En el primer episodio de Mesías, la serie estrenada por Netflix
el pasado 1 de enero, una de sus protagonistas, Michelle Monaghan, que
interpreta a una agente de la CIA, mientras está en una cafetería a altas horas
de la noche, ve con sorpresa cómo el camarero está leyendo El choque de civilizaciones de Samuel P. Huntington. Le pregunta el motivo de su lectura y él le responde
que es estudiante de Ciencias Políticas y tiene que preparar un trabajo sobre
dicha obra. Ella le dice que lo base sobre la idea de que Huntington había
acertado en sus predicciones y que, efectivamente, los grandes conflictos
internacionales habían dejado de ser ideológicos y habían pasado a ser
culturales y religiosos. Si, realmente, ello es así, cabría pensar que, en el
futuro, un líder que galvanizara a las masas y las movilizara a favor de una
determinada causa podría no proceder de la política sino que podría venir
perfectamente de la esfera de la espiritualidad o la religión.
Mehdi Debi interpreta a ¿un nuevo Mesías?
En principio, puede parecer algo
descabellado pero hay dos elementos, uno ajeno a la serie y otro perteneciente
a ella que pudieran alimentar la credibilidad de esta hipótesis. El primero, la
creciente proliferación de gurús y coaches
de autoayuda que, gracias a internet y las redes sociales, logran hacer
crecer día tras día su legión de seguidores. El segundo, que el director de 5
episodios de la primera temporada de la serie que estamos comentando (los
cuatro primeros y el último) es James McTeigue quien, en 2005, dirigiera V de Vendetta. Si en esta película, V,
el enigmático personaje que encabezaba la resistencia contra la dictadura
implantada en Gran Bretaña, era un líder político puro y duro, ahora, en Mesías, el líder que logra una
movilización sin precedentes vendría a ser (o, al menos, así lo piensan sus
fervorosos creyentes) la mismísima reencarnación de Jesucristo. Es decir,
McTeigue vendría a refutarse a sí mismo para afirmar que nos olvidemos de su
adaptación del cómic de Alan Moore y David Lloyd y empecemos a pensar que la
próxima revolución va a venir del lado que menos nos esperamos.
Si viniera un nuevo Mesías,
cabría pensar (como el guion de Michael Petroni nos propone) que, como ocurrió
en el siglo I de nuestra era, eligiese Oriente Medio como lugar de predicación
porque hoy, como entonces, sigue siendo una de las zonas más conflictivas (si
no la más) del mundo. Pero, a diferencia de lo sucedido hace dos mil años, sus
palabras tendrían que divulgarse a través de las redes sociales y de vídeos de
You Tube y el imperio que se vería afectado por su acción espiritual no sería
el de Roma sino, obviamente, el de Estados Unidos. Por ello, sus pasos finales
le llevarán a Washington que será la nueva Jerusalén que contemple su entrada
gloriosa y donde, tal vez, tenga lugar su sacrificio final. Mesías juega continuamente a esos
paralelismos pero, también, se permite distanciarse de ellos, moviendo continuamente
al espectador entre la sensación de situarse en un territorio en el que puede
prever cómo se van a desenvolver los acontecimientos y el desconcierto por que
los hechos van desmintiendo todas las expectativas que podrían irse formando
conforme la serie se desarrolla. Y ello hace que dicho espectador, entre
confiado y confundido, se sitúe en la misma posición que la mayoría de los
personajes, que tampoco saben muy bien a qué carta quedarse con este nuevo Mesías
que, en realidad, nunca afirma ser tal cosa.
Tomer Sisley es un agente del Mossad que tendrá que luchar contra sus propios fantasmas
Mesías consigue ser (posiblemente, gracias al diseño visual y
narrativo elaborado por McTeigue como director del primer episodio) tensa y
vibrante, de modo que la multiplicidad de tramas, en vez de diluir la atención
del espectador, logra alimentar el suspense y la intuición inconsciente de que
todas ellas no solo van a converger sino que van a encajar unas con otras hasta
dar sentido a todas las piezas manejadas. Así, tenemos a la agente de la CIA de
la que ya hemos hablado al principio del artículo, inmersa en sus problemas
personales y seguidora con una fe ciega de los principios de la agencia gubernamental
a la que pertenece, que desconfía desde el primer momento del extraño personaje
que atrae de forma hipnótica a las masas. Está el agente del Mossad (Tomer
Sisley), con un matrimonio roto y arrastrando sus propios fantasmas familiares,
que parece actuar no por sus creencias sino por un arraigado sentimiento de ira
y revancha. También hay que hablar del pastor protestante (John Ortiz) que, de
ver cómo era el responsable de una iglesia medio vacía y sufrir la
incomprensión de su mujer y de su hija (Melinda Page Hamilton y Stefania LaVie,
respectivamente), pasa a estar en el centro del mayor movimiento espiritual de
los últimos 5 siglos. Y están los dos chicos musulmanes (Sayyid El Alami y
Farès Landoulsi) que, tras acompañar al nuevo Mesías por el desierto hasta la
frontera de Israel, acaban siendo instrumentalizados para fines ajenos a su
voluntad inicial. Y, en el centro de todo, Mehdi Debi, ese misterioso personaje
que crea inquietudes pero no da ninguna respuesta.
John Ortiz interpreta a un párroco protestante que, de estar al frente de una parroquia casi vacía, pasa a estar en el centro de un movimiento religioso de gran magnitud
Al final, ese nuevo Mesías
vendría a ser como el Terence Stamp de Teorema
(1968) de Pier Paolo Pasolini, que irrumpe repentinamente en las vidas de
una serie de personas, las transforma radicalmente y, cuando se va, deja a
todas ellas en medio de la confusión y el desconcierto más profundos. Narrativamente,
se puede suponer que ello implica dejar el relato a medias y sin concluir pero,
en el fondo, es una metáfora precisa de lo que supone la fe, que se basa, en
última instancia, en no tener prueba alguna de aquello en lo cual se cree. Por
todo ello, Mesías, por encima de su
apariencia de relato geopolítico, esconde algo más sencillo, elemental y
trascendente: el drama de unos personajes que quieren creer pero sufren hasta
la agonía porque han llegado a la certeza de que nunca van a recibir esa
respuesta de Dios que tanto ansían y reclaman. Y porque, quizás, quien la recibe
es quien nunca la ha pedido.
IMÁGENES DE LA SERIE:
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