THE RIDER DE CHLOÉ ZHAO. LOS COWBOYS TAMBIÉN LLORAN

(Esta reseña fue publicada originalmente en la revista digital "Cine Contexto" el 3 de octubre de 2018)



TÍTULO: The Rider. TÍTULO ORIGINAL: The Rider. AÑO: 2017. NACIONALIDAD: Estados Unidos. DIRECCIÓN Y GUION: Chloé Zhao. MÚSICA ORIGINAL: Nathan Halpern. DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA: Joshua James Richards. MONTAJE: Alex O’Flinn. INTÉRPRETES PRINCIPALES: Brady Jandreau, Tim Jandreau, Lilly Jandreau, Leroy Pourier, Cat Clifford, Tanner Langdeau, James Calhoon, Lane Scott. DURACIÓN: 104 minutos. PÁGINA WEB OFICIAL: https://www.facebook.com/theridermoviepage/.

CALIFICACIÓN: 

El cine norteamericano ha asumido y, en última instancia, reforzado todo un imaginario visual y conceptual en torno a la mítica y legendaria figura del cowboy, ese tipo duro pero, a la vez, sensible que se ganaba la vida recorriendo las praderas infinitas de Estados Unidos y que representaba unos ideales de libertad, honor y valentía que eran, en definitiva, los principales valores de país. Hoy mismo, hemos publicado en nuestra revista un artículo donde hemos empezado a revisar los principales títulos de la filmografía del actor Ben Johnson y vemos cómo John Ford supo ver en él la encarnación de una personalidad que se consideraba arquetípica y que era todo un compendio de valores y virtudes. Pero no es menos verdad que, como en ese mismo artículo hemos empezado a ver, poco a poco esa figura va siendo matizada y progresivamente se la empieza a mostrar envuelta en un halo creciente de escepticismo y desencanto, a la par curiosamente (o no tan curiosamente) que la falta de confianza en las convenciones tradicionales se instala en Estados Unidos al calor de las tensiones políticas, sociales, culturales y raciales de los años 60. Títulos significativos de esta tendencia son Vidas rebeldes (1961) de John Huston o El más valiente entre mil (1967) de Tom Gries.

Más recientemente, Brokeback Mountain (2005) de Ang Lee o Dallas Buyers Club (2013) de Jean-Marc Vallée representaban nuevos giros en torno a este imaginario pero, paradójicamente, sin refutar en ningún momento el ideal último que la figura del vaquero representaba. Es decir, si, en el primer caso, los personajes de Heath Ledger y Jake Gyllenhaal rompían con un tabú aparentemente sagrado de ese mundo al consumar la atracción homosexual que sienten entre ellos y, en el segundo, el personaje de Matthew McConaughey luchaba contra todas las trabas burocráticas y administrativas existentes para defender su derecho de consumir cualquier tipo de sustancia o medicamento para luchar contra el sida que sufre, en ambas películas los cowboys acaban representando el ideal de libertad que, desde siempre, se les ha atribuido, solo que esa libertad, en unos tiempos radicalmente distintos a los del pasado, hay que ejercerla de otro modo y de otras maneras (pero sigue siendo libertad, de todos modos, con las incertidumbres que conlleva y la valentía que hay que asumir para soportarlas, simbolizadas en la imagen final de Dallas Buyers Club: el personaje de Matthew McConaughey cabalgando sobre un toro, resistiendo pero siempre a punto de caer derribado al suelo).

The Rider de Chloé Zhao sigue esa misma filosofía pero aportando dimensiones y facetas nunca vistas hasta la fecha y que la convierten en una joya extraña, a la vez lírica y perturbadora.





The Rider es un film que obvia explicaciones porque, posiblemente, se mueve en un territorio donde las explicaciones no son posibles, en un lindero que se sitúa entre la ficción y el documental, el lirismo y la realidad descarnada, el conocimiento y el asombro, un territorio pocas veces transitado que hay primero que explorar si se desea, alguna vez, racionalizarlo. La cámara de Chloé Zhao se deja llevar por la grandiosidad de los campos eternos, de los horizontes inalcanzables, por las huellas que las pruebas de rodeo dejan en los cuerpos de los cowboys, cicatrices que hay que cerrar pero también heridas y lesiones que, quizás, nunca podrán ser curadas. Y en ese dejarse llevar, se descubre tanto la rudeza de las tareas y los empeños como la poesía que emana espontáneamente del contacto con los animales y la naturaleza, tanto el miedo a seguir compitiendo en pruebas de rodeo como la atracción inevitable por el riesgo, la tensión y la emoción que las mismas suponen.




Partiendo del aura mítica de la figura del cowboy, Chloé Zhao la trasciende para extraer valores universales. Más allá de representar los valores de un territorio o de un país, The Rider nos habla de los dos lados del alma humana, del ying y del yang, de que el equilibrio de la persona (siempre incierto e inestable) necesita, a la vez, de la sensibilidad y de la dureza, de la poesía y del pragmatismo, del amor y de un cierto hieratismo para eludir los zarpazos que da la vida, de la aceptación de la realidad y de la capacidad de soñar para poder llegar a escapar, algún día, de ella… The Rider acaricia y abofetea, a la vez, al espectador para que este descubra que es en la delgada línea entre las luces y las sombras donde, quizás, se pueda encontrar algo parecido a la paz y a una cierta lucidez que nos permita vislumbrar, aunque sea de forma precaria, cuál es la auténtica clave de la existencia.


TRÁILER DE LA PELÍCULA:




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