TÍTULO: Glass (Cristal). TÍTULO ORIGINAL: Glass. AÑO:
2019. NACIONALIDAD: Estados Unidos. DIRECCIÓN Y GUION: M. Night Shyamalan. MONTAJE:
Luke Ciarrocchi y Blu Murray. DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA: Mike Gioulakis. MÚSICA ORIGINAL: West Dylan Thordson. INTÉRPRETES PRINCIPALES: James McAvoy, Bruce Willis,
Samuel L. Jackson, Anya Taylor-Joy,
Sarah Paulson, Spencer Treat Clark, Charlayne Woodard, Luke Kirby, Adam
David Thompson. DURACIÓN: 129 minutos. PÁGINA WEB OFICIAL: https://www.glassmovie.com/. ENLACE EN GOOGLE PLAY: https://play.google.com/store/movies/details/Glass_Cristal?id=weKtUO9mBdQ&hl=es
Posiblemente, el gran problema de
M. Night Shyamalan es que el film que le dio la fama, El sexto sentido (1999), con su inesperado y sorprendente
desenlace, supuso para él una especie de condena perpetua: a partir de ella,
todos los espectadores esperaban de él un nuevo giro imprevisible en el tramo
final de cada una de sus películas. Shyamalan gestionó la situación como pudo. Pero,
en general, intentó equilibrar las expectativas del público con su deseo de
reivindicarse como autor y cineasta de prestigio. Solo así cabe entender
títulos como El protegido (2000) –
con su deconstrucción de las estructuras narrativas de los comics–, Señales (2002) –
que desembocaba en una profunda reflexión sobre el sentido de la vida y de las
circunstancias dolorosas que la jalonan–, El
bosque (2004) – que, con ese aire cercano al cine de Ingmar Bergman, escondía
una indagación sobre los mecanismos de control social–, La joven del agua (2006) – reivindicación del poder que encierran
los relatos– o El incidente (2008) –
inquietante parábola de signo ecologista–. Tras decantarse por el cine
netamente comercial con Airbender: El
último guerrero (2010) y After Earth (2013)
y tras el paso intermedio que supuso La
visita (2015) – con nueva sorpresa en el desarrollo del relato–, Shyamalan
se reencontró con parte de su universo
original (aunque eso lo sabíamos, ¡cómo no!, al final de la película) en Múltiple (2016) y podemos afirmar sin
asomo de duda que este retorno inyectó energías renovadas en su inspiración.
Porque, con sus dos últimos
films, aunque sin alcanzar el nivel de sus películas iniciales, Shyamalan vuelve
a recuperar sus mejores virtudes como realizador y a ofrecernos esa forma de
contar las historias tan original e inclasificable, absolutamente personal, en
la que la fantasía y la realidad se entrecruzan de forma desprejuiciada, en la
que se combinan largos tramos de lento ritmo narrativo con momentos de clímax
que irrumpen inopinadamente y en la que el aparente tono liviano acaba dejando
paso a reflexiones profundas y trascendentes. En Glass, Shyamalan culmina lo que ha sido finalmente una trilogía
(aunque, posiblemente, no estaba pensada como tal en sus inicios), que empezó
con El protegido, que siguió con Múltiple y que ahora se cierra, no solo
para dar sentido al conjunto que forman estas tres películas, sino también para
iluminar buena parte de las inquietudes que mueven la obra de este realizador. Porque
aquí convergen todos los hilos que se han ido tejiendo en los diferentes
títulos que hemos mencionado y que, ahora, se muestran como piezas de un puzle
incompleto que solo con Glass dejan
ver el dibujo completo que conforman.
Glass logra brillar, en primer
lugar, por la soberbia actuación de James McAvoy, por la habitual solvencia de
Samuel L. Jackson y Bruce Willis que, con máxima sobriedad y prescindiendo de
cualquier aspaviento innecesario, logran hacer creíbles, con dos
caracterizaciones tan precisas como eficaces, a sus dos difíciles personajes y
por la sutil interpretación de Sarah Paulson que sabe insinuar, sin desvelarla,
la tensión que esconde su papel. Parece despeñarse el film en la parte central
de su metraje, cuando entra en una especie de tiempo muerto que deja al
espectador sin saber a qué atenerse, remonta en su primer clímax (el que
creeremos que es el único clímax) y acaba adquiriendo pleno sentido en su
segundo clímax, en ese giro sorprendente que sus espectadores esperan y al que,
parece ser, Shyamalan no va a renunciar nunca y que provoca que debamos
indultar la película porque nos lleva a terrenos llamativos y relevantes.
No es baladí, en este sentido, que, si en El bosque parecía intuirse el influjo de
Bergman, en Glass se intuye el de
Welles, quien, de forma velada en Sed de
mal (1958), y, abiertamente, en Una historia inmortal (1968), ya habló
de nuestra capacidad para convertir en realidad nuestras ficciones y nuestros
relatos. Porque, si en Welles siempre está presente ese personaje que, siendo
superior a su entorno, no tiene otra opción que rebajarse a él o, como mínimo,
adaptarse a él para sobrevivir, Glass también
gira en torno a figuras que pueden llegar más lejos de lo que el mundo está dispuesto
a aceptar y que tienen que esconder su condición para no ser condenados al
ostracismo. De modo que esta película, en la sorpresa que nos tiene preparada,
nos acaba hablando de la fe en nuestras capacidades para lograr retos que
creemos impensables y en la acción de aquellos que quieren tener sometidas a las
personas bajo estándares mediocres y resignados. ¿Estaría entonces Shyamalan
cerca de Ayn Rand y de las ideas que propugna en El manantial y La rebelión de
Atlas?¿O, incluso, de Nietzsche y de su concepción del super-hombre?
Increíblemente, esa es la pregunta final con las que Glass, a pesar de subir y bajar como una montaña rusa, nos deja
para que sepamos darle nuestras propias respuestas.
TRÁILER DE LA PELÍCULA:
ESCENAS DE LA PELÍCULA:
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