SALVAJES y SÓLO DIOS PERDONA






ASIGNATURAS PENDIENTES

Hoy, en nuestra sección “Asignaturas pendientes”, hablaremos de Salvajes de Oliver Stone y de Sólo Dios perdona de Nicolas Winding Refn.

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A la hora de hablar del cine negro, en este blog siempre he hablado de que hay dos tendencias dentro del mismo: la tendencia arty y la tendencia dirty. La tendencia arty asume que sus películas forman parte de un género que tiene unas reglas concretas y, por tanto, prefiere siempre la estilización y el ajuste a unas normas que afectan al clima, al ritmo, a la fotografía, a las interpretaciones, al fraseo y a otros muchos elementos de la realización. En la medida en que hay toda una serie de títulos que van convirtiéndose en clásicos del género, las obras posteriores utilizan los mismos como referencia y como engarce dentro de un mundo y un universo específicos. Crecientemente, las obras inscritas en la tendencia arty se van desprendiendo de la intención original del género de crítica de unas circunstancias concretas de un momento concreto para adoptar un aire intemporal que logra recrear el espíritu de grandes títulos como Scarface (1932) de Howard Hawks, de Los violentos años veinte (1939) de Raoul Walsh, de  El halcón maltés (1941) de John Huston, de Perdición (1944) de Billy Wilder, de El sueño eterno (1946) de Howard Hawks, de Forajidos (1946) de Robert Siodmak, de Force of evil (1948) de Abraham Polonsky, de Al rojo vivo (1949) de Raoul Walsh, de El beso mortal (1955) de Robert Aldrich o de A quemarropa (1967) de John Boorman. Es decir, el género se van convirtiendo poco a poco en autorreferencial.

Por su parte, las películas de la tendencia dirty utilizan la cobertura del género y emplean algunos de sus tópicos pero, en realidad, lo que pretenden es retratar la realidad circundante y denunciar la situación de violencia, criminalidad y corrupción que reina en ella. Estas películas intentan desprenderse de cualquier referencia anterior, buscan transmitir una sensación de contemporaneidad y, para llamar la atención del espectador sobre la virulenta situación a la que los medios de comunicación suelen dar la espalda, ponen gran énfasis en la violencia y tensión extremas y en la falta de piedad y escrúpulos en que incurren quienes pasan a formar parte del mundo del crimen pero, siempre, asociados a un contexto social, económico y político explícitos y claramente descritos. Hoy, en esta sección, vamos a hablar de dos títulos que ejemplifican a la perfección ambas tendencias.

SALVAJES (o tan cercanos, tan distantes, tan similares)

TÍTULO: Salvajes. TÍTULO ORIGINAL: Savages. AÑO: 2012. NACIONALIDAD: Estados Unidos. DIRECCIÓN: Oliver Stone. GUIÓN: Shane Salerno, Oliver Stone y Don Winslow, adaptando una novela de este último. MÚSICA ORIGINAL: Adam Peters. DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA: Daniel Mindel. MONTAJE: Joe Hutshing, Stuart Levy y Alex Marquez. INTÉRPRETES PRINCIPALES: Blake Lively, Taylor Kitsch, Aaron Taylor-Johnson, Benicio del Toro, Joaquín Cosío, John Travolta, Demian Bichir, Salma Hayek, Sandra Echeverría. PÁGINA WEB OFICIAL: http://www.oliverstone.com/savages/.

Cuando hicimos el comentario de Una noche en el viejo México de Emilio Aragón, ya apuntamos lo peculiar que era el "cine de frontera". Cuando hablamos de "frontera", nos referimos al límite territorial entre México y Estados Unidos, 3.185 km. sin barreras naturales de importancia pero que separan dos mundos, dos visiones, dos culturas... Cuando en una película se pasa de un lado a otro de esa línea geográfica, se realiza no sólo un viaje físico sino, sobre todo, un viaje interior. Salvajes puede ser incluida sin ambages dentro de ese tipo de cine porque los personajes se mueven entre uno y otro país con total libertad y espontaneidad, porque viven una experiencia que cambiará sus vidas para siempre y porque la historia parece fundamentarse en el choque de dos mentalidades y formas de vida (a continuación, veremos que ello no es así exactamente). Pero, frente a otras películas que citábamos en la reseña antes enlazada, Salvajes se centra más en mostrar cómo esa frontera se ha difuminado, cómo las trabas administrativas y burocráticas son, esencialmente, inútiles para controlar los movimientos que la atraviesan y cómo los modos y maneras se han copiado y mimetizado de forma que cuesta distinguir cuáles son los rasgos diferenciales de una y otra sociedad. De hecho, podemos afirmar que, según se puede deducir del film, el factor esencial que separa Estados Unidos de México sería su diferente ubicación en el proceso de producción y venta de drogas (en este caso, la marihuana): México sería el centro comercializador por antonomasia mientras que Estados Unidos sería el centro de consumo.

Tal como es presentada la batalla de los dos protagonistas (Taylor Kitsch y Aaron Taylor-Johnson) por preservar la independencia de su negocio de estupefacientes frente a las intenciones de absorción del cártel mexicano comandado por "La Madrina" (interpretada por Salma Hayek),  la misma no parece ser algo muy distinto a la lucha que se derivaría de la estrategia empresarial de una gran corporación por intentar adquirir un competidor pequeño pero quizás valioso, quizás molesto. Cuando llega el desacuerdo y las armas y el juego sucio empiezan a hablar, nos adentramos ya en territorio habitual de Oliver Stone y en el que hallamos ecos de Platoon (1986), Wall Street (1987), Nacido el 4 de julio (1989), JFK: Caso abierto (1991) o Nixon (1995): aquel en el que Estados Unidos es visto como un lugar en el que se han roto los ideales que sirvieron para su fundación y donde el materialismo más grosero y la lucha por el poder más despiadada se han adueñado de las mentes y de las conductas.




En el sentido antes mencionado, resulta difícil no hallar un paralelismo simbólico entre los dos protagonistas y las que podríamos denominar como dos almas de Estados Unidos. Por un lado, Ben (Aaron Taylor-Johnson) es un budista que dedica una parte importante de los beneficios obtenidos a proyectos de desarrollo para el Tercer Mundo (es decir, vendría a ser algo así como un trasunto contemporáneo de Henry David Thoreau, autor de la emblemática obra Walden). Por otro lado, está Chon (Taylor Kitsch), antiguo miembro de la Fuerzas Armadas y que, por ello, representaría el lado más belicoso de la sociedad norteamericana. A pesar de que sus caracteres son opuestos, ambos actúan codo con codo, como si el director quisiera decirnos que, a pesar de las apariencias, entre ellos hay muchas menos diferencias de las que podemos creer encontrar. Otro paralelismo relevante lo hallamos entre los personajes de John Travolta y Joaquín Cosío. El primero, un agente federal estadounidense corrupto. El segundo, un dirigente político mexicano corrupto. En ambos casos, la finalidad y función de las instituciones se hallan pervertidas y degeneradas.

Salvajes es un retrato implacable de una realidad dura donde priman la brutalidad y la falta de escrúpulos. Sin embargo, su mirada no renuncia a ofrecer el lado más humano de los personajes, de modo que es inevitable concluir que la moraleja es que el contexto determina los comportamientos sin que la única posibilidad que quede sea huir a un lugar donde la pretendida civilización aún no ha llegado como si el director y Don Winslow (autor de la novela en la que se basa la película y coautor del guión) comulgaran con el mensaje de Los pasos perdidos (1953) de Alejo Carpentier. Narrada con el ritmo trepidante y el espectacular montaje que son típicos en las películas de Oliver Stone, posiblemente su gran pega es que suele recrearse en exceso en los malabarismos formales, llegando al paroxismo con ese doble final que a mí no me acabó de convencer. Sin embargo, Salvajes no deja de tener la brillantez que caracteriza la filmografía del polémico realizador norteamericano y constituye un espectáculo visual que posee, adicionalmente, su particular enjundia.



Nota (de 1 a 10): 7,5.

Lo que más me gustó: El ritmo trepidante y su espectacular montaje, siempre habituales en el cine de Oliver Stone.

Lo que menos me gustó: El doble final.


Si en Salvajes el contexto en el que se desarrolla la trama es fundamental, en Sólo Dios perdona no hay contexto. Es la pura película abstracta que nos puede causar estupor por la frialdad con que se narran unos hechos terribles.


SÓLO DIOS PERDONA (o cuando no hay sitio para la piedad)

TÍTULO: Sólo Dios perdona. TÍTULO ORIGINAL: Only God Forgives. AÑO: 2013. NACIONALIDAD: Dinamarca-Tailandia-Estados Unidos-Francia-Suecia. DIRECCIÓN Y GUIÓN: Nicolas Winding Refn. MÚSICA ORIGINAL: Cliff Martinez. DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA: Larry Smith. MONTAJE: Matthew Newman. INTÉRPRETES PRINCIPALES: Ryan Gosling, Kristin Scott Thomas, Vithaya Pansringarm, Gordon Brown, Rhatha Phongam, Tom Burke. PÁGINA WEB OFICIAL: http://www.solodiosperdona.es/ y https://www.facebook.com/OGFMovie.

El danés Nicolas Winding Refn sorprendió con su anterior obra, Drive (2011): su tono gélido, el hieratismo de su protagonista y la asepsia con que eran mostradas las escenas de violencia formaban un cóctel extrañamente hipnótico que hizo que la película adquiriera casi automáticamente la condición de "film de culto". En Sólo Dios perdona, Refn da una vuelta de tuerca a las características que ya vimos en su anterior realización hasta llevarlas a sus últimas consecuencias, lo cual no gustó demasiado cuando la película se proyectó en el Festival de Cannes del año 2013. Posiblemente, aquel certamen no sea el más idóneo para captar una cinta que es, fundamentalmente, un film de género.

Con una trama que se desarrolla en medio de un clima onírico y alucinante, marcado por la violencia más brutal y la sexualidad más enfermiza, en una Bangkok fotografiada con los mismos tonos fríos que ya se utilizaron en Los Angeles de Drive y con un montaje sincopado que, de manera sorprendente, hace que la película se desarrolle con agilidad aunque el ritmo interior de cada escena sea deliberadamente lento, a mí Sólo Dios perdona me ha recordado, en gran medida, a las películas importantes de Jesús Franco, sobre todo a Venus in Furs (Paroxismus) (1969), Las vampiras (1971) y Sie tötete in Ekstase (1971). Habrá quien pueda decir que Sólo Dios perdona remite, más bien, al cine de David Lynch. Sin embargo, ello no es incompatible con la anterior afirmación porque el primero de los títulos citados es un antecedente claro de obras como Terciopelo azul (Blue Velvet, 1986), Corazón salvaje (Wild at Heart, 1990), Carretera perdida (Lost Highway, 1997) o Mulholland Drive (2001). El cine de Jesús Franco también se desarrollaba en escenarios exóticos, también lograba crear un ambiente situado a medio camino entre la realidad y el sueño y también la muerte y una sexualidad retorcida eran temas predilectos del director. Por supuesto, su preferencia inequívoca por el cine de género también era otra de sus señas de identidad. Pero ello requiere de una explicación más detenida.





En una entrevista realizada el 4 de junio de 2008, Jesús Franco dijo: "El cine, o es de género, o es una mierda. Todos los años, en los festivales finos como Cannes o Venecia,  los intelectuales más profundos, los doctos, deciden cuáles han sido las 12 mejores películas de la historia del cine. Los muy gilipollas no se dan cuenta de que al  menos siete de ellas pertenecen a aquello tan despreciable para ellos como el cine de  género. Siempre habrá una película de  John Ford, otra de Murnau, ejemplos de cine fantástico...". Esta preferencia hacía posible que sus mejores películas (las peores, mejor olvidarlas) se caracterizaran por la concisión: sólo las escenas justas y necesarias, ni una más ni una menos. ¿Por qué? Porque si te mueves dentro de un género determinado, ello significa que existen una serie de tópicos y convenciones, aceptadas simultáneamente por el director y los espectadores, que facilitan que se pueda obviar determinada información. El género constituiría un sistema de comunicación que evitaría tener que perder el tiempo en precisiones innecesarias. Si vemos un western y contemplamos cómo una banda de forajidos asalta una diligencia, no es necesario que nadie nos explique qué es una diligencia, por qué se han subido los pasajeros a ella y por qué hay algunos a los que se lo ocurre atacarla. Ello supone un ahorro de tiempo y esfuerzo y, así, las películas de Jesús Franco solían durar en torno a los 90 minutos. A Sólo Dios perdona le sucede lo mismo: 86 minutos y en ella se cuenta una historia profunda, compleja y enrevesada. No sé si Refn conoce la obra de Jesús Franco, pero el nexo entre esta última y Sólo Dios perdona es claro y nítido.






La película narra, básicamente, la historia de una venganza. El hermano de Ryan Gosling es asesinado después de haber abusado y matado a una menor.  El padre de esta última, animado por la propia policía, ha sido el autor del hecho. La madre de Ryan Gosling (una espléndida y transfigurada Kristin Scott Thomas) empieza a acosar a su hijo para que este vengue a su hermano en la figura del padre de la menor violada y del teniente Chang, instigador del crimen. A partir de ese momento, Gosling, aunque se verá en el dilema de obedecer los dictados de su madre (con quien mantiene una compleja relación) o seguir sus propios criterios de conciencia, acabará siendo arrastrado por un vendaval de sangre y muerte que dejará sin habla al espectador.

Y es que, quizás, el gran problema de esta película es que la extrema violencia echará hacia atrás a más de una persona, al igual que sucedió en su proyección en Cannes. Sin embargo, si se logra superar tal circunstancia, se podrá apreciar una cinta magnífica, sólidamente narrada, majestuosamente realizada y que constituye una profunda reflexión sobre la violencia, sobre los mecanismos que la impulsan y que provocan que lleguemos a insensibilizarnos respecto a ella y sobre cómo la ética puede encontrar su lugar en un contexto en que la misma es ignorada y despreciada. Aunque, al final, nadie agradezca el esfuerzo de un sacrificio individual, quizás en él se halle la única esperanza posible para una humanidad que ha olvidado los valores y principios fundamentales.


Nota (de 1 a 10): 9.

Lo que más me gustó: Su clima onírico y alucinado. Su ritmo gélido, parsimonioso y mayestático.

Lo que menos me gustó: Sus escenas de violencia la convierten en una película no apta para todos los públicos.




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