EL JOVEN AHMED DE JEAN-PIERRE Y LUC DARDENNE. RADICALIZACIÓN Y DESAMPARO


TÍTULO: El joven Ahmed. TÍTULO ORIGINAL: Le jeune Ahmed. AÑO: 2019. NACIONALIDAD: Bélgica-Francia. DIRECCIÓN Y GUION: Jean-Pierre y Luc Dardenne. MONTAJE: Marie-Hélène Dozo (jefe de montaje) y Tristan Meunier (montador). DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA: Benoit Dervaux (operador principal) y Christine Plenus (fotografía en plató). INTÉRPRETES PRINCIPALES: Idir Ben Addi, Olivier Bonnaud, Myriem Akheddiou, Victoria Bluck, Claire Bodson, Othmane Moumen, Amine Hamidou, Yassine Tarsimi, Cyra Lassman, Karim Chihab, Nadège Ouedraogo, Frank Onana, Laurent Caron, Annette Closset. DURACIÓN: 90 minutos. PÁGINA WEB OFICIAL: https://www.wandavision.com/site/sinopsis/el_joven_ahmed.

CALIFICACIÓN: 

Desde que los hermanos Dardenne irrumpieron en el panorama cinematográfico internacional con Rosetta en el año 1999 (película que ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes de ese año), se han convertido en dos de los máximos representantes de un realismo social desnudo, limpio y directo cuya sobriedad, además de elección estética, suponía una elección ética en la medida en que significaba apostar por un cine de presupuestos limitados que estuviera libre de las trabas y requerimientos que una producción costosa conllevaba en términos de enfoques, puntos de vista y tratamiento de temas. Al mismo tiempo, ese estilo encerraba siempre una reflexión de profunda raigambre moral que los vinculaba al cine de Robert Bresson, cuyas historias siempre buscaban desarrollarse con el mínimo número posible de planos, escenas y secuencias y con la utilización de escasos elementos de los que se buscaba extraer todo el potencial expresivo, todo un proceso de depuración comunicativa que iba en paralelo al propio proceso de depuración espiritual de sus personajes que acababan siendo iluminados por la gracia, un chispazo directo e instantáneo apenas perceptible pero que representaba, al final, un giro radical, a veces de último segundo, de último instante, en la visión y percepción de sí mismo y del mundo de quien era tocado por la misma. Las historias de los hermanos Dardenne han heredado no solo la sobriedad bressoniana sino también la influencia en sus protagonistas de ese rayo inspirador invisible que les hace recapitular sobre todo lo que han hecho y vivido a lo largo del metraje del film. En mayor o menor medida, Rosetta, El hijo (2002), El niño (2005), Dos días, una noche (2014) y La chica desconocida (2016) se han visto impregnadas de estas características y ello mismo ocurre con El joven Ahmed que supone, no obstante, un importante cambio de escenario respecto a dónde se habían desarrollado, hasta la fecha, sus historias.




El joven Ahmed retrata el estado de radicalización de un adolescente musulmán belga que, influido por el fanatismo del imam de la mezquita a la que acude, empieza a pensar en utilizar la violencia como medio para defender sus ideas religiosas. La historia de Ahmed sirve, a su vez, para mostrar la situación de la comunidad musulmana de Bélgica y explorar todas las diferentes posturas que, en relación a la religión, existen en la misma y cómo se establece entre ellas una dialéctica que se mueve entre los términos de integración normalizada en el seno de una sociedad europea de corte laico y, por el contrario, la opción por un integrismo radical que va mucho más allá de lo que la propia religión establece. Esta diversidad de posturas que vemos debatiendo entre ellas es uno de los aspectos más interesantes del film, en la medida en que ayuda a desterrar viejos tópicos que han ayudado al crecimiento de opciones políticas de extrema derecha en las democracias occidentales. Pero, por otro lado, también da una visión pesimista sobre los procesos de fanatización, en la medida en que son retratados como un bucle sin salida de los que, una vez que se entra en ellos, resulta casi imposible escapar. De hecho, en la película, el descubrimiento del propio error por parte del protagonista (es decir, la gracia en términos bressonianos) solo tendrá lugar cuando este haya sufrido un daño personal quizás irreversible. El hijo de Ahmed se mueve en las coordenadas tradicionales del cine de los hermanos Dardenne y de ahí vienen todas sus virtudes y defectos. Porque conciliar el realismo social (que exige rigor y cierta exhaustividad analítica, además de aire y espacio para los necesarios matices) con un cine de máxima sobriedad de estirpe moralista es siempre problemático y complicado y, a veces, se puede conseguir un difícil (y casi milagroso) equilibrio y, en otras ocasiones, hay elementos que no acaban de encajar del todo entre sí. En el caso de El hijo de Ahmed, su seco y precipitado desenlace funciona a nivel de precisa moraleja de una fábula social bien definida pero, en términos de su propia trama, parece razonable pensar que hubiera necesitado de un desarrollo más pausado y progresivo. No obstante, hay que reconocer en el film su condición de valioso testimonio de un problema actual respecto al que se está actuando con mucha visceralidad y menos cerebro y sentido común de los necesarios.

TRÁILER DE LA PELÍCULA:


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