Además, durante 24 horas, cada una de las 6 películas seleccionadas estará disponible en la página web del festival durante el período de celebración del mismo:
Lunes 21 de septiembre: Torero de Nora Salgado Vejarano
Martes 22 de septiembre: Azules turquesas de Mónica Mancero
Miércoles 23 de septiembre: Panamá de Javier Izquierdo
Jueves 24 de septiembre: La mala noche de Gabriela Calvache
Viernes 25 de septiembre: Alba de Ana Cristina Barragán
Sábado 26 de septiembre: Huahua de José Espinosa Anguaya
En España, conocemos del cine ecuatoriano sobre todo a la figura del director Sebastián Cordero, gracias a sus películas Rabia (2009), ganadora de la Biznaga de Oro a la Mejor Película en el Festival de Málaga 2010, y Pescador (2011). Gracias a esta muestra, podemos ampliar nuestra visión del cine de Ecuador y descubrir seis pequeñas joyas que demuestran la buena salud creativa por la que está pasando el séptimo arte en este país. Vamos a realizar una pequeña reseña de estos seis títulos con el fin de animar a nuestros lectores a que vean las películas en modalidad online o, si les pilla cerca, pasar por las proyecciones presenciales en la Cineteca de Madrid.
Torero de Nora Salgado
Vejarano
“El toreo es el reino de la soledad y el silencio” afirma en un momento de Torero el diestro Mariano Cruz Ordóñez, protagonista de este sorprendente documental. Desde mayo de 2011, tras la celebración de un referéndum en Ecuador, las corridas de toros han vivido en el país crecientes restricciones que comenzaron con la prohibición de la muerte del animal y siguieron con el fin de la celebración de eventos taurinos en la Plaza Monumental de Quito, primero, y en La Belmonte, después. En esa situación, vemos cómo Mariano Cruz Ordóñez se debate en el dilema de bien abandonar su profesión bien buscar acomodo en los países donde la tauromaquia está permitida. A lo largo del metraje, veremos la personal visión filosófica y vital del protagonista y su periplo por España para lograr avanzar profesionalmente, convirtiendo a Torero en un peculiar retrato tanto de la lucha callada y muchas veces infructuosa por cumplir con la vocación personal como de las condiciones socioeconómicas que rigen en el complejo mundo de los toros.
Azules turquesas de Mónica
Mancero
Esta película, inspirada por hechos reales, es una valiente denuncia de lo que sucede en determinados centros psiquiátricos y de desintoxicación privados de Ecuador, en los que el maltrato, las vejaciones y el afán monetario se anteponen a la prioridad de lograr la sanación para las personas afectadas por problemas mentales o de adicción a sustancias estupefacientes. Según deducimos de los títulos de crédito, Azules turquesas nace de una labor de investigación motivada por lo ocurrido con un familiar de la directora y constituye un retrato implacable y descarnado contra unas prácticas absolutamente inaceptables. Su contundente requisitoria compensa con creces la presencia de algunos defectos formales, constituyendo una invitación a reflexionar en profundidad sobre un problema que exige urgente solución para evitar ahondar el padecimiento de unas personas que necesitan atención verdaderamente profesionalizada y no una sucesión inhumana e irracional de humillaciones y malos tratos.
Panamá de Javier Izquierdo
Panamá es una película sobre un pasado reciente. Su fotografía en blanco y negro refuerza esa impresión. Pero, realmente, este film habla mucho del presente, de dónde venimos y qué derrotas son las que han marcado los tiempos actuales. Dos antiguos compañeros de escuela ecuatorianos se encuentran por casualidad (o no) en Panamá. Rememoran viejos tiempos y, poco a poco, van aflorando las diferencias que los separan, tanto de trayectorias vitales como de ideología y de puntos de vista. Son los años 80, Reagan gobierna en Estados Unidos y, en ese momento, nadie intuye que el mundo está a punto de cambiar para siempre. Panamá es una película que funciona con un punto de ironía dramática. El espectador sabe lo que va a suceder en los años siguientes y, por lo tanto, sabe que entre esos dos amigos va haber un ganador y un perdedor. Contemplarlos durante 24 intensas horas acaba siendo una fábula cuya moraleja es el empeño estéril que a veces desplegamos para luchar por causas condenadas a no triunfar. Pero, precisamente por ser un empeño estéril, es donde pueden esconderse unas gotas de heroísmo idealista.
La mala noche de Gabriela Calvache
Una prostituta ha decidido liberarse del proxeneta que quiere tenerla bajo su mando, ha de afrontar la enfermedad de su hija y sobrelleva su compleja vida gracias solo a la adicción a las drogas. Pero en el país se ha producido un terremoto, algo que no solo será un fenómeno geológico sino que será una convulsión que afectará a todos los personajes que se entrecruzan en una encrucijada tan dramática como decisiva. Cada uno de los protagonistas tendrá que afrontar la situación que ha surgido ante ellos sabiendo que se la juegan al todo o nada y que, quizás, no van a salir indemnes de la partida. La mala noche se beneficia de las magníficas interpretaciones de su elenco protagonista (Noëlle Schönwald, Cristian Mercado y Jaime Tamariz), capaz de revelar con sobriedad las contradicciones en las que se mueven sus personajes, y de una impecable factura visual al servicio de un argumento muy en la línea de las historias de Paul Schrader y que podría recordar, en algún momento, al de Taxi Driver (1976) de Martin Scorsese, solo que despojado de efectismo y encauzado en los estrictos márgenes de la cotidianidad y de un naturalismo crítico tan eficaz como formalmente brillante.
Alba de Ana Cristina Barragán
Una niña vive con su madre enferma. Estudia en un colegio privado donde reina cierto ambiente de rivalidad y competitividad y que no es el mejor entorno para un temperamento sensible como el que ella tiene. Un día, la madre empeora y tiene que ingresar en el hospital. Y Alba, la protagonista, tiene que irse a vivir con un padre que apenas conoce y cuya posición social dista de la de los padres de sus compañeras de escuela. Sin grandes giros y con un tono pausado y sereno, Alba va desplegando una prodigiosa y delicada capacidad de observación que logra sugerir la mayor parte de elementos de la historia sin que los mismos se muestren explícitamente (tal como, posiblemente, ocurre en nuestra vida cotidiana) y logrando reflejar un pequeño drama en el que la soledad, la incomunicación, el clasismo y, finalmente, una conmovedora redención (de corte casi bressoniano) son las caras de una realidad llena de contradicciones que esconde su turbulencia tras una máscara de engañosa tranquilidad.
Huahua de José Espinosa
Anguaya
Este documental, por detrás de su sencillez formal, alberga una sorprendente variedad de capas y matices. Una joven pareja descubre que la chica está embarazada. A partir de ahí, se van revelando todas las implicaciones que conlleva un embarazo. Está, en primer lugar, la irrupción de una responsabilidad inesperada para dos personas jóvenes que tienen dudas sobre si van a poder sobrellevarla de manera satisfactoria. En segundo lugar, está la diferencia de perspectiva del chico y la chica. Para ella, su embarazo y el bebé que va a nacer se convierten en su principal prioridad. Para él, su progreso profesional continúa siendo su mayor preocupación. En tercer lugar, está el conflicto cosmopolitismo/localismo. A la pareja se le plantea el dilema de si al bebé hay que criarlo en el entorno urbano de Quito o en la comunidad indígena de donde son originarios. Muchos podrían decir, precipitadamente, que la ciudad es mejor pero el hecho es que la ciudad ofrece menos oportunidades de las que promete. A partir de la anécdota de un hecho habitual en la vida de una pareja, veremos todo un abanico de inquietudes, dudas y preocupaciones, esas que acaban afectando a todos en nuestro día a día en estos tiempos que corren, vivamos donde vivamos. Y eso hace que Huahua sea mucho más de lo que en principio podríamos imaginar.
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