TÍTULO: El traidor. TÍTULO ORIGINAL: Il traditore. AÑO: 2019. NACIONALIDAD:
Italia-Francia-Alemania-Brasil. DIRECCIÓN: Marco Bellocchio. GUION: Marco
Bellocchio, Valia Santella, Ludovica Rampoldi, Francesco Piccolo y Francesco La
Licata. MONTAJE: Francesca Calvelli. DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA: Vladan Radovic. MÚSICA
ORIGINAL: Nicola Piovani. INTÉRPRETES PRINCIPALES: Pierfrancesco Favino, Luigi
Lo Cascio, Fausto Russo Alesi, Maria Fernanda Cándido, Fabrizio Ferracane,
Nicola Cali, Giovanni Calcagno, Bruno Cariello, Bebo Storti, Vincenzo Pirrotta,
Goffredo Maria Bruno, Gabriele Cicirello, Paride Cicirello, Elia Schilton,
Alessio Praticò, Giuseppe Di Marca. DURACIÓN: 145
minutos. PÁGINA WEB OFICIAL: https://www.vertigofilms.es/movie/el-traidor/. ENLACE EN FILMIN: https://www.filmin.es/pelicula/el-traidor,
Tengo que admitir que, en
general, el cine de Marco Bellocchio me suele dejar más bien frío porque,
aunque reconozco la elegancia y precisión formal de su estilo y su capacidad
para la dirección de actores imprimiendo a las interpretaciones unos rasgos
alejados de cualquier tipo de convencionalismo, creo que se mueve en un
territorio entre el realismo y la fábula moral que, muchas veces, me da la
impresión de que no acaba siendo ni una cosa ni otra, restando poder expresivo a
unas historias que encerraban mucho mayor potencial del que, finalmente, dieron
de sí en pantalla. Esto me pasa tanto con sus títulos más clásicos, como Las manos en los bolsillos (1965) o El diablo en el cuerpo (1986), como con
los más recientes, como Buenos días,
noche (2003) o Felices sueños (2016).
Aunque no hay que negar la habilidad del director para crear escándalo con sus
films en varias épocas (en Las manos en
los bolsillos, por su ataque sin piedad al modelo burgués de familia; en El diablo en el cuerpo, por la inclusión
de una escena en la que se mostraba una felación explícita; en Buenos días, noche por insinuar
visualmente la teoría de la connivencia de los poderes públicos italianos con
el secuestro de Aldo Moro por parte de las Brigadas Rojas), el potencial
artístico es algo muy diferente al potencial de polémica que una película puede
encerrar y, en el fondo, no creo que toda la polvareda originada por algunas de
sus obras haya acabado redundando en una percepción coherente y equilibrada de
las mismas. Sin embargo, ahora, tras ver El
traidor, no puedo negar que Bellocchio ha firmado la que, para mí, es su
mejor película, la cual, lejos de parecer una desviación o giro en su trayectoria,
incide en muchas de las claves precedentes de su cine y, sobre todo, tiene la
virtud de convertir el estilo de su director en el mejor bisturí para
diseccionar unos hechos que, en medio de su factura caótica, revelan, por un
lado, la forma de ser de un país y algunas de sus estructuras e interacciones
ocultas y, por otro, un conflicto individual de orden ético y psicológico de
profundo calado, chocando ambos aspectos en una compleja dialéctica que,
quizás, explique la evolución de Italia en las últimas tres décadas.
El traidor nos cuenta la vida de Tommaso Buscetta, el miembro de la
Cosa Nostra que, con sus confidencias y revelaciones al juez Giovanni Falcone, puso
contra las cuerdas a la mafia siciliana y ayudó a levantar un colosal proceso
judicial que llevó a la cárcel a sus principales líderes y dirigentes. A su
vez, la acción de las autoridades italianas originó una ola de violencia como
respuesta, la cual acabó con la vida de algunos de los jueces emblemáticos de
esta lucha contra el crimen organizado. La película narra todo este proceso a
lo largo de varios actos que, aunque no sean explícitos, sí articulan
claramente el relato (prólogo – en el que se presenta a los personajes y sus
relaciones entre ellos–, batalla entre clanes mafiosos, detención de Buscetta
en Brasil, revelaciones al juez Falcone, macrojuicio en Palermo, consecuencias
y derivaciones del proceso, epílogo), teniendo cada uno de ellos su propio
ritmo, su propio tratamiento visual y su propia intensidad dramática, lo cual
ayuda a agilizar sus 145 minutos de metraje. Siendo ya apasionante la
reconstrucción de todos los hechos que rodearon una de las más contundentes
acciones contra la mafia, el eje central de la película es el conflicto vivido
por su protagonista porque, lejos de ser retratado como un héroe, Tommaso
Buscetta es alguien que sigue siendo fiel a los principios de la Cosa Nostra y
que solo actúa del modo que lo hace porque piensa que sus actuales jefes son
quienes han traicionado dichos principios desde el momento en que decidieron
entrar en el negocio de la heroína. Desde este punto de vista, Tommaso Buscetta
no es, en ningún momento, un arrepentido que busca expiar sus pecados sino
alguien que quiere que unos dirigentes que han violado unos principios que él
considera sagrados reciban su justo castigo. Todo ello extiende en el film un
clima de ambigüedad moral que se intensifica cuando las revelaciones de
Buscetta salen del ámbito estricto de los altos jerarcas de la mafia y empiezan
a apuntar a los miembros más significativos de la clase política italiana: es
ahí cuando el “sistema” le pone freno y empieza a dibujarlo como un villano
cuando, con anterioridad, había sido descrito como un héroe que arriesgaba su
vida. A través de toda una serie de apuntes sutiles, Bellocchio va mostrando
cómo, a pesar de los trágicos cambios de ciclo que el país ha sufrido, existen
toda una serie de elementos estructurales que permanecen invariables, y así,
esta vez, ese estilo del director, a medio camino entre el realismo y la fábula
moral, consigue su plena pertinencia al no limitarse a mostrar los hechos tal
como sucedieron sino a extraer de ellos una triste moraleja que impregna de
pesimismo su película: a pesar de los convulsos cambios, a pesar de los
sacrificios personales, a pesar de las muertes violentas, es posible que nada
pueda cambiar porque la Italia profunda continúa con los mismos vicios, defectos
y circunstancias negativas que impiden su progreso y desarrollo.
TRÀILER DE LA PELÍCULA:
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