TÍTULO: Akelarre. TÍTULO ORIGINAL: Akelarre. AÑO: 2020. NACIONALIDAD: España-Francia-Argentina. DIRECCIÓN: Pablo Agúero. GUION: Pablo Agüero y Katell Guillou. MONTAJE: Teresa Font. DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA: Javier Agirre. MÚSICA ORIGINAL: Maite Arrotajauregi y Aránzazu Calleja. INTÉRPRETES PRINCIPALES: Álex Brendemühl, Amaia Aberasturi, Daniel Fanego, Garazi Urkola, Yune Nogueiras, Jone Laspiur, Irati Saez de Urabain, Lorea Ibarra, Asier Oruesagasti, Elena Uriz, Jeanne Insausti, Daniel Chamorro, Íñigo de la Iglesia. DURACIÓN: 90 minutos. PÁGINA WEB OFICIAL: http://www.avalon.me/distribucion/catalogo/akelarre. ENLACE EN FILMIN: https://www.filmin.es/pelicula/akelarre. ENLACE EN NETFLIX: https://www.netflix.com/title/80242819.
No es la primera vez que el cine se acerca a los procesos inquisitoriales que tuvieron lugar en el siglo XVII en el País Vasco y Navarra contra presuntas brujas y hechiceras. Dichos procesos tuvieron lugar a ambos lados de los Pirineos, sobre todo en Labort (en el actual País Vasco francés) y, ya en Navarra, en Zugarramurdi y en el valle de Araitz. Muy diferentes han sido los puntos de vista en cada caso y, así, Akelarre (1984) de Pedro Olea (que se desarrollaba en torno al proceso de Araitz) buscó una aproximación estrictamente histórica y realista mientras que Las brujas de Zugarramurdi (2013) de Álex de la Iglesia se decantó por una comedia fantástica y macabra que utilizaba el antecedente histórico como excusa para narrarnos un relato furioso y desbocado. Ahora, el director argentino Pablo Agüero (quien nos sorprendió en el año 2015 con su film Eva no duerme) se vuelve a acercar a esos hechos históricos con un enfoque que, al final, está a medio camino entre los dos títulos citados y que entronca, bastante más de lo que parece, con su anterior película. Aquí, es el proceso de Labort el que constituye el objeto de la historia, la cual se nos muestra girando en torno a dos polos (los personajes interpretados por Álex Brendemühl y Amaia Aberasturi) que mantienen a lo largo del film una compleja dialéctica de rechazo/atracción, dominio/sumisión, gato/ratón, cazador/presa que revela la perpetua fragilidad de las que creemos convicciones inamovibles.
En Akelarre, Álex Brendemühl es el inquisidor principal que llega a una pequeña aldea vasca para intentar descubrir a un grupo de brujas que allí viven y Amaia Aberasturi, la improvisada líder del grupo de chicas que resultan, finalmente, detenidas. Poco a poco, la investigación de los inquisidores se va volviendo ambigua y retorcida porque el jefe del grupo, en su obsesivo afán por hallar hechiceras y descubrir sus rituales, parece cada vez más interesado en conocer la naturaleza y mecanismos de supuestas prácticas mágicas no tanto por repulsión hacia ellas sino por una fascinación inconfesable hacia las mismas. Las chicas presas van alimentando las fantasías del inquisidor a la espera de que vuelvan sus familiares (pescadores en alta mar) y las liberen. Y, así, lo que era realista (en la línea del film de Pedro Olea), se va desbocando (a la manera de la película de Álex de la Iglesia) a medida que las jóvenes van elaborando y complicando sus sucesivos relatos con el fin de atrapar en sus fantasiosas redes al grupo de inquisidores. Y, de la misma forma, Pablo Agüero también va dejándose fascinar por el poderío de su propio relato y se va dejando llevar por la fuerza de las historias que van siendo inventadas, de modo que la película se desata visual e interpretativamente hasta llegar a un desenlace escindido en el que todas las opciones quedan abiertas y en pie para que cualquiera de ellas pueda considerarse válida. Pero queda en pie una moraleja similar a la que encerraba Eva no duerme: si en dicho film había que esconder, recuperar u ocultar el cadáver de Eva Perón por la extraña fuerza que el personaje encerraba, aquí son otros caracteres femeninos los que albergan un poder abrumador. Poder que no es más que la energía que existe fuera del estrecho marco del orden establecido y que es capaz de poner fácilmente en duda cualquier idea preconcebida, un orden sustentado por hombres que acaban siendo desbordados por la mirada de lo otro, por la mirada de lo femenino, que, quizás, acaba siendo derrotado por la vía de los hechos pero que resulta triunfante en el terreno de la estabilidad de las creencias imperantes.
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