EL ÁRBOL DE LA SANGE DE JULIO MEDEM. MELODRAMA Y CARNALIDAD, VALGA LA REDUNDANCIA…

(Este artículo fue publicado originalmente en la revista digital Cine Contexto el 9 de noviembre de 2018.)





TÍTULO: El árbol de la sangre. TÍTULO ORIGINAL: El árbol de la sangre. AÑO: 2018. NACIONALIDAD: España. DIRECCIÓN Y GUION: Julio Medem. MÚSICA ORIGINAL: Lucas Vidal. DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA: Kiko de la Rica. MONTAJE: Elena Ruiz. INTÉRPRETES PRINCIPALES: Úrsula Corberó, Álvaro Cervantes, Najwa Nimri, Daniel Grao, Joaquín Furriel, José María Pou, Ángela Molina, Patricia López Arnáiz, María Molins, Emilio Gutiérrez Caba, Luisa Gavasa, Lucía Delgado. DURACIÓN: 130 minutos. PÁGINA WEB OFICIAL: http://diamondfilms.es/el-arbol-de-la-sangre-2/.

CALIFICACIÓN: 

En un momento de Los amantes del Círculo Polar, vemos cómo Najwa Nimri contempla en el suelo de la casa a la que se ha ido a vivir en la Laponia finlandesa una línea dibujada que representa el lugar por donde pasa, precisamente, el paralelo del Círculo Polar Ártico. En gran medida, esa escena se eleva a la categoría de metáfora de todo el cine de Julio Medem que viene a ser una exploración de los dos lados de los extremos, lo cual explica que las películas de este director desconcierten, descoloquen e, incluso, cuando creemos saber, dentro de una misma película, qué territorio estamos pisando, este mute de improviso para mostrarnos una cara desconocida que, hasta entonces, no habíamos sospechado ni entrevisto.

El árbol de la sangre no escapa de esa tendencia de estilo de modo que, si en las primeras secuencias, creemos ser espectadores de cómo una pareja (formada por Úrsula Corberó y Álvaro Cervantes) se traslada a un caserío vasco para escribir una historia de sus respectivas raíces familiares, las ramificaciones del relato van cobrando vida propia, se entrelazan, se retuercen, se conectan unas con otras hasta formar un dibujo que nada tiene que ver con el que inicialmente parecía proponérsenos, llevándonos al reino del melodrama, posiblemente emparentado con el de Douglas Sirk, ese que tanto ha inspirado a autores como Rainer Werner Fassbinder o Pedro Almodóvar porque es el modelo perfecto para elaborar un retrato de la hipocresía en la medida en que es elusivo, elíptico y engañoso, en la medida en que su barroquismo esconde la forma en que llega a insinuar la estructura desnuda de la corrupción, las mentiras y las verdades inconfesables de una sociedad o un grupo humano. Decimos que El árbol de la sangre se ajusta a esta referencia porque su narración tiene dos niveles. El primero, el que vemos. El segundo, el que calla pero que es el que, en última instancia, explica las raíces y motivos de lo que vemos. Y eso que calla es nuestra historia, nuestras circunstancias, nuestros avatares, las vivencias de un país siempre entreveradas por el poder de la sangre, palabra que usamos en sentido muy amplio.





Porque la “sangre” tiene mucha importancia en todo el cine de Medem, “sangre” que cabe entender cómo reflejo de tres líneas argumentales posibles: la violencia, la sexualidad y los lazos familiares. Y en cada una de estas líneas argumentales, el poder del silencio, el poder de la ocultación (esa que lleva a los dos niveles antes mencionados) tiene un peso esencial. En el caso de la violencia, para librar de castigo a sus culpables. En el caso de la sexualidad, para reprimirla y evitar que altere la fachada aparentemente impoluta del orden social. En el caso de los lazos familiares, porque la familia se acaba convirtiendo en la institución qué más secretos alberga y protege.

Por todo lo que estamos diciendo, es lógico que El árbol de la sangre sea una película que se mueva entre varios abismos que chocan entre sí hasta llevarnos al vértigo, abismos que no podemos revelar si no queremos hacer spoilers fatales para el efecto sorpresa que esperan al espectador que se enfrente al film, pero abismos que provocan que el director se mueva permanentemente en la cuerda floja para no caer en la inverosimilitud o el desbarre argumental.

Y debemos decir que Julio Medem logra terminar la película sin salirse de la delgada y atrevida línea que ha decidido recorrer. Si en Habitación en Roma (2010) o Ma ma (2015), los resultados no nos habían gustado demasiado (en el primer caso, además, la sensación quedaba agravada porque el film quedaba muy por debajo del nivel alcanzado por el título del que era remake, En la cama – 2005 – de Matías Bize), en el caso de El árbol de la sangre, el director recupera su mejor pulso (el de Vacas, La ardilla roja, Los amantes del Círculo Polar y Lucía y el sexo) para salir airoso de un guion arriesgado y lleno de precipicios pero que Medem sabe eludir para llevarnos, si el espectador sabe captar la sutileza del desenlace, a la constatación de la impostura y de la ceguera en relación al pavor sobre el que se asienta nuestra existencia. En definitiva, El árbol de la sangre acaba siendo un brillante ejercicio de estilo sostenido por un reparto solvente, aunque haya que destacar a Najwa Nimri, de quien, por sus papeles en Vis a Vis, Quién te cantará y en esta película, solo podemos decir que se halla en auténtico estado de gracia.

TRÁILER DE LA PELÍCULA:



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