FREUD O FREUD IN FIRE

Hoy, comentamos la serie austríaco-alemana Freud, que está disponible en Netflix desde el pasado 23 de marzo.


¿Se acuerdan de Shakespeare in Love (1998), la película dirigida por John Madden y producida por la entonces exitosa Miramax, comandada por los entonces encumbrados hermanos Weinstein, y que ganó el Oscar a la Mejor Película en el año 1999? Si quisieran saber algo sobre Shakespeare, sobre su vida y su obra, lo último que deberían hacer es ver dicha película. Algo parecido pasa con Freud, serie de ocho episodios dirigida por Marvin Kren y escrita por Stefan Brunner y Benjamin Hessler junto al propio director, ya que no se trata de una reconstrucción biográfica rigurosa de los primeros años de la vida profesional del padre del psicoanálisis sino, más bien, la utilización de determinados elementos reales de su vida y de hechos y personajes históricos de su época (en el contexto de las tensiones latentes dentro del imperio austrohúngaro) para crear lo que, en realidad, es una historia perteneciente al género de terror que atrapa al espectador por la elegancia de su puesta en escena (que puede recordar, en algunos momentos, a la de muchas de las más conocidas producciones de la Hammer Productions y de algunos de sus directores más emblemáticos, como Terence Fisher o Roy Ward Baker) y por la tensa y retorcida historia de misterio plagada de elementos esotéricos y sobrenaturales.




Freud no es una serie original en su diseño. En ella, confluyen elementos que ya hemos visto con anterioridad. Así, por ejemplo, el uso de unos hechos históricos reales (la figura autoritaria del emperador Francisco José de Austria, la vida licenciosa y el carácter rebelde de su heredero al trono, el príncipe Rodolfo, el deseo de independencia de Hungría) para situar en ellos una trama no solo ficticia sino alejada de cualquier rasgo de realismo y verosimilitud y la inclusión, a su vez, de personajes que realmente existieron (el emperador, su heredero, el psicoanalista Sigmund Freud) o de personajes inspirados en personajes auténticos (así, Fleur Salomé, por ejemplo, es un claro trasunto de Lou Andreas-Salomé) cuyas biografías y perfiles reales son modificados para que encajen en la trama previamente construida. Recuerden, por ejemplo, lo que ya hizo Alejandro Dumas en Los tres mosqueteros (llevada en innumerables ocasiones a la gran pantalla), películas como La pimpinela escarlata (1934) de Harold Young, Las aventuras del barón Munchhausenn, en su versión de 1943 de Josef von Báky y la de 1988 de Terry Gilliam, Ha llegado el águila (1976) de John Sturges, La fuente de la vida (2006) de Darren Aronofsky o Malditos bastardos (2009) o Érase una vez en… Hollywood (2019) de Quentin Tarantino o la serie española El ministerio del tiempo. Así mismo, tenemos una línea argumental tan conocida como es la perversión y afición al esoterismo de las clases privilegiadas y el empleo malévolo del mismo, algo que nos puede recordar a La semilla del diablo (1968) de Roman Polanski o a la primera temporada de True Detective. Finalmente, el empleo de elementos sórdidos, violentos y brutales es difícil que no traiga al espectador un evidente aire de familia con la atmósfera de Seven (1995) de David Fincher.




La gran virtud de Freud, una vez que el espectador supera los hitos necesarios para llegar a la suspensión de su incredulidad, es la magnífica caracterización de los personajes que conforman la trama y las estupendas interpretaciones del reparto que da vida a los mismos. Tanto Robert Finster, preciso y desasosegado en el papel de Sigmund Freud, Ella Rumpf, fascinante y perturbadora en el de Fleur Salomé, Georg Friedrich, firme, rígido y cabal como antiguo oficial del ejército austríaco y actual agente de policía, Anja Kling y Philipp Hochmair, inquietantes como la pareja que anhela hacer realidad sus sueños nacionalistas de modo tan escalofriante como sorprendente, y Johannes Krisch y Stefan Konarske, plenamente convincentes como monarca y heredero con distintos puntos de vista y formas de vivir, brillan a un excelente nivel y se convierten en la columna vertebral de una serie que camina permanentemente sobre el alambre pero que logra salir sana y salva por la calidad de las interpretaciones y el buen pulso de su realización.




Aunque es evidente que nada de lo que vemos en Freud sucedió realmente salvo la inclusión de determinados hechos y personajes históricos, no es menos cierto que la serie sabe recrear un ambiente de época en el que están presentes muchos de los elementos que condujeron a la caía de la dinastía de los Habsburgo y a la desintegración del imperio austrohúngaro. El clima de descomposición que se percibe claramente en la historia es el que efectivamente existía durante esos años (y que escritores como Robert Musil supieron reflejar a la perfección) y fue el que condujo, con el desenlace de la I Guerra Mundial, al fin de una entidad política que parecía inextinguible.





TRÁILER DE LA SERIE:



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