LA LINEA INVISIBLE DE MARIANO BARROSO: DE LA POLÍTICA DE LAS PALABRAS A LA POLÍTICA DE LA VIOLENCIA


Se ha estrenado recientemente en Movistar +, la serie La línea invisible, creada por Abel García Roure y dirigida por Mariano Barroso, y que narra en seis episodios el origen de la banda terrorista ETA y, más concretamente, el momento en que aquella, de ser una organización política opositora al franquismo que basaba su acción en la organización de huelgas obreras y en su implantación en la clase trabajadora, pasó a poner en primer plano los aspectos identitarios y estableció la lucha armada (inspirándose en el FLN argelino) como medio esencial para alcanzar sus fines. Este cambio es personalizado en la figura de Txabi Etxebarrieta (interpretado por un excelente Álex Monner, que continúa su progresión para convertirse, sin duda, y si no lo es ya, en uno de los mejores actores de este país), que fue quien cometió el primer asesinato de ETA (el del guardia civil de tráfico José Antonio Pardines) y, a su vez, fue el primer miembro de la organización que murió en un enfrentamiento con las fuerzas policiales, pocas horas después de que tuviera lugar la acción indicada.




Mariano Barroso ya había dirigido con anterioridad para Movistar + la serie El día de mañana, adaptación de la novela homónima de Ignacio Martínez de Pisón, y que transcurría en Barcelona entre los últimos años del franquismo y en los primeros años de la Transición. Ahora, en La línea invisible, la acción se traslada al País Vasco y se desarrolla entre los años 1965 y 1968 y, atendiendo a sus primeros cuatro episodios, tiene un enfoque en cierto modo similar al de El día de mañana, con las maniobras y debates ideológicos de los opositores al franquismo, por un lado, y las operaciones de la policía del régimen, por otro, desarticulando los grupos clandestinos y recurriendo a la represión y a las torturas, subtrama que sirve para introducir la figura del inspector Melitón Manzanas (la cual nos ofrece otra nueva y espléndida interpretación de Antonio de la Torre), que sería víctima mortal del atentado de ETA cometido a raíz de la muerte de Txabi Etxebarrieta, el primero que se considera estrictamente programado por la organización (aunque, en relación a ello, hay versiones enfrentadas). Pero, en función del espíritu que se desprende del título de la serie, hay un momento, concretamente cuando comienza el quinto episodio, en el que el relato da un giro que, en gran medida, tiende a desmentir o, cuando menos, matizar todo lo que hemos visto con anterioridad, de modo que la historia nos lleva a un territorio radicalmente diferente.




Es muy socorrida la frase pronunciada por Mike Tyson (“Todo el mundo tiene un plan hasta que recibe el primer golpe”) pero no deja de ser aplicable a lo que ocurre cuando se opta por una estrategia de violencia. Sobre el papel, sobre la teoría, todo parece pintar muy bien pero, cuando llega el momento de ponerla en práctica, los resultados ponen en cuestión todo lo hablado y todo lo reflexionado. Y ello se plasma en la serie cuando la historia se centra en la figura de José Antonio Pardines, un mero guardia de tráfico, ajeno a la represión del régimen y a cualquier tipo de intervención política, que se acaba convirtiendo en víctima casual e improvisada al pensar que se ha encontrado únicamente con un automóvil que figura en la lista de matrículas de vehículos robados y no con dos miembros de la entonces naciente y poco conocida organización terrorista ETA. Pero, a partir de ese momento, también somos testigos de la fragilidad anímica de Txabi Etxebarrieta, quien oscila entre su incapacidad para asumir la naturaleza de la acción que le ha cometido y su afán casi místico (su referencia a Tolstói y a su relato La muerte de Iván Ilich así lo atestigua) por justificarlo, dilema que ejemplifica que es más fácil hablar de la violencia política que llevarla a cabo sin dudas o remordimientos.




Para recalcar la moraleja antes mencionada, juega un papel fundamental el personaje de El Inglés (espléndidamente caracterizado por Asier Etxeandía), fundador de ETA e ideólogo de la organización a quien se le retrata como un intelectual refugiado en su oasis dorado en el País Vasco francés, que opina y orienta constantemente sobre lo que se ha de hacer pero se mantiene en todo momento al margen de las acciones cometidas y de sus consecuencias. Hasta cierto punto, este personaje puede recordar lo que el escritor argentino Ernesto Sábato dijo en la entrevista que le realizó Joaquín Soler Serrano en el programa A fondo el 3 de abril de 1977 en relación a que sentía mucho más respeto por quienes estaban sobre el terreno que por quienes, sin moverse de sus despachos, decidían vidas y destinos. Quizás, uno de los aspectos más problemáticos de la serie es que, mientras que todos los personajes de la historia aparecen con sus nombres y apellidos, en el caso de El Inglés su figura permanece en el anonimato. Podría pensarse tanto que se trata de un personaje de ficción construido para que cumpla una determinada funcionalidad dramática en la narración como que se trata de alguien que aún vive y que, o bien no ha dado su consentimiento para que sus nombres y apellidos figuren en la serie o bien no se le ha llegado a pedir porque la descripción que se hace de su actuación no es precisamente amable o bien porque su trayectoria posterior difiere ostensiblemente de la mostrada en la serie y se ha creído conveniente no revelar claramente su identidad (posiblemente, los motivos reales sean una combinación de todos estas posibles causas).




En contraposición a la figura de Txabi Etxebarrieta, la serie plantea los personajes interpretados por Anna Castillo y Joan Amargós que, habiendo llegado a ser padres de un bebé (hecho que deviene en metáfora histórica, ideológica y sociológica evidente), cuando son conscientes de la deriva que va a adoptar la organización a la que han pertenecido, deciden finalmente huir y alejarse de la ola de violencia que, intuyen, va a tener lugar. Por todo lo comentado, La línea invisible puede acabar pareciendo una obra que peca de cierta dicotomía cuyas dos caras coexisten sin que acaben encajando armónicamente pero no se puede dejar de admitir que su retrato de cómo cualquier ideología que se nutre de elementos cuasirreligiosos acaba derivando en una justificación de la muerte y de la violencia acaba siendo inequívoco, coherente y de absoluta contundencia. En este sentido, La línea invisible, aparte de ser una reconstrucción histórica de indudable interés es una reflexión que aporta advertencias necesarias y relevantes para los azarosos y complejos tiempos que corren en la actualidad.






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