EL VECINO – T1: SUPERHÉROE DE BARRIO BUSCA SU IDENTIDAD



El pasado 31 de diciembre, se estrenó en Netflix la primera temporada de la serie española El vecino. Adaptación de un comic escrito por Santiago García y dibujado por Pepo Pérez, publicado por Astiberri Ediciones, la serie ha sido creada por Miguel Esteban y Raúl Navarro, está protagonizada por Quim Gutiérrez, Clara Lago, Adrián Pino, Catalina Sopelana, Sergio Momo, Denis Gómez, Aníbal Gómez, Nacho Marraco, Paula Malia y Jorge Sanz y dos de los ocho episodios de la primera temporada han sido dirigidos por Nacho Vigalondo (el primero y el segundo, por lo que cabe atribuirle el diseño general de esta primera entrega), tres por Paco Caballero (el tercero, el cuarto y el quinto), dos por Ginesta Guindal (el sexto y el séptimo) y uno por Víctor García León (el octavo). El vecino aborda el tema del superhéroe desde una perspectiva a la vez humorística y realista, adoptando un sorprendente aire de comedia costumbrista que se acaba convirtiendo en el gran valor de esta producción. En ella, Quim Gutiérrez, un personaje con una vida caótica y que tiene una frágil relación sentimental con Clara Lago, ve cómo su existencia da un giro radical cuando recibe un mensaje desde una nave espacial en la cual se le encomienda que se convierta en guardián y protector del Universo.




Para rastrear las referencias en las que asienta El vecino, creo que hay que mencionar dos títulos de los años 70 y 80. El más obvio es El gran héroe americano, una serie estrenada en 1981, creada por Stephen J. Cannell (cocreador también de El equipo A), y que estaba protagonizada por William Katt, Robert Culp y Connie Sellecca, en la que un tipo normal y corriente recibía, de repente, un traje con superpoderes y se dedicaba, a partir de ese momento, a deshacer entuertos, resolver injusticias y detener a delincuentes. Aunque algo torpe y desastrado, al final lograba resolver los casos a los que se enfrentaba y salir sano y salvo de los trances en los que se veía comprometido. La serie venía a ser una especie de avanzadilla del espíritu americano de los 80, caracterizado por asumir y proclamar que cualquiera, con esfuerzo y voluntad, podía alcanzar sus sueños y sus objetivos, algo que veríamos posteriormente en películas como Flashdance (1983) de Adrian Lyne, Karate Kid (1984) de John G. Avildsen, El secreto de mi éxito (1987) de Herbert Ross, Cocktail (1988) de Roger Donaldson o Armas de mujer (1988) de Mike Nichols.




El segundo referente es español y representa el momento en el que, en el cine de nuestro país, hubo quien apostó por hacer cine de género, cine de terror, cine de acción, cine de aventuras e, incluso, cine de superhéroes. Ahí está el nombre de Juan Piquer Simón, un artesano concienzudo y eficaz que, además de dirigir películas de aventuras como Viaje al centro de la Tierra (1977), Misterio en la isla de los monstruos (1981), Los diablos del mar (1982) y La isla del diablo (1994) y de terror como Mil gritos tiene la noche (1982), Slugs, muerte viscosa (1988), La grieta (1990) y La mansión de los Cthulhu (1992), realizó una película de superhéroes como Supersonic Man (1979), film que tuvo hasta su merchandising, con una colección de comics que recreaban el argumento de la cinta. Evidentemente, Supersonic Man no es una gran película pero, vista a día de hoy, es una delicia kitsch, con la utilización de paisajes urbanos e industriales de los años 70 y de efectos especiales bastante primarios y elementales, que podemos contemplar con agrado ingenuo y goce desprejuiciado.




El vecino, hasta cierto punto, también hay que verla con la mente abierta, con ausencia de expectativas y sin dejarse llevar por la primera impresión que pudiéramos llevarnos. Porque, a partir de dicha actitud, podremos disfrutar, en primer lugar, como ya hemos anticipado, de la capacidad que tiene la serie para retratar el ambiente actual de muchos barrios de las periferias urbanas, con sus situaciones de precariedad económica, limitadas expectativas laborales y casas de apuestas floreciendo como hongos como vía de escape ante la falta de horizontes más estimulantes. En este sentido, sorprende gratamente que El vecino escoja como escenario de su trama una barriada de clase trabajadora y gente modesta, algo que nada tiene que ver con el gusto de las películas y series de nuestro país por urbanizaciones y residencias de clase media-alta con independencia de los ingresos que cabe deducir del trabajo y la ocupación de los personajes.




En segundo lugar, hay una interesante revisión del concepto de “heroicidad” conforme el argumento se desarrolla. Porque, aparte del superhéroe que protagoniza la historia, iremos siendo testigos de las actitudes y comportamientos de otros personajes que, cada uno a su modo, también son héroes de la vida diaria y cotidiana. Por ello, aunque El vecino es una serie sobre un superhéroe, con su humor marciano, el carácter torpe y anárquico de su protagonista y su retrato entrañable de unos personajes esforzados y, en última instancia, deliciosos, acaba desmontando el propio concepto de “superhéroe” para acabar reivindicando al “pequeño héroe” que todos llevamos dentro y que aflora de forma espontánea e improvisada cuando somos testigos de justicias y arbitrariedades o cuando queremos alcanzar un objetivo que, en principio, nos parece imposible. Y, en un sorprendente giro final, la serie nos deja con un potente cliffhunger que obliga a replantearnos no solo los fundamentos argumentales de la serie sino, también, muchos tópicos e ideas preconcebidas sobre los relatos pertenecientes a este género.




De esto último, surge la gran diferencia que tiene El vecino con la comentada El gran héroe americano. Si en la serie estadounidense de los 80, el protagonista, a pesar de su torpeza e inexperiencia, cumplía con su rol de superhéroe y, de forma más o menos brillante, hacía lo que se supone que alguien de su condición debe hacer, el personaje que interpreta Quim Gutiérrez solo lleva a cabo su cometido de forma muy parcial, fragmentaria y discutible. Digamos que el optimismo y confianza de los 80, ha dejado paso al hondo escepticismo del siglo XXI en el que ya no confiamos en mesías redentores ni en guerreros iluminados y tendemos a pensar, más bien, que cada cual tiene que resolver sus problemas y salir delante de la mejor manera posible y sin marcarse metas excesivamente ambiciosas.




Por todo lo dicho, y sin perjuicio de que, con El vecino, cualquier espectador se echará unas buenas risas, no hay que quedarse meramente en su superficie, porque, más allá de las apariencias, esta serie tiene la suficiente agudeza como para trazar un preciso y certero retrato social y desmontar algunos lugares comunes que asumimos como normales en determinados tipos de relatos pero que, como esta serie demuestra, son muy fáciles de deshacer y revertir.


TRÁILER DE LA SERIE:



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