Stanley Donen (13 de abril de 1924 – 21 de febrero de 2019)
Desde que la revista francesa
Cahiers du Cinéma introdujera el concepto de “cine de autor” y, aún más,
defendiera la “política de cine de autor”, los juicios y valoraciones sobre las
obras de los diferentes directores ha sufrido una, a mi juicio, negativa
distorsión que ha provocado la sobrevaloración de unos, la minusvaloración de
otros y, en demasiadas ocasiones, la concepción errónea de muchas carreras
profesionales en el séptimo arte que han desaprovechado grandes habilidades
potenciales para intentar impulsar virtudes inexistentes. La realidad es que, a
lo largo de la historia del cine, han existido diferentes modelos de creación y
producción y que, para hacer “cine de autor”, es necesario desplegar todo un
mundo visual y conceptual propio que no todos los realizadores poseen y,
además, existen otras posibilidades que, por ejemplo, inciden en la visión del
cine como creación colectiva y que han demostrado ser igual de eficaces y
potentes expresivamente y que han sabido dar obras maestras del mismo modo que
lo ha hecho la visión defendida por la mítica revista francesa mencionada. En
esta vertiente, el realizador, más que ser un creador absoluto, viene a ser un
hábil director de orquesta que, en vez de instrumentos, debe coordinar a todo
un conjunto de creadores en los diferentes ámbitos que conforman la estructura
de una película (en el apartado visual, interpretativo, musical, narrativo…).
Ahí está para demostrarlo, ya en
los primeros tiempos de historia del cine, El
gabinete del doctor Caligari (1920) de Robert Wiene, donde todo su
entramado expresionista no fue obra única del director sino de todo un equipo
que fue ideando en diversas etapas el concepto tan rupturista e innovador del
film. En el Hollywood clásico, esa visión fue la que dominó en los años dorados
que empezaron en la década de los 30 y culminaron en el brillante esplendor de
los 50, en gran medida porque solo así era posible ser la “fábrica de los
sueños” que llegó a ser (y, aquí, ante todo, hay que recalcar la palabra “fábrica”). Viene todo esto a cuento de
la muerte el pasado 21 de febrero del director Stanley Donen. Stanley Donen no
era un “autor” según el modelo tradicionalmente aceptado y, por ello, no llegó
a estar en el grupo de directores reivindicados por la crítica francesa de los
50 (Hitchcock, Lang, Hawks, fundamentalmente) pero, a pesar de ello, y, digo
más, con independencia de ello, no lo duden: Donen ha sido uno de los directores
más grandes de la historia del cine.
Imagen de Un día en Nueva York
Con todo lo que he dicho con
anterioridad, no quiero decir que estoy en contra del cine de autor (algo que
los lectores habituales de la revista conocen perfectamente), sino que no solo
por llevar la etiqueta de “cine de autor” eso significa automáticamente que una
película tenga calidad suficiente y que hay films perfectamente válidos que se
sitúan fuera de esa visión. Toda la obra de Stanley Donen es buen ejemplo de
ello. Donen empezó en el género del musical y, en el mismo, alternó títulos de
estructura más clásica como Un día en
Nueva York (1949) – con Gene Kelly y Frank Sinatra–, Bodas reales (1951) – con Fred Astaire y Jane Powell–, Siete novias para siete hermanos (1954)
o Una cara con ángel (1957) – con
Audrey Hepburn y Fred Astaire–, con obras más innovadoras y de estructura más
libre como Cantando bajo la lluvia (1952)
– codirigida con Gene Kelly–. Sus tensiones con Kelly en Siempre hace buen tiempo (1955), le acabaron llevando a recorrer un
camino propio en otros géneros y, así, se adentró en la alta comedia con Indiscreta (1958) – con Ingrid Bergman y
Cary Grant– y Página en blanco (1960)
– con Cary Grant, Deborah Kerr, Robert Mitchum y Jean Simmons–, en el cine de
suspense con Charada (1963) – con
Cary Grant y Audrey Hepburn– y Arabesco (1966)
– con Gregory Peck y Sophia Loren– y en una comedia magistral y absolutamente
innovadora que ponía en tela de juicio las ideas convencionales sobre el
matrimonio y el amor romántico y que es quintaesencia del pensamiento de los 60
como es Dos en la carretera (1967) –
con Audrey Hepburn y Albert Finney–- Donen todavía tuvo tiempo de rodar una
historia sobre una pareja homosexual – encarnada por Rex Harrison y Richard
Burton– en La escalera (1969),
extraordinariamente audaz para la época, una película de ciencia-ficción con Saturno 3 (1980) y una comedia de corte
ochentero como Lío en Río (1984).
Imagen de Cantando bajo la lluvia
Stanley Donen era uno de los
directores con mayor dominio del ritmo cinematográfico de la historia del cine
(quizás, sea el número uno en ese aspecto) porque, al igual que era capaz de
llevar con pulso firme y sin desmayo la agilidad de un musical, fue capaz de
manejar el mayor reposo que requería los afilados diálogos de la alta comedia
en Indiscreta o Página en blanco, gestionó con indudable e incontestable maestría
la intriga en Charada o Arabesco (con inapelables golpes de
efecto en los momentos clave del argumento) o supo administrar con sabiduría, inteligencia
y finísimo pero certero sentido de la ironía, la combinación de varias tramas
temporales en Dos en la carretera. La
mirada de Donen está impregnada siempre de un tono desmitificador y sarcástico
pero, a la vez, no es sangrante para con sus personajes sino que siempre sabe
demostrar una calidez hacia ellos que hace que el espectador tenga que acabar
de ver sus películas con una sonrisa en los labios.
Imagen de Charada
Con la muerte de Stanley Donen,
se va el último gran director de Hollywood clásico. Ojalá que su estilo y su
buen hacer no se pierda en ningún limbo y sirva de inspiración a futuros cineastas.
Con ello, seguiría viva una concepción del cine tan legítima como necesaria.
Descanse en paz.
Imagen de Dos en la carretera
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