EL GRAN HOTEL BUDAPEST (o la nostalgia por lo que, tal vez, nunca
existió)
TÍTULO: El gran hotel Budapest.
TÍTULO ORIGINAL: The Grand
Budapest Hotel. AÑO: 2014. NACIONALIDAD: Estados
Unidos-Alemania. DIRECCIÓN: Wes Anderson. GUIÓN: Wes Anderson y Hugo Guinness, inspirado en los escritos de
Stefan Zweig. MÚSICA ORIGINAL:
Alexandre Desplat. DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA: Robert D. Yeoman. MONTAJE: Barney Pilling. INTÉRPRETES
PRINCIPALES: Ralph Fiennes, Tony Revolori, F. Murray Abraham, Mathieu Amalric,
Adrien Brody, Willem Dafoe, Jeff Goldblum, Harvey Keitel, Jude Law, Bill
Murray, Edward Norton, Saoirse Ronan, Jason Schwartzman, Léa Seydoux, Tilda
Swinton, Tom Wilkinson, Owen Wilson, Giselda Volodi. PÁGINA WEB OFICIAL: http://www.elgranhotelbudapest.es/
y http://www.grandbudapesthotel.com/.
En Viaje a Darjeeling (2007), tres hermanos (Owen Wilson, Adrien Brody
y Jason Schwartzman), heridos y magullados por la vida (lo de heridos y
magullados, era tanto en sentido metafórico como literal), decidían hacer un
viaje redentor por la India en busca de su madre. En la medida en que quedó
claro que la redención era difícil e improbable, en Moonrise Kingdom (2012), Wes Anderson nos venía a decir que el
único paraíso posible sería el de una infancia perdida y sin posibilidad de
recuperar, simbolizada en una playa borrada del mapa para siempre.
En El gran hotel Budapest, el
original director norteamericano da una nueva vuelta de tuerca y concluye con
que, quizás, ni tan siquiera podamos pensar que esa playa existió alguna vez o
que, en algún momento, haya habido algún paraíso en la tierra.
El guión de El gran hotel Budapest está inspirado, tal como se dice antes de
los títulos de crédito finales, en los escritos de Stefan Zweig (1881-1942), el
autor que, por excelencia, expresó su melancolía por la pérdida del espíritu
centroeuropeo anterior a la I Guerra Mundial.
La pérdida de ese espíritu, simbolizada en la disolución del Imperio
Austrohúngaro, es un tema al que, recurrentemente, vuelve el mundo cultural, añorando que, en
otra época, había otros modos de vida y otros hábitos y costumbres que eran
mucho más dignos que los que, actualmente, disfrutamos. Frente a esa idea, yo
siempre me hago una pregunta: si el Imperio Austrohúngaro era tan maravilloso,
¿cómo pudo desintegrarse sin que, en su día, nadie mostrara la menor
oposición?¿Y cómo es que, a posteriori,
a nadie se le ocurriera defender su restauración? A esa pregunta, Wes Anderson
responde pero, claro, a su manera.
El gran hotel Budapest empieza en el presente. Una chica joven
visita un cementerio para visitar la tumba de un famoso escritor de su país.
Inmediatamente, retrocedemos y vemos a este autor, en plena madurez, explicando
cómo descubrió la deslumbrante historia del hotel que da título a la película.
Y volvemos a retroceder en el tiempo. Vemos, entonces, al autor cuando era
joven y pasó unos días en dicho establecimiento y cómo conoció a quien resultó
ser el sorprendente propietario del lugar, quien le reveló los detalles de un
pasado inimaginable. Y retrocedemos, finalmente, hasta 1932, año en que empieza
la trama. Este juego de matrioshkas,
más que un capricho del guión, expresa la quintaesencia de lo que Anderson nos
quiere decir. Porque, con una historia que ha pasado por tantas estaciones
intermedias antes de llegar a nosotros, ¿podemos afirmar, con seguridad, que lo
que se nos relata es cierto?¿En qué medida han influido los recuerdos, los
olvidos, la necesidad de dulcificar determinados aspectos y de engrandecer
otros? Visualmente, ello se refleja en una estética preciosista, barroca, deslumbrante
pero que, en ningún momento, oculta que, en el fondo, no hay más que una
postal. Igualmente, hay una hábil utilización de los decorados, ya que los
elementos del atrezzo suelen estar
sistemáticamente desproporcionados: mesas, puertas, salones o habitaciones son
siempre demasiado grandes o pequeños, tanto para enfatizar el carácter irreal
de la narración como, muy en la línea de Anderson, para subrayar el carácter de
unos personajes descolocados en su propio entorno.
Toda la película está presidida
por una imaginería visual fascinante, con una obsesiva y minuciosa construcción
de las composiciones que hace que podamos indagar, analizar y desmenuzar cada una
de las escenas con la posibilidad de encontrar, cada vez que lo hagamos, nuevos
detalles y matices. Esa factura visual del film remite, obviamente, a muchos
directores clásicos centroeuropeos como Ernst Lubitsch o Max Ophüls, aunque
tampoco debemos olvidarnos de los alemanes F. W. Murnau o Fritz Lang, cuyo
sentido arquitectónico de la construcción fílmica también está presente en El gran hotel Budapest.
Con un reparto plagado de
estrellas, es difícil destacar a alguien, aunque hay que reseñar el trabajo de
Ralph Fiennes por su capacidad de perfilar un personaje ambiguo,
inclasificable, entrañable pero con un fondo oscuro, que nos fascina sin que
dejemos de desconfiar de sus verdaderas intenciones. Película casi redonda, su
gran problema es que, al concentrar una historia compleja en apenas hora y
media, en algunos momentos va un pelín acelerada y le llega a faltar un poco de
aire.
A pesar de ello, El gran hotel Budapest nos deja un
recuerdo inolvidable, a pesar de que no lleguemos a saber si el mismo es una
pura fantasía o, si alguna vez, existió una época en que, efectivamente, hasta
los ascensores eran hermosos.
Nota (de 1 a 10): 8,5.
Lo que más me gustó: Su magnífica factura visual. El reparto. La
originalidad, parece que infinita, de Wes Anderson.
Lo que menos me gustó: En algunos momentos, la película va un pelín
acelerada.
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