EL FESTIVAL DE MÁLAGA 2020 EN 14 MIRADAS (14.3): TRENES QUE VAN AL MAR DE HUGO OBREGÓN Y MANUEL ÁLVAREZ-DIESTRO
Trenes que van al mar está compuesta por tres fragmentos autónomos pero relacionados argumentalmente entre sí. En el primero, vemos en Seúl a una pareja de abuelos empeñada en buscar una novia a su nieto y a una chica cuya relación con su pareja no parece funcionar demasiado bien. En el segundo, nos trasladamos a Londres para conocer al nieto de los abuelos del primer fragmento y por la dramática encrucijada personal que sufre. El tercer y último fragmento se desarrolla en Hong Kong y tiene como protagonista a un chico que ha sido la anterior pareja del protagonista del segundo fragmento.
A la izqda., Manuel
Álvarez-Diestro, a la dcha., Hugo Obregón, codirectores de Trenes que val al mar
Cada escena, cada momento de Trenes que van al mar parece estar indisolublemente asociada a un lugar, un entorno y a unas circunstancias. La cámara estática refuerza, asimismo, esa sensación. Y es que todos los personajes que vamos conociendo se hallan como encerrados en una especie de celda que podría ser su mentalidad, las circunstancias de su vida y de sus cuerpos o las consecuencias de una ruptura que aún no han sido superadas. Si ampliamos el círculo de su encierro, podemos afirmar que los acontecimientos sociales y políticos son la instancia final en la que estos personajes han de moverse, el origen y semilla, tal vez, de todo el entramado urbano que encauza la narración de forma absorbente y claustrofóbica. Todo este discurso sutil y casi invisible, construido formalmente a través de un modo tan sencillo como contundente e inapelable, convierte a Trenes que van al mar en una película en dos niveles en los que su trama superficial es la vía para que acabemos tomando conciencia no solo de los hechos narrados sino, sobre todo, del contexto en el cual se desarrollan los mismos.
Ese encierro de los personajes, de su desenvolvimiento y del desarrollo de los hechos en una estructura rígida y cerrada es lo que nos lleva a concluir que el destino inevitable de los personajes es sufrir la frustración de las que somos testigos en las tres historias interrelacionadas. Todos los personajes acaban siendo víctimas de unas expectativas insatisfechas, unos anhelos incumplidos o unos planes inalcanzables. Y el retrato de estas situaciones lleva al espectador a tener que reflexionar la raíz de estas situaciones y a percibir no la situación en sí sino lo que rodea a las mismas, ese marco urbanístico, social y político que marca las reglas de juego del sistema y cuya ausencia de cuestionamiento es, en última instancia, la clave del desamparo y la desolación y de la falta de respuesta ante encrucijadas que parecen callejones sin salida.
Trenes que van al mar, de este modo, a partir de un argumento solo en apariencia sencillo, acaba conduciendo al espectador a hacerse preguntas sobre grandes temas y relevantes cuestiones: el carácter efímero de la vida, la pérdida inútil de nuestro tiempo y de nuestras oportunidades, las convenciones estériles que nos aprisionan y la presencia de estructuras inmóviles que convierten al ser humano en un mero títere a merced de designios superiores y esclavizantes. La película de Hugo Obregón y Manuel Álvarez-Diestro, en vez de convertirse en una obra cerrada y autoconcluyente, prefiere convertirse en el hilo del que el espectador pueda tirar para desenredar todo una madeja compleja y enmarañada, madeja que es la que todos vivimos en estos atribulados tiempos contemporáneos.
IMÁGENES DE LA PELÍCULA:
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