(Este artículo fue publicado originalmente en la revista digital "Cine Contexto" el 10 de octubre de 2018.)
TÍTULO: Cold War. TÍTULO ORIGINAL: Cold War. AÑO: 2018. NACIONALIDAD: España.
DIRECCIÓN: Pawel Pawlikowski. GUION: Piotr
Borkowski, Janusz Glowacki y Pawel Pawlikowski. DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA: Lukasz
Zal. MONTAJE: Jaroslaw Kaminski. INTÉRPRETES PRINCIPALES: Joanna
Kulig, Tomasz Kot, Borys Szyc, Agata Kulesza, Cédric Kahn, Jeanne Balibar, Adam
Woronowicz, Adam Ferency. DURACIÓN: 88 minutos. PÁGINA WEB OFICIAL: https://mk2films.com/en/film/cold-war/.
Al igual que en su anterior
película, Ida (2013), el polaco Pawel
Pawlikowski vuelve a encerrar a sus personajes en el viejo formato de pantalla
4:3 y en un radiante blanco y negro para contarnos lo que es en apariencia una
historia de otro tiempo que, en realidad, es una historia del nuestro, de
nuestro devenir y de nuestras circunstancias. Contemplamos las imágenes como si
estuviéramos viendo a través de un hipotético túnel del tiempo pero, en
realidad, lo que tenemos ante nosotros es un espejo para que nos veamos a
nosotros mismos. De ahí que, en la última escena de Cold War, los protagonistas abandonen el plano mientras la cámara
permanece fija: el espectador acaba viendo lo que Joanna Kulig y Tomasz Kot
están viendo, acaba ocupando el mismo lugar donde están ellos, adoptando su
misma perspectiva como una singular advertencia de que no pensemos que, lo que
se nos cuenta, está alejado de nosotros sino que, en última instancia, son
hechos que nos atañen y que nos afectan.
Cuando se ha hablado de esta
película, se ha repetido insistentemente que Cold War es la historia de dos amantes que luchan por estar juntos
pero que las circunstancias históricas en las que les ha tocado vivir (la
Polonia y la Francia de los años 50, con la Guerra Fría en todo su apogeo) les
separa una y otra vez sin que puedan vivir felizmente su amor. Efectivamente,
ese el argumento de la película. Pero, por debajo de él, fluye una historia más
profunda que se manifiesta (como sutil leit
motiv) a través de la canción romántica que, escuchada por primera vez de
los labios de una pobre campesina polaca, va mutando conforme va pasando por
los coros nacionales de su país, por su conversión en balada jazzística y su grabación final en
disco, traducida al francés, con una intención comercial muy alejada de su
pureza original. La canción no volverá a aparecer más, sino que lo último que
escucharemos será una especie de ritmo de moda de la época cantada en lo que
parece ser (no se indica explícitamente) el Festival de Sopot, que se celebraba
en esta localidad a orillas del Báltico y que era muy popular durante los años
en que transcurre la película. Late en el film, por tanto, un tono elegíaco
sobre la progresiva pérdida de los sentimientos genuinos y un claro
escepticismo sobre la ilusión de que existe la posibilidad de encontrar “un
lugar en el mundo”, un rincón donde poder “ser” con plena autenticidad.
Si en la ambigüedad del desenlace
de Ida no sabíamos si interpretar la
decisión final de su protagonista como la posibilidad de elegir siempre nuestro
propio destino por encima de cuál pueda ser nuestro origen o como la
constatación de que en determinados contextos (por ejemplo, en presencia de un
nacionalismo que aborrece de las minorías) hay que ocultar la verdadera
condición para no ser excluido, en el caso de Cold War su final creo que no ofrece tanto espacio para la
interpretación. Debatiéndose entre una Polonia dominada por un régimen represor
de la libertad y un París invadido por la doblez, la impostura y el
mercantilismo, los protagonistas se hallan encerrados en un mundo en el que no
parecen tener salida para poder ser lo que verdaderamente son. Y ello ofrece
una interesante lectura sobre el mundo actual en el que, quizás, desde la
perspectiva del realizador, este se siente atrapado entre una Polonia donde
vuelve a haber un gobierno que impone restricciones a las libertades y un
Occidente extraviado en sus propias hipocresías.
No hay que ignorar que hay,
además, una reflexión sobre el paso del tiempo que se muestra con una
inteligente utilización del tempo narrativo
en el que, al principio, la acción transcurre con parsimonia y poco a poco se
va acelerando como metáfora de que a los protagonistas se les va escapando la
vida entre los dedos sin que tengan la posibilidad de volver a tomar el control
sobre ella. La pérdida de pureza artística y la creciente sensación de opresión
van paralelas como condenas asociadas e inseparables.
Cold War es una muestra impresionante de la madurez de Pawlikowski
que sabe lo que quiere narrar y lo narra sin extraviarse en meandros
argumentales innecesarios y demostrando una precisión casi matemática tanto en
el encuadre de los planos, en el montaje como en la dirección de actores,
convirtiendo su película en una joya que no necesita extenderse más allá de los
noventa minutos para dejarnos estremecidos con el peso de las frustraciones sin
remedio y del tiempo irrecuperable perdido en las cunetas de la Historia.
TRÁILER DE LA PELÍCULA:
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