SINÓNIMOS DE NADAV LAPID. PUEDES SALIR DE TU PAÍS PERO TU PAÍS NO PUEDE SALIR DE TI


TÍTULO: Sinónimos. TÍTULO ORIGINAL: Synonymes. AÑO: 2019. NACIONALIDAD: Francia-Israel-Alemania. DIRECCIÓN: Nadav Lapid. GUION: Nadav Lapid y Haim Lapid. MONTAJE: Neta Braun, François Gédigier, Era Lapid. DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA: Shai Goldman. INTÉRPRETES PRINCIPALES: Tom Mercier, Quentin Dolmaire, Louise Chevillotte, Uria Hayik, Olivier Loustau, Yehuda Almagor, Gaya Von Schwarze, Gal Amitai, Idan Ashkenazi, Dolev Ohana, Liron Baranes, Erwan Ribard, Yawen Ribard, Iman Amara-Korba, Sébastien Robinet, Damien Carlet, Valentine Carette, Catherine Denecy, Léa Drucker, Christophe Paou. DURACIÓN: 123 minutos. PÁGINA WEB OFICIAL: https://laaventuraaudiovisual.com/sinonimos/.

CALIFICACIÓN: 

El director israelí Nadav Lapid es uno de los autores más interesantes del panorama cinematográfico internacional de los últimos años. Con dos films muy diferentes, Policía en Israel (2011) y La profesora de parvulario (2014), Lapid logró aportar una mirada muy personal y original desde el punto de vista creativo al mismo tiempo que sabía trazar con precisión una honda mirada crítica (a veces sutil, a veces contundente) sobre la realidad de su país. En cierto modo, ambas películas mostraban una dualidad que podía ser entendida como una metáfora de las tensiones contradictorias en las que se mueve Israel como sociedad y como nación. Así, en Policía en Israel nos adentrábamos en dos mundos tan diferentes como el de las fuerzas de seguridad del país y el de unos activistas rebeldes ante las fuertes diferentes sociales y económicas existentes, que optan por la violencia como método de lucha. En el caso de La profesora del parvulario, éramos testigos de los esfuerzos de una maestra de guardería por demostrar y potenciar el talento de uno de sus jovencísimos alumnos para la poesía a la vez que veíamos cómo, al mismo tiempo, realizaba sucesivos intentos de escapar de una gris y aburrida vida cotidiana, convirtiéndose ambos niveles de la narración en planos que se realimentaban y llegaban a explicarse mutuamente. Esa dualidad sigue estando presente en su último film (el cual se hizo acreedor del Oso de Oro del Festival de Berlín 2019 a la mejor película), solo que, en esta ocasión, el realizador sale del terreno estricto de la sociedad israelí para hablar de un joven del país (Tom Mercier) que, disconforme con la realidad cotidiana en la que tiene que desenvolverse, se marcha a Francia con el deseo de vivir allí y convertirse en ciudadano francés. Pero el proceso para cumplir sus deseos no será ni fácil ni rectilíneo y, al final, quizás no le conduzca a ninguna parte.




En consonancia con las dudas del protagonista sobre su identidad, la propia película va mutando de personalidad visual de secuencia en secuencia, de situación en situación, proyectando ecos de otros autores que han desarrollado su cine en el país galo e, incluso, en el ámbito más amplio del cine europeo. Así, el arranque con la cámara al hombro nos hace recordar los rasgos de estilo más pronunciados del movimiento Dogma; después, en las escenas del personaje en el piso vacío, con la surrealista situación que tiene lugar, se pueden encontrar ciertas referencias al cine de Buñuel; en las relaciones del protagonista con la pareja que le salva del problema en que se ve sumido, se adivina la influencia del cine de Polanski y su indagación en los triángulos amorosos envenenados; en las escenas del puente, se percibe con claridad el influjo de Godard; en las situaciones en la embajada y en los momentos que comparte con el personal de seguridad, se nos puede venir a la cabeza algunos elementos del cine de Chabrol; en las clases que recibe para adquirir la ciudadanía, pueden resultar evidentes las huellas del cine de los hermanos Dardenne; y, en muchos tramos del film, el personaje protagonista guarda concomitancias con el “Monsieur Hulot” de Jacques Tati. Este planteamiento visual, lejos de ser arbitrario o caprichoso, se acopla a la perfección al mensaje que la película quiere transmitir y que está relacionado con el perfil siempre simple y discutible de las llamadas identidades nacionales. Frente a la ensoñación de que puede existir una identidad nacional ideal, Sinónimos es una fábula cuya moraleja concluye en que todos los mitos nacionales ofrecen perfiles dudosos y, a la vez, que nadie puede escapar, por muy lejos que se marche y por mucha voluntad que ponga en el empeño, del lugar en el que ha nacido. Esa escena final, con el protagonista llamando a una puerta que no logra abrirse, es el desenlace perfecto de este relato que es tanto desmitificador respecto a nacionalismos estériles como animador de un cierto estoicismo frente a los reparos que podamos poner a nuestros propios países porque, desde una perspectiva más amplia, toda nación arrastra sus propios vicios y defectos y luchar contra los mismos es, probablemente, lo mejor que podamos hacer para mejorar el mundo en el que nos ha tocado vivir.

TRÁILER DE LA PELÍCULA:


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