En Grindavik, un pequeño pueblo islandés situado en el suroeste de la isla, hay un bar, el Bryggjan, que se ha convertido en el alma de la comunidad. En el Bryggjan, cuyo plato estrella es la crema de langosta (el cual da título al film), se reúnen muchos pescadores ya jubilados que recuerdan sus viejos avatares en el mar y otros curiosos personajes, como un antiguo boxeador y Gudbergur Bergsson, el traductor de El Quijote al islandés. Todos ellos hablan en animadas tertulias que pretenden resolver todos los problemas del mundo. Pero el bar empieza a recibir comentarios muy positivos en TripAdvisor y unos inversores se fijan en él, haciendo una muy suculenta oferta para adquirirlo.
TRÁILER DE LOBSTER SOUP:
Pepe Andreu (a la izqda..)
y Rafael Molés (a la dcha.), directores de Lobster
Soup
CINE ARTE MAGAZINE: Hola, Pepe y Rafael. Dadas las circunstancias sanitarias, estamos empezando las entrevistas con la que debería ser la última pregunta: ¿qué supone que vuestra última película, Lobster Soup, se pueda ver en pantalla grande y, además, esto sea en el Festival de San Sebastián, el certamen más importante que se celebra en nuestro país?
PEPE ANDREU: Para nosotros es algo buenísimo e increíble. Sobre todo porque se haya podido celebrar el festival. Hacía muchísima falta. El Festival de Málaga ya funcionó genial y por qué no acudir a un lugar seguro como el cine y, más en concreto, a un festival de cine, donde, aparte de compartir cultura, también es industria, donde te relacionas, hablas, conoces gente, ves películas… Para nuestro trabajo, es fundamental. Y, particularmente, estamos encantados de estar aquí con la película. Hace seis años, ya estuvimos aquí con Five Days to Dance y, ahora, Lobster Soup es una película a concurso en la sección Zinemira, estamos en el Kursaal 2 (K2), en la clausura de la sección y, bueno, cuando arrancamos la película, la intención era que se pudiera ver en cines, está pensada para cines, y estamos contentísimos con poder estar aquí.
RAFAEL MOLÉS: Es superimportantísimo poder estar aquí porque, al final, gran parte de nuestros proyectos han surgido en festivales. Porque, realmente, es la oportunidad que tienes de poder contactar con gente, no solo a nivel de industria, porque se cierran muchos negocios del lado de la producción, pero, sobre todo, desde el lado de la creatividad. Aquí escuchas, aquí hablas, al final nuestro trabajo no estar encerrado cada uno en su mundo y en su película, sino que es el momento de compartir proyectos, escuchas a compañeros a nivel creativo… Eso ocurre en los festivales. De hecho, gran parte de nuestro equipo es donostiarra de la primera vez que acudimos aquí con una película. En ese sentido, es algo muy importante, como ya digo, no solo a nivel de industria sino de creatividad. Que se haya podido celebrar, primero, el Festival de Málaga, luego, Venecia y, ahora, el Festival de San Sebastián, abre una puerta a la esperanza en un momento en el que todo el mundo tiene miedo de ir al cine. Cuando el cine es, quizás, uno de los lugares en el que las medidas de seguridad son más extremas. Por tanto, que el festival se haga sirve un poco de recordatorio de eso. Que se esté haciendo un festival como este, de clase A, significa que la gente se pueda dar cuenta de que se puede ir al cine porque, si estamos aquí haciendo esto, ello quiere decir que se puede ir igual a una sala de cine de tu ciudad. Para Lobster Soup, en concreto, su proyección en San Sebastián es superinteresante, que el pase principal sea en el K2, que sea la película de clausura de la sección, que compita con películas de la Sección Oficial, es algo muy emocionante después de toda la incertidumbre que hemos padecido. Teníamos miedo a que, al final, el certamen se celebrara online como han hecho otros festivales, que han funcionado muy bien a nivel de espectadores, pero, hasta hace poco, teníamos dudas de que Lobster Soup pudiera verse para donde ha estado diseñada, en pantalla grande, por su fotografía, por las imágenes de las caras de la gente… Verla en grande era muy importante para Lobster Soup.
CINE ARTE MAGAZINE: Lo primero que llama la atención cuando nos
informamos de Lobster Soup es que es
una coproducción entre España, Islandia y Lituania y que transcurre en un
pequeño pueblo islandés. ¿Cómo encontrasteis este lugar, cómo conocisteis su
historia y cómo se llegó a montar esta coproducción a tres bandas?
PEPE ANDREU: Al final, todo salió de forma muy sencilla y muy natural. Nosotros llegamos a Islandia como turistas. Fuimos a la atracción más importante del país, la Blue Lagoon. Llegamos. No había entradas. Era la hora de comer. Buscamos en la guía y nos recomendaban un sitio que estaba en un pueblo perdido del sur, un pueblecito de pescadores, un bar muy pequeñito que estaba en el mismo puerto. Entramos ese sitio y notamos que allí había algo. Había un piano, una gran colección de fotos, que las han llevado allí gente del pueblo, y muchas de ellas empiezan a perder ya el color, las imágenes un poco veladas… Y presientes que allí puede haber una historia. Y, dentro de esas cosas locas que hay, yo estaba allí en Semana Santa intercambiando la casa, Rafa iba en verano, y justo él iba a intercambiar la casa con un documentalista islandés. Viene a Valencia, le contamos la historia, no sabemos nada de ese sitio, solo que una vez estuvimos allí, y a este señor, Ólafur Rögnvaldsson, en principio, le parece bien. Pero solo eso. Cuando Rafa llega allí, empieza a tirar del hilo y se da cuenta de que ese bar es muy especial y que reúne el alma colectiva de esa comunidad. Y que allí está el último boxeador de Islandia, que acude al bar habitualmente, que los viejos pescadores se reúnen para hablar para arreglar el mundo, hay una tabla donde figuran los mayores pesqueros de cada año, se ve fútbol, hay recitales de poesía, conciertos de jazz… Bueno, pues todo eso ya es una historia pero, cuando les decimos que queremos hacer un documental sobre eso y nos dicen que deberíamos hacerlo rápido porque es posible que el bar desaparezca, fue cuando decidimos que no había que perder tiempo. Porque, además, ese es el tema del documental: cómo nosotros, en busca de la autenticidad, también acabamos provocando la destrucción de estos lugares.
PEPE ANDREU: Y, bueno, eso fue en verano. En septiembre, vinimos con esa idea al Festival de San Sebastián y nos reunimos con nuestros socios vascos, REC Grabateka, en una comida y salimos todos emocionados, contando nuestra propia historia nos retroalimentamos. En noviembre, hicimos el primer viaje para empezar a rodar el documental.
RAFAEL MOLÉS: La conexión de esta coproducción internacional también tiene un poco de lo que te decía antes de cómo los festivales logran aglutinar. Como te decía Pepe, nosotros vamos como turistas y nos damos cuenta de que, al final, esa fascinación que sentimos por un lugar y nuestra propia condición de turistas tiene mucho que ver con el tema del documental. Al final, el turismo es un tema de fondo importante porque nosotros mismos hemos contribuido, seguramente de una forma pequeña e inconsciente, a la desaparición de ese lugar por el hecho de que, precisamente, el atractivo del turismo ha hecho que lleguen unos compradores para transformarlo. Y la conexión entre los productores viene de lo que hemos hablado: a REC Grabateka, los conocimos aquí. Y, después, la casualidad de que nosotros siempre viajamos intercambiando casas e intercambiamos la casa con el documentalista islandés que, al principio, cuando le explicamos nuestra fascinación por ese lugar, decía: “Estos españoles están locos”. Porque, al final, lo que está cerca de ti, a veces te llama menos la atención. A lo mejor, un bar como este de Islandia está en Málaga, en un pequeño pueblo de Málaga, Almería, de Croacia… Pero él se vino conmigo al bar un poco para ver mi visión y juntos descubrimos que allí había una historia. Y, entonces, él se une al proyecto. Y, después, la participación lituana, lo mismo. A Arunas Matelis, que es el director y productor lituano, lo conocimos en el Docs Barcelona, el Festival de Cine Documental de Barcelona, allí nos pusieron en contacto y acabamos participando juntos en un documental previo que dirigió él, que ganó en Varsovia y en Tallin, que se llama Wonderful Losers: A Different World y que trata sobre el papel de los gregarios en el ciclismo. Y ahí se establece una relación no solo de productor-director sino también una relación creativa. Cuando les contamos a Arunas que estábamos rodando esta historia en Islandia, él dijo que también quería formar parte de la película. Todo el proceso ha sido un poco raro, aún nos preguntamos cómo hemos podido montar todo esto pero, al final, ha sucedido de una forma bastante natural y de un modo en que industria y creación han ido de la mano.
CINE ARTE MAGAZINE: ¿Cómo fue posible el rodaje en un entorno en el que
se habla un idioma como el islandés y el que tuvisteis que estar un poco en el
aire mientras filmabais?
RAFAEL MOLÉS: Pues, ahora que ya estamos aquí en San Sebastián y la vamos a estrenar, podemos decir que fue un poco como cuando terminas la Selectividad: que, cuando la has superado, dices “Pues tampoco es para tanto”, pero, estando dentro del meollo, te dices para ti mismo: “¡Me quiero morir!”. Ha habido momentos muy salvajes de pensar que cómo era posible que nos hubiéramos metido en esto. Pero, en conjunto, el proceso fue fluido. Hablamos con ellos, con toda la gente del bar, en inglés (porque en Islandia casi todo el mundo habla inglés), escuchando sus historias, nutriéndonos de ellas y anticipando cosas que podían pasar. Nuestro coproductor islandés, por supuesto, nos ayudaba a entender todo, a entender a los personajes, a entender la dinámica, qué pasa allí, por qué, entender la historia… Pero, a la hora de rodar, íbamos a ciegas. Sabíamos de qué podían hablar, sabíamos que los personajes actuaban de una determinada forma, sabíamos qué roles tenían en la historia, pero, en el momento de darle al [REC], ellos empezaban a hablar en islandés (porque asumíamos que así debía ser en la medida que queríamos captar el alma de un sitio y, por ello, no podíamos obligar a alguien a que lo hiciera en un idioma diferente al suyo) y nosotros íbamos a ciegas… Nosotros confiábamos en que, lo que se estaba rodando, iba a formar parte de esa idea que teníamos. ¿Qué es lo que ha pasado? En muchas ocasiones, nuestro coproductor nos apuntaba: “Están hablando de esto o de lo otro…”. Teníamos varias notas pero, en realidad, la sustancia de todo la hemos descubierto después, cuando volvíamos a Valencia y empezábamos a traducir horas, horas y horas de material con ayuda de un traductor español y una traductora islandesa y nos dimos cuenta de varias cosas: que, a lo mejor, habíamos estado rodando durante una hora y estaban hablando de cualquier cosa pero, de repente, empezaban a salir como perlas, situaciones que no nos podíamos imaginar ni tan siquiera en las conversaciones previas y en la intimidad que habíamos llegado a tener con los personajes. Ha habido momentos que no te han servido pero también ha habido momentos que nunca habíamos esperado. Por ejemplo, dos personas que, en una conversación de 30-40 minutos, empezaron a hablar en verso entre ellas, uno está diciendo un poema y el otro le está respondiendo con otro poema. En ese vértigo de rodar sin entender, hemos filmado cosas que nos han dejado alucinados y situaciones que nunca hubiéramos podido imaginarnos. Entonces, en el intervalo entre el [REC] y el [STOP], teníamos que mimetizarnos con ellos y conseguir la máxima complicidad, algo que en cualquier documental era importante pero que, en este en especial, era algo fundamental, porque parte con que nos nutríamos de la historia era antes y después de rodar. Ahí, teníamos que entender qué pasaba para proponer acompañarles a algún sitio pero, a la hora de rodar, era la suerte, muchas horas de rodaje y la enorme confianza que teníamos en la historia y en la intensidad de los personajes.
PEPE ANDREU: Era como ir a pescar y volver a casa sin saber qué has pescado. Tiras la red o el anzuelo, te vendan los ojos y te llevas a casa la presa sin saber de qué se trata.
CINE ARTE MAGAZINE: Llama poderosamente la atención los aspectos
técnicos de la película, la vistosidad de su fotografía… Hay, incluso, aparte
del director de fotografía, José Luis González Iglesias, un diseñador de color,
Jonas Zagorskas, tal como se puede ver en los títulos de crédito… ¿Qué nos
podéis decir en relación a ello?
PEPE ANDREU: A priori, eso era un problema. Porque Islandia es un país de una belleza bestial. Y eso era un caramelito que te podía hacer pensar que íbamos a grabar postales bonitas… Entonces, se trataba de huir de esa idea y retratar la realidad como era. El café tenía la calidez que se ve en la película, con esos tonos apastelados, mucho claroscuro… Dependiendo de la época de año, solo hay 4-5 horas de sol en invierno, en primavera sí tenían más sol y la luz era más salvaje, pero es un país que siempre está potencialmente afectado por el viento y la nieve. Entonces, buscábamos reflejar el contraste entre el interior, acogedor, que guarda a los parroquianos del bar, con ese exterior, más inhóspito y frío. El colorista, que era la primera vez que trabajábamos con él, intuye esa idea, la trabaja, la resalta y explota todas las posibilidades.
RAFAEL MOLÉS: Como dice Pepe, es esa cosa que tú tecleas en Google “Islandia” y empiezan a salir imágenes de la naturaleza de gran belleza. Nosotros, en cambio, hemos sido más restrictivos a la hora de buscarlas. Por ejemplo, no fuimos al lago de Jökulsárlón, donde están los icebergs, que eso está allí, sino que queríamos que la belleza estuviera en ese pueblo, en los alrededores de ese sitio… Y, a pesar de restringirnos ahí, encuentras la belleza. Porque el país es bello y la belleza también estaba en ese entorno que, a priori, quizás era menos turístico pero que, poco a poco, hemos ido descubriendo. Y Jonas Zagorskas supo intuir muy bien ese planteamiento en el que, por un lado, está ese pequeño café, que es un útero en el que todo es cálido, todo es suave, donde se está bien, se está a gusto, donde se reúnen varias generaciones y, por otro, ese país inhóspito en el que te planteas por qué la gente se ha instalado allí, donde el viento está constantemente azotando (a veces, el trípode de la cámara salía volando), donde ir a pescar es una odisea diaria, donde, en tiempos en los que no había cuota pesquera, se competía para saber quién era el que más pescaba… Pues, a pesar del carácter inhóspito del país, existe ese pequeño local de pocos metros cuadrados donde todo es cálido.
CINE ARTE MAGAZINE: Aunque en Lobster
Soup vemos una realidad muy concreta y particular, todo lo que pasa allí,
un pueblo pesquero cuya actividad se halla ahora limitada por una cuota
pesquera, un lugar en el que viejas actividades son abandonadas y otras
relacionadas con el turismo y los servicios ganan peso, donde la identidad
local se va perdiendo, es lo que ha podido pasar en cualquier pueblo, por
ejemplo, de nuestro litoral… ¿Sobrevuela esa reflexión toda la película?
PEPE ANDREU: Evidentemente, el sistema y el engranaje en el que nos movemos pone en riesgo la manera de vivir de pueblos como Grindavik. Y, quizás, sea inevitable, quizás no podamos pararlo. Pero, al menos, deberíamos reflexionar sobre cómo mantener estos sitios. No porque sean sitios que haya que visitar sino porque son sitios donde vive gente. Y estos sitios conforman la identidad de un pueblo, de unas personas, que nosotros ponemos en peligro con nuestra manera de vivir, de conocer, de buscar la autenticidad… Y, luego, hay que tener en cuenta que esos lugares son los corazones que guardan la memoria colectiva. Porque en ese pueblo, en el Bryggjan, se concentra gente que habla de la gente que ya no está, la recuerda y todo eso va desapareciendo como las imágenes de las fotos que se van difuminando poco a poco. Como la memoria del boxeador, que también va desapareciendo y ya no se acuerda de tal canción o tal poema. Y contra eso, no podemos hacer nada. Tal vez tengamos que encontrar la manera de retrasarlo pero el engranaje del sistema lo va a hacer desaparecer.
RAFAEL MOLÉS: Y más que la reflexión sobre turismo sí o turismo no, que alguna vez hemos tenido la tentación de abordar, y teniendo en cuenta que nosotros descubrimos ese lugar como turistas, es la revelación de que, lo que para nosotros es exótico cuando viajamos, para otros es su vida. Y que si te quedas solo con la idea de lo exótico, te vas y te olvidas del efecto que tiene tu paso por allí. Pero si te das cuenta de que lo exótico para ti es la vida de verdad de alguien, creo que nos puede permitir el seguir viajando, que es algo bueno, y seguir conociéndonos las personas. Y lo que pasa en Grindavik, claro que ha pasado en otros sitios. Cuando a uno de los hermanos del bar le preguntamos que qué iba a hacer después de venderlo, nos quedamos sorprendidos cuando nos dijo que quería irse a Benidorm. Para nosotros, que somos valencianos, era algo tan tópico pero, a la vez, tan brutalmente real. Y, entonces, en el epílogo del film, seguimos la visita de esta persona a Benidorm y escuchamos lo que le está diciendo el guía (que, antes, Benidorm era un pueblo pesquero y que, cuando los pescadores, cuando se dieron cuenta de la playa que había dejaron la pesca y empezaron a construir hoteles, hoteles, hoteles…) y vemos a este personaje, que ha vendido su bar, escuchando eso, se nos pusieron los pelos como de punta. Eso es algo que hemos vivido en nuestro litoral a partir de los años 60. Porque, claro, cuando había alguien que tenía un terreno y ofrecían comprárselo y ello le iba a permitir tener una jubilación dorada, te das cuenta de que el dilema es más complicado que decir simplemente turismo sí o turismo no. El fijarnos lo que ha sucedido en Grindavik nos ha permitido ver a nivel microscópico algo parecido a lo que también ha sucedido en nuestro país.
CINE ARTE MAGAZINE: Para terminar, ¿qué creéis que va a ser lo que más
conecte con el público o lo que más atrape al espectador?
PEPE ANDREU: Yo creo que lo que ya nos ha llegado es la necesidad que existe en ese bar de compartir, la necesidad de acudir a ese bar y estar allí con toda esa gente. Y, también, la preocupación sobre qué va a pasar con las cosas cuando desaparecen y, por encima de todo, yo creo que es una película de personajes y eso hará que los espectadores se identifiquen con unos o con otros. Está Alli, que es el narrador, su hermano pequeño, el antiguo boxeador, el traductor de El Quijote al islandés, Gudbergur Bergsson, ese outsider que podría tener una sola película para él… Nos encantan todos los personajes. Pero es más fácil identificarse con el personaje del boxeador, que va perdiendo la memoria del mismo modo que las imágenes de las fotos se van borrando.
RAFAEL MOLÉS: Cuando el antiguo boxeador y Alli están hablando en verso, tú ya notas que aquel empieza a estar como en otro mundo. Alli recuerda el momento en que llegaron los norteamericanos, en que ese viejo boxeador rejuveneció, se sentó y ya volvió a ser un viejo para siempre. Ahí te avanza un poco lo que le está sucediendo. Y, a la vez, eso es lo que le preocupa a Alli y a toda la comunidad: mantenerse vivos, recordarse, hablar entre ellos, estimular, hablar de otros… En el último viaje que hicimos, este boxeador no estaba en la cafetería sino en un geriátrico con un Alzheimer muy avanzado. Puede pasar algo desapercibido pero ya al final, mientras están saliendo los títulos de crédito, cuando Alli le visita y le está ayudando a recordar poemas y canciones, llega otro señor a la mesa y Alli les presenta. Entonces, ya fuera de la cafetería, en ese asilo, él intenta volver a juntar a una comunidad. Aunque es un momento muy triste, yo creo que también tiene un elemento positivo, al hablar de poder estar conectados, de ayudar al otro, de la necesidad de comunidad que hay en un lugar tan inhóspito como es Islandia pero como también pueden serlo nuestras grandes ciudades. Para nosotros, ese punto tiene como algo que da sentido a la personalidad de todo lo que ha pasado antes.
Como pueden comprobar, Lobster Soup no solo nos permite conocer la realidad de un país tan poco conocido como Islandia sino que nos permite ver cómo lo que allí sucede tiene que ver con nosotros mucho más de lo que pudiera parecer en un principio. Este documental de Pepe Andreu y Rafael Molés es una muestra más de la potencia expresiva e indagatoria que ha alcanzado el género y el altísimo nivel que presenta en los tiempos actuales, algo que todos los cinéfilos agradecemos.
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