(El tratamiento visual de este artículo se ha realizado con la inestimable colaboración del fotógrafo Lorenzo Hernandez, autor de las fotos de la composición que encabeza la entrada.)
Lo que hoy es el mundo del cine, del teatro, de la interpretación en general es deudor de un duro pasado relativamente reciente, de todo un bagaje de hombres y mujeres que, en condiciones poco propicias, luchando contra un ambiente hostil frente al mundo de la creación y del arte, recorriendo kilómetros y kilómetros de carreteras serpenteantes y asfaltos resquebrajados, bajo lluvias de tormenta y soles abrasadores, han logrado desarrollar su profesión y ser piezas esenciales para poder llevar hasta los espectadores de los puntos más remotos de nuestra geografía obras de teatro, películas, historias que nos han emocionado y que nos han hecho reír, historias que nos han ayudado a entender el mundo y la realidad, historias que han abierto nuestras mentes y nos han hecho ver que había otros lugares más allá del horizonte, historias, en definitiva, que nos han hecho soñar y olvidarnos, durante un par de horas, de los sinsabores que nos dolían y de las tristezas que nos arañaban.
Lo que hoy es el mundo del cine, del teatro, de la interpretación en general es deudor de un duro pasado relativamente reciente, de todo un bagaje de hombres y mujeres que, en condiciones poco propicias, luchando contra un ambiente hostil frente al mundo de la creación y del arte, recorriendo kilómetros y kilómetros de carreteras serpenteantes y asfaltos resquebrajados, bajo lluvias de tormenta y soles abrasadores, han logrado desarrollar su profesión y ser piezas esenciales para poder llevar hasta los espectadores de los puntos más remotos de nuestra geografía obras de teatro, películas, historias que nos han emocionado y que nos han hecho reír, historias que nos han ayudado a entender el mundo y la realidad, historias que han abierto nuestras mentes y nos han hecho ver que había otros lugares más allá del horizonte, historias, en definitiva, que nos han hecho soñar y olvidarnos, durante un par de horas, de los sinsabores que nos dolían y de las tristezas que nos arañaban.
El actor Lucio Romero llega al lugar donde hemos concertado la entrevista (Fotografía: Lorenzo Hernandez.)
ucio Romero, actor malagueño, es uno de esos hombres. Tuvo que superar mil obstáculos para poder desarrollar
la que era su auténtica vocación. No se arredró ante las dificultades que iban
apareciendo en su camino y, tras muchos años de esfuerzo, ha logrado el
reconocimiento y estimación de sus compañeros, de los profesionales del teatro,
el cine y la televisión y el aplauso del público, al haber aparecido
continuamente en proyectos que han contado con grandes éxitos de audiencia y
elevadas cifras de espectadores.
Podía ser feliz. Pero no lo es.
Porque está pendiente su gran proyecto, la culminación de la gran pasión de su
vida. Poseedor de una colección de 4.000 carteles de cine, hoy aún no sabe qué
destino van a tener dichos carteles, auténticas joyas que son la plasmación
iconográfica de toda la memoria visual de millones de cinéfilos de todo el
mundo. Habrá tiempo en la tercera entrega de esta entrevista de contar qué
historia hay detrás de estos carteles y de su importancia. Pero antes, Lucio
nos va a contar su apasionante vida y sus recuerdos como actor, que son, a su
vez, la memoria viva de unos años apasionantes que son las raíces de nuestro
presente.
* * *
ENTREVISTA A LUCIO ROMERO:
NA PASIÓN SIN FINAL (I)
LUCIO ROMERO: Pues mi vocación viene, en primer lugar, de mi padre,
que era un gran aficionado al teatro. Me llevaba a ver a todas las compañías
que venían a Málaga, al Teatro Alcázar, al ladito de mi casa, que es donde está
ahora la tienda de Zara, en la calle Liborio García, frente a las Esclavas
Concepcionistas. Eso era un teatro pequeño para comedia. Venían compañías de
repertorio. Entonces, mi padre invitaba
a los actores a casa a la hora del aperitivo, mi padre tenía una carnicería y
les cortaba jamón, salchichón, todo hecho por él porque tenía una pequeña
fábrica familiar. Yo, viendo todos los días comedias, quería estar en el
escenario. Pero, aparte de eso, a mí me gustaba mucho la interpretación porque
mi padre me trajo en unos Reyes Magos Pathé Baby, que era un minicine, y venían
películas de Charles Chaplin, de Harold Lloyd, de Buster Keaton… Yo veía eso y
me ponía un bigotito con el lápiz con el que se pintaba mi madre los ojos y me
colocaba delante del espejo haciendo de Chaplin. Mi madre, mirando por el ojo
de la cerradura del dormitorio, me veía y decía que yo estaba loco y que tenían
que llevarme al médico… Mis padres nunca entendieron que yo era artista, desde
pequeño… Y en mi casa no había visto interpretar sino sólo cortar filetes y
chuletas que lo odiaba… Tan poco me gustaba que, a los diecisiete años,
habiendo dejado de estudiar (no me gustaba estudiar, sólo tengo hasta cuarto de
bachillerato), preferí apuntarme voluntario a Aviación.
uando yo dije que
dejaba los estudios, mi padre decidió que trabajara en la carnicería, el
castigo más grande que me podían mandar. Pero yo preferí hacer el Servicio Militar.
Y empecé a hacer teatro allí. Previamente, yo había estado en la Escuela de
Bellas Artes… Hace poco encontré dibujos que había hecho en esa época al
carboncillo… Y resulta que todos los chavales de la Escuela se habían apuntado
a Aviación porque el uniforme era más bonito que el de soldado raso, era el de
los “niñitos pijos”…
ban todos uniformados igual. Yo, lo reconozco, era un “carnicero pijo”… Quería ser
actor pero vestía mejor que nadie y no me faltaba de nada. Entonces, me fui a Aviación por
eso, porque todos mis compañeros se fueron allí. Yo hice la “mili” en Málaga,
con tanta suerte que sólo estuve trece días haciendo instrucción cuando eran
tres o cuatro meses porque engañé al ejército. A la hora de apuntarme, cuando
preguntaban a todo el mundo por su oficio o por sus estudios todos mis
compañeros decían “estudiante”, porque eran unos chavales… Cuando dijeron
“Romero y Herrezuelo”, yo respondí “farmacia” porque había visto una justo
enfrente. “¡Hombre!”, dijo el teniente, “ya tenemos un mancebo de farmacia”.
Pero yo no sabía nada de farmacia. Luego, ya supe lo que era un mancebo, que es
el chaval que está en botica, que no tiene ni carrera ni estudios pero que está
aprendiendo, aprende a vender las aspirinas, las recetas y eso… A los trece
días, que es mi número de la suerte (yo nací un 13 de diciembre, día de Santa
Lucía), me llamaron de la farmacia del sector aéreo y me mandaron a la calle
Cuarteles para hacer la “mili”, durante dieciocho meses. El brigada de farmacia
se dio cuenta de que yo no sabía nada de nada pero mi comportamiento era
estupendo y me dejó allí. Aprendí a hacer fórmulas que se hacían antes, pomadas
y todo, y al poco tiempo me hicieron cabo de farmacia. Fíjate, engañando al
ejército me hicieron cabo. Hacía guardia, que eran de broma, no como sale en
las películas, era estar con la radio puesta escuchando coplas de Juanita
Reina, que era quien estaba entonces de moda (Francisco Alegre, Y sin
embargo te quiero…). Había un cabo de farmacia que me tenía mucho odio,
porque decía que era un estúpido y tal, y nos hicimos amigos porque ambos
éramos fans de Juanita Reina. El ser fans de ella nos unía mucho a la gente.
Ella venía al Teatro Cervantes y yo la escuchaba desde la calle. Y eso que
cantaba sin micrófono, que por eso se le rompió la voz… Ella cantaba con mucha
fuerza… Yo la escuché cantar dos o tres veces desde la calle Y sin embargo te quiero, y, ya digo, sin
micrófono… Con una voz como no ha habido otra. Han salido muchas pero han
cantado comiéndose el micrófono. Lo de ella era como ópera. Hubiera servido
para cantar ópera. Eso la juventud no lo sabe. Salgo de la “mili” y yo ya sólo
pensaba en irme a Madrid para convertirme en actor… Yo empecé haciendo teatro
aficionado aquí en Málaga y llegué a inaugurar el Teatro Romano…
EL ESPECTADOR IMPERTINENTE: ¿Cómo te formas como actor? Porque, en ese aspecto, hay dos personas que fueron muy importantes en tu vida.
LUCIO ROMERO: La primera fue Guillermina Soto, actriz eminente que llegó a hacer cine mudo, pero que no nos lo dijo nunca porque era tan coqueta que no quería que averiguáramos la edad que tenía. Era como una Bette Davis, con los ojos muy saltones, muy pintada, con un flequillo, muy, muy mayor, pero ¡con una fuerza!, que, cuando la vi actuar yo me dije: “¡Pero qué maravilla de actriz! Yo quiero que esa sea mi profesora”. Entonces, me apunté a la escuela que ella tenía. Y, luego, en los veranos, la condesa de Berlanga, la exesposa de Edgar Neville. [Nota del autor del artículo: Recordemos que Neville, que tenía el título de conde de Berlanga de Duero, se casó con la malagueña Ángeles Rubio-Argüelles y Alessandri, de la que se acabaría separando para iniciar una relación con Conchita Montes que protagonizaría la mayoría de sus películas]. Yo estuve un par de años actuando con Guillermina Soto y la condesa de Berlanga. Pero me inicié profesionalmente con las compañías que venían al Teatro Álcazar. Por ejemplo, cuando vino la compañía de Luis Arroyo, una compañía familiar, que hacía mucho repertorio… Cada día, una obra. Cambiando de personaje constantemente…
EL ESPECTADOR IMPERTINENTE: ¿Cómo te formas como actor? Porque, en ese aspecto, hay dos personas que fueron muy importantes en tu vida.
LUCIO ROMERO: La primera fue Guillermina Soto, actriz eminente que llegó a hacer cine mudo, pero que no nos lo dijo nunca porque era tan coqueta que no quería que averiguáramos la edad que tenía. Era como una Bette Davis, con los ojos muy saltones, muy pintada, con un flequillo, muy, muy mayor, pero ¡con una fuerza!, que, cuando la vi actuar yo me dije: “¡Pero qué maravilla de actriz! Yo quiero que esa sea mi profesora”. Entonces, me apunté a la escuela que ella tenía. Y, luego, en los veranos, la condesa de Berlanga, la exesposa de Edgar Neville. [Nota del autor del artículo: Recordemos que Neville, que tenía el título de conde de Berlanga de Duero, se casó con la malagueña Ángeles Rubio-Argüelles y Alessandri, de la que se acabaría separando para iniciar una relación con Conchita Montes que protagonizaría la mayoría de sus películas]. Yo estuve un par de años actuando con Guillermina Soto y la condesa de Berlanga. Pero me inicié profesionalmente con las compañías que venían al Teatro Álcazar. Por ejemplo, cuando vino la compañía de Luis Arroyo, una compañía familiar, que hacía mucho repertorio… Cada día, una obra. Cambiando de personaje constantemente…
sea, que eso me volvía loco. La
compañía la formaban Luis Arroyo, Rosa de Benito, Julio Arroyo y Rosita
Sabatini, que eran de Montilla. Hace unos meses, me llamaron de allí para
decirme que se habían encontrado unos programas de teatro de la familia Arroyo,
que eran de allí y habían visto que yo actuaba con ellos, así que me invitaron
para dar unas charlas sobre ellos en ese pueblo. Estuve hablando de mis
comienzos con ellos, les debo mucho… Estuve cuando se inauguró la
rehabilitación al cumplir cien años del Teatro Garnelo, un teatro de allí que
es muy bonito… Conocen mi colección de carteles… Y me dijeron: “Tienes las
puertas abiertas. Cuando quieras, inauguramos el museo del cartel
cinematográfico aquí”. Pero yo les dije que, aunque Montilla es precioso,
quería que el museo estuviera en Málaga. Bueno, pues yo continué en una
compañía de la que Arroyo me dio las señas y que estaba en Figueras. Era también una
compañía de repertorio: cada día, hacía una obra. Una compañía similar a la de El viaje a ninguna parte, de cómicos de
la legua y yo quería probar eso antes de irme a Madrid. Escribí a la compañía,
me preguntaron por mi curriculum, les
dije que había hecho teatro de aficionados en Málaga, que había estado en el
Teatro Romano haciendo Las nubes de
Aristófanes en el año 1959, y luego mucho repertorio con la Guillermina Soto,
esa actriz tan importante de la que nadie se acuerda en Málaga ahora… Tras
escribir, lo primero que me pedían es que tuviera mucho vestuario… Porque cada
día había que hacer una obra y ellos no tenían dinero para comprarme un traje o
un smoking por cada obra que
hicieran… Porque yo siempre tenía que salir de gala: hacía los papeles que
interpretaba Carlitos Larrañaga con su madre María Fernanda Ladrón de Guevara.
Y, entonces, se llevaban muchas obras de ella porque la primera actriz quería
lucirse y tenía que llevar un chico joven para que saliera con ella y yo le
venía bien, porque era muy rubito, muy delgadito… Y tenía mucha ropa y ya con una
experiencia… Me fui para allá, me mandaron algún dinero, no mucho, cogí un tren
correo en la estación de Málaga hasta Barcelona. Tardé un montón de horas,
parecía que no iba a llegar nunca… Pero yo iba feliz: iba a hacer teatro… Eran
unos trenes como del Oeste, de madera, donde tenías que estar sentado todo
tieso… Te asomabas a la ventanilla y te llenabas de humo. Los bocadillos se me
acabaron. Y la gente que estaba alrededor, que sí que llevaban más, me
preguntaban si quería uno. Yo les decía que no pero me respondían que parecía
que llevaba cara de hambre y me dieron bocadillos de tortilla de patatas.
Llegué a Barcelona y allí cogí otro tren para Gerona y en Gerona cogí otro
hasta Figueras y allí me esperaba un carro con un caballo en el que me estaba esperando
uno de los cómicos de la compañía a la que iba. Y fui en un carro desde la
estación de Figueras hasta donde estaba el teatro. Cuando llegué al teatro, se
me cayó el alma. Acostumbrado a ver el Teatro Cervantes de Málaga, resulta que
era una carpa, un teatro-circo de los que existían antes para ir por los
pueblos, porque en muchos no había teatros…
Podían aguantar en cada pueblo un mes o dos con cada día una obra… Allí,
conocí a Dalí, que me firmó un autógrafo…
EL ESPECTADOR IMPERTINENTE: ¿Y cómo conseguiste que Dalí te firmara un
autógrafo?
LUCIO ROMERO: Me firmó un autógrafo en una servilleta de papel.
Aunque no se entiende lo que pone… El camarero me había advertido de que no se
lo pidiera porque no firmaba nunca… Pero a mí sí que me lo firmó… Dalí estaba
de muy mal humor. Según parece, siempre estaba así. Pero Gala estuvo muy
simpática, encantadora… Yo me acerqué y les dije que estaba en una compañía de
teatro, que era un actor que le quería pedir un autógrafo, un actor que estaba
empezando… Ni por ser actor ni nada… Y eso que no sabían qué compañía era…
Fíjate, una compañía de titiriteros… Pero les dije que era un gran admirador de
Dalí… Él ni me miró… Estaba tomando Agua de Vichy. Ella, un café con leche.
Pero ella, Gala, dijo que sí. Le puso la servilleta delante y lo escribió sin
llegar a mirarme. Pueden creerse que es un garabato que hice yo, pero,
realmente, fue firmado por Dalí. Se levantó enseguida porque empezó la gente
que pasaba a acercarse para verlo, dio un bastonazo y se fue…
Lucio Romero nos empieza contando cómo fueron sus duros inicios en la profesión (Fotografía: Lorenzo Hernandez.)
EL ESPECTADOR IMPERTINENTE: ¿Y cómo fue tu experiencia con esa compañía?
LUCIO ROMERO: Yo tenía que estar estudiando todos los días porque
cada día era una función. Yo tenía que salir con el papel medio aprendido y con
el apuntador en la concha, que existía antiguamente. Pero era tanto texto que,
aunque yo era joven y me comía los papeles, pero hacer papeles como, por
ejemplo, La herida luminosa [de Josep Maria de Sagarra], un papel que
había estrenado José María Rodero, yo hacía el seminarista, era imposible sin
esa ayuda… Sólo estaba la excepción de algunos que sí que podía sabérmelos
porque ya los había hecho en Málaga… Salté, entonces, a una compañía de Aragón,
haciendo los pueblos de Aragón… Estuve un año recorriendo Aragón y Cataluña.
Mis comienzos son en toda aquella parte y les estoy muy agradecido porque me
atendían de maravilla e hice mi primera película en Barcelona, A tiro limpio, una opera prima…
EL ESPECTADOR IMPERTINENTE: ¡A
tiro limpio!¡De Francisco Pérez Dolz!¡Todo un clásico del cine negro
español! La 2 la ha emitido hace muy poco tiempo…
LUCIO ROMERO: Pues sí… Yo hago ahí un papel muy pequeñito. Yo era
muy jovencito. El cine no lo he buscado yo. El cine me ha buscado a mí. Yo he
buscado el teatro. Yo estaba en el Teatro Talía de Barcelona, cuyo propietario
era Paco Martínez Soria, ya contratado por una temporada, con una compañía
importante, haciendo una obra brasileña, El
pagador de promesas [de Alfredo Dias
Gomes]. El protagonista era un
actor magnífico, que ya murió, que se llamaba Carlos Lemos. Yo me quedaba como
perplejo oyéndole hablar… Yo hacía un personaje que se llamaba algo así como
“el del nublao”, un sudamericano, a pesar de que yo era rubio y blanco,
blanco… Pero el director me hizo la prueba y vio que yo iba bien para el
personaje, así que me dijo: “Te teñimos el pelo y lo haces tú”. Yo bailaba el
camdomblé... Hasta ese momento, yo no había pisado Madrid.
Quería llegar allí seguro. Entonces, estando en el Teatro Talía, me vio Pérez
Dolz, porque salíamos unos chavales, era la época de West Side Story, y el director copió lo del comienzo de la
película, lo de las bandas chasqueando los dedos… Yo salía bailando el
camdomblé encima de una mesa, con el ombligo al aire, con el pelo rizado,
porque me hicieron la permanente, y el pelo teñido de negro… Horroroso estaba…
Después, salía en camiseta, con los brazos pintados… Pese a todo, Pérez Dolz se
fijó en mí y me pasó una nota por si podía pasarme por la productora al día
siguiente… Fuimos varios de la compañía pero me eligió a mí.
EL ESPECTADOR IMPERTINENTE: ¿En qué momento de la película sales?
LUCIO ROMERO: En mitad de la película. Entra José Suárez y alguien
más en el lugar donde se echaban las quinielas, entran en el servicio, dejan
algo en la cisterna y, entonces, se oye la puerta y entran dos chavales, un
“listo” y un tímido, que era yo. El listo decía: “Es que así no se puede ligar.
Tienes que ser bruto con ellas… A ellas les gusta”. Y digo yo: “Es que tú las
tratas a lo bestia”. Es una toma realizada desde arriba. Pérez Dolz me llamó para
alguna otra película pero, después de eso, fue cuando yo decido ir ya a Madrid.
Había estado haciendo teatro por Cataluña y Aragón, había salido en mi primera
película y ya me veía con confianza para ir a la capital y ya no me moví de
allí.
Anuncio de la obra de teatro El pagador de promesas (Fuente: Hemeroteca del diario La vanguardia)
EL ESPECTADOR IMPERTINENTE: ¿Y cómo se tomó tu familia tu decisión de
dedicarte al teatro?
LUCIO ROMERO: ¡¡¡¡Uuuuuhhhhhh!!!!¡Mi madre, un llanto…! Era como si
yo me fuera a la guerra. Mi padre, diciéndome: “Si tú te vas, no me pidas
dinero… Tú dejas un negocio, has dejado una carrera, ahora te buscas la vida
como puedas”. Yo le dije que no se preocupara, que no le iba a molestar… Y así
fue. Yo solito me he formado.
El ESPECTADOR IMPERTINENTE: Ese fue el momento antes de irte para
Figueras…
LUCIO ROMERO: Sí, exactamente. Yo quería hacer teatro. A mí, Málaga
se me estaba quedando pequeña.
EL ESPECTADOR IMPERTINENTE: Y, por lo que nos has contado, a pesar de
las advertencias de tu padre, tú logras llegar a Madrid…
LUCIO ROMERO: Efectivamente. Los actores que venían a Málaga me
dijeron a qué lugares podía ir para lograr que me contrataran como actor. Café
Dorín, al lado del Teatro de la Comedia y del Teatro Español. Café Gijón, de
literatos e intelectuales, iban autores como Buero Vallejo… Allí, íbamos los
actorcitos… Luego, los que teníamos dinero, podíamos ir a Bocaccio. Allí, se
conocían actores y tal… Me entero que estaban haciendo un reparto (un casting que se llama ahora), para una
obra que iba a inaugurar el Teatro Torre de Madrid. En la misma Torre de
Madrid, inauguraron un teatro pequeño, un teatro de bolsillo que se llamaba…
Con una obra, titulada Historia de los
Tarantos, cuyo autor era Alfredo Mañas. Protagonista: Mary Carrillo. Una
actriz eminente. Dura para los estudios, durísima… No se me olvida cómo, la
víspera del estreno, ella estaba llorando diciendo: “A mí se me olvida esto. Yo
no puedo estrenar mañana…”. Yo hacía un chico del coro, un papel muy bonito.
Era un coro a lo Lorca, lorquiano. Ahí, debutaba Sara Lezana. Bailaba y hacía
el papel de hija de Mary Carrillo. Era de Valladolid y estaba siempre con la
madre porque en esa época era una menor. La eligió Alfredo Mañas. Estaba
también Julián Mateos, magnífico actor y magnifico compañero... Pues bueno, tengo
que decir que a mí el carnet me costó sudores. Antes, no se podía trabajar sin
carnet del sindicato. Y no me lo querían dar, a pesar de todo mi curriculum. Había ahí un sindicalista que decía que había
ya mucho “niñato” en la profesión… Sólo querían a los hijos de tal o cual…
Entonces, un niño malagueño con acento malagueño, que yo todavía lo usaba
porque le caía bien a la gente (aunque yo el castellano lo hablaba perfectamente),
pues lo tenía difícil… Hasta que, por fin, un tío de Jaime Blanch, que era
sindicalista y conocía bien el gremio, me ayudó. Yo salía llorando del
Sindicato y él me vio, me preguntó qué me pasaba, se lo conté y me dijo que le
llevara todo lo que tenía. Le llevé los programas y toda la documentación que
conseguí y me llamó un día para decirme que tenía el carnet. Fui, entonces, al
Teatro Valle-Inclán, a la prueba de esa obra y me dice Diego Hurtado, el marido
de Mary Carrillo, que no me acepta porque yo era rubio, delgado y que era una
historia de gitanos y estaban buscando gente morena y fuerte y que no iba a
encajar en el papel… Yo le pedí que me hiciera la prueba pero él no quería.
Entonces, el autor, Alfredo Mañas, el padre de Achero Mañas, me vio y dijo:
“Este chaval se queda”. Le dijo Diego Hurtado: “No, no… Es que no le va el
papel”. Y Alfredo Mañas respondió: “Perdona. Yo soy el autor. No le va el papel
pero yo le voy a escribir un papel para él: un gitano rubio, rico…”. Y me hizo
un papel en que yo llevaba cinco o seis relojes, varios en cada mano, me
preguntaban la hora y yo respondía, muy presumido con los gitanos pobres: “Las
diez y cinco, las diez y ocho, las diez y nueve, la diez y veinte, las diez y
diez…”. Y era una carcajada… Un papel del coro. Y, luego, era coro con todos.
Ahí, en el coro, también estaba Enriqueta Carballeira, que después se casó con
Javier Aguirre y tuvo hijos con él… Años después, cuando ya no estaban casados,
yo hice un homenaje a Javier Aguirre en el Festival de Benalmádena, yo le pedí
una película inédita y me envió El
polizón de Ulises, con Imperio Argentina, Aurora Bautista y Ana Mariscal…
¡Fíjate qué reparto! Se desarrolla en el País Vasco e Imperio Argentina canta
una nana en euskera… No había cartel para la película y yo le fabriqué uno.
LUCIO ROMERO: Bueno, pero estábamos con Historia de los Tarantos… Después, esta obra se convirtió en película. La protagonizó Julián Mateos, que había hecho mucho cine en Barcelona y ofreció la película para hacer el papel del Taranto, el hijo de Mary Carrillo… Pero le hicieron la jugada porque después la hizo Daniel Martín. Todavía no sé por qué no lo hizo. Sí hizo una película con Sara Lezana, que se llamaba La Carmen, de Julio Diamante… Para llegar a tener éxito, Sara tuvo problemas de dicción con su “andaluz”. Por ejemplo, en Historia de los Tarantos, en vez de decir “¿por dónde se ha ido?”, decía “¿por dónde “saído”?”. A mí, también me corrigieron muchas “andaluzadas”, por ejemplo, don Manuel Dicenta, pedazo de actor y de director. Me decía: “No me hables el andaluz, que estás haciendo a Pirandello”. (Porque yo he hecho a Pirandello, a Shakespeare, a Lope de Vega, a Alfonso Paso y de todo…). “Porque los chicos de la Escuela de Arte Dramático me riñen a mí porque me dicen que por qué te dejo hablar en andaluz haciendo Pirandello”. (Porque a mí se me escapaba.) “Y una vez, en vez de decir “¿qué hago?”, vas a decir “¿c’ago?”, y va a oler muy mal”. Era muy gracioso don Manuel Dicenta… He tenido los mejores directores.
Caricatura de Ugalde de los principales intérpretes de Historia de los Tarantos y de su autor y director (Fuente: Hemeroteca del ABC)
LUCIO ROMERO: Bueno, pero estábamos con Historia de los Tarantos… Después, esta obra se convirtió en película. La protagonizó Julián Mateos, que había hecho mucho cine en Barcelona y ofreció la película para hacer el papel del Taranto, el hijo de Mary Carrillo… Pero le hicieron la jugada porque después la hizo Daniel Martín. Todavía no sé por qué no lo hizo. Sí hizo una película con Sara Lezana, que se llamaba La Carmen, de Julio Diamante… Para llegar a tener éxito, Sara tuvo problemas de dicción con su “andaluz”. Por ejemplo, en Historia de los Tarantos, en vez de decir “¿por dónde se ha ido?”, decía “¿por dónde “saído”?”. A mí, también me corrigieron muchas “andaluzadas”, por ejemplo, don Manuel Dicenta, pedazo de actor y de director. Me decía: “No me hables el andaluz, que estás haciendo a Pirandello”. (Porque yo he hecho a Pirandello, a Shakespeare, a Lope de Vega, a Alfonso Paso y de todo…). “Porque los chicos de la Escuela de Arte Dramático me riñen a mí porque me dicen que por qué te dejo hablar en andaluz haciendo Pirandello”. (Porque a mí se me escapaba.) “Y una vez, en vez de decir “¿qué hago?”, vas a decir “¿c’ago?”, y va a oler muy mal”. Era muy gracioso don Manuel Dicenta… He tenido los mejores directores.
EL ESPECTADOR IMPERTINENTE: ¿Y qué hiciste a partir de que entraras en
el reparto de Historia de los Tarantos?
LUCIO ROMERO: Bueno, pues hice esa obra a pesar de que el director,
Diego Hurtado, nunca me quiso porque decía que no me podía pagar el sueldo
base, las 115 pesetas que era el sueldo mínimo que podía cobrar un actor
protegido por el sindicato y que, si yo quería estar en la compañía, tenía que
decir que era un chico de la Escuela y que no tenía carnet… Yo, en principio,
me negué porque estaba en la radio interviniendo en seriales. En ese momento,
yo estaba haciendo la historia del bandolero Zamarrilla. El autor era de Málaga
y yo le llamé para decirle que también era de allí y que quería hacer esa obra.
Me metí en la radio aunque cobraba muy poco. Pero, de pronto, me vino estas
cosas que me vienen y me dije: “¿Y por qué no estar en una obra con Mary
Carrillo aunque sea cobrando cincuenta pesetas (que era lo que cobraban los
chicos de la escuela)? Y yo me fui allí. Aunque, una vez en el reparto, el
director me cambió el nombre en el programa porque, entonces, el estar cobrando
por debajo del salario base se denunciaba y te protegía el sindicato… En vez
de José Lucio Romero, que es como me nombraba yo en esa época, puso José Gómez
Lucio. ¡Lo que lloraba cuando yo lo vi! Iba al despacho del director y decía: “Don
Diego, que no aparece ni nombre”. “Una errata”, decía, “en la próxima tirada
saldrá bien escrito”. Sin embargo, en la siguiente tirada, otra vez: José Gómez
Lucio… Nada, que no quería que apareciera mi nombre porque podía ir al Sindicato
y decir que estaba haciendo un papel cobrando por debajo del salario mínimo…
LUCIO ROMERO: Entonces, llega Ángel Fernández Montesinos, un famoso director de teatro, ve Historia de los Tarantos y al único que elige para la siguiente comedia es a mí, a Lucio Romero. Una obra de Alfonso Paso, La alegría de vivir, con Irene Gutiérrez Caba, Cándida Losada, Ramón Corroto, Julia Caba Alba, Elena María Tejeiro… Empecé a hacer cosas en Madrid, empecé a hacer cositas en televisión, con Chicho Ibáñez Serrador, por ejemplo, que me hizo salir en episodios de Historias para no dormir… Y en el Café Dorín me contratan para sustituir a Chicho Ibáñez Serrador que estaba haciendo Aprobado en inocencia con su madre Pepita Serrador y su padre Narciso Ibáñez Menta. Es el hijo de ellos, un estudiante de Oxford, un empollón… Un papel precioso escrito para él. Entonces, lo sustituyo para ir a provincias. Eso ya fue un espaldarazo importante. No lo sustituí en todos los sitios porque en algunos los iba a hacer él, por ejemplo en las Fallas de Valencia, en el Pilar de Zaragoza… Yo, los pueblos y eso, pero bueno… Ya empiezo a ir mucho de provincias, a hacer muchas sustituciones… Éramos Juan Diego, José Sacristán, Manolo Galiana… Todos éramos de la misma quinta… Los papeles nos los discutíamos siempre los mismos… Bueno, yo no… A mí lo que me ha pasado es que nunca he estado metido en nada que no fuera mi profesión… Yo iba del teatro a la pensión y de la pensión al teatro… Pensiones, las más baratas… Mis padres, sin ayudarme… De pensión en pensión… Ocho años así… A punto de tirar la toalla y volverme para Málaga…
LUCIO ROMERO: Yo me decía: “¿Pero cuándo me van a dar un papel en Madrid?”. Con Saza, hice una comedia musical en el Teatro Maravillas… A Saza lo conocí en Málaga, en el Teatro Alcázar… Iba todos los días a pedirle autógrafos… Él me decía: “Pero si ya te firmé uno ayer”. Y yo le decía: “Sí, pero yo quiero otro…”. Siempre lo he admirado mucho. Y a su esposa, igual… Entonces, Saza hace esta comedia musical preciosa en el Maravillas, Carolina, dirigida por Fernández Montesinos, el mismo director que me llamó para La alegría de vivir… Me contrata para hacer de boy, de chico de conjunto, cantando, bailando el twist, haciendo un papelito, haciendo sketches graciosos…
LUCIO ROMERO: Pero mira por dónde, Trino Trives está buscando para el verano en el Maravillas, un teatro que estaba especializado en la revista y que quería hacer un cambio, reparto para montar Jacobo o la sumisión de Ionesco. Y busca un actor para el protagonista, para el papel de Jacobo. Hago una prueba y me elige a mí. Mi pareja, que hacía de mi novia, era Tina Sáinz. Yo le decía: “Quiero una novia de tres narices”. Y salía Tina Sáinz con tres narices. Me decía Trini Alonso que le recordaba a Anthony Perkins… En realidad, yo quería ser James Dean. Siempre he querido ser James Dean. Era la época de Psicosis, de Al este del Edén… La obra no tiene éxito de público porque en verano, con todo el calor y en un teatro especializado en la revista, la gente no iba a ver a Ionesco… Sigo trotando, yendo a provincias… Es entonces cuando viene mi éxito bomba. Ocho años, mis padres sin apoyarme… Me llamaban, había muchas cartas, sobre todo a mi madre… Cuando ella murió, estaban todas mis cartas atadas con un lacito… Allí estaba toda mi vida. Con ellas, escribí mis memorias. Como decía, fue al cabo de ocho años cuando llegó mi gran éxito.
LUCIO ROMERO: Me enteré por Saza y su mujer que Alfonso Paso estaba buscando un actor para su obra No somos ni Romeo ni Julieta. El papel era dificilísimo. Habían pasado todos los jóvenes de la profesión para hacer una prueba ante el director, que era el propio autor, y ninguno había tenido éxito. Todo el papel era con palabras que no tenían la letra “p”. Alfonso Paso había buscado todas las palabras que no tuvieran la letra “p”. Lo más difícil. Era un trabalenguas. Pero, ahora, dale tú matices, que se entienda lo que estás diciendo y que se emocione la gente, que se ría, que el personaje sea el Romeo de Shakespeare pero en el Cuatro Caminos de 1968, un gamberrito vestido de camarero… Todo eso requería el personaje. Iban los chicos y les decían a todos: “No, fuera”.
LUCIO ROMERO: Fui a hablar con el ayudante de dirección pero nada, no me quiere… Saza dice: “Pues Lucio puede hacer eso”. Lo decía porque me había visto en Carolina. El ayudante de dirección insistía: “No, no, Lucio es muy flojito… Es un papel protagonista… No, qué va…”. Siguen pasando actores y siguen sin aceptar a ninguno. Me entero de lo que ha dicho el ayudante de dirección y me voy al Café Gijón para hablar directamente con Alfonso Paso, donde iba todas las noches con “la Muerte”… “La Muerte” era una de las mujeres con la que estaba Alfonso Paso… Le gustaban feas… Era un tipo rarísimo… “La Muerte” era una mujer feísima que era como la guardaespaldas de él. Era su secretaria. La llamábamos “la Muerte” porque era blanca, blanquísima… A él, lo llamábamos “el Legionario”, porque era el novio de “la Muerte”… Nadie se acercaba a él porque en el año 1968 Alfonso Paso era como puede ser Almodóvar ahora. Era dios. Tenía siete comedias a la vez representándose en Madrid y el público abarrotando los teatros. Y el teatro Beatriz se quiere inaugurar el 10 de octubre de 1968 con No somos ni Romeo ni Julieta. Estaban todos los papeles repartidos menos “el chico”. Pues, me acerqué a don Alfonso Paso y le pedí una prueba. Y, entonces, le dijo a su ayudante: “Alberto, toma nota de este chico”. “Ya tengo el teléfono”, decía. Pero nada, no me llamaban. Yo insistía una noche y otra. “La Muerte” me veía acercándome y me decía: “Ya tenemos el teléfono”. Y yo, implorando: “Don Alfonso, hágame usted el favor de hacerme una prueba. Porque si la hago, me voy a quedar. Porque soy muy buen actor”. Así se lo dije. Y parece ser que le gustó porque él, por fin, me respondió: “Pásate esta noche por el teatro Alcázar que vamos a hacerte una prueba”. Entonces, me hizo la prueba a la una y media o a las dos de la madrugada. Tenía siete teatros y él ensayaba en el teatro Alcázar una vez terminada la obra. Porque él era un noctámbulo. Su logotipo en las cartas era un mochuelo, con los ojos abiertos y la luna. De noche, escribía. Y de noche, ensayaba. Contrataba a la gente pero había que ensayar hasta las dos o tres de la mañana. Ya no había ni metro ni nada. Había que esperar al bus de la mañana.
LUCIO ROMERO: Entonces, llego allí, está la compañía, Saza, Queta Claver, Ricardo Canales, Fernanda Hurtado, que era mi pareja en la obra… Yo me dije a mí mismo: “Si en esta obra no me cogen, yo me vuelvo a Málaga, a comer chuletas y a vivir bien porque yo estoy pasando mucha hambre aquí. Yo ya estoy harto de pasar calamidades. A mí no me hacen caso. Y me voy”. Fernanda Hurtado, que me conocía de Historia de los Tarantos, me dijo que no me hiciera ilusiones porque ella llevaba contados ya cuarenta actores y ninguno había pasado la prueba… “Vaya ánimos que me das”, le respondí. Voy también a Saza, a quien le agradecí que yo pudiera estar allí y me dijo: “Yo no te he llamado. Yo sólo he dado tu nombre. Ahí tiene algo contigo Alberto Curado, el ayudante de dirección, que no te quiere para el papel”. Alberto Curado era el ayudante de dirección de todas las obras de Alfonso Paso. Tenía mucha fuerza. Yo tuve la habilidad de aprovechar que conocía a la apuntadora. Antes, todo se hacía con apuntador. Que eso, para mí, es un descanso. La gente joven no lo quiere. Pero, ¡qué descanso tener una persona que te está siguiendo! Te quedas en blanco y hay alguien que te dice la continuación. Me voy a Concha Aranda, la apuntadora y le digo: “Concha, pásame el texto. ¿Con qué escena hace la prueba?”. Porque escogían la más difícil, tenía de todo: humor, romanticismo… Además, ponían de fondo el Tonight de West Side Story… Ponía el vello de punta. ¡Recitando a Shakespeare sin la “p”! Entonces, Concha me dijo que estaba prohibido hacer eso y me recomendó que se lo preguntara a Tony Soler… Tony Soler era una cómica estupenda, graciosísima… Yo había hecho con ella radio. Me acuerdo que salía en La chica del barrio, con Carmen Morell y Pepe Blanco y decía: “¿No querías turismo?¡Pues toma turismo!”. Muy graciosa… Pues voy a Tony Soler, que iba a hacer el papel de Queta Claver, pero prefirieron a Queta, y le pregunto: “Tony, ¿tienes el libreto?¿Me lo puedes dejar?”. Y me respondió: “Bueno, sí, porque lo iba a tirar, como no voy a trabajar en la obra…”. Me dio el libreto, me fui al Parque Sindical, que era muy barato, a pasar el día y allí, en la piscina, era septiembre, me leo el personaje, la escena esa, me la aprendo de memoria y llega la hora del ensayo, con la sala de butacas llena porque iban las siete compañías a pasar un buen rato porque como la obra era tan graciosa… Y a ver al niño nuevo. Y ese día, le tocaba a José Lucio Romero, que era como yo me anunciaba… La escena era que se acababan de pelear los “Montesco” y los “Capuleto”, dos familias que se odian a muerte, barriobajeros, de Cuatro Caminos, el decorado era dos casas, y al fondo los rascacielos y las chabolas… Precioso el decorado… Se acaban de pelear los padres y salen los dos niños a verse porque se quieren… Me dice la niña: “Hola”. Y yo le respondo: “Hola, ‘im’ollo”, en vez de “pimpollo”. “Estás ‘reciosa. Eres un ‘im’ollo, ca’ullito de alhelí…”. Todo así. Empieza el público, que eran actores, a reírse, a reírse, a reírse… Y Alfonso Paso, que estaba en el partió de butacas, dice: “Corta. Alberto, contrata a este chico”. De película. De película. Como en las películas. Todo el mundo emocionado, abrazándome. A Ricardo Canales se le caían las lágrimas. Ricardo Canales era el padre de Susana Canales. Un gran actor, que había venido de América. Hacía de mi padre en la obra. Y entonces ya me contratan, la estreno y consigo el Premio al Actor Revelación.
Demostración de que es cierto lo que nos cuenta Lucio Romero sobre el cambio de nombre en el programa. Todavía, en la base de datos de www.teatro.es, en la información del estreno de Historia de los Tarantos, aparece como "José Gómez Lucio" y no como "José Lucio Romero"
LUCIO ROMERO: Entonces, llega Ángel Fernández Montesinos, un famoso director de teatro, ve Historia de los Tarantos y al único que elige para la siguiente comedia es a mí, a Lucio Romero. Una obra de Alfonso Paso, La alegría de vivir, con Irene Gutiérrez Caba, Cándida Losada, Ramón Corroto, Julia Caba Alba, Elena María Tejeiro… Empecé a hacer cosas en Madrid, empecé a hacer cositas en televisión, con Chicho Ibáñez Serrador, por ejemplo, que me hizo salir en episodios de Historias para no dormir… Y en el Café Dorín me contratan para sustituir a Chicho Ibáñez Serrador que estaba haciendo Aprobado en inocencia con su madre Pepita Serrador y su padre Narciso Ibáñez Menta. Es el hijo de ellos, un estudiante de Oxford, un empollón… Un papel precioso escrito para él. Entonces, lo sustituyo para ir a provincias. Eso ya fue un espaldarazo importante. No lo sustituí en todos los sitios porque en algunos los iba a hacer él, por ejemplo en las Fallas de Valencia, en el Pilar de Zaragoza… Yo, los pueblos y eso, pero bueno… Ya empiezo a ir mucho de provincias, a hacer muchas sustituciones… Éramos Juan Diego, José Sacristán, Manolo Galiana… Todos éramos de la misma quinta… Los papeles nos los discutíamos siempre los mismos… Bueno, yo no… A mí lo que me ha pasado es que nunca he estado metido en nada que no fuera mi profesión… Yo iba del teatro a la pensión y de la pensión al teatro… Pensiones, las más baratas… Mis padres, sin ayudarme… De pensión en pensión… Ocho años así… A punto de tirar la toalla y volverme para Málaga…
Caricatura de Ugalde de los principales intérpretes de La alegría de vivir (Fuente: Hemeroteca del ABC)
LUCIO ROMERO: Yo me decía: “¿Pero cuándo me van a dar un papel en Madrid?”. Con Saza, hice una comedia musical en el Teatro Maravillas… A Saza lo conocí en Málaga, en el Teatro Alcázar… Iba todos los días a pedirle autógrafos… Él me decía: “Pero si ya te firmé uno ayer”. Y yo le decía: “Sí, pero yo quiero otro…”. Siempre lo he admirado mucho. Y a su esposa, igual… Entonces, Saza hace esta comedia musical preciosa en el Maravillas, Carolina, dirigida por Fernández Montesinos, el mismo director que me llamó para La alegría de vivir… Me contrata para hacer de boy, de chico de conjunto, cantando, bailando el twist, haciendo un papelito, haciendo sketches graciosos…
Con Carolina, nuestro entrevistado ya no tuvo problemas con su nombre. Como se ve en la ficha de datos de www.teatro.es, aquí su nombre ya aparece correctamente.
LUCIO ROMERO: Pero mira por dónde, Trino Trives está buscando para el verano en el Maravillas, un teatro que estaba especializado en la revista y que quería hacer un cambio, reparto para montar Jacobo o la sumisión de Ionesco. Y busca un actor para el protagonista, para el papel de Jacobo. Hago una prueba y me elige a mí. Mi pareja, que hacía de mi novia, era Tina Sáinz. Yo le decía: “Quiero una novia de tres narices”. Y salía Tina Sáinz con tres narices. Me decía Trini Alonso que le recordaba a Anthony Perkins… En realidad, yo quería ser James Dean. Siempre he querido ser James Dean. Era la época de Psicosis, de Al este del Edén… La obra no tiene éxito de público porque en verano, con todo el calor y en un teatro especializado en la revista, la gente no iba a ver a Ionesco… Sigo trotando, yendo a provincias… Es entonces cuando viene mi éxito bomba. Ocho años, mis padres sin apoyarme… Me llamaban, había muchas cartas, sobre todo a mi madre… Cuando ella murió, estaban todas mis cartas atadas con un lacito… Allí estaba toda mi vida. Con ellas, escribí mis memorias. Como decía, fue al cabo de ocho años cuando llegó mi gran éxito.
El nombre de nuestro entrevistado ya aparece en el encabeza de la crítica de Jacobo o la insumisión (Fuente: Hemeroteca del ABC)
Caricatura de Ugalde de parte del reparto de Jacobo o la insumisión (Fuente: Hemeroteca del ABC)
LUCIO ROMERO: Me enteré por Saza y su mujer que Alfonso Paso estaba buscando un actor para su obra No somos ni Romeo ni Julieta. El papel era dificilísimo. Habían pasado todos los jóvenes de la profesión para hacer una prueba ante el director, que era el propio autor, y ninguno había tenido éxito. Todo el papel era con palabras que no tenían la letra “p”. Alfonso Paso había buscado todas las palabras que no tuvieran la letra “p”. Lo más difícil. Era un trabalenguas. Pero, ahora, dale tú matices, que se entienda lo que estás diciendo y que se emocione la gente, que se ría, que el personaje sea el Romeo de Shakespeare pero en el Cuatro Caminos de 1968, un gamberrito vestido de camarero… Todo eso requería el personaje. Iban los chicos y les decían a todos: “No, fuera”.
Foto en ABC del estreno de No somos ni Romeo ni Julieta con errata incluida: no fue en el Teatro Infanta Isabel sino en el Beatriz. El diario rectificó al día siguiente. (Fuente: Hemeroteca del ABC)
LUCIO ROMERO: Fui a hablar con el ayudante de dirección pero nada, no me quiere… Saza dice: “Pues Lucio puede hacer eso”. Lo decía porque me había visto en Carolina. El ayudante de dirección insistía: “No, no, Lucio es muy flojito… Es un papel protagonista… No, qué va…”. Siguen pasando actores y siguen sin aceptar a ninguno. Me entero de lo que ha dicho el ayudante de dirección y me voy al Café Gijón para hablar directamente con Alfonso Paso, donde iba todas las noches con “la Muerte”… “La Muerte” era una de las mujeres con la que estaba Alfonso Paso… Le gustaban feas… Era un tipo rarísimo… “La Muerte” era una mujer feísima que era como la guardaespaldas de él. Era su secretaria. La llamábamos “la Muerte” porque era blanca, blanquísima… A él, lo llamábamos “el Legionario”, porque era el novio de “la Muerte”… Nadie se acercaba a él porque en el año 1968 Alfonso Paso era como puede ser Almodóvar ahora. Era dios. Tenía siete comedias a la vez representándose en Madrid y el público abarrotando los teatros. Y el teatro Beatriz se quiere inaugurar el 10 de octubre de 1968 con No somos ni Romeo ni Julieta. Estaban todos los papeles repartidos menos “el chico”. Pues, me acerqué a don Alfonso Paso y le pedí una prueba. Y, entonces, le dijo a su ayudante: “Alberto, toma nota de este chico”. “Ya tengo el teléfono”, decía. Pero nada, no me llamaban. Yo insistía una noche y otra. “La Muerte” me veía acercándome y me decía: “Ya tenemos el teléfono”. Y yo, implorando: “Don Alfonso, hágame usted el favor de hacerme una prueba. Porque si la hago, me voy a quedar. Porque soy muy buen actor”. Así se lo dije. Y parece ser que le gustó porque él, por fin, me respondió: “Pásate esta noche por el teatro Alcázar que vamos a hacerte una prueba”. Entonces, me hizo la prueba a la una y media o a las dos de la madrugada. Tenía siete teatros y él ensayaba en el teatro Alcázar una vez terminada la obra. Porque él era un noctámbulo. Su logotipo en las cartas era un mochuelo, con los ojos abiertos y la luna. De noche, escribía. Y de noche, ensayaba. Contrataba a la gente pero había que ensayar hasta las dos o tres de la mañana. Ya no había ni metro ni nada. Había que esperar al bus de la mañana.
En la caricatura de Ugalde, en el ABC, ya aparece nuestro entrevistado con motivo del estreno de No somos ni Romeo ni Julieta (Fuente: Hemeroteca del ABC)
LUCIO ROMERO: Entonces, llego allí, está la compañía, Saza, Queta Claver, Ricardo Canales, Fernanda Hurtado, que era mi pareja en la obra… Yo me dije a mí mismo: “Si en esta obra no me cogen, yo me vuelvo a Málaga, a comer chuletas y a vivir bien porque yo estoy pasando mucha hambre aquí. Yo ya estoy harto de pasar calamidades. A mí no me hacen caso. Y me voy”. Fernanda Hurtado, que me conocía de Historia de los Tarantos, me dijo que no me hiciera ilusiones porque ella llevaba contados ya cuarenta actores y ninguno había pasado la prueba… “Vaya ánimos que me das”, le respondí. Voy también a Saza, a quien le agradecí que yo pudiera estar allí y me dijo: “Yo no te he llamado. Yo sólo he dado tu nombre. Ahí tiene algo contigo Alberto Curado, el ayudante de dirección, que no te quiere para el papel”. Alberto Curado era el ayudante de dirección de todas las obras de Alfonso Paso. Tenía mucha fuerza. Yo tuve la habilidad de aprovechar que conocía a la apuntadora. Antes, todo se hacía con apuntador. Que eso, para mí, es un descanso. La gente joven no lo quiere. Pero, ¡qué descanso tener una persona que te está siguiendo! Te quedas en blanco y hay alguien que te dice la continuación. Me voy a Concha Aranda, la apuntadora y le digo: “Concha, pásame el texto. ¿Con qué escena hace la prueba?”. Porque escogían la más difícil, tenía de todo: humor, romanticismo… Además, ponían de fondo el Tonight de West Side Story… Ponía el vello de punta. ¡Recitando a Shakespeare sin la “p”! Entonces, Concha me dijo que estaba prohibido hacer eso y me recomendó que se lo preguntara a Tony Soler… Tony Soler era una cómica estupenda, graciosísima… Yo había hecho con ella radio. Me acuerdo que salía en La chica del barrio, con Carmen Morell y Pepe Blanco y decía: “¿No querías turismo?¡Pues toma turismo!”. Muy graciosa… Pues voy a Tony Soler, que iba a hacer el papel de Queta Claver, pero prefirieron a Queta, y le pregunto: “Tony, ¿tienes el libreto?¿Me lo puedes dejar?”. Y me respondió: “Bueno, sí, porque lo iba a tirar, como no voy a trabajar en la obra…”. Me dio el libreto, me fui al Parque Sindical, que era muy barato, a pasar el día y allí, en la piscina, era septiembre, me leo el personaje, la escena esa, me la aprendo de memoria y llega la hora del ensayo, con la sala de butacas llena porque iban las siete compañías a pasar un buen rato porque como la obra era tan graciosa… Y a ver al niño nuevo. Y ese día, le tocaba a José Lucio Romero, que era como yo me anunciaba… La escena era que se acababan de pelear los “Montesco” y los “Capuleto”, dos familias que se odian a muerte, barriobajeros, de Cuatro Caminos, el decorado era dos casas, y al fondo los rascacielos y las chabolas… Precioso el decorado… Se acaban de pelear los padres y salen los dos niños a verse porque se quieren… Me dice la niña: “Hola”. Y yo le respondo: “Hola, ‘im’ollo”, en vez de “pimpollo”. “Estás ‘reciosa. Eres un ‘im’ollo, ca’ullito de alhelí…”. Todo así. Empieza el público, que eran actores, a reírse, a reírse, a reírse… Y Alfonso Paso, que estaba en el partió de butacas, dice: “Corta. Alberto, contrata a este chico”. De película. De película. Como en las películas. Todo el mundo emocionado, abrazándome. A Ricardo Canales se le caían las lágrimas. Ricardo Canales era el padre de Susana Canales. Un gran actor, que había venido de América. Hacía de mi padre en la obra. Y entonces ya me contratan, la estreno y consigo el Premio al Actor Revelación.
Inserción publicitaria en ABC de las 100 representaciones de No somos ni Romeo ni Julieta (Fuente: Hemeroteca del ABC.)
¿Cómo sigue la vida de Lucio a partir de este gran éxito? En la próxima entrada, lo veremos…
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