Hoy, comentaremos Érase una vez en Anatolia. En nuestra
sección “Clásicos eternos”, hablaremos de Fort
Apache y en “Joyas ocultas”, en homenaje a Jesús Franco, de Las vampiras.
ÉRASE UNA VEZ EN
ANATOLIA (o cuando las películas no pueden existir)
TÍTULO: Érase una vez en Anatolia. TÍTULO
ORIGINAL: Bir zamanlar Anadolu’da. AÑO: 2011. NACIONALIDAD: Turquía-Bosnia Herzegovina. DIRECCIÓN: Nuri Bilge Ceylan. GUIÓN: Ebru
Ceylan, Nuri Bilge Ceylan, Ercan Kesal. INTÉRPRETES PRINCIPALES: Muhamet
Uzuner, Yilmaz Erdogan, Taner Birsel, Ahmet Mümtaz Taylan, Firat Tanis, Ercan
Kesal, Erol Erarslan, Ugur Aslanoglu, Murat Kiliç, Safak Karali, Emre Sen,
Burhan Yildiz, Nihan Okutucu, Cansu Demirci, Kubilay Tunçer. PÁGINA WEB
OFICIAL: http://www.surtseyfilms.es/peliculas/erase-una-vez-en-anatolia/.
El director turco Nuri Bilge Ceylan había dirigido con anterioridad los
prestigiosos films Lejano (2002), Los climas (2006) y Tres monos (2008). En Érase una vez en Anatolia, da una vuelta de tuerca a su estilo y realiza un ejercicio arriesgado y sin concesiones para contar la historia de una investigación policial. O, más bien, para no contarla. O, mejor dicho, para dejar sin contar las múltiples tramas que se entrecruzan y que tienen en su centro un extraño asesinato.
En la primera escena de la película, vemos, a través de un cristal empañado a tres personajes, aparentemente manteniendo una conversación agradable y amistosa. No nos llegan sus palabras. Uno de ellos, está de espaldas. No llegaremos a saber qué sucedió en el intervalo de tiempo que transcurre entre este momento y el instante en que empieza, realmente, el film. Entonces, veremos que es de noche y que tres vehículos policiales avanzan por una carretera sinuosa. Buscan dónde está enterrado un cadáver: el cadáver de una de las tres personas que habíamos visto en la primera escena. Los presuntos asesinos son las otras dos personas que estaban conversando con él. El cristal empañado ya no está físicamente pero sigue estando en espíritu a lo largo de toda la película. Porque de toda la historia (supuestamente) central, sólo acabaremos teniendo perfiles borrosos. Y lo mismo sucederá con todas las historias colaterales que acabarán teniendo, al final, mayor protagonismo y presencia.
En la primera escena de la película, vemos, a través de un cristal empañado a tres personajes, aparentemente manteniendo una conversación agradable y amistosa. No nos llegan sus palabras. Uno de ellos, está de espaldas. No llegaremos a saber qué sucedió en el intervalo de tiempo que transcurre entre este momento y el instante en que empieza, realmente, el film. Entonces, veremos que es de noche y que tres vehículos policiales avanzan por una carretera sinuosa. Buscan dónde está enterrado un cadáver: el cadáver de una de las tres personas que habíamos visto en la primera escena. Los presuntos asesinos son las otras dos personas que estaban conversando con él. El cristal empañado ya no está físicamente pero sigue estando en espíritu a lo largo de toda la película. Porque de toda la historia (supuestamente) central, sólo acabaremos teniendo perfiles borrosos. Y lo mismo sucederá con todas las historias colaterales que acabarán teniendo, al final, mayor protagonismo y presencia.
No sabremos cuál fue el motivo de divorcio que hubo entre el médico y su ex-esposa; tampoco, si la historia del suicidio de una mujer que cuenta el fiscal se refiere a un amigo o a él mismo; nos quedaremos sin averiguar cuál es la enfermedad que afecta al hijo del policía preocupado por el nivel creciente de inhumanidad; no acertaremos a ver si el alcalde del pueblo verá satisfecha su petición para reparar la tapia del cementerio; ni contemplaremos el futuro de su hermosa hija; ni el de la mujer y el hijo (¿el hijo?) del asesinado... Cada una de estas historias podría tener su propia película. Pero, al final, todas juntas, lo único que forman es una película imposible.
Porque lo que, implícitamente, se nos está diciendo es que todas esas historias no pueden ser desveladas. Han de ser mantenidas en una especie de penumbra borrosa que impide llegar a la verdad (lo que sucede con el médico cuando realizan un importante descubrimiento a la hora de hacer la autopsia es altamente revelador). ¿Es ello una crítica social y política a la situación de Turquía? Si la película empezaba con un cristal empañado, termina con la visión, de fondo, del patio de juegos de un colegio. ¿Es ahí donde empieza a generarse el cristal que confunde y opaca todo? Érase una vez en Anatolia nos da las preguntas pero, posiblemente, nos deja a nosotros, como espectadores, encontrar las respuestas.
Nota (de 1 a 10): 7.
Lo que más me gustó: El excelente trabajo de todo el reparto. Su capacidad de expresar entre líneas el auténtico mensaje del film.
Lo que menos me
gustó: Da pocas facilidades al espectador.
CLÁSICOS ETERNOS
FORT APACHE (1948) de
John Ford
TÍTULO: Fort Apache. TÍTULO
ORIGINAL: Fort Apache. AÑO: 1948. NACIONALIDAD: Estados Unidos. DIRECCIÓN: John
Ford. GUIÓN: Frank S. Nugent, inspirándose en el relato Massacre de James Warner Bellah. MÚSICA
ORIGINAL: Richard Hageman. DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA: Archie Stout. INTÉRPRETES
PRINCIPALES: John Wayne, Henry Fonda, Shirley Temple, John Agar, Pedro
Armendáriz, Ward Bond, George O’Brien, Victor McLaglen, Anna Lee, Irene Rich,
Dick Foran, Guy Kibbee. DURACIÓN: 122 minutos.
En una ocasión, le preguntaron a Orson Welles quiénes eran, para él, los
tres mejores directores de la historia del cine. Su respuesta no deja lugar a dudas: “John Ford, John
Ford y John Ford” y la misma explica la fuerte influencia que La diligencia (1939) en la factura
estética y visual de Ciudadano Kane (1941). Es evidente que Welles sabía lo que decía
y lo que se hacía porque la superioridad técnica de Ford sobre los directores
de su época era clara y manifiesta. Habiéndose curtido en multitud de
producciones en tiempos del cine mudo (entre las que hay que destacar títulos
como Bucking Broadway -1917- o El caballo de hierro -1924-), el influjo de F. W. Murnau, director
alemán emigrado a Hollywood en 1926, dio paso a su etapa expresionista, con
films como La patrulla perdida (1934),
El delator (1935) o La diligencia (1939), que sirvieron para
cimentar y consolidar su prestigio.
Aunque en los títulos que dirigió entre 1939 y 1952 (como El joven Lincoln -1939-, Las uvas de la ira -1940-, ¡Qué verde era mi valle! -1941-, Pasión de los fuertes -1946-, Fort Apache -1948-, La legión invencible -1949-, Caravana
de paz -1950- y Río Grande -1950-),
la huella expresionista sigue estando presente, es evidente que el gusto de
Ford por formas narrativas y visuales más clásicas y, sobre todo, por un
tratamiento más intimista, familiar y, en muchos momentos, bien humorado y
socarrón de las historias va impregnando, de forma creciente, sus películas. A
partir de El hombre tranquilo (1952),
esta segunda tendencia se acentúa, trufada de una melancolía y un cinismo cada
vez mayores, todo lo cual convierte a películas como Cuna de héroes (1955), Centauros
del desierto (1956), El último hurra (1958),
Misión de audaces (1959), El sargento negro (1960), Dos cabalgan juntos (1961), El hombre que mató a Liberty Valance (1962),
el segmento sobre la Guerra Civil en La
conquista del Oeste (1962), La
taberna del irlandés (1963) o El gran
combate (1964) en muestras de una espléndida madurez.
Escoger una película de Ford resulta sumamente difícil. Por ello, he
decidido elegir para esta sección Fort
Apache, en parte porque es una a las que tengo más cariño por ser de las
primeras que vi del director, en parte porque pienso que es la que reúne una
mayor parte de sus preocupaciones y de sus rasgos estéticos.
La personalidad de John Ford es escurridiza y evasiva. Cuando un
periodista quiso conocer las circunstancias en las que el director se introdujo
en el mundo del cine, le preguntó: “Señor Ford, ¿cómo llegó usted a
Hollywood?”. El cineasta le respondió: “En tren”. Eso fue lo único que pudo
sacar en claro. Acorde con ese espíritu, en sus películas, cuando hay que
elegir entre la verdad y la leyenda, la leyenda siempre se impone. Quizás,
porque la verdad siempre se presta a equívoco. La leyenda, en cambio, no. La
leyenda es lo único que puede proporcionar dignidad y respeto a unas biografías
duras, curtidas en mil decepciones y sinsabores y cuyo destino más probable,
con el paso del tiempo, es pasar al más absoluto anonimato. Ford siempre fija
su mirada en los personajes más humildes y, aparentemente, insignificantes
porque la moraleja que nos pretende transmitir es que son ellos los
verdaderamente importantes y trascendentes. Frente a los mismos, siempre van a
existir personajes altaneros y petulantes que acabarán siendo ridiculizados o
puestos en su lugar por las circunstancias (y, a veces, de forma no poco
sutil).
Fort Apache habla, aunque sin decirlo explícitamente, de
la batalla de Little Big Horn y del papel del general Custer en ella. Es
curioso que las tres visiones cinematográficas más famosas de este hecho
histórico den tres versiones completamente diferentes del mismo. En Murieron con las botas puestas (1941) de
Raoul Walsh, Custer es un héroe que se sacrifica para ayudar a la victoria
final de una causa justa. En Pequeño gran
hombre (1970) de Arthur Penn, Custer es, lisa y llanamente, un psicópata.
En Fort Apache, es sólo un estúpido
que minusvalora a los indios en su empeño por conseguir una brillante gesta que
lo aparte del rincón olvidado del Oeste donde sus superiores lo han destinado.
Ello ayuda a mostrarnos con nitidez el estilo de Ford: en vez de dejarse llevar
por la grandilocuencia, su visión de la historia humaniza al personaje y, a
pesar de que prefiera la leyenda, nos ofrece la explicación más convincente de
su conducta.
Foto de Monument Valley, en Utah, lugar de
rodaje de varios de los títulos emblemáticos de Ford (La diligencia, Fort Apache, Centauros del desierto…)
Con un reparto integrado por muchos de los actores habituales del
director, tanto en los papeles secundarios (George O’Brien, Ward Bond, Pedro
Armendáriz, Victor McLaglen, Hank Worden…) como en el trío protagonista (unos
brillantísimos Henry Fonda, John Wayne y Shirley Temple), toda la película está
impregnada de una dulce nostalgia (por el Sur derrotado, por los amigos
muertos, por los amores imposibles...), subrayada por continuas elipsis
narrativas (sobre el pasado de varios de los personajes más importantes: del
teniente coronel Thursday, del capitán Collingwood, del capitán York, del
sargento mayor O`Rourke…), metáforas de todo lo que se ha perdido pero que
siempre está presente.
James Joyce acababa su relato “Los muertos”, perteneciente al libro Dublineses, con estas palabras: “Su alma
caía lenta en la duermevela al oír caer la nieve leve sobre el universo y caer
leve la nieve, como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y
sobre los muertos”. Ford, de origen irlandés como Joyce, en la penúltima
secuencia de Fort Apache, sustituye
la nieve por las nubes de polvo del desierto, nubes de polvo que cubren tanto a
los derrotados de la caballería estadounidense como a unos indios victoriosos
que, a pesar de su triunfo, cabalgan hacia los márgenes de la Historia. Nubes
de polvo que cubren una época que, como todas, pasará y dejará en el olvido a
todos quienes pertenecieron a ella.
Nota (de 1 a 10): 10.
Lo que más gustará: Su retrato (indirecto) del clasismo y la
estulticia.
Lo que menos puede gustar: Hay quien podría desear que John Wayne
tuviera más protagonismo.
JOYAS OCULTAS
Hoy, en homenaje al director
Jesús Franco, fallecido el pasado 2 de abril en Málaga,
le dedicamos esta sección, comentando una de sus películas. Recordemos, además,
que en una entrada anterior del blog, a la hora de hablar del cine de terror
español, lo mencionamos como uno de sus más importantes representantes.
LAS VAMPIRAS (1971) de Jesús Franco
TÍTULO: Las vampiras. TÍTULO
ORIGINAL: Vampyros Lesbos. AÑO: 1971. NACIONALIDAD: España-Alemania
Occidental. DIRECCIÓN: Jesús Franco. GUIÓN: Jaime
Chávarri y Jesús Franco, inspirándose en un relato de Bram Stoker. MÚSICA
ORIGINAL: Manfred Hübler y Sigi Schwab. DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA: Manuel Merino. INTÉRPRETES
PRINCIPALES: Soledad Miranda, Ewa Strömberg, Dennis Price, Heidrun Kussin, José
Martínez Blanco, Andrés Monales, Paul Muller, Michael Berling y Jesús Franco. DURACIÓN:
89 minutos.
Jesús Franco no es sólo que sea,
quizás, el director más prolífico de la historia del cine español e, incluso,
de toda la historia del cine (en www.imdb.com,
se registran 199 títulos, el último de ellos, Al Pereira vs. the Alligator Ladies, estrenado recientemente)
sino, sin duda alguna, el más inclasificable. Ignorado, en gran medida, en nuestro
país, contaba (como Paul Naschy) con una amplia legión de admiradores a nivel
internacional, entre los que destaca, sin duda alguna, Quentin Tarantino. Si se
analiza el estilo de Tarantino y se compara con el del director español, es fácil
entender cuál es el hilo que conecta a ambos directores. En 2008, Jesús Franco
expresó su punto de vista de forma contundente: “El cine que no es de género es una mierda”.
Tanto para uno como para otro, el cine no es lo que se muestra sino cómo
se muestra. Y ese “cómo” está formado por un conjunto de principios y
mecanismos que son los que constituyen el género. Yendo más allá, es el género
el que produce la emoción cinematográfica en el espectador o, como mínimo, esa
emoción primigenia que nos sirve de impulso para ir a ver una película y
esperar que la misma nos enganche. Fuera del género, no habría nada. Sólo el
género (aunque fuera considerado menor) escondería, aunque fuera entre líneas,
una poesía capaz de hacer trascender la película y proyectarla al futuro (como
ya explicamos a la hora de hablar de Django
desencadenado).
Jesús Franco cultivó, básicamente
los géneros de terror y de misterio con films de culto como La mano de un hombre muerto (1962), Gritos en la noche (1962), El secreto del Dr. Orloff (1964), Miss Muerte (1966), Necronomicón (1968), Fu
Manchú y el beso de la muerte (1968), El
castillo de Fu Manchú (1969), El
conde Drácula (1970), Las vampiras (1971),
Sie tötete in Ekstase (1971), La maldición de Frankenstein (1972), La noche de los asesinos (1974), Jack the Ripper (1976)… Igualmente,
también merece destacarse su notable intervención como actor en El extraño viaje (1964) de Fernando
Fernán Gómez, hecho que apenas ha sido
mencionado durante estos días. Sin embargo, perdido, poco a poco, entre el mar
de seudónimos que utilizaba para firmar sus películas (entre otros, Jess
Franco, Jess Frank, Franco Manera, Clifford Brown, J. P. Johnson…), los
problemas de producción implicados en muchas de ellas (incluidos los problemas
con la censura en tiempos del régimen de Franco, que impidió que sus mejores
películas se pudieran ver íntegramente en nuestro país) y los avatares
provocados por la implantación del sistema de subvenciones en España a
principios de los 80 y por su propia necesidad compulsiva de rodar
constantemente (hasta el punto de que, sin que los actores ni buena parte del
equipo lo supieran, un mismo rodaje servía para filmar dos películas
simultáneamente), su cine entró en un rápido declive. Rodando films de calidad
ínfima (algunos de ellos próximos al porno), sólo algunos títulos lograban
tener cierta proyección, ayudados por el apoyo de sus incondicionales fans. Las vampiras es una buena muestra de sus virtudes como director y
de los problemas que marcaron toda su evolución posterior.
Las vampiras, conocida internacionalmente como Vampyros Lesbos, está protagonizada por quien fue la gran musa de
Jesús Franco a principios de los 70, la actriz sevillana Soledad Miranda (quien
murió en accidente de coche cerca de Lisboa en 1970, antes incluso de que se
estrenaran algunas de las películas que hiciera con el realizador). Debido a los
desnudos y a las escenas lésbicas que aparecían, todos ellos mutilados por la
censura, en España se estrenó una versión cortada que hizo que (por problemas
legales relativos a su carácter de coproducción con Alemania) el film no
pudiera ser visto íntegramente hasta el año 2003, en un pase por Televisión
Española.
La historia está inspirada en un
relato de Bram Stoker (según el propio Franco, titulado “La extraña noche de
Jonathan Harker”) el cual sirvió de base para su futura novela Drácula (1897). Franco decidió cambiar
el sexo del protagonista y Jonathan Harker pasó a ser una mujer, de forma que
Drácula también pasó a ser una vampira (este último fue el papel que interpretó
Soledad Miranda). A partir de esta base narrativa, Las vampiras traza un sugerente paralelismo entre el vampirismo y
el carácter del deseo y, continuando con la lógica marcada por los cambios
realizados en el relato original, convierte a los hipotéticos perseguidores de
los vampiros (especialmente, quien parece ser, claramente, el trasunto del Van
Helsing original) en objeto de burla y en ejemplo de doblez e hipocresía.
Igualmente, el aparecer el propio director en el film, en el papel de un
sádico, no sólo es una muestra de contraste irónico sino un útil instrumento
para crear un inteligente juego de espejos y de voyeurismo que sirven tanto para reforzar el potencial fascinador
de la película como para remarcar su subyacente intención de crítica social. Marcada
por una factura visual única y cautivadora, Las
vampiras acaba siendo un antecedente nada obvio de Arrebato y, con ello, se traza una línea que une, de modo casi secreto, el cine de Jesús
Franco con la “movida” de los 80. En realidad, con la intención de introducir
aires frescos y renovadores a la cultura española. Si se consiguió o no, esa ya
es otra historia…
(Antes de acabar, recomendar dos
blogs, uno del norteamericano Robert Monell y otro del español Álex Mendíbil dedicados, monográficamente, a la obra de Jesús Franco).
Nota (de 1 a 10): 7.
Lo que más gustará: Su originalidad la hace única.
Lo que menos puede gustar: Posiblemente, sólo sea apta para ciertos cinéfilos.
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