TÍTULO: Sin dejar huellas. TÍTULO ORIGINAL: Fleuve noir. AÑO: 2018. NACIONALIDAD: Francia-Bélgica.
DIRECCIÓN: Erick Zonca. GUION: Erick Zonca y Lou de Fanget Signolet, adaptando
una novela de Dror Mishani. MONTAJE: Philippe Kotlarski. DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA: Paolo Carnera. MÚSICA ORIGINAL: Rémi Boubal. INTÉRPRETES PRINCIPALES: Vincent
Cassel, Romain Duris, Sandrine Kiberlain, Élodie Bouchez, Charles Berling,
Hafsia Herzi, Jerôme Pouly, Félix Back, Lauréna Thellier. DURACIÓN: 113 minutos. ENLACE EN FILMIN: https://www.filmin.es/pelicula/sin-dejar-huellas.
Es ya una verdad difícilmente irrebatible la
colosal elasticidad del noir para
adaptarse a todo tipo de realidades, momentos temporales y tipos de
situaciones. En esta ocasión, tenemos Sin
dejar huellas de Erick Zonca para volver a demostrarlo (como si no
tuviéramos suficientes demostraciones ya en los últimos ochenta años). La
primera buena noticia que nos proporciona esta película es el retorno del
realizador que dirigió la gran La vida
soñada de los ángeles (1998) de quien, desde 2008, con Julia, no veíamos ninguna película en pantalla grande (en estos
diez años, solo hemos visto de él la película para televisión Soldat blanc – 2014–). La segunda
noticia es que Zonca nos ofrece una magistral muestra de cine negro, más bien
en la línea de Almas desnudas (1949) de
Max Ophüls y, muy, muy sutilmente, de Sed
de mal (1958) de Orson Welles (en su vertiente de cómo historias inventadas
influyen en el curso real de los acontecimientos) que en la de otros autores
aparentemente más canónicos. Porque,
para explicar por qué hablamos de la influencia de Ophüls, el hecho policial
investigado tiene lugar en el ámbito familiar: un adolescente desaparece y el
policía interpretado por un soberbio Vincent Cassel tiene que esclarecer las
causas de la desaparición. A partir de esta premisa, nos sumergimos en un
ambiente de sospechas, paranoia y obsesiones que, como en toda obra noir, sea literaria o cinematográfica,
sirve para reflejar una sociedad a partir del hecho criminal que sirve de
detonante.
Sin dejar huellas acaba siendo la exploración de unas vidas
destrozadas, de unos personajes que tienen que dar una imagen intachable frente
al exterior cuando, en su interior, asoman abismos inabarcables. El
protagonista, Vincent Cassel, es un policía con graves problemas con el
alcohol, que en su trabajo mantiene una actitud anacrónica y disfuncional y que
tiene que sobrellevar las implicaciones de un matrimonio roto, la principal, su
incapacidad para corregir el mal camino que su hijo ha tomado. Romain Duris realiza
otra gran interpretación como el profesor de literatura del muchacho
desaparecido y traza una magnífica caracterización de un personaje
profundamente frustrado que adopta la estrategia del autoengaño y del
aislamiento para no afrontar el conjunto de decepciones sobre el que está
asentada su vida. Y, finalmente, quienes afrontan el reto más difícil son Sandrine
Kiberlain y Jerôme Pouly como los padres del muchacho desaparecido, que se ven
obligados a insinuar con gran sutileza las aristas ocultas de sus personajes y
saben hacerlo con gran maestría. Cuando llega el final de la historia, con un
par de sorprendentes giros en la trama, podemos descubrir que la película
encierra una estremecedora clave sociológica: si tres instituciones básicas de
la sociedad, la autoridad legal (la policía, como representación, quizás, del
poder), la autoridad moral (la escuela) y la autoridad emocional (la familia)
se hallan profundamente resquebrajadas, ¿qué consecuencias pueden tener lugar?
Posiblemente, en el comportamiento del hijo del protagonista, se halla la
respuesta.
TRÁILER DE LA PELÍCULA:
ESCENAS DE LA PELÍCULA:
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