ON THE ROAD (o ¿qué hay al final del arco iris?)


Lo primero de todo, avisar de que el Capítulo 4 de la serie en la web En Bruto, ya está colgado en la red:


Igualmente, acompañamos enlaces de los primeros capítulos, aunque, con la introducción que se hace en la última entrega, tienen un buen resumen de lo que llevamos visto:







ASIGNATURAS PENDIENTES

Un tema que da para rellenar muchas páginas y horas de información relativa al cine es el de las adaptaciones literarias. Es habitual que se generen polémicas sobre si las películas han respetado o no el espíritu de la novela u obra teatral que han servido de referencia, sobre si la película está o no a la altura del original, sobre si el original, en realidad, era imposible de adaptar debido a sus peculiaridades estéticas, etc., etc., etc… Y lo peor de todo es que se intenta hallar unas reglas fijas que determinarían el éxito en la adaptación, de modo que si alguna película se sale de las mismas es descalificada automáticamente. Todo se complica porque cada lector tiene una idea de la obra literaria en su mente, de forma que, si la película no encaja en esa idea, es evidente que la va a denostar, con independencia de las virtudes y méritos del film.

Sobre el respeto o no al texto de base, hay multitud de títulos que nos pueden servir de ejemplo para comprobar si existe una receta satisfactoria. Francis Ford Coppola, tanto en El Padrino (1972) como en Apocalypse Now (1979) alteró sustancialmente el original literario y consiguió realizar dos obras maestras. En el primer caso, eliminó la mayoría de las subtramas que integraban el best-seller de Mario Puzo y se quedó con su núcleo esencial (el problema de la sucesión dentro de la familia Corleone), reforzándolo y poniendo en primer plano la transformación de Michael, el personaje interpretado por Al Pacino. En el segundo caso, mientras que El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad se desarrollaba en el Congo Belga, el director trasladó la historia a la guerra de Vietnam y lo que era una misión de carácter comercial la convirtió en una operación militar en toda regla. Es muy interesante lo que hizo Curtis Hanson en L. A. Confidential (1997), adaptación de la novela de James Ellroy: lo que era una novela negra pura, la convirtió, prácticamente, en la reconstrucción visual de una época, con un sugerente y atractivo aire retro (la novela es mucho más oscura y tétrica que la película), y simplificaba la trama para poder transmitirla con claridad en las poco más de dos horas de película. Es decir, en mi opinión, la novela y la película tienen estéticas completamente diferentes (y, en cierto modo, enfrentadas) pero ambas son obras magníficas, cada una en su respectiva disciplina. Alfred Hitchcock también actuaba con gran libertad en relación al material de base y si vemos los resultados que obtuvo, por ejemplo, en Rebeca (1940) o en Vértigo (1958), está claro que su método no le fue nada mal. No digamos ya Stanley Kubrick. En ¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú (1964) convirtió un thriller dramático como era la novela de Peter George, en una sátira en toda regla. Y en El resplandor (1980), se ganó la ira del autor de la novela original, Stephen King, que no comprendía por qué el director había cambiado tanto el contenido de su obra (la pregunta que siempre me hago es: teniendo en cuenta el primer antecedente que hemos mencionado, ¿cómo llegó a pensar King que Kubrick iba a tenerle alguna consideración especial?).

David Lean, en cambio, solía respetar, en la medida de lo posible, las obras que le servían de inspiración y obtuvo excelentes resultados tanto con las adaptaciones de Dickens (Cadenas rotas -1946, adaptación de Grandes Esperanzas- y Oliver Twist -1948-), como de Pierre Boulle (El puente sobre el río Kwai- 1957), Boris Pasternak (Doctor Zhivago -1965-) o E. M. Forster (Pasaje a la India -1984-). Lo que sí hacía Lean era aplicar a sus films un sentido visual muy poderoso y unas muy trabajadas caracterizaciones de los personajes logradas a través de interpretaciones muy intensas. También Howard Hawks en El sueño eterno (1946) reproducía con fidelidad la novela de Raymond Chandler y convertía al film en la traslación cinematográfica perfecta de la idea que el autor quiso expresar con su narración.

Casos de fracasos relativos o absolutos hay muchos. Se suele mencionar Guerra y Paz (1956) de King Vidor como muestra de que hay obras imposibles de adaptar. Y es cierto que la monumentalidad y grandiosidad de la novela de León Tolstói es imposible de reproducir en una película de duración estándar. También se menciona como fracaso El gran Gatsby (1974) de Jack Clayton porque se considera que se limitó a hacer una adaptación plana de la novela de F. Scott Fitzgerald, de forma que un exceso de admiración provocó un escaso empaque visual del film – yo no estoy para nada de acuerdo con ello pero, como en las próximas semanas comentaremos la adaptación que ha hecho Baz Luhrmann, entraremos más a fondo en esa cuestión-.

Es decir, no existen, en realidad, reglas fijas sobre esta cuestión y la clave parece estar en no asumir que no basta con que la calidad de la obra adaptada sea buena para que, automáticamente, la película tenga una calidad similar sino que es necesario tener claro el eje sobre el que va a girar la historia y elegir un tratamiento visual acorde con el mismo.

Todo esto viene a cuento de la adaptación que el director brasileño Walter Salles ha hecho de la novela En el camino de Jack Kerouac.




ON THE ROAD (o ¿qué hay al final del arco iris?)

TÍTULO: On the Road. TÍTULO ORIGINAL: On the Road. AÑO: 2012. NACIONALIDAD: Estados Unidos-Francia-Reino Unido-Brasil-Canadá. DIRECCIÓN: Walter Salles. GUIÓN: José Rivera, adaptando la novela homónima de Jack Kerouac. MÚSICA ORIGINAL: Gustavo Santaolalla. INTÉRPRETES PRINCIPALES: Sam Riley, Garrett Hedlund, Kristen Stewart, Amy Adams, Tom Sturridge, Alice Braga, Elisabeth Moss, Danny Morgan, Kirsten Dunst, Viggo Mortensen, Ximena Adriana, Sarah Allen, Clara Altimas, Leif Anderson, Ricardo Andrés, Dan Beirne, Tetchena Bellange, Steve Buscemi. PÁGINA WEB OFICIAL: http://themadones.us/.

En el camino, publicada en 1957 (aunque concluida en 1951), siempre ha sido considerada como la novela representativa del espíritu de una época y el manifiesto por excelencia de la llamada generación beat. El respeto reverencial que, por ello, se tiene a esta obra así como el hecho de que estuviera escrita mediante la técnica del monólogo interior explican que, a pesar de su prestigio, nunca antes se haya llegado a realizar su adaptación al cine. Lo que sí se llegó hacer fue una película sobre los personajes reales que hay detrás de la novela y el proceso relacionado con la creación de la misma: Generación perdida: los primeros beatniks (Heart Beat, 1980) de John  Byrum.




(De paso, hay que decir que si se compara lo que aparece en esta película con lo que vemos en On the road, veremos que esta última dulcifica algunos aspectos de la realidad, pero profundizar en ello nos haría alargar excesivamente este comentario).

Finalmente, ha sido el brasileño Walter Salles quien ha llevado a cabo la adaptación de la obra. Habiendo alcanzado el éxito con Estación central de Brasil (1998), se trasladó a Hollywood donde dirigió Diarios de motocicleta (2004) y Dark water (La huella) (2005), muy apreciable remake de una película japonesa homónima (dirigida por Hideo Hakata en 2002) que creo que ha sido injustamente infravalorada. Teniendo en cuenta los antecedentes de Salles y el magnífico reparto que ha logrado reunir para el film, éramos optimistas respecto al resultado final del mismo.






Debemos decir que ese optimismo se ha visto satisfecho sólo a medias aunque no quepa hablar, en sentido estricto, de decepción. Ante todo, cabe decir que la película logra eludir muchos de los riesgos que afrontaba, el principal de todos el de caricaturizar las situaciones y personajes que aparecían en la novela. El buen trabajo de los actores (hay que destacar en este sentido a Sam Riley – que interpreta a Sal Paradise, trasunto de Kerouac-, a Garret Hedlund – como Dean Moriarty, su compañero de andanzas- y a Tom Sturridge – que interpreta a Carlo Marx, trasunto de Allen Ginsberg, autor de Aullido-) ayuda a hacer convincente una trama que se mueve siempre en el peligroso límite que separa lo épico de lo patético. Igualmente, el director sabe dotar de agilidad al ritmo de la película y proporcionar a esto un brillante acabado visual, con una buena reconstrucción, además, de la época en que se desarrolla la historia.

Sin embargo, como sucede con muchas adaptaciones, la película adolece de su indecisión sobre qué concepto central debe escoger para convertirlo en eje de todo su desarrollo. Y cuando se duda sobre ese concepto central, toda película se contagia de esa indefinición. Algo así vino a decir Francis Ford Coppola en una conferencia que dio durante el Festival de Marrakech del año 2010 (http://www.elmundo.es/elmundo/2010/12/10/cultura/1291991504.html): allí, afirmó que toda película tenía que poder ser resumida en una o dos palabras, que sería aquello que Elia Kazan definía como núcleo. En el caso de On the road, la película siempre oscila entre dos ideas que no acaban de conciliarse entre sí. Por un lado, está la historia de una amistad que, en realidad, no es más que admiración entre dos personas: la de Sal Paradise por Dean Moriarty por su actitud ante la vida y la de Dean Moriarty por Sal Paradise por su capacidad de escribir. Al final, este fallo de perspectiva les lleva a una vampirización mutua de la que sólo puede resultar un vencedor (aunque ello sale a la luz, desgraciadamente, demasiado tarde en la película). Por otro lado, está la idea que expresa el personaje de Carlo Marx en un momento dado (y que no acaba de conciliarse con la anterior): “He descubierto que al final del arco iris sólo hay mierda y pis. Pero el saberlo me ha hecho ser libre”. Cuando se pronuncia esa frase, pensé que ahí acababa la película. Y si así hubiera sucedido, hubiera sido perfecto. Pero no. La película sigue y te das cuenta que nadie ha tenido claro cuál debería ser el núcleo del film.

Por todo lo dicho, cabe decir que la película brilla a buen nivel pero que le falta, paradójicamente, lo más elemental para llegar a ser excelente.


Nota (de 1 a 10): 7,5.

Lo que más me gustó: Las interpretaciones de Sam Riley, Garrett Hedlund y Tom Sturridge. Su ritmo y su buena factura visual.

Lo que menos me gustó: Carece de una idea central clara.




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