CARMEN Y LOLA. MIRADAS SIN MIRADAS. UN FINAL SIN FINAL

(Esta reseña fue publicada originalmente en la revista digital Cine Contexto el 25-9-2018)





TÍTULO: Carmen y Lola. TÍTULO ORIGINAL: Carmen y Lola. AÑO: 2018. NACIONALIDAD: España. DIRECCIÓN Y GUION: Arantxa Echevarría. MÚSICA ORIGINAL: Nina Aranda. DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA: Pilar Sánchez Díaz. MONTAJE: Renato Sanjuán. INTÉRPRETES PRINCIPALES: Rosy Rodríguez, Zaira Morales, Carolina Yuste, Moreno Borja, Rafaela León. DURACIÓN: 103 minutos. PÁGINA WEB OFICIAL: https://www.facebook.com/ArantxaEchevarria/.

CALIFICACIÓN: 

Carmen y Lola es una película incómoda, que ha llegado a ser hasta polémica, a pesar de la suavidad  y preciosismo de su factura. Y ello por varios motivos. El más obvio porque su argumento se centra en un amor lésbico dentro de la comunidad gitana. El menos evidente, porque la película acaba siendo un espejo que acaba reflejando nuestras circunstancias sociales, es decir, a nosotros mismos. Sin el segundo factor, el primero no sería tan relevante o, como mínimo, sería contemplado de una forma muy diferente. Si Carmen y Lola se desarrollara dentro de la comunidad gitana de Rumanía, Francia o Gran Bretaña, nuestra percepción de la película variaría radicalmente: diríamos que sería una excelente oportunidad para conocer las pautas sociales y culturales que tienen lugar en una realidad poco conocida, estaríamos distanciados de ella como un investigador en relación a su objeto de estudio o un turista en relación al país por el que sólo está de paso. Pero tratándose de una historia que tiene lugar en España, en nuestro país, el espectador se enfrenta al dilema de encontrarse bien con lo que quiere ser una representación de su propia realidad inmediata (si fuera gitano) bien con una realidad que se prefiere, la mayoría de las veces, ignorar (en caso de que no lo fuera). Y la cuestión es que la valoración que hace el film sobre esa realidad está muy lejos de ser complaciente.

Si empezamos analizando el entorno físico donde las protagonistas viven, es muy difícil no deducir que el barrio es, poco menos, que un gueto de facto, no declarado ni proclamado ni reconocido como tal pero que acaba constituyendo una célula aislada del resto de la ciudad, la cual acaba siendo un lugar casi inalcanzable (de hecho, hasta el mercadillo donde va la comunidad gitana a vender sus productos parece estar desconectado del núcleo urbano). En este sentido, son significativas las escenas en las que una de las protagonistas busca trabajo en  una peluquería y en la que otra de ellas habla con una amiga sobre la torre de vigilancia que preside (como tótem fiscalizador) el barrio desde las alturas. Una interpretación que no creo que sea muy aventurada iría en la dirección de que ese aislamiento sería una causa fundamental de la situación de la que vamos a ser testigos en el film. Aislamiento que no solo sería la causa de unas viejas ideas enraizadas que se han vuelto impermeables a cualquier aire de cambio sino que se constituye en obstáculo para el cambio mismo ya que los personajes se sienten incapaces de hallar una vía de salida física o territorial a su situación.





Esta incomodidad que la película acaba desprendiendo a pesar de su delicadeza (no aparece ni la más mínima sombra del morbo que pudieron generar las tórridas y provocativas escenas sexuales de La vida de Adèle de Abdellatif Kechiche) acaba provocando que la mirada sea un eje esencial en la relación entre los personajes del film y en la relación del propio espectador con la historia. Ante el enfrentamiento con aquello que no puede ser nombrado ni reconocido (paradójicamente, el no querer asumir la existencia de una condición sexual diferente a la de la heterosexualidad por parte de la comunidad en la que viven ayuda a las protagonistas a iniciar y vivir su relación, al menos en los primeros momentos), los personajes de la película apenas llegan a verbalizar lo que está sucediendo y solo a través de sus continuos cruces de miradas van haciendo avanzar la trama hasta llegar a los momentos de revelación y a la explosión final, es decir, a aquellos momentos en que ya no pueden desviar sus ojos de la realidad que surge ante ellos.

Y, por otra parte, nuestra mirada se vuelve problemática en relación a lo que estamos viendo porque, como hemos dicho al principio, no se trata de algo que sucede lejos o fuera de nuestro entorno, sino que es nuestro entorno, nuestro país, es decir, nos estamos viendo a nosotros mismos (podemos decidir que lo que vemos no se refiere a “nosotros”, por lo que el problema sería aún mayor ya que tendríamos que explicar y explicarnos por qué no forma parte de ese “nosotros” una comunidad que tiene presencia en España desde hace prácticamente seiscientos años). Del mismo modo que las protagonistas se ven sorprendidas por los sentimientos que surgen a raíz de sus miradas, el espectador también tendrá que dar cuenta de los pensamientos que surgirán a raíz de su mirada a la película. Por lo que, a pesar de su postura de no reivindicarse explícitamente como testimonio acusador y de su decisión de articular la trama aproximadamente según la estructura de las históricas románticas convencionales (enamoramiento-dificultades para materializar la relación-decisión de iniciarla-suma de momentos felices-el entorno contra la pareja-triunfo final del amor sobre las circunstancias), Carmen y Lola acaba siendo una apelación molesta y contundente a la reflexión individual y a meditar sobre lo que hay más allá de la superficie de la película.

Punto de partida más que de llegada, la realizadora opta por un final abierto, en un claro homenaje al cine de Truffaut, que está muy lejos de ser un happy end al uso y que es deliberadamente ambiguo y abierto, en la medida en que de esos múltiples cruces de miradas sobre los que está construida la película sólo puede surgir las preguntas pero nunca las respuestas. No podemos afirmar que las protagonistas han resuelto sus problemas y que, a partir de ese momento, sus vidas serán felices: sería de ilusos pensar que eso puede ser así. Más bien, flota sobre el desenlace la convicción de que, a partir de ese momento, tendrán que pasar por momentos muy duros y penosos, incomprendidas tanto por la comunidad a la que pertenecen (por su condición sexual) como por la sociedad que en la que deberían integrarse (por su condición étnica). Pero, flotando esa convicción en el desenlace, la directora les da la oportunidad de disfrutar de un momento de paz y alegría antes de iniciar un camino, sin duda, tortuoso e incierto.


TRÁILER DE LA PELÍCULA:




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