Imagen de Ana de día de Andrea Jaurrieta
Y, para acabar esta serie, llegamos a la lujuria. Desde el punto de vista religioso, junto al asesinato, la idolatría y la blasfemia, posiblemente el pecado por antonomasia. O, simplemente, EL PECADO, así, en mayúsculas, porque toda religión que se precie lo primero que hace es regular y disponer sobre el tema sexual (a fin de cuentas, para los asesinatos, ya está la legislación penal).
Pablo VI, a pesar del carácter aperturista que se le presuponía, en la encíclica Humanae vitae (1968) fue tajante e impermeable a cualquier matiz o excepcionalidad: "«El matrimonio y el amor conyugal están ordenados por su propia naturaleza a la procreación y educación de la prole. Los hijos son, sin duda, el don más excelente del matrimonio y contribuyen sobremanera al bien de los propios padres». (...) Esta doctrina, muchas veces expuesta por el Magisterio, está fundada sobre la inseparable conexión que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador. Efectivamente, el acto conyugal, por su íntima estructura, mientras une profundamente a los esposos, los hace aptos para la generación de nuevas vidas, según las leyes inscritas en el ser mismo del hombre y de la mujer". Es decir: el acto sexual sólo es legítimo si está orientado a la procreación.
En estos tiempos seculares, la visión de la sexualidad no está dirigida según este estricto punto de vista y vivimos unos tiempos relativamente liberales, pero, a pesar de ello, la cuestión continúa siendo problemática y, aunque la consideración del carácter pecaminoso de la misma ha sufrido un sustancial repliegue, no por ello dejamos de ver en el tema un campo de minas dispuestas a estallar al más mínimo roce.
Obviamente, ya no se trata de contemplar el acto sexual realizado fuera del matrimonio como una ofensa a Dios, sino de detectar relaciones de poder que afectan a la libre voluntad de quienes acaban manteniendo relaciones íntimas, de constatar el vacío interior que se produce cuando esas relaciones se quedan en un plano meramente físico o de observar los hechos patológicos implicados (y, en muchas ocasiones, escondidos) en ese aspecto tan importante de nuestras vidas.
La primera de las dimensiones apuntadas, el de las relaciones de poder que coartan la libre voluntad en el desarrollo de la sexualidad, aparece en el cortometraje La última virgen de Barbara Farré y el documental La cosa vuestra de María Cañas.
Obviamente, ya no se trata de contemplar el acto sexual realizado fuera del matrimonio como una ofensa a Dios, sino de detectar relaciones de poder que afectan a la libre voluntad de quienes acaban manteniendo relaciones íntimas, de constatar el vacío interior que se produce cuando esas relaciones se quedan en un plano meramente físico o de observar los hechos patológicos implicados (y, en muchas ocasiones, escondidos) en ese aspecto tan importante de nuestras vidas.
La primera de las dimensiones apuntadas, el de las relaciones de poder que coartan la libre voluntad en el desarrollo de la sexualidad, aparece en el cortometraje La última virgen de Barbara Farré y el documental La cosa vuestra de María Cañas.
Imagen de La última virgen
La última virgen es un retrato sin eufemismos de cómo muchas adolescentes se inician en la sexualidad en los tiempos actuales, mostrando cómo una deficiente formación (a través, por ejemplo, de la visión de vídeos porno por internet), la reproducción de roles machistas en las relaciones de pareja y la presión del grupo (en este caso, la pandilla de amigas) sobre el sujeto individual sirven para que la mujer se mantenga en su condición de objeto sexual. Valiente y audaz, este corto es capaz de transmitir un potente mensaje por debajo de su apariencia de "típica película de adolescentes desfasando", de modo que se convierte en un certero ariete contra la perpetuación de situaciones de opresión encubierta.
Imagen de La última virgen
Aunque no es su única vertiente temática, el documental La cosa vuestra de María Cañas, en su brutal repaso a las fiestas pamplonesas de San Fermín, trata la cuestión de los ataques sexuales cometidos durante estas fiestas. Entre el corto anterior y este documental, no podemos dejar de ver un nexo de unión en la medida en que el ambiente que reina en las discotecas a las que acuden las protagonistas del primero se prolonga y se exacerba durante la celebración de esta festividad, de modo que se amplifican y se intensifican los comportamientos perniciosos que vemos en el primer título hasta degenerar en las agresiones sexuales que han ocupado en los últimos tiempos los principales titulares de los medios de comunicación. En ambos casos, lo que vemos debería suscitar una profunda y cuidadosa reflexión.
Imagen de La cosa vuestra
Aun cuando las relaciones sexuales se realicen por libre consentimiento, también es posible que las mismas no satisfagan a nivel psicológico y emocional, o sean una salida a la propia angustia interior o se desarrollen en un contexto patológico que provocaría que las mismas fueran insanas. A distintas matices de esos aspectos se refieren el resto de títulos de los que vamos a hablar en esta entrada.
El cortometraje Claudia de Miguel José Pereira guarda cierta conexión con el film Stockholm de Rodrigo Sorogoyen, que pudimos ver en el Festival de Málaga del año 2013. Y es que Claudia también narra cómo una relación sexual que genera unas expectativas de una relación más profunda acaba quedándose meramente en el hecho físico, con la decepción que ello genera para la protagonista. Frente al largometraje que fue uno de los grandes triunfadores del certamen de hace cinco años, este corto tiene un final más luminoso, lo cual invita a un optimismo necesario cuando se trata de construir unas relaciones personales que nos satisfagan y que no sean un mero dejarse llevar por unas circunstancias que no controlamos.
Imagen de Claudia
Si tuviésemos que establecer una línea de continuidad imaginaria entre unos títulos y otros, estaría claro que Claudia habría que enlazarlo con Vacío de Sergio Martínez. La protagonista de este corto (interpretada por la actriz Susana Abaitua, quien ganó el premio a la mejor interpretación femenina de la sección oficial de cortometrajes del Festival) utiliza la noche como medio para escapar a su propia angustia y a su falta de perspectivas ilusionantes, de modo que las drogas, el ritmo frenético y el sexo casual se convierten en medios para encubrir su infelicidad.
Aunque hay que reconocer que el enfoque no es original, no se puede dejar de admitir que el mensaje subyacente posee potencia y claridad y que está transmitido con gran brillantez visual. Cuando el mismo aparece una y otra vez en todo tipo de películas, posiblemente es porque se trata de una realidad que cada fin de semana nos atenaza y que nos proporciona unas horas de falsa liberación antes de reanudar cada lunes nuestra rutina cotidiana.
Tráiler de Vacío
Dos de los títulos más importantes del Festival, Ana de día de Andrea Jaurrieta y Diana de Alejo Moreno, también incluyen una vertiente temática importante relacionada con la sexualidad. En el primer caso, la protagonista, encarnada por Ingrid García-Jonsson, inicia una relación con el personaje interpretado por Álvaro Ogalla, no por convencimiento sino como un eslabón más de su huida de una realidad que rechaza y de la que quiere renegar. Sería, por tanto, el ejercicio de la sexualidad como sucedáneo de un auténtico control de la propia vida.
Tráiler de Ana de día
Por otro lado, Diana de Alejo Moreno es el film que plantea más abiertamente en el progresivo desenvolvimiento de la trama la invasión del elemento patológico en el desarrollo de las relaciones íntimas. El soberbio duelo interpretativo entre Ana Rujas y Jorge Roldán, además de profundamente sugerente, es un inteligente mecanismo de relojería donde se nos va revelando poco a poco los abismos interiores que acosan al protagonista masculino.
Tráiler de Diana
Para terminar (aunque, curiosamente, se trata de la película con la que se inauguró el certamen), es necesario mencionar Las leyes de la termodinámica de Mateo Gil. De creernos lo que propone la película, no seríamos más que juguetes que creemos llevar el control cuando somos realmente empujados por fuerzas muy superiores a nosotros y que manejan los hilos de nuestra voluntad. Sea ello así o no, y ante la duda de cómo será todo verdaderamente, probablemente la única opción razonable es ser razonable sólo en el grado justo de forma que no cerremos ninguna puerta y encontremos el camino donde podamos autorrealizarnos con las mínimas trabas posibles. Si nos dejamos llevar por prejuicios y creencias no revisadas, probablemente sólo conseguiremos ser algo más infelices sin recibir ninguna compensación a cambio. ¿Merecería acaso la pena?
Imagen de Las leyes de la termodinámica
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