D'A FILM FESTIVAL BARCELONA 2020 (y 7): PELÍCULA SORPRESA: SÁTÁNTANGÓ DE BÉLA TARR



Uno de los grandes acontecimientos que tenía preparado el D'A Film Festival Barcelona para su edición de 2020 era la inclusión, como película sorpresa, del mítico film Sátántangó (1994) del no menos mítico director húngaro Béla Tarr. Realizador de los largometrajes Nido familiar (1977), Szabadgyalog (1981), Panelkapcsolat (1982), Öszi almanach (1984), La condena (1988), Sátántangó (1994), Armonías de Werckmeister (2000), El hombre de Londres (2007) y El caballo de Turín (2011), el cine de Béla Tarr no es un cine para el gran público ya que es difícil, complejo, alejado de cualquier convencionalismo visual o narrativo y, en gran medida, hermético sobre su intención y sobre las ideas que están en él presentes, convirtiéndose en un conjunto de retos, desafíos y preguntas al espectador para los que no hay ni claves ni respuestas. Es por ello que el cine de Béla Tarr se convierte en la vanguardia de cierta concepción del cine actual, cada vez más extendida, para la que la película es un objeto estético en sí misma, que debe tener la mayor armonía y preciosismo formal posibles sin que tenga que ofrecer un discurso cerrado ya que los temas que aquella plantea no pueden tener una respuesta definitiva sin la colaboración del espectador y, por ende, pueden existir tantas perspectivas como espectadores pueda llegar a tener. 




Es difícil detectar antecedentes y referencias en el cine de Béla Tarr. Posiblemente, quepa hablar del director húngaro Miklós Jancsó, ya que ambos cineastas comparten su preferencia por el plano-secuencia como método esencial para narrar sus historias; también cabe hablar del realizador griego Theo Angelopoulos, por el ritmo lento con el que avanza el argumento; y podríamos mencionar igualmente al director ruso Andréi Tarkovski, ya que ambos tienen en común la utilización del paisaje, del clima y de la naturaleza como elementos narrativos que ayudan decisivamente a la creación de atmósferas. Sin embargo, Béla Tarr, aunque pueda recoger ecos de los cineastas mencionados, es completamente diferente a todos ellos en la medida en que su obra encierra un mayor pesimismo existencial y, sobre todo, porque la trama acaba siendo un elemento a la postre superfluo en sus films, pareciendo ser solo el medio para emprender una exploración minuciosa, sistemática y, en muchos momentos, subyugante de la psicología de los personajes y de los espacios (tanto naturales como construidos por el ser humano) en los que se desarrolla la acción.




Tanto da que se trate de una adaptación de una novela policíaca de Georges Simenon, como es el caso de El hombre de Londres, la crónica de cómo la Creación va desapareciendo poco a poco, como es el caso de El caballo de Turín, o la historia del fracaso de una granja colectiva en los primeros años de instalación del comunismo en Hungría, adaptando una novela de László Krasznahorkai (habitual guionista de Tarr), que es lo que se nos cuenta en Sátántangó. Al final, los films del director húngaro nos sumerge en un torrente visual y narrativo hipnótico guiado por directrices estéticas muy personales y muy sui generis, en las que el argumento acaba importando poco y donde lo que es más importante es la generación de una experiencia cinematográfica alejada de cualquier tópico o idea preestablecida.




Los principales rasgos estéticos del cine de Béla Tarr son la utilización del plano-secuencia, como ya hemos mencionado con anterioridad, y unas muy peculiares utilización de los movimientos de cámara y de la planificación de los movimientos de los diferentes elementos que tienen lugar delante de la misma. La aparente sensación de quietud o inmovilidad que podemos experimentar viendo los fotogramas de una película del director húngaro, se ve sutilmente desmentida bien por los movimientos de los personajes, algunas veces, como en las escenas de fiesta, frenéticas y desatadas (normalmente al ritmo de la música de acordeón), que aparecen en Sátántangó y El hombre de Londres, otras veces, perfectamente coreografiadas, como sucede en Armonías de Werckmeister, en las que los clientes de un bar acaban reproduciendo las trayectorias de los diferentes astros en el Sistema Solar.




Pero, aunque los personajes estén inmóviles, en el cine de Béla Tarr es habitual que la cámara se mueva parsimoniosa y continuamente de modo que el encuadre siempre está variando y siempre es diferente y, por ello, la perspectiva del paisaje y del espacio va cambiando a cada segundo que avanza el metraje, tal como queda patente en el inicio de El caballo de Turín.




La combinación de los dos elementos mencionados hace posible la realización de planos-secuencia de enorme complejidad en los que el objeto narrativo puede cambiar varias veces durante la duración de aquel, de forma que, lo que en la mayoría de directores se resuelve a través de una sucesión de planos, en el caso de Tarr se plasma en una única y, por lo común, prolongada toma sin ningún tipo de cortes. Gracias a los serenos y elegantes movimientos de cámara, podemos empezar asistiendo a una escena de exterior para terminar siendo testigos, sin solución de continuidad, de una escena de interior, con unos personajes y una situación completamente diferentes a las que habíamos empezado a ver al principio del mismo plano-secuencia. En Sátántangó, película de algo más de siete horas de duración, están presentes, con una intensidad inaudita, todas estas características del estilo cinematográfico de Béla Tarr.




Como ya hemos mencionado, el argumento de Sátántangó giraría en torno al fracaso de una granja colectiva en los primeros años del régimen comunista húngaro. Sin embargo, en la trama todos estos elementos no se mencionan nunca de forma explícita y solo aparecen de forma tangencial (muy tangencial en la mayoría de las ocasiones) conforme el relato va desarrollándose. Observamos la actitud de los oficiales que, desde la distancia, parecen empujar y controlar lo que sucede en la granja, vemos a uno de los vecinos del pueblo, el doctor, vigilando al resto de los habitantes del lugar y anotando con meticulosidad en cuadernos cuidadosamente archivados todos los resultados de su vigilancia, hay referencias a una guerra recién terminada, somos testigos de la decadencia y degradación de la explotación agraria y ganadera que pretende ser la forma de vida de la aldea... Pero todo ello se acaba convirtiendo en un alejado y borroso escenario de fondo para lo que cobra realmente protagonismo: la indagación minuciosa y extenuante de un retablo de personajes donde lo patético, lo dramático, lo trágico (hay un momento especialmente trágico en el film), lo sórdido y lo absurdo se combinan para relatar un esbozo de historia que se convierte, más bien, en un bucle interminable cuya salida final es una realidad apagada en las tinieblas.




Sátántangó está constituida, en realidad, por una serie de episodios cuyas tramas se entrecruzan de manera (eso sí) bastante explícita, de forma que la mayor parte de la película transcurre, prácticamente, en un lapso de tiempo de un par de días. Cada episodio gira en torno a un personaje o un número reducido de ellos, de modo que el film acaba siendo una mirada de múltiples perspectivas a un microcosmos de reducido tamaño que, no obstante, acaba siendo enigmático, hermético y, a la postre, inexplicable. En su recorrido exhaustivo por un espacio minúsculo y fácilmente abarcable, Béla Tarr parece querer comunicarnos como moraleja que una mirada atenta al ser humano solo puede conducir a la conclusión del absurdo de la existencia y a la revelación de que la condición humana, con independencia del sistema social y político bajo el que se viva y de las mejores o peores intenciones que se alberguen, acaba siendo un callejón sin salida para el que no existe redención.




Por el pesimismo de su relato y las peculiaridades estéticas de su estilo, el cine de Béla Tarr es difícilmente accesible para el gran público pero, quien se atreva a entrar en él, encontrará una reflexión profunda sobre el ser humano y unas particularidades estéticas que le obligará no solo a dar una respuesta al reto metafísico e intelectual que el cineasta húngaro propone sino a replantearse la naturaleza del séptimo arte y a redefinir seriamente sus límites y posibilidades. Solo el tiempo podrá juzgar la validez y trascendencia de sus películas pero, a día de hoy, supone una obra que ha atravesado la frontera de lo que se consideraba estéticamente aceptable para alcanzar un territorio inexplorado que está pendiente de identificar y cartografiar. La selección por parte del D'A Film Festival 2020 de Barcelona de Sátántangó como película sorpresa ha sido una valiosísima oportunidad para enfrentarnos al desafío que el cine de Béla Tarr siempre supone.

Enlace en Filmin de El caballo de Turínhttps://www.filmin.es/pelicula/the-turin-horse

TRÁILER DE SÁTÁNTANGÓ:





IMÁGENES DE SÁTÁNTANGÓ:
























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