(¡¡¡OJO!!! En esta reseña hay algunos spoilers – aunque no demasiados – de la tercera y cuarta temporada
de la serie)
Tengo que admitir que, de
antemano, mi valoración de la cuarta temporada de La casa de papel está condicionada por algo que había supuesto y
que, a la postre, ha demostrado ser incorrecto: pensé que en esta entrega iba a
quedar resuelta la trama del robo de los lingotes de oro del Banco de España y,
en cambio, nos hemos encontrado con que la misma sigue abierta y sin saber cómo
la banda va a lograr salir (o no) de un recinto en el que están completamente rodeados
por las fuerzas del orden. En consecuencia, cuando llega el octavo y último
episodio de la temporada, la mayoría de las cuestiones pendientes continúan
todavía sin cerrar. Eso sí, tal vez en compensación con esta expectativa
posiblemente frustrada para una amplia mayoría de seguidores de la serie, la
temporada finaliza con un cliffhunger potente
y susceptible de inaugurar todo tipo de posibilidades y nuevos giros
argumentales en la quinta entrega. Sea una cosa por la otra…
La cuarta entrega de La casa de papel es algo diferente a las
tres anteriores y ello nos hace pensar que los guionistas han sido conscientes
de que el desenlace abierto al que se dirigía el argumento obligaba a cambiar
el ritmo de la serie. Si en las anteriores temporadas, cada una de ellas estaba
repleta de giros narrativos, en esta dos o tres hilos argumentales muy
concretos (la protagonizada por José Manuel Poga en el papel de Gandía, el jefe
de seguridad del gobernador del Banco de España, la derivada de la detención de
Lisboa; el esfuerzo del Profesor por volver a retomar el control del plan...) son
estirados para llegar a completar los ochos capítulos que ahora se nos ofrecen,
de modo que, en vez de una intriga dinámica en la que hay constantemente
un cambio de situación, hay una intriga estática en la que un mismo conjunto de
situaciones se prolongan angustiosamente hasta llegar a un convergente clímax
final.
Un elemento añadido que ayuda a
reforzar la sensación de extrañeza que produce en muchos momentos la nueva
entrega de La casa de papel en
relación a sus anteriores episodios es que prácticamente todos los personajes principales
son instalados por los guionistas en situaciones que escapan a los esquemas
habituales donde los mismos se movían. El Profesor (Álvaro Morte) que, con
anterioridad, tenía previstos hasta los más mínimos sucesos que pudieran
acontecer, se mueve ahora en una absoluta pérdida de control de todo lo que
ocurre. Lisboa (Itziar Ituño), que siempre había llevado la batuta de mando
como negociadora en situaciones de crisis, ahora se encuentra al otro lado de
la mesa viendo cómo es sometida a las mismas técnicas que ella empleaba. Tokyo
(Úrsula Corberó) tendrá que abandonar su posición destacada pero siempre un
paso detrás del líder correspondiente para asumir funciones que no estaba en su ánimo asumir. Nairobi (Alba Flores), tras el disparo que recibió al final de la
tercera temporada, tendrá que olvidar su sempiterna hiperactividad y aceptar un papel más pasivo. Denver (Jaime Lorente) contemplará cómo su tendrá que lidiar con un estado de ánimo desconocido en el que su orgullo se habrá visto herido por toda una serie de circunstancias inesperadas.
Estocolmo (Esther Acebo) comenzará a asumir roles más activos de los que hasta
ahora había asumido. Y Palermo (Rodrigo de la Serna) verá cómo su inmenso ego
recibe un golpe descomunal, lo cual le hará reaccionar de un modo opuesto a los
intereses de la banda…
Pero donde la serie se mantiene
fiel a sus principios es en ese aire libertario y subversivo que articula su discurso
y, así, por ejemplo, en la muestra más destacada de ello, en su tramo final, toda
una estrategia para intentar hundir la acción y la moral de las fuerzas de
seguridad que intentan poner fin al robo en el Banco de España y para ganarse al
mismo tiempo el favor de la opinión pública, se despliega todo un ataque – en relación
a las torturas sufridas por Río (Miguel Herrán) – a las operaciones oscuras y fuera
del foco de los debidos controles judiciales e institucionales que llevan a
cabo los estados, que son negadas sistemáticamente por estos y que, cuando se hacen
públicas, provoca el consabido escándalo y la pérdida de credibilidad de los
gobiernos y las autoridades públicas. Posiblemente, esta derivación de la trama
se debe a que los guionistas han tenido que pensar que, sin este éxito de la
estrategia desplegada por el Profesor, la idiosincrasia de La casa de papel hubiera sufrido un vacío difícilmente subsanable.
Para terminar este comentario
sobre la cuarta temporada de La casa de
papel, debo decir que pienso que la serie se está deslizando peligrosamente
hacia el gran riesgo en el que muchas series de éxito han caído en el pasado (los
ejemplos más obvios serían Perdidos y
la última temporada de Vis a vis pero
no serían los únicos) que es el de querer prolongar artificialmente historias,
tramas y argumentos aunque ello suponga que la naturalidad de la narración y la
verosimilitud del relato se vayan deteriorando hasta que el producto llegue a
ser una mera caricatura de lo que algún día fue. Hasta el momento, La casa de papel no ha incurrido en ese
grave error pero no es menos cierto que está coqueteando con él en su afán de
prolongar lo que debería tener una extensión controlada y razonable. Los altos
niveles de adrenalina y su mantenimiento en el tiempo no pueden estirarse indefinidamente
y, por ello, hay que saber muy bien cómo poner fin a lo que no admite con
facilidad alargamientos redundantes y estériles. Es evidente que vivimos en un
contexto en el que los criterios comerciales pesan más que los estrictamente
creativos y de calidad pero una serie como La
casa de papel no se merecería que la coherencia que ha logrado
(milagrosamente) mantener hasta ahora se perdiera en aras de seguir teniendo a
corto plazo una presencia que podría acabar decepcionando a la mayoría de sus
seguidores.
IMÁGENES DE LA CUARTA TEMPORADA DE LA SERIE:
Comentarios
Publicar un comentario