos actuales, es
difícil que haya algún estilo, invento, artificio o enfoque que quede libre de
ser reciclado, reutilizado y recuperado para dar lugar a nuevas obras, bien
sean series o películas, que encuentren su propio espacio en el abigarrado y
saturado panorama audiovisual. Y los rasgos de estilo de Baz Luhrmann no iban a
ser una excepción. El éxito que Moulin
Rouge conoció en nuestro país (tuvo 1.924.680 espectadores y recaudó 8,5
millones de euros) y la popularidad que aún conserva han hecho que surja todo
un conjunto de títulos que beben, en mayor o menor medida, de sus modos y
maneras. Es decir, que, más que aferrarse a un minucioso y un documentado rigor
histórico, recrean el pasado con la factura visual e ideológica del presente.
Pensemos en películas como La sombra de
la ley (2018) de Dani de la Torre y en series como Velvet,
Las chicas del cable,
El continental,
La otra mirada y Alta mar.
Adriana Ugarte, protagonista de Hache
Ahora, Netflix ha estrenado una nueva serie de ocho episodios, Hache, que, en cierto modo, está emparentada con ese mismo espíritu, aunque con un esfuerzo de contención importante para que el relato no desborde ciertos límites. Hache se desarrolla en Barcelona en 1960 y está protagonizada por Adriana Ugarte, Javier Rey, Eduardo Noriega e Ingrid Rubio. Helena (Adriana Ugarte) es una mujer de clase trabajadora que ha tenido que empezar a dedicarse a la prostitución debido a que su marido, trabajador del puerto y líder sindical, está en la cárcel acusado de haber asesinado a un policía durante una huelga. Un día, Helena, huyendo de un cliente que quiere golpearla, entra en un elegante bar, donde su propietario, Malpica (Javier Rey) la salva de la paliza y se siente atraído inmediatamente por ella.
Javier Rey interpreta a Malpica, un personaje torturado con múltiples caras y facetas
Hache gira en torno a cuatro ejes básicos. El primero, la lucha de Helena por salir de las duras circunstancias en las que se encuentra y por lograr sacar a su marido de la cárcel. El segundo, las intrigas en las que se ve envuelto Malpica, un personaje retorcido y con una personalidad profundamente torturada, al esconder, tras su aparentemente impoluta fachada, la figura de un importante traficante de heroína que se debate entre tensiones, traiciones y complicadas negociaciones y tratos a varias bandas. El tercero, la tortuosa y compleja relación que se establece entre Helena y Malpica, que, más que guiarse por emociones y sentimientos, se ve dominada por una sexualidad violenta y agresiva, en una línea que recuerda a sobre todo, 50 sombras de Grey. Y, finalmente, el cuarto eje, en contraste con los otros tres, se centra en las investigaciones del inspector Alejandro Vinuesa (Eduardo Noriega) por intentar resolver una serie de asesinatos que tienen lugar en la ciudad y cuyas investigaciones le llevarán a descubrir la red de tráfico de heroína que ha estado funcionando sin que la policía fuera consciente de ello.
Eduardo Noriega interpreta el papel del inspector Alejandro Vinuesa
Como ya he dicho con anterioridad, Hache bebe del espíritu de series como Velvet o Las chicas del cable y, en consecuencia, en ella no hay un esfuerzo palpable de minucioso rigor histórico o de reconstrucción fiel de cómo fue la realidad en esos años. Hay, básicamente, una recreación, más imaginada que documentada, de cómo pudo ser una época y la introducción de elementos que remiten a la misma. Sin duda, en ella no se toman las licencias que se han llegado a tomar en otros títulos que hemos mencionado con anterioridad, y ello se acaba convirtiendo en la principal virtud de Hache que, aligerada de excesos y parafernalias artificiosas, logra trazar una narración precisa y eficaz, gracias al guion de Verónica Fernández (creadora de la serie), en el que también colaboran Carlos López, Santos Mercero y Almudena Ocaña, y la dirección de Jorge Torregrossa (realizador de las películas Fin – 2012– y La vida inesperada – 2013– y que ha participado en una larga lista de series como Herederos, La señora, Gran Hotel, Sin identidad, Carlos, Rey Emperador, Bajo sospecha, Fariña y Velvet Colección) y Fernando Trullols. Aparte de ello, hay que mencionar el buen trabajo de todo el reparto, tanto de sus protagonistas como de Marc Martínez, Pep Ambròs, Josep Julien, Marina Salas, Pau Durà, Tony Zenet, Laia Manzanares, Andrew Tarbet y Séainín Brennan.
Los personajes de Adriana Ugarte y Javier Rey vivirán una compleja y tortuosa relación
Hache, como serie española que es, no se presta a alcanzar cotas de gran ambición temática o estética porque sería difícil que el público de nuestro país se volcara de forma masiva en un producto especialmente complejo y de mayor hondura, pero hay que admitir que es una obra honesta, realizada con dignidad y que se deja ver por su agilidad narrativa y su corrección formal. A lo mejor, el acelerado tránsito que vive el personaje de Helena fuerza un poco las costuras de la verosimilitud pero no es menos verdad que, quien empieza huyendo en plena noche para huir, tal vez, de una muerte segura, estaría dispuesta a todo para poner fin a una condición de opresión y miseria. Lo que hace Hache, ni más ni menos, es relatar dicho proceso.
El personaje de Adriana Ugarte conocerá un acelerado proceso de cambio en los ocho episodios de Hache
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