EN MEMORIA DE NARCISO IBÁÑEZ SERRADOR


Narciso "Chicho" Ibáñez Serrador (4 de julio de 1935 - 7 de junio de 2018)

No resulta sencillo abordar la figura de Narciso Ibáñez Serrador, el inolvidable “Chicho”, porque resulta fácil caer en la simplificación o en los lugares comunes que se utilizan a la hora de hablar de su carrera. Director de sólo dos largometrajes, La residencia (1969) y ¿Quién puede matar a un niño? (1976) – adaptación de una novela de Juan José Plans–, su popularidad en España la alcanzó en televisión, sobre todo con la serie Historias para no dormir, el concurso televisivo Un, dos, tres (cuyo formato fue exportado a Reino Unido, Portugal, Alemania y Países Bajos) y telefilms como Historia de la frivolidad (1967) y El televisor (1974). Sin embargo, su personalidad es más compleja y diversa que este esquema reduccionista, de tal modo que resulta complicado resumirla en pocas líneas.

Hijo de los actores Narciso Ibáñez Menta y Pepita Serrador, nació en Uruguay debido a las giras teatrales que sus progenitores realizaron por Latinoamérica y, a los ocho años, tuvo su primer contacto con el cine: realizó el doblaje al español del personaje del conejo Tambor en la producción de Walt Disney Bambi (1942). Su infancia no fue fácil. A los 5 años, sus padres se divorciaron y él sufrió de una enfermedad, púrpura hemorrágica, que le obligó a estar aislado y a no estar en compañía de otros niños. Durante su convalecencia, nació su interés por los libros y por los clásicos del terror y de la ciencia-ficción, como Edgar Allan Poe y Ray Bradbury, influencias que marcarían toda su carrera creativa.



Imagen de La residencia en la que aparece el actor Víctor Israel


Tras el divorcio de sus padres, su madre y él vinieron a España y, en nuestro país, tras cumplir la veintena, con el seudónimo de Luis Peñafiel, empezó a escribir novelas radiofónicas y estrenó la comedia teatral Obsesión. Con posterioridad, regresó a Argentina y, de la mano de su padre, comenzó a trabajar en la televisión de aquel país, realizando funciones primero de guionista y después como director en la serie Mañana puede ser verdad. Con 28 años, volvió a España y mostró su trabajo previo a TVE, que lo incorporó a su plantilla en virtud de los aires renovados que podía suponer su forma de hacer y entender la televisión. La calidad que Narciso Ibáñez Serrador no pudo alcanzar en la televisión argentina por el apresurado ritmo de producción allí existente, la pudo conseguir en la televisión pública de nuestro país, llegando a hacer nuevas versiones de obras realizadas al otro lado del océano.

Sin embargo, muchas de sus creaciones tuvieron importantes problemas con la censura. Así, su obra teatral originalmente titulada Aprobado en castidad, tuvo que pasar a ser llamada Aprobada en inocencia porque el primer título no fue considerado apropiado. Mayores dificultades tuvo el telefilm Historia de la frivolidad. Su irónico y burlón, aunque ácido, ataque contra la hipocresía moral y contra las intolerantes “tijeras” de los vigilantes del orden y la decencia, además de un striptease de Irán Eory, dejaron a TVE la única salida, para no molestar a los censores, de emitir el programa después de medianoche y sin aviso previo para que pudiera optar a premios en los certámenes internacionales de la época. Al final, consiguió la Ninfa de Oro de Montecarlo, la Rose d’Or de Suiza y la Targa d’Argento de Italia.


Expresivo fotograma de La residencia en la que aparecen las actrices Conchita Paredes (a la izqda.) y Cristina Galbó (a la dcha.)


Pero, sin duda, el gran éxito de Narciso Ibáñez Serrador en la ficción televisiva fue la serie de terror Historias para no dormir, que comenzó a emitirse en 1966 hasta 1968 y que llegó a tener una tercera temporada en el año 1982. Muy relacionado con el espíritu de esta serie fue el telefilm El televisor, protagonizado por su padre, Narciso Ibáñez Menta, y que constituye un alegato hacia la adicción a la pequeña pantalla y su capacidad para alimentar actitudes violentas y agresivas, algo sorprendentemente premonitorio y lúcido para su época. No se agotó aquí la labor de Narciso Ibáñez Serrador en televisión en relación a este género sino que en 1981 creó Mis terrores favoritos, programa en el que se emitieron muchas películas clásicas de terror. El programa tuvo una temporada en el período 1981-1982 y una segunda en el período 1994-1995.



Fotograma de ¿Quién puede matar a un niño?, con sus dos protagonistas, Prunella Ransome y Lewis Flander, que contemplan horrorizados las imágenes de violencia que muestra la televisión


En Cine Arte Magazine, siempre hemos hablado de la importancia del género de terror en el cine de nuestro país, con representantes tan diversos como Edgar Neville – La torre de los siete jorobados (1944)–, Eugenio Martín – Hipnosis (1962), Pánico en el Transiberiano (1972)–, León Klimovsky – Ella y el miedo (1964), La noche de Walpurgis (1971)–, Jesús Franco – Gritos en la noche (1962), La mano de un hombre muerto (1962), El secreto del Dr. Orloff (1964), Necronomicón (1968), Paroxismus (1969), El conde Drácula (1970), Las vampiras (1971), She Killed in Ecstasy (1971), Drácula contra Frankenstein (1972)–, Amando de Ossorio – La noche del terror ciego (1972), El ataque de los muertos sin ojos (1973), Las garras de Lorelei (1974), El buque maldito (1974), La noche de las gaviotas (1975)–, Jorge Grau – Ceremonia sangrienta (1973), No profanar el sueño de los muertos (1974)–, Eloy de la Iglesia – La semana del asesino (1971)–, Pedro Olea – El bosque del lobo (1971)–, Carlos Aured – El espanto surge de la tumba (1973), Los ojos azules de la muñeca rota (1974)–, Juan Bosch – Exorcismo (1975) –, Paul Naschy – Inquisición (1977), El huerto del Francés (1978), El caminante (1979)– o Juan Piquer Simón – Mil gritos tiene la noche (1982), Slugs, muerte viscosa (1988), La grieta (1989), La mansión de Cthulhu (1991)–. Dentro de este conjunto de nombres, el papel de Narciso Ibáñez Serrador fue esencial para impulsar el género entre el público gracias a sus Historias para no dormir en los 60 y a la labor de divulgación que supuso en los 80 su programa Mis terrores favoritos. Basta con ver cómo la producción de títulos del género a finales de los 60 y principios de los 70 se incrementó notablemente para darse cuenta de tal circunstancia.



Imagen de ¿Quién puede matar a un niño?


Desde el punto de vista del análisis de su figura como creador, el gran acierto de Narciso Ibáñez Serrador en sus dos largometrajes, en Historias para no dormir y en telefilms como El televisor fue hacer encajar su dominio de las técnicas cinematográficas empleadas por grandes maestros del suspense y del terror (podemos identificar, sin demasiada dificultad, influencias evidentes de Alfred Hitchcock, Don Siegel, George A. Romero o Amando de Ossorio) dentro de un pensamiento humanista bastante nítido y muy bien definido. Toda la obra de ficción de Ibáñez Serrador es una requisitoria contra el autoritarismo, la violencia y la represión, por un lado, y contra la servidumbre del ser humano a la tecnología y al materialismo sin alma, por otro. Además de realizar obras de género puras y que siguieran fielmente los cánones del mismo, muchas veces sus preocupaciones parecían estar igualmente centradas en utilizar el terror como vía de denuncia de los males de nuestro tiempo, de la deshumanización que impregnaba los mecanismos por los que se regían nuestras sociedades y de la violencia que surgía como reacción a los sistemas no construidos a la medida del ser humano sino del poder, de la opresión y de la servidumbre de la persona hacia las grandes organizaciones y tecnoestructuras, en definitiva, de su alienación en un entorno dominado por el cálculo puramente material.



La imagen de un chaval difuminada en ¿Quién puede matar a un niño?: algo más que un alarde visual, una metáfora del sentido profundo de la película


Tanto La residencia, con una factura exquisitamente clásica y con una endiablada habilidad narrativa y visual (que queda demostrada en una famosa secuencia en que, a través de un inteligentísimo montaje paralelo, logra trazar una nítida metáfora sexual sin explicitar absolutamente nada), como ¿Quién puede matar a un niño?, de corte absolutamente moderno y que es una de las escasísimas películas de terror rodadas a plena luz del día y sin escenas nocturnas en los momentos clave de la trama (algo que es inaudito en el género y que demuestra la capacidad narrativa de Ibáñez Serrador para generar ansiedad en el espectador sin necesidad de recurrir a recursos manidos y estereotipados), son films en los que un entorno violento y opresor acaba creando sus propios fantasmas y demonios y, de este modo, no solo pueden ser vistos como muestras concretas de un género sino como denuncias de un orden que alimenta los peores instintos del ser humano.



Imagen de ¿Quién puede matar a un niño?


Por todo ello, Narciso Ibáñez Serrador es un nombre a recordar y reivindicar, un creador que, en un contexto poco propicio para la creación libre, supo encontrar el camino para desplegar su personalidad como autor y emprender caminos que, años después, demostraron ser válidos y fructíferos.

Descanse en paz.



Imagen de ¿Quién puede matar a un niño?




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