Las dos primeras temporadas de Stranger Things lograron algo que
parecía muy difícil conseguir: recuperar el acabado visual y el ritmo y tono
narrativos de películas legendarias de los años 80 del pasado siglo como Poltergeist (1982) de Tobe Hooper, E.T. El extraterrestre (1982) de Steven
Spielberg o Los Goonies (1985) de
Richard Donner, lograr articular en los mismos ideas, conceptos e inquietudes
de la época actual y lograr no solo que el conjunto no chirriara sino que luciera
armónico y coherente y, sobre todo, de forma plenamente actualizada. El
antecedente más claro de algo similar fue, evidentemente, Super 8 (2011) de J. J. Abrams,
película cuya estructura argumental anticipaba, en cierta medida, la que siguió
la primera temporada de Strangers Things (planteamiento
de una situación enigmática en la que se postergaba todo lo posible el momento
de revelación de cuál era el misterio que se escondía, creando una colosal
situación de suspense) pero el hecho de que dicha película no tuviera secuela
(algo que hubiera sido altamente previsible en el Hollywood actual) demostraba
que no era nada fácil repetir la jugada sin correr rápidamente en el riesgo de
la previsibilidad y la monotonía. Por ello, la llegada de la tercera temporada
de Stranger Things traía consigo una
gran incógnita: ¿sería capaz de mantener el alto nivel de las dos primeras
entregas y no dejarnos con la temida sensación de déjà vu?
Porque hay que reconocer que la
primera temporada de Stranger Things sorprendió,
atrapó y convirtió automáticamente a la serie en uno de los títulos míticos de
la década. La segunda temporada tuvo la habilidad de aprovechar los flecos
sueltos que había dejado la primera temporada y supo rematar adecuadamente la
historia hasta lograr que todo cuadrara perfectamente. Entonces, ¿ahora
qué?¿Sería capaz la serie de reinventarse, de ser algo distinto respetando su
espíritu y su esencia? La respuesta hay que darla ya: efectivamente, lo la
conseguido. Y lo ha hecho respetando una máxima fundamental: hay que sorprender
dentro de una estricta lógica. Esto es, que, cuando el espectador asista a un
fuerte giro argumental, le sorprenda pero que, al mismo tiempo, le haga
concluir que cabía esperar que el mismo sucediera. Es decir, explotar lo
imprevisto pero respetando el marco general creado por la propia obra en su
pacto con el espectador.
Desde el mismo primer capítulo de
la tercera temporada de Stranger Things,
quedan las cartas repartidas y se asientan las bases sobre las que se
desarrollarán disciplinadamente los siete capítulos restantes. Los elementos
que quedan fijados en ese primer episodio son, entre otros:
1.- Planteamiento de la trama
principal de la temporada en la misma secuencia de inicio, la cual, como hemos
dicho antes, aunque puede sorprendernos, se enmarca perfectamente en las reglas
del juego marcadas: el rescate estético y sociológico de la cultura de los años
80 y no cabe la menor duda de que la esencia de dicha trama principal
corresponde a una de las principales cuestiones (si no, la más importante) de
aquella década.
2.- Se deja bastante claro que
los chicos, en esta tercera temporada, ya no son los mismos que los que vimos
en las dos primeras entregas: han crecido, han madurado y empiezan a tener
otras inquietudes y preocupaciones. Este punto tendrá mucha importancia en el desarrollo
argumental de esta nueva entrega. Lo explicaremos con posterioridad.
3.- Continúa todo ese conjunto de
referencias cinematográficas que pueblan la serie y que influyen sutilmente en
ella sin que la misma se convierta en un simple pastiche. En ese primer
capítulo, vemos, por ejemplo, cómo los chicos van al cine a ver El día de los muertos (1985) de George
A. Romero y, antes de que empiece la película, vemos la entradilla (que Quentin
Tarantino y Robert Rodriguez utilizaron y popularizaron en su proyecto conjunto
Grindhouse) anunciando la proyección
de los tráilers previos al comienzo del film. Las referencias posteriores se irán
multiplicando conforme se desarrolle el argumento…
4.- Se reflejan temas y tópicos
propios de la época actual en la trama. Así, pensemos en esa redacción del The Hawkins Post, periódico en el que
empiezan a trabajar los personajes de Natalia Dyer y Charlie Heaton, formada
por todo un conjunto de “machirulos” que no dejan de menospreciar a la chica; o
en el cambio que experimenta el personaje de Eleven, interpretado por Millie
Bobby Brown, que empieza a ser consciente de su identidad femenina y refuerza
su amistad con Max (Sadie Sink); o en el retrato de ese mall, ese centro comercial en el que se concentran todas las
franquicias en boga y provoca el hundimiento del pequeño comercio local…
A partir de estos cimientos, la
tercera temporada de Stranger Things logra
reinventar la serie, reformularla, renovarla y refinar algunas de las virtudes
de las que ya había gozado con anterioridad.
Así, el guion sabe trazar
perfectamente un hábil crescendo narrativo
en el que cada episodio acaba justo con un nivel de intensidad superior al
anterior y va atrapando al espectador en una emocionante y vertiginosa espiral
que culmina en el clímax del capítulo final de la temporada. La serie cuida
tanto los detalles que todos los elementos acompañan a esta escalada de
tensión, por ejemplo, la banda sonora, que cambia radicalmente entre los cuatro
primeros episodios y los cuatro episodios finales, ganando en oscuridad y
reforzando los tonos lóbregos y tenebrosos.
Las referencias cinematográficas
son múltiples y acaban guardando una gran coherencia con la trama y la factura
visual de la serie. Podemos encontrar ecos de Alien, el octavo pasajero (1979) de Ridley Scott, de La invasión de los ladrones de cuerpos (1956)
de Don Siegel y La invasión de los
ultracuerpos (1978) de Philip Kaufman, de Tiburón (1975) de Steven Spielberg – en esas palabras del sheriff Jim Hopper, interpretado por
David Harbour, defendiendo que hay que luchar para que el pueblo de Hawkins
vuelva a ser el hogar que todos desean–, de Regreso
al futuro (1985) de Robert Zemeckis – con ese Brett Gelman interpretando a
Murray Bauman, un periodista que cree en todo tipo de teorías conspiranoicas y
que acaba siendo un émulo del personaje del doctor Emmet Brown (Christopher
Lloyd) de dicha película– y hasta de Psicosis
(1960) de Alfred Hitchcock, todo un conjunto de sutiles guiños y
referencias que no restan fluidez al transcurrir de la serie sino que, bien al
contrario, refuerzan sus estructuras y puntales.
Hay un cambio sustancial del que
ya hemos hablado en la tercera temporada de Stranger
Things y es que los chicos protagonistas van creciendo y van madurando y
ello se refleja en una tensión entre la añoranza por la infancia y la
consciencia de que una etapa ha sido dejada atrás y ahora toca ir afrontando
los problemas y conflictos de la realidad. Esta tensión, centrada en el
personaje de Will Byers (Noah Schnapp) y que viene a ser una recreación del
espíritu de Peter Pan (tema que tan grato es a Steven Spielberg, uno de los
directores más homenajeados en la serie), va impregnando a Stranger Things, conforme avanza la trama, de una grave melancolía que supone una diferencia muy, muy
importante de esta entrega en relación a las dos anteriores.
En relación a las dos primeras
entregas, hay dos personajes que ganan peso y uno que se incorpora a la serie y
ello favorece enormemente a que Stranger
Things gane en agilidad, en espontaneidad y en que haya destellos
humorísticos que ayudan a relajar los momentos más tensos. Los dos personajes
son el ya mencionado de Murray Bauman, el periodista conspiranoico, y el otro
el de Erica Sinclair, la hermana pequeña del chico de color del grupo,
interpretado por Priah Ferguson. El personaje que se incorpora es del de Robin,
interpretado por la actriz Maya Hawke, y que dará mucho juego a lo largo de los
nuevos episodios (no podemos contar mucho más para no hacer spoilers indeseados).
Un aspecto que la serie sabe
abordar pero que lo hace con la suficiente ambigüedad como para no enfadar a
uno y otro lado es el subtexto que cabe extraer de la trama de la tercera
temporada de Stranger Things. ¿A
quién representa ese alcalde de Hawkins con intenciones poco claras?¿Es un
trasunto de Bill Clinton y de otros presidentes que, según los partidarios de
Trump, ayudaron a desmantelar la estructura económica estadounidense y a
favorecer a otros países y a sus economías?¿O es un trasunto de Donald Trump
que, según sus detractores, no se sabe si ha accedido a la presidencia para
servir a sus país o para reforzar todos sus negocios y empresas? Unos y otros
encontrarán motivos para interpretar este aspecto de la trama en uno u otro
sentido y hasta en este aspecto se ha querido tener cuidado para no perder
espectadores de uno y otro bando. Posiblemente, la serie no pretenda decantarse
por ninguna de las dos interpretaciones sino, más bien, ha querido reflejar las
ideas en circulación en los momentos actuales, acorde con su intención de
llenar de contenido actual un argumento plasmado visualmente con formas
estéticas próximas a las de la década de los 80.
Podemos decir, en resumen, que
Matt y Ross Duffer han logrado con la tercera entrega de Stranger Things superar todos los retos que se le presentaban y reforzar el carácter mítico de una serie
con la que es fácil conectar, tanto por su factura visual y narrativa como por
el virtuosismo con que sabe aunar los mimbres con los que está elaborada.
¿Tenemos ganas de ver una cuarta temporada de la serie?¿Tendríamos sensación de
hartazgo? En mi opinión, aún estamos lejos de haber llegado a ese punto. La
habilidad de Stranger Things para
renovarse y mantener en vilo al espectador prometen que todavía va a darnos
muchos grandes momentos y que aún queda mucho suspense y mucha emoción que
vivir con sus personajes.
Para cerrar el artículo, dos
detalles más. El primero, incluimos dos videoclips
de dos de las canciones que integran la banda sonora de la tercera
temporada de Stranger Things.
El segundo, una cuestión que
corrió como teoría por redes sociales y que sigue sin concretarse o desmentirse.
¿Terminarán conectándose Stranger Things y
The Umbrella Academy? El tiempo lo
dirá, aunque hay que reconocer que las fechas de una y otra serie no acaban de encajar… De momento...
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