EL VENDEDOR DE TABACO DE NIKOLAUS LEYTNER. ESPERANZA Y DESOLACIÓN


Reseño, a continuación, la película extranjera que más me ha gustado en todo lo que llevamos de 2019.




TÍTULO: El vendedor de tabaco. TÍTULO ORIGINAL: Der Trafikant. AÑO: 2018. NACIONALIDAD: Austria-Alemania. DIRECCIÓN: Nikolaus Leytner. GUION: Klaus Richter y Nikolaus Leytner, adaptando una novela de Robert Seethaler. MONTAJE: Bettina Mazakarini. DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA: Hermann Dunzendorfer. MÚSICA ORIGINAL: Matthias Weber. INTÉRPRETES PRINCIPALES: Simon Morzé, Bruno Ganz, Johannes Krisch, Emma Drogunova, Regina Fritsch, Karoline Eichhorn, Michael Fitz. DURACIÓN: 113 minutos. PÁGINA WEB OFICIAL: http://www.vercine.org/ficha/i/253/1/390/el-vendedor-de-tabaco.html. ENLACE EN FILMIN: https://www.filmin.es/pelicula/el-vendedor-de-tabaco.

CALIFICACIÓN: 

En sus memorias, a las que llamó Mi último suspiro, Luis Buñuel escribe lo siguiente sobre el tabaco: “El tabaco es un placer en todos los sentidos: de la vista (es bonito ver bajo el papel de plata los cigarrillos blancos, alineados como para la revista), del olfato, del tacto… Si me vendaran los ojos y me pusieran entre los labios un cigarrillo encendido, me negaría a fumar. Me gusta sentir el paquete en el bolsillo, abrirlo, palpar la consistencia del cigarrillo, notar el roce del papel en los labios, gustar el sabor del tabaco en la lengua, ver brotar la llama, arrimarla, llenarla de calor. Un hombre llamado Dorronsoro, ingeniero español de origen vasco y republicano, exiliado en México, al que conocía desde la Universidad, murió de un cáncer de los llamados “de fumador”. Fui a verle al hospital en México. Tenía tubos por todas partes y llevaba una mascarilla de oxígeno que él se quitaba de vez en cuando, para dar una chupada a un cigarrillo, a escondidas. Fumó hasta las últimas horas de su vida, fiel al placer que le estaba matando. Por tanto, responsables lectores, para terminar estas consideraciones sobre el (…) tabaco (…) me permitiré darles un doble consejo: no beban ni fumen. Es malo para la salud”.


El genio de Calanda, a quien no les resultaban ajenas las teorías psicoanalíticas de Sigmund Freud, resume en estas pocas líneas un concepto que no se puede abordar a la ligera: el de placer culpable. Se disfruta de algo que (en el fondo de tu psique) te desagrada disfrutar. Porque ahí está el Super-Yo (en terminología freudiana) condicionando, con sus reglas e imposiciones, la conducta del individuo. Casi al principio de El vendedor de tabaco, cuando su protagonista toma el tren para dirigirse a Viena, contempla a dos chicas jóvenes muy guapas que se sientan cerca de él y se empieza a producir un intercambio de miradas entre ellos. Entre el joven y las dos chicas hay sentado un tipo con pequeño bigotito que se parece a Hitler. El espectador puede decir: "¡Pero si es Hitler!". No lo es. Pero, sin duda, su presencia sí está en espíritu, en mentalidad habría que decir, porque El vendedor de tabaco habla de lo que parece que no está pero acaba haciéndose presente… ¡Y de qué manera!




No sabemos si el novelista Robert Seethaler o el director Nikolaus Leytner conocen la cita de las memorias de Buñuel que hemos transcrito más arriba pero, al situar en un estanco el centro de esta historia (en la que un joven aprendiz del establecimiento conoce a Sigmund Freud, uno de sus clientes, e inicia una amistad con él en los momentos inmediatamente anteriores a la anexión de Austria por la Alemania nazi, en 1938), han logrado crear el mismo espíritu que sobrevuela en las palabras del mejor director español de la Historia: el estanco como lugar desde donde se puede acceder a pequeños placeres pero que es, al mismo tiempo el pasaje por el que nuestro protagonista escapa, desde la égida tanto manifiesta como invisible de la figura materna, hacia su propia autoconciencia y la asunción de las responsabilidades que debe asumir como adulto.  Casi como una plasmación icónica de las teorías freudianas, el joven protagonista se deberá enfrentar simultáneamente al Ello (encarnado en Emma Drogunova, la chica de la cual se enamora) y al Super-yo (ese movimiento nazi en ascenso que, aprovechándose del poso autoritario ya existente en la sociedad austríaca, acabará controlando Austria y poniendo fin a la posibilidad de emprender proyectos libres y ausentes de prejuicios), mientras que Sigmund Freud, como árbitro y consejero áulico, ejerce un papel cuasi-paternal que inspira al joven protagonista a cambiar, a transformarse y a progresar en medio de circunstancias ásperas y complicadas.

Con una caligrafía precisa, elegante y expresiva (que nos pasea tanto por los barrios de Viena, los más elegantes, los más populares y los más degradados, como por los ambientes nocturnos y canallas de una ciudad en crisis – con momentos que recuerdan a Cabaret de Bob Fosse y que acaban desembocando en una mueca amarga y desoladora–, como por los sueños del protagonista),  El vendedor de tabaco se nutre de las dos soberbias interpretaciones de Bruno Ganz (una de las últimas del gran actor suizo antes de su fallecimiento) y Johannes Krisch y de la eficacia de Simon Morzé y Emma Drogunova y, lejos de hablarnos del pasado, traza un certero paralelismo con el presente, con un presente en el que, teniendo que manejarnos entre los escombros de lo que fue, aparecen viejos demonios frente a los que tendremos que resolver el dilema al que el joven protagonista de El vendedor de tabaco se enfrenta: bajar los brazos o levantarlos para luchar, aun sabiendo que, tal vez, es la derrota lo único que le espera.


TRÁILER DE LA PELÍCULA:




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