Posiblemente, Albert Finney no
era una de las estrellas más ampliamente conocidas por el gran público. Porque
es que, a pesar de que era un formidable actor, el perfil de los papeles que
interpretó no era el más adecuado para crear alrededor de él una aureola de glamour y encanto. Y la raíz de ello
reside en que la carrera de Finney comenzó con el Free Cinema británico ,
esa corriente que tenía sus raíces en el movimiento de los “jóvenes airados” y en la literatura de Alan Sillitoe,
John Osborne y Harold Pinter,
profundamente crítica con la realidad de su país, y su tono ácido, inconformista
y contestatario impregnó indefectiblemente todas sus actuaciones posteriores.
De ahí que la mayoría de los personajes que encarnó no fueran héroes ni modelos
a seguir sino antihéroes sin esperanzas de triunfo o tipos que actuaban guiados
más por los instintos de sus tripas que por criterios derivados de la sensatez,
el sentido común o la prudencia. Tampoco
le ayudó que, a pesar de que fue nominado cinco veces al Oscar (por Tom Jones – 1963– de Tony Richardson,
por Asesinato en el Orient Express –
1974– de Sidney Lumet, por La sombra del
actor – 1983– de Peter Yates, por Bajo
el volcán – 1984– de John Huston y Erin
Brockovich – 2000– de Steven Soderbergh) nunca lo consiguiera. Ni que su vida privada fuera relativamente
discreta, a pesar de su matrimonio entre 1970 y 1978 con la conocida actriz
Anouk Aimée,
intérprete entre otras de las célebres La
dolce vita (1960) y Un hombre y una
mujer (1966) de Claude Lelouch. (Pero es que, además, el carácter bohemio y
anárquico de Aimée – como explicaba Alfonso Sánchez en el corto documental que
realizó José Luis Garci en 1980 sobre el popular crítico de cine español– hizo
que, a pesar de los brillantes títulos que protagonizó, su carrera no llegara a tener al final el
nivel que sus virtudes como actriz parecían presagiar). Pero, obviando los
elementos efímeros y, a la postre, superfluos, relacionados con la fama y la
celebridad, Albert Finney nos deja una espléndida filmografía y unas
actuaciones que, apartadas del camino del éxito fácil, nos remiten a nuestros
impulsos más básicos, a nuestros miedos más profundos y, a veces, al lado más
oscuro de nosotros mismos.
Albert Finney mostró el espíritu
de rebeldía e inconformismo de la juventud británica de los 60 en Sábado noche, domingo mañana (1960) de
Karel Reisz; hizo una caracterización casi pop
de un pícaro tunante del siglo XVIII en Tom
Jones (1963) de Tony Richardson, adaptación de una novela clásica de Henry Fielding;
junto a Audrey Hepburn, destripó las ideas románticas sobre el matrimonio en Dos en la carretera (1967) de Stanley
Donen; realizó una labor de destrucción sistemática (y casi cruel) del mito de
Hércules Poirot con su caricaturesca caracterización del personaje del
detective creado por Agatha Christie en Asesinato
en el Orient Express (1974) de Sidney Lumet; interpretó a un padre que
intentaba paliar sus responsabilidades del pasado en Después del amor (1982) de Alan Parker; dio vida al asistente
personal de un veterano actor shakespeariano que temía perder la posición alcanzada
en La sombra del actor (1983) de
Peter Yates; se adentró, en pleno México posrevolucionario, en los demonios del
alcoholizado cónsul protagonista de Bajo
el volcán (1984) de John Huston, adaptación de la gran novela de Malcolm Lowry;
encarnó a un (manipulado) gangster en
la exploración y deconstrucción del género negro que los hermanos Coen hicieron
en Muerte entre las flores (1990);
bajo las órdenes de Tim Burton, narró historias aparentemente hiperfantasiosas
que, al final, no resultaron serlo tanto en Big
Fish (2003); y fue un terrible dios de la venganza sin piedad en Antes que el diablo sepa que has muerto (2007)
de Sidney Lumet.
Albert Finney fue un
actor visceral que, en sus facciones, reflejaba una tensión interior que
siempre estallaba en sus papeles más rudos y desbocados. Fue hijo de un tiempo
en el que se pensó que había que gritar para cambiar el mundo. Cuando se
comprobó que el mundo ya no podía ser cambiado, reflejó en sus papeles la
angustia de una época de claustrofobia y parálisis. Supo adaptarse a los
cambios siendo siempre fiel a su esencia genuina.
Descanse en paz.
Fotograma de Sábado noche, domingo mañana
Fotograma de Tom Jones
Junto a Audrey Hepburn en un fotograma de Dos en la carretera
Fotograma de Bajo el volcán
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