EL ÁNGEL DE LUIS ORTEGA. RAÍCES ESCURRIDIZAS

(Este artículo fue publicado originalmente en la revista digital Cine Contexto el 7 de noviembre de 2018.)





TÍTULO: El Ángel. TÍTULO ORIGINAL: El Ángel. AÑO: 2018. NACIONALIDAD: Argentina-España. DIRECCIÓN: Luis Ortega. GUION: Sergio Olguín, Luis Ortega y Rodolfo Palacios. MÚSICA ORIGINAL: Moondog. DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA: Julián Apezteguia. MONTAJE: Guille Gatti. INTÉRPRETES PRINCIPALES: Lorenzo Ferro, Chino Darín, Daniel Fanego, Mercedes Morán, Cecilia Roth, Peter Lanzani, Luis Gnecco, Malena Villa, William Prociuk, Fernando Noy. DURACIÓN: 117 minutos. PÁGINA WEB OFICIAL: http://www.ks-films.com/.

CALIFICACIÓN: 


En demasiadas ocasiones, los eslóganes publicitarios y los trucos de marketing para atraer público a una película resultan demasiado simplificadores e, incluso, hasta engañosos, de forma que no comunican con precisión la naturaleza y condición del film que desean promocionar. Algo así sucede con El Ángel. Se la ha querido presentar como una película a medio camino entre el cine de Quentin Tarantino y el de Martin Scorsese y eso es una verdad muy a medias, por no decir que es básicamente incorrecto. Es cierto que hay en El Ángel una conexión más que estrecha con el thriller y el noir contemporáneos y que, por ello, su tratamiento de la violencia (directo y brutal) es muy cercano al de cualquier director norteamericano que haya abordado el género en las últimas décadas. Pero no es menos verdad que la historia es planteada con modelos y referencias que no se circunscriben a los de los nombres más obvios y de mayor repercusión entre el público cinéfilo sino que abarcan un abanico mucho más amplio, lo cual hace posible que El Ángel sea una obra con personalidad propia y no un mero remedo de otros títulos norteamericanos. 




El Ángel es el séptimo largometraje de Luis Ortega, tras Caja negra (2002), Monobloc (2005), Los santos sucios (2009), Verano maldito (2011), Dromómanos (2012) y Lulu (2014). En este film, narra las andanzas de Carlos Eduardo Robledo Puch, uno de los criminales más famosos de la historia de Argentina, fama que procede tanto del elevado número de personas asesinadas durante sus acciones delictivas (fue condenado por 11 asesinatos, aunque se llegó a sospechar de que había llegado a cometer hasta 20) como de su aspecto físico, de una belleza casi angelical que ocultaba de forma paradójica que, tras de ella, se escondía un asesino que mataba a sus víctimas con una frialdad y falta de empatía que entraba de lleno en el campo de la psicopatía.

Hay en El Ángel un esmerado esfuerzo por crear una ambientación que reconstruya (no solo desde el punto de vista físico sino también cultural, con una amplia banda sonora de la época) cómo era Argentina a principios de los años 70 y dicho esfuerzo recuerda al de films, efectivamente, de Scorsese (pensemos en New York, New York – 1977 –, Uno de los nuestros – 1990 –, La edad de la inocencia – 1993 –, Casino – 1995 –, El aviador – 2004 –), pero también de Francis Ford Coppola (toda la saga de El Padrino o Cotton Club – 1984 –) o de Paul Thomas Anderson (Boogie Nights – 1997 –, Puro vicio – 2014 –). Sin embargo, tanto el ritmo de la película como, sobre todo, el tratamiento de la ambigüedad sexual del protagonista, su interrelación con su carrera criminal y la contextualización de esta dentro de las circunstancias sociales y políticas de la época remiten, más bien, a otro clásico, de perfil bastante distinto, como Bonnie and Clyde (1967) de Arthur Penn.



Imagen de El ángel


No es solo que El Ángel adopte un modelo narrativo que pone énfasis en aspectos psicológicos y sociológicos sino que procede a depurarlo a conciencia, evitando que se convierta en una película narrada a velocidad frenética, con tiroteos continuos y persecuciones endiabladas, lo cual, aunque quizás provoque que en algunos momentos tenga lugar un cierto desfallecimiento del ritmo del film, también ayuda a que las escenas que recrean los crímenes cometidos tengan un impacto de mayor envergadura en el espectador porque su irrupción se produce de forma abrupta e inesperada.

Hay que mencionar el buen nivel de todo el reparto de la película, tanto de su protagonista, Lorenzo Ferro, en su debut en el cine, como de Chino Darín, en su mejor interpretación hasta la fecha, de Cecilia Roth, en un registro muy distinto al que nos tiene acostumbrados, de Daniel Fanego (a quien hemos visto con anterioridad en ¡Atraco! – 2012 – de Eduard Cortés, Betibú  – 2014 – de Miguel Cohan y Eva no duerme – 2015 – de Pablo Agüero) y de Luis Gnecco – quien interpretó a Neruda en el film homónimo de Pablo Larraín).

Todos los elementos de El Ángel convergen en su peculiar desenlace, del que cabe extraer todo tipo de interpretaciones diversas. En función del desarrollo de la segunda parte del film, me atrevo a decir que la película nos acaba hablando de la violencia soterrada en una sociedad tras una apariencia de relativa (y falsa) calma, de la represión callada pero permanente y de la aparición de fenómenos patológicos ante una parálisis insostenible que solo parecía encontrar la fuerza como vía única de salida. En suma, creo que El Ángel termina siendo una reflexión velada sobre el punto de arranque de la espiral de violencia que tuvo como desenlace la dictadura militar que sufrió el país desde 1976 a 1983. Sin entrar a indagar el proceso completo, El Ángel sí nos da valiosas pistas sobre los motivos y origen del mismo.


TRÁILER DE LA PELÍCULA:



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