TÍTULO: Los jardines prohibidos. TÍTULO ORIGINAL: Los jardines prohibidos. AÑO: 2018.
NACIONALIDAD: España. DIRECCIÓN Y GUIÓN: Pablo Vázquez. DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA
Y MONTAJE:
Norberto di Valli. CANCIONES: Tronco. INTÉRPRETES PRINCIPALES: Olga Alamán,
Stephanie Gordillo Peregrín, Clementina Varela, Marta Montes, Belén Riquelme,
Pablo Vázquez, Toni Junyent, Rosa Campillo, Cova de Alfonso, Carlos Palencia,
Hugo Álvarez Gómez, Irene Rubio, Jimina Sabadú. DURACIÓN: 77 minutos. ENLACE EN
FILMIN: https://www.filmin.es/pelicula/los-jardines-prohibidos/34934.
Parece ser que cuando nos acercamos a las zonas
polares, las brújulas se vuelven inútiles. Algo parecido sucede cuando nos
acercamos al cine de Pablo Vázquez. Al adentrarse en territorios poco
transitados y hacerlo, al mismo tiempo, con una actitud completamente distante
de cualquier enfoque manido o rutinario, carecemos de referencias para poder
abordar sus obras si decidimos no salirnos de los esquemas preconcebidos. Ello
es aplicable tanto a su anterior película como director, Desmadre en la noche de la quietud (2013),
como a los guiones que ha escrito o coescrito para las películas de Norberto
Ramos del Val: Summertime (2012), Faraday (2013), Amor tóxico (2015), El cielo en el infierno (2016) y Call TV (2017).
Pablo Vázquez no bebe en sus historias de fuentes
convencionales, de esas de las que solemos echar mano a la hora de escribir una
reseña sesuda (que suelen corresponder a las de directores que forman parte del
canon comúnmente aceptado) sino que bebe, por ejemplo, del giallo italiano o del cine de John Hughes (El club de los cinco – 1985–, Todo
en un día – 1986–, Solos con nuestro
tío –1989–). De hecho, he acabado llegando a la conclusión de que si
tuviera que describir sus obras estas serían algo parecido a que Neo, el
protagonista de Matrix de los
hermanos Wachoski, fuera, en realidad, uno de los personajes de una de las
películas de Hughes y que, al tomar la pastilla roja, se encontrara con que la
verdadera realidad fuera una película de Dario Argento o Mario Bava.
Los
jardines prohibidos comparte elementos con otras creaciones de Pablo Vázquez. Así, el tema
del metacine, que ya estaba presente claramente en Summertime y, de manera más sutil, en Faraday o Call TV o la
presencia de personajes marginados o que viven fuera de los carriles
convencionales, una constante en su obra. Pero, a su vez, esos elementos son la
palanca para abrir otras lecturas y otras posibilidades narrativas. Así, el
metacine es la puerta para acceder a la mente de los personajes y mostrar los
diferentes niveles que coexisten en ella. Y las vidas de personajes marginados
nos llevan a contemplar la naturaleza de la aflicción que padecen y los rasgos
del entorno que provoca su marginación. Pero todo este universo no se aborda
desde el drama o desde posiciones intelectualizantes sino desde un humor muy
peculiar, alérgico a los preceptos de lo políticamente correcto y dispuesto siempre
a descolocar al espectador. Por todo ello, aunque, inicialmente, Los jardines prohibidos es una historia
sobre el insomnio crónico y, más concretamente, sobre una chica (interpretada
por una magnífica Olga Alamán) que lo sufre, al final la película va mucho más
allá de esta premisa, de este auténtico macguffin.
El prólogo inicial (sarcástico, ácido e
imprescindible para que el espectador se cerciore de que se va a mover en
arenas movedizas) y el insomnio de la protagonista nos acaban llevando al
rodaje de una presunta película (low cost,
por supuesto) y, a partir de ahí, a toda una exploración del dolor, del
desconsuelo interior (del que el insomnio sería una sutil metáfora) y de los
sentimientos que surgen cuando se llega a la consciencia de que la vida siempre
va a ser un camino desagradable. Paralelamente, la subtrama de la película que
se estaría rodando (interpretada por el propio Pablo Vázquez y una
inconmensurable, como es habitual en ella, Belén Riquelme), aparte de sugerir
que Los jardines prohibidos podría
ser el retrato de las alucinaciones de toda una noche sin poder dormir y ser la
vía para que todo un mar de guiños y homenajes cinéfilos se hagan presentes (desde,
creo, el Arrebato de Zulueta, La fiesta de las salchichas de Greg
Tiernan y Conrad Vernon hasta La escopeta
nacional de Berlanga, con esas conversaciones alternando el castellano y el
valenciano , sirve para desmitificar el mundo del cine y el postureo de muchos
creadores, hinchados y envanecidos por su propia arrogancia (algo que hace que
esta película se complemente a la perfección con Desmadre en la noche de la quietud).
Si, al final, quisiéramos aclarar qué es real y
qué es alucinación en Los jardines
prohibidos no estaríamos haciéndonos bien la pregunta porque lo que esta
película muestra es el estado de ánimo de quienes han perdido el control sobre
su propio cuerpo y, por ello, han dejado de ser dueños de su propio destino. De
este modo, detrás de la sonrisa, se esconde una mueca de amargura que justifica
el blanco y negro de la fotografía y la melancolía que envuelve a todos y cada
uno de los fotogramas. Por lo que, si esta película no se hubiera titulado Los jardines prohibidos, el haberla
llamado El día que el punkie lloró
hubiera sido completamente pertinente.
TRÁILER DE LA PELÍCULA:
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