En nuestra revisión del Atlántida Film Fest 2019 organizado por Filmin, nuestra prioridad será el cine español presente en el certamen, ya que hablamos de cinco películas realizadas en nuestro país. Dos películas francesas y una danesa completarán la relación de películas reseñadas.
- Sección GENERACIÓN
Abrimos el artículo con una extraña
y enigmática película danesa que logra condensar en solo 71 minutos una
historia abierta a todo tipo de lecturas e interpretaciones. Primer largometraje
del director Kristian Sejrbo Lidegaard, Songs
in the Sun es una muy peculiar combinación del más clásico cine nórdico,
con ecos de Carl Theodor Dreyer e Ingmar Bergman, con el estilo y las maneras
de Peter Weir en Picnic en Hanging Rock (1975),
dando por resultado un film que no sabemos si es una reivindicación de la
trascendencia o, más bien, todo lo contrario, el retrato de cómo el ser humano
decide indagar en una dimensión inexistente cuando las dimensiones reales solo
le conducen al vacío interior. Tres actrices lideran el reparto. Emma Sehested
Høeg interpreta a Anna, una joven cantante aspirante a entrar en el
conservatorio que decide hacer un paréntesis para visitar a su amiga Julie (Victoria
Carmen Sonne, a quien ya vimos en el certamen del año pasado en la áspera Holiday de Isabella Eklöf), tras la
llamada de la madre de esta (Charlotte Munck), preocupada por el extraño
comportamiento de su hija. A partir de este planteamiento, lo mágico, lo
irónico y lo absurdo se dan la mano para llegar a un desenlace en el que la protagonista
alcanza su sueño dejando atrás todo un reguero de desolación.
Quizás, no sea muy original la historia
que se cuenta en La fiesta se acabó: dos
chicas (Clémence Boisnard y Zita Hanrot) se conocen en un centro de atención a
drogodependientes y deben pasar una terapia para poder salir de su adicción. A
partir de ahí, asistimos al proceso que han de abordar para escapar de su
problema, con sus momentos de satisfacción y superación y los baches y
abandonos por los que deben pasar para superar su complicada situación. Como
hemos dicho, la historia no es nueva. Sin embargo, la calidez, agilidad y
precisión con la que está contada (y el brillo que irradia la última secuencia
de la película) nos hacen conectar de tal modo con el film que parece que vemos
por primera vez un relato de estas características. Buen trabajo de las dos
actrices y de la directora debutante, Marie Garel-Weiss, que invita a seguir en
el futuro sus trayectorias para confirmar las buenas sensaciones que La fiesta se acabó nos ha dejado.
En el debut como director del
músico, compositor y DJ Marc Collin, era casi inevitable que el tema girara en
torno a la música y, efectivamente, El
sonido del futuro retrata ese momento de los años 70 en los que irrumpe la
música electrónica ante el escepticismo de quienes piensan que el pop y el rock más clásicos van a seguir imponiendo su ley. El personaje que
interpreta Alma Jodorowsky, protagonista de la película, tiene en su casa el
único sintetizador que existe en París y asistimos a sus desvelos por crear una
música que aún no existe, la pasión que despiertan en ella las nuevas
propuestas que se acercan a su ideal creativo y su lucha contra la desconfianza
de su entorno. De interés para los amantes de la música electrónica, El sonido del futuro probablemente
acabará atrayendo menos a los interesados solo por el cine ya que la levedad de
su trama y la morosidad con que se desarrolla en muchos momentos harán que no
acaben de conectar del todo con la película. Bien rodada, bien interpretada y
con una recreación satisfactoria de la época, El sonido del futuro es una película que se ve con agrado pero que
no nos deja ninguna huella memorable para recordar.
Desde que en el Festival de Málaga de 2018 vimos el corto Jauría,
teníamos ganas de volver a ver un nuevo trabajo de Gemma Blasco y hemos tenido
la suerte de encontrarnos con él en esta edición del Atlántida Film Fest. Y se
trata de su primer largometraje, El zoo,
una estimulante propuesta que tiene todo aquello que debe tener, en nuestra
opinión, una opera prima: audacia,
atrevimiento, riesgo y afán por explorar caminos nuevos y desconocidos. El zoo tiene ecos del David Lynch que
nos sumerge en universos desconcertantes y de Noche de estreno (1977) de John Cassavetes (con esa obra teatral que
se va haciendo y rehaciendo mientras se ensaya) pero sabe aportar elementos
novedosos que convierten al film en una obra original y con una personalidad
claramente independiente e identificable. El más destacado, esa conexión con
los reality shows que hacen del film
un ácido y certero diagnóstico contra la realidad virtual que, poco a poco y
sin ser conscientes de ello, nos va dominando y apoderándose de nosotros. Pero,
además de este, El zoo es, entre
otras cosas, una indagación sobre la naturaleza del teatro, sobre la
problemática del intérprete a la hora de abordar su personaje y sobre los recovecos
que toda creación ha de recorrer hasta encontrar su forma definitiva. En suma,
nos encontramos con una película que se aleja de los esquemas convencionales y
que ha sabido encontrar su propia voz para relatarnos una historia que es
completamente diferente a la mayoría que nos estamos acostumbrando a ver con
exceso de pereza y comodidad.
- Sección POLÍTICA Y CONTROVERSIA
Ya tuvimos ocasión de ver en el
Atlántida Film Fest 2017, el anterior documental de Miguel Eek, el magnífico Vida y muerte de un arquitecto, que
incluimos en el ranking de mejores documentales españoles de ese año.
En esta ocasión, Eek cambia completamente de registro y se adentra en la rutina
del cementerio de Palma, retratando a las personas que allí trabajan y
visualizando las peculiares formas arquitectónicas del lugar. La película logra
atraparnos en los primeros momentos y nos crea grandes expectativas pero,
conforme se va desarrollando, va aportando escasos elementos novedosos y el
discurso (salvo en dos o tres destellos que sí son muy interesantes) se va
agotando, dejándonos la sensación de que, en principio, parecía haber una
historia que contar pero que, al final, no se ha logrado encontrar la misma o
el medio de hacerla llegar de forma efectiva al espectador.
- Sección DOMESTIK
El tercer largometraje de David
González Rudiez profundiza, tras Common
Grave (2017) y Arder (2017), en
su peculiar mundo de seres extraviados y sin rumbo que están desconectados del
entorno en el que viven, un universo que fascina especialmente al cine
independiente español, con títulos como El
árbol (2009) de Carlos Serrano Azcona, La
influencia (2007) de Pedro Aguilera, El
camí més llarg per tornar a casa (2014) de Sergi Pérez o Callback (2016) de Carles Torras. En el
caso de La noche nos lleva, el
personaje al que vemos confuso en su identidad y en su posición en el mundo es
un jugador de baloncesto retirado, que llegó a jugar en la selección española,
que, tras abandonar el deporte profesional, se siente desorientado sin que sea
capaz de encontrar una finalidad para su vida. Camina durante horas y horas por
Madrid, sin dirigirse a ningún sitio en particular, y, en cualquier relación o
conversación, le preguntan por su pasado, ese pasado del que no puede
desprenderse y que pasa por ser la cumbre de su vida, una cumbre que, quizás,
nunca va a volver alcanzar. Reflexión sobre el significado que la dimensión
laboral tiene en nuestras vidas y sobre la dificultad para conseguir una
plenitud que parece estar olvidada y ausente en nuestra rutina y quehaceres
cotidianos.
- Sección IDENTIDAD
Primer largometraje del director
malagueño Pablo Lavado, Al óleo, que
ya se pudo ver en la Sección Oficial – Fuera de Concurso – Málaga Premiére del
último Festival de Málaga, es un film delicado e intimista en que se refleja un
fin de semana en el que la protagonista (Sarah Benavente), una joven pintora
que quiere abrir una galería de arte, acompañada de su novio (Chico García, a
quien ya vimos en 321 días en Michigan),
hace una visita a la casa familiar en su pueblo natal, donde viven su padre (Juan
Antonio Hidalgo) y su hermano (José Pastor). La tensión entre las ideas del
pasado del padre y la visión de la vida que tienen ambos hermanos será el eje
en torno al cual girará la breve visita de la protagonista, que servirá a todos
los miembros de la familia para resolver historias y dilemas que estaban
pendientes de cerrar.
- Sección MEMORIA HISTÓRICA
Conocimos a Ramón Lluís Bande
gracias a esa maravilla que fue El fulgor
(2002), un documental protagonizado por el cantautor Nacho Vegas en el que
veíamos todo el proceso por el que nace una canción y la misma acaba siendo
grabada y tocada en público, todo un recorrido lleno de sensaciones y emociones
que convirtieron a dicha película en un título mítico, tanto para aficionados a
la música como para cinéfilos con ganas de vivir una experiencia visual
diferente a la habitual. El año pasado, Ramón Lluís Bande presentó en este
Festival Escores, 24 de diciembre de 1937
sobre un episodio olvidado de la represión ocurrida durante la Guerra Civil
española y Nacho Vegas protagonizó Luz de
agosto en Gijón de Alejandro Nafría, un precioso documental sobre los
cambios ocurridos en la ciudad asturiana en las dos últimas décadas. Ahora,
Bande y Vegas se reencuentran en Cantares
de una revolución, crónica de la Revolución de 1934 en Asturias narrada a
través de la música cantada por los revolucionarios y de sus testimonios
dejados por escrito. Cantares de una
revolución tiene como valor al reflejar la versión de unos hechos contada a
través de quienes los protagonizaron y al rescatar testimonios y canciones (por
ejemplo, la versión alternativa del Asturias,
patria querida) que, en gran medida, estaban olvidados. Como punto
negativo, mencionar una grave inexactitud (no sé si involuntaria o deliberada)
que se desliza en el documental: quien fue fusilado en 1937 no fue Leopoldo
Alas, Clarín, quien falleció en 1901,
sino su hijo, Leopoldo García-Alas García-Argüelles, que era rector de la
Universidad de Oviedo al estallar la Guerra Civil.
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