(Este artículo fue publicado originalmente en la revista digital Cine Contexto el 17 de octubre de 2018.)
TÍTULO: Viaje al cuarto de una madre. TÍTULO ORIGINAL: Viaje al cuarto de una madre. AÑO: 2018.
NACIONALIDAD: España. DIRECCIÓN Y GUION: Celia Rico Clavellino. DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA: Santiago Racaj. MONTAJE:
Fernando Franco. INTÉRPRETES PRINCIPALES: Anna Castillo, Lola Dueñas, Pedro
Casablanc, Adelfa Calvo, Marisol Membrillo, Susana Abaitua, Ana Mena, Lucía
Muñoz Durán, Maika Barroso, Silvia Casanova, Noemí Hopper. DURACIÓN: 94
minutos. PÁGINA WEB OFICIAL: https://alfapictures.com/sp/amy_movie/viaje-al-cuarto-de-una-madre/.
En un 2018 que está siendo, desde
el punto de vista artístico, especialmente fructífero para el cine español,
resulta complicado convertirse simplemente en candidata a ser mejor película
del año. Pero el debut en el largometraje de la sevillana Celia Rico Clavellino
ha conseguido, sin duda alguna, con su sorprendente pulso narrativo y
expresivo, ganarse un lugar entre las pocas elegidas para ser nombrada título
de referencia de un ejercicio en el que ha tenido gran peso el cine realizado
por mujeres y con mujeres como protagonistas. Y Viaje al cuarto de una madre está protagonizada por dos actrices en
estado de gracia, una gran Anna Castillo que sabe expresar con sobriedad y
contención las ansias, frustraciones y expectativas de su personaje y una
excepcional Lola Dueñas que sabe desplegar con su enorme sabiduría todos los
matices de un personaje que deviene crecientemente rico y complejo conforme
avanza la trama argumental del film, el cual posee un estilo cercano
al de la nueva Escuela de Barcelona (Roser Aguilar, Elena Martín, Meritxel
Colell, Sara Gutiérrez Galvé…) pero filtrado por la austeridad realista de los
hermanos Dardenne.
La opera prima de Celia Rico opta por una estrategia claramente
minimalista que lo fía todo a la capacidad de sus imágenes para adquirir
sentidos y lecturas que van más allá de la apariencia superficial. Y ello se
consigue desde el plano inicial (que se puede ver en la foto que encabeza el
artículo), en el que solo con un reflejo se nos transmite el acervo latente de
la madre y la pureza de carácter que (aún) conserva la hija, fruto de una vida todavía
pendiente de crecer y desarrollarse. A partir de ese comienzo, se desarrolla
una melodía en tres tiempos en la que la vinculación que madre e hija mantienen
se rompe debido a la inquietud de la hija por labrarse un futuro distinto
(primer movimiento), la madre debe adaptarse a una situación de soledad para la
que no parece estar preparada (segundo movimiento) y, finalmente, se produce un
reencuentro (tercer movimiento) en el que afloran armónicamente las preocupaciones
y reflexiones profundas de la película, que giran en torno al dolor de la pérdida, a la capacidad de ajuste del ser humano, al sentimiento de
extrañamiento y al ambiente de pequeñas solidaridades y redes de ayuda que se
forman espontáneamente en las pequeñas comunidades frente a la frialdad y la
soledad de los núcleos urbanos más sofisticados.
Es Viaje al cuarto de una madre una película de ausencias. Está
ausente la figura del padre, está ausente el pasado de la madre (que se esboza,
en un momento dado, muy diferente a su alicaído y gris presente), está ausente
la aventura londinense de su hija, está ausente la historia de los personajes que
rodean a las dos protagonistas y de los que se intuye una vida de perfiles
complejos y azarosos y está ausente la historia de un pueblo que se adivina
como esencial para comprender la entereza de ánimo y las decisiones de las que
seremos testigos como espectadores conforme el tenue pero poderoso argumento se
va desarrollando. Pero esas ausencias se van haciendo sutilmente presentes como
fantasmas que hay que ir redimiendo pero para los que cada una de las
protagonistas encuentra su personal forma de redención (como metáfora, ahí está
la diferente actitud de madre e hija respecto al viejo acordeón del padre).
Porque es fundamental en esta
película la contraposición de dos puntos de vista radicalmente distintos pero,
a la postre, insobornables e irrenunciables. Quien cree que hay que seguir
permaneciendo en esa pequeña comunidad porque fía a ella, a sus complicidades y
a sus precarios mecanismos de salvaguardia, su posibilidad de supervivencia y
quien piensa que hay que continuar la vida en otra parte, con realismo y sin
falsas ilusiones, para poder acceder a un porvenir mejor. Y en ese punto es
donde descubrimos que Viaje al cuarto de
una madre podría hacer, como un espejo simétrico, un programa doble
perfecto con El hombre tranquilo (1952)
de John Ford. Mientras que en esta última película se habla de quien, sintiendo
el afecto por su lugar de origen, decide volver tras la decepción sufrida en
cualquier ciudad moderna y avanzada, en la de Celia Rico se refleja quien, aun sintiendo
ese mismo afecto, decide marcharse asumiendo el dolor y la angustia que ello le
supone. Es en el plano final donde se concentra, con sencillez y limpieza, todo
ese conjunto de meditaciones entrecruzadas, hiladas con precisa maestría por
una directora que, sin que tengamos duda de ello, seguro que nos va a deparar
grandes títulos en una carrera que deseamos que sea larga y fructífera. Viaje al cuarto de una madre constituye, en este sentido, un punto de arranque lleno de madurez y contundencia.
TRÁILER DE LA
PELÍCULA:
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