LA TRINCHERA INFINITA DE AITOR ARREGI, JON GARAÑO Y JOSE MARI GOENAGA. ESPACIOS CERRADOS/PENSAMIENTOS RÍGIDOS
TÍTULO: La trinchera infinita. TÍTULO ORIGINAL: La trinchera infinita. AÑO: 2019.
NACIONALIDAD: España-Francia. DIRECCIÓN: Aitor Arregi, Jon Garaño y José Mari
Goenaga. GUION: Luiso Berdejo y José Mari Goenaga. MONTAJE: Laurent Dufreche y
Raúl López. DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA: Javier Agirre. MÚSICA ORIGINAL: Pascal
Gaigne. INTÉRPRETES PRINCIPALES: Antonio de la Torre, Belén Cuesta, Vicente
Vergara, José Manuel Poga, Emilio Palacios. DURACIÓN: 147 minutos. ENLACE EN FILMIN: https://www.filmin.es/pelicula/la-trinchera-infinita.
El terceto formado por Aitor
Arregi, Jon Garaño y José Mari Goneaga nos ha dado en los últimos años dos de
los títulos más interesantes y peculiares de nuestro cine: Loreak (2014) y Handia (2017).
Tras realizar conjuntamente Jon Garaño y José Mari Goenaga 80 egunean (2010), en 2014 realizaron Loreak (en la que se incorporó Aitor Arregi en las labores de
coguionista y productor ejecutivo), una historia sobre vidas rutinarias que
cambian de repente y falsas apariencias que fascinó por su sorprendente
combinación de concreción e intensidad emocional que podía remitir, por
ejemplo, al cine de Robert Bresson. En 2017, con la dirección de Aitor Arregi y
Jon Garaño y José Mari Goenaga como coguionista y como coproductor ejecutivo,
realizaron Handia, film que narraba
la vida del gigantón vasco Miguel Joaquín Eleizegui Arteaga, que vivió en el
siglo XIX, el cual, conservando muchos de los rasgos estéticos de Loreak, suponía un cambio evidente de
enfoque y narrativa, al tener mayor peso el componente biográfico y de
reconstrucción de época. Ahora, en La
trinchera infinita, que cuenta con la dirección conjunta de Arregi, Garaño
y Goenaga, los tres cineastas vuelven a romper nuestras expectativas y a dar un
giro en su trayectoria, de forma que, con un cambio completo de escenario donde
se ubica la historia (pasamos del País Vasco a Andalucía) y de tiempo histórico
(la acción se desarrolla entre 1936 y 1969), nos cuentan la historia de un “topo”,
uno de los militantes del bando republicano que estuvieron escondidos más de
tres décadas por temor a las represalias del bando vencedor y que solo
regresaron a la luz pública con motivo del Decreto-Ley de amnistía aprobado por
el gobierno de Franco para conmemorar los treinta años de finalización de la
Guerra Civil. A pesar de los cambios que supone La trinchera infinita, el trío de directores conserva sus rasgos
autorales y logra desarrollar el relato desde un minimalismo expresivo que es
capaz de, con el menor número de elementos posibles y con una sobriedad casi
ascética, transmitir al espectador toda la hondura emocional de la situación
mostrada y expresar cómo los sentimientos de los personajes van aflorando
conforme el paso del tiempo va haciendo mella y derrumbando ilusiones y esperanzas.
Hay toda una serie de elementos
de La trinchera infinita que hacen
que, a pesar de sus 147 minutos, un metraje inusitado tratándose de una
película de nuestro país, la película atrape al espectador y que este no
desconecte en ningún momento de la dramática historia que se desarrolla ante
sus ojos. En primer lugar, la realización, indudable marca personal de sus
codirectores, que, evitando toda escena innecesaria y mostrando solo los
momentos decisivos del relato, aquellos imprescindibles para que el trascurrir
de los años y la evolución de los caracteres se hagan perceptibles, logra que
cada minuto, cada secuencia tenga su propio peso y que, a pesar del tono
claustrofóbico (o agorafóbico, según se mire) del film, la narración no permita
ni un solo momento de respiro. Asimismo, dicha realización se modula en función
de cada tramo de la película, abundando los primeros planos y las tomas con
cámara al hombro al principio, reflejando la confusión y la incertidumbre
iniciales de los personajes sobre lo que está sucediendo, y pasando, con
posterioridad, a predominar los planos medios que subrayan con sutileza y por
contraste el ambiente de asfixia al cual se han visto abocados. En segundo
lugar, hay que hablar del guion, inteligente tanto por su planteamiento, que
sabe explorar todas las dimensiones de la historia y de la experiencia vital de
los personajes, como por evitar todo tipo de maniqueísmo empobrecedor. Pero,
sin duda, el gran peso de La trinchera
desconocida recae en un reparto que brilla, sin excepción, a un nivel
espléndido. Están excepcionales Antonio de la Torre (en el papel de Higinio) y
Belén Cuesta (quien interpreta a su esposa) como caracteres principales del
film, pero no hay que dejar de mencionar a Vicente Vergara, en el papel de
Gonzalo, el personaje que no ceja en su empeño de averiguar dónde está Higinio,
y Emilio Palacios, como hijo de los protagonistas.
Sabiendo trascender su punto de
partida, La trinchera infinita se
acaba convirtiendo en una mirada a cómo el ser humano acaba haciendo uso de sus
mecanismos adaptativos para no ser devorado por la realidad y, como parte de
los mismos, solidifica sus pensamientos quedando anclado en un pasado que no va
a volver, que no puede ser rectificado y que, en última instancia, solo cabe
superar cerrando las heridas provocadas por los hechos más traumáticos. En un
soberbio plano final, La trinchera
infinita demuestra que no cabe definir como prisioneros solamente a
aquellos que viven encerrados en un habitáculo minúsculo sino también a quienes
no logran escapar de sus pensamientos reincidentes y obsesivos. A lo mejor, la
moraleja final del film es que son necesarios procesos de redención definitiva que
nunca acaban de llegar y realizarse de forma efectiva.
TRÁILER DE LA PELÍCULA:
IMÁGENES DE LA PELÍCULA:
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