Aprovechando que la película ya está disponible en Filmin,
publicamos la reseña de El blues de Beale
Street (la cual no parece una reseña, todo hay que decirlo).
TÍTULO: El blues de Beale Street. TÍTULO ORIGINAL: If Beale Street Could Talk. AÑO: 2018.
NACIONALIDAD: Estados Unidos. DIRECCIÓN: Barry Jenkins. GUION: Barry Jenkins,
adaptando la novela homónima de James Baldwin. MONTAJE: Joi McMillon y Nat Sanders. DIRECCIÓN
DE FOTOGRAFÍA: James Laxton. MÚSICA ORIGINAL: Nicholas Brittell. INTÉRPRETES PRINCIPALES: KiKi Layne, Stephen James,
Regina King, Teyonah Parris, Colman Domingo, Ethan Barrett, Milanni Mines,
Ebony Obsidian, Dominique Thorne, Michael Beach, Aunjanue Ellis, Diego Luna, Ed
Skrein, Emily Rios, Pedro Pascal, Finn Wittrock, Brian Tyree Henry, Dave Franco.
PÁGINA WEB OFICIAL: http://bealestreet.movie/. ENLACE EN FILMIN: https://www.filmin.es/pelicula/el-blues-de-beale-street.
El escritor peruano Julio Ramón Ribeyro contó en Televisión Española que, en una ocasión, se quedó bastante sorprendido
porque un lector de otro país le preguntó extrañado que por qué en ninguno de
sus cuentos abordaba la situación de la población de raza negra en Perú. No
comprendió muy bien el motivo de que le hicieran esta pregunta hasta que no
descubrió que en una edición extranjera de una de sus colecciones de relatos se
habían equivocado de fotografía en la solapa y habían puesto la de un autor de,
precisamente, raza negra. Viene a cuento esta anécdota porque la he recordado
al ver El blues de Beale Street,
adaptación de una novela de James Baldwin realizada por Barry Jenkins, quien,
en 2017 ganara el Oscar a la Mejor Película por Moonlight.
Y, tras haber visto ambas películas, tengo la sensación de que Jenkins se ve
obligado a contar historias que no quiere contar o, como mínimo, se ve obligado
a contarlas de un modo que no es el que elegiría en función de su temperamento
creativo y que, hasta cierto punto, así lo manifiesta, no sé si consciente o inconscientemente,
en sus films.
Para explicarlo, hay que empezar
hablando de James Baldwin, autor de la novela en la que se basa esta película,
un escritor en que su conciencia de la negritud fue el eje de su narrativa y de
su activismo político. En 2017, se estrenó el documental I’m Not Your Negro de Raoul Peck y en él hay un momento que resume
a la perfección cómo, a partir del momento en que se forja la conciencia de la
identidad, de una identidad definida como sometida y subordinada por unas
condiciones sociales concretas, ello supone una ruptura brusca y definitiva en
la trayectoria vital de una persona: es el momento en que, reproduciendo las
palabras de Baldwin, se habla de que un negro en Estados Unidos empieza a
crecer sin saber que lo es ya que toda la sociedad está diseñada por la
población blanca de modo que, cuando alguien que no fuera de la misma raza, la
contempla, en una especie de efecto espejo, llega a pensar que también es
blanco. Por lo tanto, el alcanzar la conciencia de la propia identidad es,
simultáneamente, el alcanzar la conciencia de los mecanismos de opresión y el
identificar los mecanismos de alienación cultural que convierten a un conjunto
de seres humanos, por algún rasgo constitutivo de su personalidad, en
ciudadanos de segunda clase. Y ello supone una revelación definitiva y radical
en cualquier biografía que, desde ese momento, se ve marcada por ese
descubrimiento.
¿Cómo afecta este descubrimiento
a un creador?¿Cómo ha de sobrellevar que hay un hecho que es el esencial que
sufre como ser humano y que va a condicionar completamente su labor creativa?
Porque, ¿puede hablar de otros temas, de otros puntos de vista, de otros
argumentos que no estén relacionados con su condición de ciudadano de segunda
clase en una sociedad opresora?¿No sería ello una traición a sí mismo o un
intento de dar la espalda a una realidad molesta? James Baldwin lo entendió así
y el tema del racismo en la sociedad estadounidense fue el que vertebró toda su
obra y su activismo político. Pero, viéndolo desde otro punto de vista: si un
creador, en función de su posición en la jerarquía social, carece de libertad
para elegir los temas que le interesen, incluso a los que más se adecuan a su
personalidad y a sus preocupaciones, ¿no supone ello dejar de ser fiel a su
propio temperamento creativo? Y añadamos que eso no se reduce exclusivamente a
los creadores afectados por su condición racial porque, en última instancia,
acaba sucediendo también a aquellos que se ven discriminados por algún rasgo de
identidad: por su condición social, por lengua materna, por su origen étnico, por
su origen social, por su aspecto físico, etc., cuestiones todas ellas que son
origen de degradaciones, explícitas o implícitas, a nivel colectivo.
En el cine de Barry Jenkins,
tanto en Moonlight como en El blues de Beale Street, he detectado
esa tensión interna que hace que sus películas desconcierten desde el punto de
vista estético y desde el lado de la sintaxis cinematográfica empleada. Porque
si en ambos films late una preocupación social muy nítida, el realizador se
siente inevitablemente atraído por una visión intimista de las relaciones
personales, por la percepción de detalles de un intenso lirismo que trascienden
la gris realidad y parecen mirar a planos espirituales más elevados, por la
inquietud por mostrar los conflictos entre los seres humanos con un estilo que
parece remitir más al cine de Ingmar Bergman, Wim Wenders, Ang Lee o Sam Mendes que al de
realizadores más combativos como Mike Leigh, Ken Loach, Francesco Rosi o Pier
Paolo Pasolini.
En las vidas de los personajes de
El blues de Beale Street, se produce
un corte similar al expuesto a lo largo de la reseña. Enamorados desde la
infancia, todo parece ir bien encarrilado en sus vidas hasta que su condición
racial los lleva a una dramática situación que parece no tener salida. Hay en
las almas de estos personajes un conflicto sin solución entre los objetivos a
los que ellos aspiran en función de su idiosincrasia y los objetivos que se ven
obligados a asumir por culpa de una estructura social injusta. Y, posiblemente,
Barry Jenkins se identifica con sus vidas porque él mismo se siente
identificado con esa disyuntiva que casi se convierte en esquizofrénica: tener
que olvidar lo que se es para intentar luchar contra aquello que te obligan a
ser; no poder hacer el cine que, en el fondo, te gustaría realizar porque, con
carácter casi urgente, tienes que hacer un cine que dé cuenta de una opresión
continua que afecta a todos los aspectos de tu vida cotidiana. De este modo,
las injusticias sociales acaban afectando de forma inexorable a toda actividad
creativa porque la sitúan en la encrucijada fatal de elegir entre lo deseado y
lo oportuno. Y, elija el camino que se elija, ello solo podrá conducir a una
situación de profunda y permanente insatisfacción. En ese terreno de
expectativas imposibles de cumplir, en ese estado de ánimo marcado por una
desolación continua e imposible de superar, y a la que solo cabe hallar salidas
psicológicas dudosas y altamente precarias, es donde El blues de Beale Street alcanza sus mejores momentos y encuentra, posiblemente,
sus últimas claves.
TRÁILER DE LA PELÍCULA:
IMÁGENES DE LA PELÍCULA:
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