(ATENCIÓN: El presente artículo contiene spoilers sobre la serie La
casa de papel, cuya tercera temporada ya está disponible en Netflix, y sobre las películas James
Bond contra Goldfinger – 1964– de Guy Hamilton y Sherlock Holmes en Nueva York – 1976– de Boris Sagal.)
En su libro Mariano Rubio. Los secretos del Banco de España (Temas de Hoy,
1991), el periodista Jesús Rivasés cuenta una anécdota muy relevante sobre el
oro custodiado en las cámaras acorazadas del Banco de España. Cuando los reyes
Juan Carlos I y Sofía visitaron por primera vez dicha institución y bajaron al
lugar que alberga las reservas de oro del país, quien era gobernador en ese
momento, Mariano Rubio, les hizo una broma que era habitual a todos aquellos
que realizaban por primera vez dicha visita: “Majestad, puede usted llevarse
todos los lingotes de oro que pueda tomar sin ayuda”. El rey se sorprendió y
respondió al desafío: “¿De verdad?¿Me los puedo llevar en los bolsillos?”.
“Efectivamente, majestad”, reafirmó el gobernador. Cuando el rey intentó coger
uno de los lingotes, se dio cuenta de que era imposible, ya que los mismos
estaban diseñados de tal modo en cuanto a peso y forma que era físicamente
inviable que una sola persona pudiera transportarlos por sí mismo sin ayuda.
Es evidente que cuando vemos en
la tercera temporada de La casa de papel que
dichos lingotes son tomados por los integrantes de la banda de El Profesor
igual que si fueran livianos cartones de tabaco se está pasando por alto una
medida de seguridad básica en las reservas de oro de los bancos centrales y que
ello es así porque se confía en que los espectadores no conozcan dicho dato,
algo que, efectivamente, es real, ya que no hay mucha gente que lo conozca. No
siempre se han ignorado en el cine las dificultades que implican una operación
de dicha envergadura. De hecho, hay dos películas que giran en torno a un robo
en las reservas de oro y, al final, en ninguna de las dos se ha cometido o se
iba a cometer el robo de los preciados lingotes. En James Bond contra Goldfinger (1964) de Guy Hamilton, el plan no era
robar sino que consistía en lanzar una bomba atómica cerca de Fort Knox, el
lugar donde se hallan las reservas de oro estadounidenses, de modo que la
radioactividad generada hiciera imposible poder acceder a las mismas. Y en Sherlock Holmes en Nueva York (1976) de
Boris Sagal, en la que Roger Moore interpretó el papel del famoso detective,
Patrick Macnee el del Dr. Watson y John Huston el del profesor Moriarty, parece
que se ha cometido el robo (así lo atestiguan un túnel y un lingote aparecido
en mitad del mismo) pero, en realidad, el mismo no ha sido tal sino que lo que
los “ladrones” han hecho es construir un nuevo suelo, a imagen y semejanza del
anterior, que cubre todas las reservas, de modo que las mismas ya no están visibles
pero, sin embargo, permanecen escondidas bajo el nuevo suelo construido.
Traigo a colación este dato a la
hora de hablar de la tercera temporada de La
casa de papel porque, posiblemente, sirve como indicador de que la nueva
operación puesta en marcha por El Profesor (Álvaro Morte) y su banda no está
tan pulida como el ataque a la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre (FNMT) que
se produjo en las dos primeras temporadas de la serie. Y, de hecho, hay casi
una broma de guion en algunos momentos de la trama cuando se hace ver que El
Profesor no está tan seguro con el nuevo plan como con el anterior porque no ha
sido preparado por él sino por su hermano Berlín (Pedro Alonso), fallecido,
recordemos, en el desenlace de la segunda temporada. Las dudas no son solo de
El Profesor, sino, posiblemente, también, de los propios guionistas, que no
están tan firmes en el terreno que pisan como lo estaban en las dos primeras
entregas.
Y esas dudas se dejan translucir claramente
en los primeros cuatro capítulos de la nueva temporada. Hay una cierta
sensación de déjà vu en algunos
momentos (y no ayuda a disiparla el hecho de que el decorado del vestíbulo del
Banco de España sea poco menos que el del vestíbulo de la FNMT ligeramente
reciclado); en consonancia con ello, parece que los personajes encuentran
dificultades para evolucionar, de modo que, en algunas ocasiones, lo que hacen es
exacerbar los rasgos de su perfil, rayando en la caricatura; hay algún que otro
fichaje nuevo que no acaba de encontrar el tono adecuado y que hace que no nos
podamos olvidar del personaje de Berlín, con sus gotas precisas de maldad,
encanto y elegancia; y hay algún que otro cambio de rol en alguno de los
personajes que no llega a funcionar satisfactoriamente (aunque sí hay que decir
que el experimentado por el de Enrique Arce – antes, director de la FNMT,
ahora, coach motivacional– es un completo
acierto). Sin embargo, es al final del capítulo cuarto y al principio del
capítulo quinto, justo al pasar el ecuador de la nueva entrega, cuando la misma
remonta. Y lo hace prescindiendo de las cuestiones esenciales comentadas y
aferrándose a algo aún más esencial y primario: la seña de identidad
fundamental de la serie.
Y esa seña de identidad fundamental
es la de retratar el espíritu de descontento y las ansias de rebeldía de una
ciudadanía profundamente descontenta desde que estalló la crisis económica de
2008 y vio que sus condiciones de vida empeoraron dramáticamente mientras que,
quienes detentaban el poder y su situación privilegiada, mantenían una posición
inalterada y sin mermas. Así que, desde el momento en que Denver (Jaime
Lorente) sale del Banco de España portando, abiertas y desvalijadas, las cajas
donde se custodian los más delicados secretos de Estado y las autoridades, ante
ese hecho, deciden paralizar la entrada en la entidad, la serie lo apuesta todo
a ese espíritu que viene a ser, expresado en términos cinematográficos, una hábil
combinación de Robin de los bosques (1938)
de Michael Curtiz y William Keighley y V
de Vendetta (2005) de James McTeigue, es decir, el concepto del ladrón que
roba a los poderosos para dárselo a los menos favorecidos sumado al del
revolucionario, hábil, astuto e inteligente, que es capaz de levantar al pueblo
y poner en jaque al sistema.
Conforme los nuevos episodios van
avanzando, el propósito del robo va perdiendo importancia (de forma que el tema
de los lingotes pasa a un discreto segundo plano) y va cobrando pleno
protagonismo la del enfrentamiento con un sistema que no va a dudar en saltarse
cualquier límite para ganar el envite. Y ahí es donde los personajes de
Fernando Cayo y, sobre todo, de Najwa Nimri, como representantes de un poder
establecido que no se puede permitir el lujo de salir derrotado en la batalla,
se engrandecen y se acaban convirtiendo en adversarios a la altura de El
Profesor, alcanzando el clímax del enfrentamiento entre los dos bandos justo
cuando la temporada termina, dejándonos con la miel en los labios sobre cómo va
a proseguir el duelo, con Nairobi (Alba Flores) en situación crítica tras el
disparo recibido, Raquel Murillo (Itziar Ituño) detenida, El Profesor pensando
que ha sido ejecutada por la policía y toda la operación al borde del colapso. Hay
algunos flecos colaterales que también han sido inteligentemente sembrados para
que se despierte un runrún en nuestra cabeza intentando adivinar cuál va a ser
su trascendencia en los próximos episodios: ¿qué papel jugará el personaje de
Enrique Arce en el desarrollo de los acontecimientos?¿cómo es que Blanca Cuesta
interpreta a uno de los rehenes y aún no ha tenido ninguna presencia en la
evolución de los hechos? En suma, cabe esperar aún emociones intensas para la
cuarta temporada…
Es indudable que La casa de papel ha sido uno de los
éxitos más importantes de la televisión española a nivel mundial (solo apuntar
que cuando entrevisté el año pasado al director coreano Hu Jong-ho durante el 28º Festival de Cine Fantástico de Málaga,
mencionó a La casa de papel, junto a
Pedro Almodóvar, Alejandro Amenábar y el film Contratiempo – 2016– de Oriol Paulo, como sus referencias más
conocidas del cine y la televisión que se hacían en España), por lo que el
nivel de exigencia en esta nueva temporada, dada la repercusión de las entregas
anteriores, estaba en lo más alto. Aunque, como hemos ido explicando a lo largo
del artículo, los nuevos episodios empezaron más dubitativos y solo fue en la
segunda parte de la temporada cuando la serie se aproximó al nivel que la ha convertido
en legendaria, es pronto para emitir un juicio definitivo porque solo cuando
lleguemos al desenlace del espectacular atraco al Banco de España será el
momento de valorar si La casa de papel ha
cumplido o no el reto de salir airosa de prolongar su existencia con un “más
difícil, todavía”. Los siguientes capítulos serán los que decantarán el fiel de
la balanza en un sentido u otro. Pero de lo que no se puede dudar es de que lo
que sí ha logrado esta nueva entrega es la de renovar el espíritu de rebeldía
que la serie decidió encarnar y ponerlo en primer plano para que la
identificación con la historia de los espectadores más entregados sea total y
absoluta. Podemos dudar de si lo que La
casa de papel hace es mercantilizar un estado de ánimo legítimo sin
pretender ser la espoleta de ningún cambio o transformación real (o, siendo
maliciosos, buscando anestesiarlo) pero de lo que podemos estar seguros es que,
cuando dentro de unos años, debamos documentar qué ambiente se vivía en los
atribulados tiempos actuales, la historia de El Profesor y su banda será uno de
los referentes básicos para conocer una situación de desencanto y rabia que
solo el tiempo nos dirá a dónde nos va a conducir.
Para terminar, como la banda
sonora de La casa de papel es rica y
variada, enlazamos algunas de las mejores y más emblemáticas canciones que aparecen
en esta temporada de la serie.
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