(Esta reseña fue publicada originalmente en la revista digital Cine Contexto el 25-9-2018)
TÍTULO: Todos lo saben. TÍTULO ORIGINAL: Todos lo saben. AÑO: 2018. NACIONALIDAD:
España-Francia-Italia. DIRECCIÓN Y GUION: Asghar Farhadi. MÚSICA ORIGINAL: Javier Limón. DIRECCIÓN DE
FOTOGRAFÍA: José Luis Alcaine. MONTAJE: Hayedeh Safiyari. INTÉRPRETES
PRINCIPALES: Penélope Cruz, Javier Bardem, Ricardo Darín, Bárbara Lennie, Inma
Cuesta, Eduard Fernández, Elvira Mínguez, Sara Sálamo, Ramón Barea, Roger
Casamajor, José Ángel Egido, Carla Campra, Jaime Lorente, Sergio Castellanos. DURACIÓN:
132 minutos. PÁGINA WEB OFICIAL: http://www.universalpictures.es/micro/todos-lo-saben#.
El director iraní Asghar Farhadi
realizó en Nader y Simin, una separación (2011)
un brillante ejercicio de estilo en el que, a partir de una trama inicialmente
minimalista, lograba desplegar un preciso y complejo retrato de la sociedad de
su país, de sus problemas, de sus contradicciones, de sus ansias de cambio y, a
la vez, de los obstáculos para que ese cambio pudiera materializarse. Esta
película fijaba, además, el que iba a ser, por un lado, el principal abanico de
preocupaciones del realizador (centradas en la responsabilidad moral, el
alcance del sentido de culpa y el intrincado camino que hay que recorrer – a
veces, sin destino – para llegar al conocimiento de la verdad) y, por otro, sus
principales rasgos estilísticos como autor (una gran sobriedad expresiva, unas
interpretaciones naturalistas y un guion perfectamente elaborado en su trama y
de ritmo medido al milímetro). Con El
pasado (2013) y El viajante (2016),
Farhadi volvió a levantar dos colosales “laberintos morales” en los que incidía
en los que parecían ser sus tema obsesivos pero en los que, por lo menos a mí
me asaltó esa duda, parecía que había trazado el argumento de modo que dichos
“laberintos morales” fueran posibles, es decir, manipulando las piezas de la
trama para situar a los personajes y al espectador en un dilema aparentemente
irresoluble. Hubiera bastado con que una de esas piezas tuviera una levísima
modificación para que ese dilema se hubiera evaporado o, al menos, hubiera
tenido unos términos más manejables.
No sé si el realizador ha llegado a ser consciente de ello o no, pero lo cierto es que la primera imagen que vemos en Todos lo saben es la del mecanismo paralizado del reloj de la torre de una iglesia con el cristal de la esfera roto. ¿Significa ello que el director quiere replantear sus señas de identidad, que ya no está a gusto con un guion tan mecánico y milimetrado?¿O es que, libre del poder de los censores iraníes, se siente más libre para llevar la historia con más desenvoltura? Sea como sea, podemos afirmar que su nueva película sí se aparta ostensiblemente de sus tres títulos anteriores porque, aunque la primera media hora de película (a pesar del cambio de escenario en el que tiene lugar la historia, pasando de personajes iraníes a personajes españoles) sí que sigue la línea hasta ahora habitual en él, cuando se produce el hecho que altera toda la narración, se dibuja una situación límite de gran envergadura que no se parece en nada a nada de lo que habíamos visto antes en el cine de Farhadi, pudiendo decir, parafraseando a Houellebecq, que el realizador ha ampliado su “campo de batalla”, de modo que, sin renunciar a dibujar un afilado “laberinto moral”, ha sabido incardinarlo en un “laberinto vital” de mucha mayor enjundia. Y la verdad es que Farhadi sale bastante más que airoso del reto.
No sé si el realizador ha llegado a ser consciente de ello o no, pero lo cierto es que la primera imagen que vemos en Todos lo saben es la del mecanismo paralizado del reloj de la torre de una iglesia con el cristal de la esfera roto. ¿Significa ello que el director quiere replantear sus señas de identidad, que ya no está a gusto con un guion tan mecánico y milimetrado?¿O es que, libre del poder de los censores iraníes, se siente más libre para llevar la historia con más desenvoltura? Sea como sea, podemos afirmar que su nueva película sí se aparta ostensiblemente de sus tres títulos anteriores porque, aunque la primera media hora de película (a pesar del cambio de escenario en el que tiene lugar la historia, pasando de personajes iraníes a personajes españoles) sí que sigue la línea hasta ahora habitual en él, cuando se produce el hecho que altera toda la narración, se dibuja una situación límite de gran envergadura que no se parece en nada a nada de lo que habíamos visto antes en el cine de Farhadi, pudiendo decir, parafraseando a Houellebecq, que el realizador ha ampliado su “campo de batalla”, de modo que, sin renunciar a dibujar un afilado “laberinto moral”, ha sabido incardinarlo en un “laberinto vital” de mucha mayor enjundia. Y la verdad es que Farhadi sale bastante más que airoso del reto.
Llama la atención en Todos lo saben el tratamiento de la
historia y que, lo que en manos de cualquier director o guionista, se hubiera
convertido en un film noir casi
convencional, pase a ser en manos de Farhadi en algo completamente distinto. Y
no se trata estrictamente de cómo se desarrolla el argumento, en el que, a
partir de la presentación de los personajes y la ceremonia de boda que es el
motivo de reunión de todos ellos, vamos viendo cómo la armonía aparente inicial
se va desvelando progresivamente como ficticia y vamos descubriendo las
tensiones ocultas que afectan a las relaciones entre los mismos. Tampoco pienso
en el clima de sospecha creciente que va asentándose entre los miembros de la
familia protagonista. Todo ello podría formar parte de los elementos
tradicionales de un film de serie negra. Pero es que la mirada de Ashgar
Farhadi es tan personal que, desprendida de cualquier cliché de género, se
asemeja más al canon de la crónica
neorrealista, en el que la distancia entre la cámara y la realidad se reduce a
su mínima expresión. Seguramente por ello, ni se llega a notar que la realidad
de un pueblo español está siendo rodada por un director iraní (del mismo modo que Rossellini rodara en Berlín Alemania, año cero) porque, con
independencia del lugar donde transcurra la historia, Farhadi, casi con rigor de
documentalista, se dedicaría a captar con limpieza y sin tópicos el alma del
lugar y sus gentes.
Como suele ser habitual en
Farhadi, la visión que adopta es la de la reflexión moral, la de las deudas
morales nunca resarcidas, la de las deudas morales que aparecen de repente por
un pasado sin cerrar o por un presente inesperado, la de la persona que toma el
camino correcto a pesar de su coste y la de aquella que decide no tomarlo
debido, precisamente, al coste que conlleva. Como en otras películas del director,
la búsqueda desesperada de los personajes les conduce, finalmente, a cierta
extraña y serena desolación, la desolación que nace, quizás, de la constatación
de que hacer lo justo nos puede traer la infelicidad mientras que vivir en la
inconsciencia puede ser el recurso más hipócritamente agradable y llevadero. O,
quizás, de que debemos hacer lo que creemos justo aunque no estemos seguros de
si lo es o no y nunca podemos llegar a estarlo. Y estos temas son, en última
instancia, temas universales que, con independencia del lugar donde jueguen su
particular batalla, son comprensibles para todo tipo de público si el director
sabe afrontarlos renunciando a los estereotipos y a cualquier tipo de hojarasca
innecesaria. Farhadi ha sabido hacerlo y con austeridad expresiva y con una
gran actuación de todo el reparto sin excepción, logrando recorrer la madeja de
una historia que, moviéndose en todo el momento al filo del abismo, nunca acaba
cayendo en él.
TRÁILER DE LA PELÍCULA:
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