ELISA Y MARCELA DE ISABEL COIXET. UNA ODA A LA VALENTÍA




TÍTULO: Elisa y Marcela. TÍTULO ORIGINAL: Elisa y Marcela. AÑO: 2019. NACIONALIDAD: España. DIRECCIÓN: Isabel Coixet. GUION: Isabel Coixet y Narciso de Gabriel. MONTAJE: Bernat Aragonés. DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA: Jennifer Cox. MÚSICA ORIGINAL: Sofía Oriana Infante. INTÉRPRETES PRINCIPALES: Natalia de Molina, Greta Fernández, Tamar Novas, Fracesc Orella, Lluis Homar, Manolo Solo, Jorge Suquet, María Pujalte. DURACIÓN: 113 minutos.

CALIFICACIÓN: 


Es difícil sintetizar las claves y constantes del cine de Isabel Coixet porque desde que en 1989 realizara Demasiado viejo para morir joven su cine ha transitado por varios países, por varias épocas, por varias temáticas y por varios tonos y texturas hasta crear un abanico heterogéneo y diverso que nos puede despistar sobre la evidente personalidad autoral de la directora catalana. Porque, aunque las películas de Coixet pueden parecer muy diferentes entre sí, se puede percibir un hilo sutil que va enlazando toda su filmografía y que gira en torno a la lucha simultánea del ser humano contra un entorno hostil y contra la rebeldía de su propio cuerpo. Los personajes de sus films se acaban, en general, sintiendo como delgadas láminas emparedadas ente un exterior que les acosa y un interior que los devora o que les obliga a actuar de forma contraria a como ellos hubieran racionalmente deseado. En el proceso, acabarán encontrando revelaciones en parte dolorosas, en parte liberadoras, pero que les ayudará quizás a contemplar del mundo de otro forma, quizás a superar un pasado traumático, quizás a reconciliarse con ellos mismos.

Ese ataque del cuerpo contra su propietario puede estar presente en forma de enfermedad (o accidente) como ocurría en Mi vida sin mí (2003), en La vida secreta de las palabras (2005) o Elegy (2008) o, también, en forma de pasión, tal como sucedía en A los que aman (1998), también en Elegy o en Mapa de los sonidos de Tokyo (2009), con la extraña atracción que sienten entre ellos Sergi López y Rinko Kikuchi. La hostilidad del entorno, en múltiples variantes, está presente en La vida secreta de las palabras (esa plataforma petrolífera que “ataca” a sus trabajadores, los hechos que acaban explicando la coyuntura vital de Sarah Polley), en Mapa de los sonidos de Tokyo, Ayer no termina nunca, Nadie quiere la noche, La librería… De este modo, al retratar la lucha de sus personajes por escapar de este doble frente de ataque, el cine de Coixet es al mismo tiempo reivindicativo y humanista, sabiendo plasmar muchas de las inquietudes del ser humano en el tiempo actual.





Parecería que, hasta ahora, no hemos hablado nada de la última película de Isabel Coixet, Elisa y Marcela, una producción de Netflix que, antes de que esté disponible en la plataforma de streaming, ha sido estrenada en un reducido número de salas comerciales. Sin embargo, el sentido profundo de este film es el que, en última instancia, da sentido a toda su filmografía pero, eso sí, con un grado de depuración, precisión y preciosismo visual que, hasta la fecha, la directora no había alcanzado con tanta intensidad. Por ello, Elisa y Marcela, en el contexto de toda su obra, viene a representar una quintaesencia de todas las virtudes que la realizadora había mostrado con sus anteriores películas  y eleva su cine a un escalón que puede representar un antes y un después en su trabajo. Este film, basado en una historia real, narra la historia de dos chicas jóvenes, en torno al año 1900, maestras de pueblo, que se enamoran y acaban protagonizando un hecho insólito para la época: una de ellas simuló tener una identidad masculina y ambas contrajeron matrimonio por la iglesia el 8 de junio de 1901.

La película tiene muchos elementos a destacar, empezando por todo el reparto, que brilla a un espléndido nivel, aunque debiendo destacar lógicamente a la pareja protagonista, Natalia de Molina y Greta Fernández, que no solo trazan con precisión la caracterización de cada uno de sus dos personajes sino que saben mostrar con sutileza la evolución psicológica de cada uno de ellos. Hay que reconocer, igualmente, el mérito de la excelente fotografía de Jennifer Cox que se convierte en el alma de la película y, desde el punto de vista narrativo, la naturalidad con la que se desenvuelve la trama (a pesar de que haya algún desfallecimiento de ritmo en la segunda parte del film), que consigue evitar lo que sería el principal riesgo de la película: que su hermosa factura visual chirriase con la aspereza de su contenido. Pero ello no ocurre porque, en realidad, Elisa y Marcela no nos acaba hablando tanto de las dificultades de sus protagonistas como de lo que consiguieron por no dejarse llevar por los cauces de los prejuicios y los convencionalismos. Así, Elisa y Marcela se acaba convirtiendo en una celebración de los triunfos obtenidos por aquellos que atreven a enfrentarse a sus circunstancias y a los obstáculos impuestos por una sociedad intolerante.




En Ocnos de Luis Cernuda, hay un pasaje que reza del siguiente modo: “En las largas tardes del verano, ya regadas las puertas, ya pasado el vendedor de jazmines, aparecían ellos, solos a veces, emparejados casi siempre. Iban vestidos con blanca chaqueta almidonada, ceñido pantalón negro de alpaca, zapatos rechinantes como el cantar de un grillo, y en la cabeza una gorrilla ladeada, que dejaba escapar algún rizo negro o rubio. Se contoneaban con gracia felina, ufanos de algo que sólo ellos conocían, pareciendo guardarlo secreto, aunque el placer que en ese secreto hallaban desbordaba a pesar de ellos sobre la gente. (…) Alguna vez levantaban la mirada a un balcón, donde los curiosos se asomaban al ruido, y había en sus descarados ojos juveniles una burla mayor, un desprecio más real que en quienes con morbosa curiosidad les iban persiguiendo. Al fin se perdían al otro extremo de la calle. Eran unos seres  misteriosos a quienes llamaban los maricas”. Que Elisa y Marcela sepa reflejar, exactamente, el mismo tono, el mismo clima opresivo (y, al mismo tiempo, la actitud retadora por parte de los marginados), que Luis Cernuda, otra víctima de los mismos tabúes de esa misma época, vivió y sufrió en sus carnes, es la alabanza definitiva que podemos realizar a esta estupenda película.


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