EN MEMORIA DE ALBERT FINNEY



Albert Finney (9 de mayo de 1936 – 7 de febrero de 2019)

Posiblemente, Albert Finney no era una de las estrellas más ampliamente conocidas por el gran público. Porque es que, a pesar de que era un formidable actor, el perfil de los papeles que interpretó no era el más adecuado para crear alrededor de él una aureola de glamour y encanto. Y la raíz de ello reside en que la carrera de Finney comenzó con el Free Cinema británico , esa corriente que tenía sus raíces en el movimiento de los “jóvenes airados” y en la literatura de Alan Sillitoe, John Osborne  y Harold Pinter, profundamente crítica con la realidad de su país, y su tono ácido, inconformista y contestatario impregnó indefectiblemente todas sus actuaciones posteriores. De ahí que la mayoría de los personajes que encarnó no fueran héroes ni modelos a seguir sino antihéroes sin esperanzas de triunfo o tipos que actuaban guiados más por los instintos de sus tripas que por criterios derivados de la sensatez, el sentido común o la prudencia.  Tampoco le ayudó que, a pesar de que fue nominado cinco veces al Oscar (por Tom Jones – 1963– de Tony Richardson, por Asesinato en el Orient Express – 1974– de Sidney Lumet, por La sombra del actor – 1983– de Peter Yates, por Bajo el volcán – 1984– de John Huston y Erin Brockovich – 2000– de Steven Soderbergh) nunca lo consiguiera.  Ni que su vida privada fuera relativamente discreta, a pesar de su matrimonio entre 1970 y 1978 con la conocida actriz Anouk Aimée, intérprete entre otras de las célebres La dolce vita (1960) y Un hombre y una mujer (1966) de Claude Lelouch. (Pero es que, además, el carácter bohemio y anárquico de Aimée – como explicaba Alfonso Sánchez en el corto documental que realizó José Luis Garci en 1980 sobre el popular crítico de cine español– hizo que, a pesar de los brillantes títulos que protagonizó,  su carrera no llegara a tener al final el nivel que sus virtudes como actriz parecían presagiar). Pero, obviando los elementos efímeros y, a la postre, superfluos, relacionados con la fama y la celebridad, Albert Finney nos deja una espléndida filmografía y unas actuaciones que, apartadas del camino del éxito fácil, nos remiten a nuestros impulsos más básicos, a nuestros miedos más profundos y, a veces, al lado más oscuro de nosotros mismos.




Albert Finney mostró el espíritu de rebeldía e inconformismo de la juventud británica de los 60 en Sábado noche, domingo mañana (1960) de Karel Reisz; hizo una caracterización casi pop de un pícaro tunante del siglo XVIII en Tom Jones (1963) de Tony Richardson, adaptación de una novela clásica de Henry Fielding; junto a Audrey Hepburn, destripó las ideas románticas sobre el matrimonio en Dos en la carretera (1967) de Stanley Donen; realizó una labor de destrucción sistemática (y casi cruel) del mito de Hércules Poirot con su caricaturesca caracterización del personaje del detective creado por Agatha Christie en Asesinato en el Orient Express (1974) de Sidney Lumet; interpretó a un padre que intentaba paliar sus responsabilidades del pasado en Después del amor (1982) de Alan Parker; dio vida al asistente personal de un veterano actor shakespeariano que temía perder la posición alcanzada en La sombra del actor (1983) de Peter Yates; se adentró, en pleno México posrevolucionario, en los demonios del alcoholizado cónsul protagonista de Bajo el volcán (1984) de John Huston, adaptación de la gran novela de Malcolm Lowry; encarnó a un (manipulado) gangster en la exploración y deconstrucción del género negro que los hermanos Coen hicieron en Muerte entre las flores (1990); bajo las órdenes de Tim Burton, narró historias aparentemente hiperfantasiosas que, al final, no resultaron serlo tanto en Big Fish (2003); y fue un terrible dios de la venganza sin piedad en Antes que el diablo sepa que has muerto (2007) de Sidney Lumet.

Albert Finney fue un actor visceral que, en sus facciones, reflejaba una tensión interior que siempre estallaba en sus papeles más rudos y desbocados. Fue hijo de un tiempo en el que se pensó que había que gritar para cambiar el mundo. Cuando se comprobó que el mundo ya no podía ser cambiado, reflejó en sus papeles la angustia de una época de claustrofobia y parálisis. Supo adaptarse a los cambios siendo siempre fiel a su esencia genuina.

Descanse en paz.



Fotograma de Sábado noche, domingo mañana



Fotograma de Tom Jones



Junto a Audrey Hepburn en un fotograma de Dos en la carretera



Fotograma de Bajo el volcán




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